?C¨®mo construiremos nuestra identidad cuando las m¨¢quinas hagan nuestro trabajo?
Si la tecnolog¨ªa nos libera de la maldici¨®n de trabajar, surgir¨¢n nuevos retos. Hoy, nuestra existencia orbita en torno a lo laboral
Tras el embarazoso incidente de la manzana, el Dios de la tradici¨®n cristiana conden¨® a la humanidad a ganarse el pan con el sudor de su frente. O sea, trabajando. Se ha repetido hasta la saciedad en art¨ªculos y ensayos que la palabra ¡°trabajo¡± viene del lat¨ªn tripalium, que es un m¨¦todo de tortura. A cualquiera le fastidia madrugar y coger el metro para ir al tajo, y echar en ¨¦l la mayor parte del d¨ªa, lejos del descanso, la familia, los amigos, el ocio. La vida. Es decir: el trabajo es una maldici¨®n, secular o divina. Ahora, gracias al alto grado de automatizaci¨®n, a la inteligencia artificial, a la tecnolog¨ªa, se empieza a vislumbrar un mundo sin trabajo, un mundo postrabajo. Para bien o para mal.
Ya hace casi un siglo, el economista John Maynard Keynes augur¨® que en torno a 2030, en una era de ¡°ocio y abundancia¡±, trabajar¨ªamos solo 15 horas a la semana. Tres al d¨ªa. Parece evidente que no va a ser as¨ª. A¨²n as¨ª, seg¨²n el Foro Econ¨®mico Mundial, en 2025 las m¨¢quinas ya realizar¨¢n casi la mitad de las tareas totales, un 47%: en 2020 era s¨®lo el 33%. Es posible que la revoluci¨®n tecnol¨®gica destruya unos empleos pero genere otros en igual medida, como han hecho otras revoluciones tecnol¨®gicas anteriores. Pero tambi¨¦n es posible que el trabajo disminuya y la poblaci¨®n se vea abocada al subempleo, al desempleo, a convertirse en superflua y pobre: una sociedad postrabajo dist¨®pica. O es posible, en el mejor de los futuros, que se dise?e un sistema social en el que todos podamos vivir felizmente haciendo poco, cumpliendo un sue?o tecnol¨®gico de emancipaci¨®n (la tozuda realidad apunta m¨¢s hacia una mezcla de las dos primeras opciones). Pero, m¨¢s all¨¢ de los debates en torno a las verdaderas potencialidades de la digitalizaci¨®n o a la necesidad de una renta b¨¢sica¡, ?c¨®mo nos afectar¨ªa no tener que trabajar para sobrevivir? ?Soportar¨ªamos el dolce far niente?
En esta pregunta se encierra un problema filos¨®fico de primer orden, c¨®mo pensar la utop¨ªa o c¨®mo prefigurarla en el presente. Hoy, en tiempos de ¡°cancelaci¨®n de futuro¡±, la tarea es a¨²n m¨¢s urgente, dice el fil¨®sofo Antonio G¨®mez Villar, uno de los editores del libro colectivo Working Dead (Ayuntamiento de Barcelona). Los profetas de la utop¨ªa no suelen revelar c¨®mo vivir¨ªamos en una sociedad sin clases, a qu¨¦ nos dedicar¨ªamos exactamente. ¡°Quiz¨¢s porque pensar un futuro liberado desde un presente de explotaci¨®n y alienaci¨®n implica que nuestra propia imaginaci¨®n tambi¨¦n est¨¦ atrapada en esas condiciones¡±, a?ade G¨®mez Villar.
A pesar de todo, lo m¨¢s probable es que en una sociedad postrabajo el trabajo todav¨ªa existiera, o bien porque quedar¨ªa un remanente, imposible de automatizar, o bien porque el trabajo puede considerarse como algo m¨¢s que aquello que hacemos para sobrevivir. Debemos se?alar que la oposici¨®n no se da entre trabajo y pereza, afirma Nick Srnicek, uno de los padres del aceleracionismo (que apuesta por que la automatizaci¨®n y la superaci¨®n del trabajo humano formen parte del proyecto pol¨ªtico de la izquierda) y autor de libros como Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo (Malpaso) junto con Alex Williams. En un mundo postrabajo, se?ala, las personas no estar¨ªan todo el rato tiradas en el sof¨¢ (?aunque probablemente estar¨ªamos m¨¢s relajados!).
La oposici¨®n ser¨ªa entre las tareas que nos resultan impuestas y aquellas que elegimos libremente: en un hipot¨¦tico mundo postrabajo nos dedicar¨ªamos a aquello que nos realizase (algunos prefieren utilizar para esto la palabra ¡°labor¡± antes que trabajo) y no a aquello que nos da de comer. En 1880, en El derecho a la pereza, Paul Lafargue, yerno de Marx, ya fantaseaba con una sociedad que dejase atr¨¢s la esclavitud del trabajo y se dedicase a sus labores y placeres. Una sociedad sin trabajo remunerado supondr¨ªa, adem¨¢s, un cambio profundo en las estructuras familiares tradicionales y las relaciones de g¨¦nero, que se crearon sobre la necesidad de trabajar, y dar¨ªa una nueva dimensi¨®n a los cuidados y al trabajo dom¨¦stico (esas otras dimensiones del trabajo).
Suena bien, pero no es tan sencillo. Tradicionalmente, el trabajo ha servido para proveernos de las condiciones materiales necesarias para la existencia, pero tambi¨¦n para aportar identidad a nuestra persona y sentido a nuestra vida. Cuando alguien nos pregunta qu¨¦ somos, lo m¨¢s normal no es responder ¡°un ser humano¡± o ¡°una so?adora¡±, sino electricista, contable, enfermera, periodista¡ El oficio est¨¢ fuertemente ligado a nuestra identidad. Esa ligaz¨®n era incluso m¨¢s fuerte hace unos a?os, cuando las relaciones laborales no eran tan l¨ªquidas y los empleos eran para toda la vida. Cada vez es menos com¨²n la identificaci¨®n con un oficio o una empresa fuerte, la socializaci¨®n en el puesto de trabajo (o en el sindicato), y no solo por la automatizaci¨®n, sino tambi¨¦n por la tendencia al teletrabajo, por mucho que en algunos lugares se haya visto truncada por la temporalidad o por la atomizaci¨®n laboral en aut¨®nomos o microempresas.
¡°La carrera laboral marcaba el itinerario de la vida y, retrospectivamente, ofrec¨ªa el testimonio m¨¢s importante del ¨¦xito o el fracaso de una persona. Esa carrera era la principal fuente de confianza o inseguridad, de satisfacci¨®n personal o autorreproche, de orgullo o de verg¨¹enza¡±, escribe el soci¨®logo Zygmunt Bauman en Trabajo, consumismo y nuevos pobres (Gedisa), donde tambi¨¦n trata el tema de la ¨¦tica del trabajo: esa que considera el desempe?o laboral como un fin virtuoso en s¨ª mismo y que seg¨²n Bauman fue utilizada como coartada para adaptar a los primeros proletarios, antes campesinos aut¨®nomos, a trabajos mec¨¢nicos, extenuantes, sin sentido aparente y mal pagados en la revoluci¨®n industrial. Una ¨¦tica que, en un mundo postrabajo, pierde todo su sentido: los te¨®ricos del postrabajo suelen arremeter contra ella (tan presente en esas loas a ¡°la Espa?a que madruga¡±) y celebrar la realizaci¨®n de actividades no laborales, esas para las que, a pesar de todo, cada vez tenemos menos tiempo. Por lo dem¨¢s, el trabajo, adem¨¢s de estar dejando de ser suficiente para toda la poblaci¨®n, tambi¨¦n est¨¢ dejando de proveer subsistencia y movilidad social debido a su precariedad.
El trabajo da forma com¨²n a la mente y a la carne de las personas, m¨¢s all¨¢ de toda diferencia individual, sostiene Jean-Philippe Deranty, profesor del Departamento de Filosof¨ªa de la Universidad de Macquarie, Australia. ¡°Debido a esas capas profundas de experiencias comunes y compartidas, el trabajo siempre ha estado en el centro de fuertes culturas comunitarias, podr¨ªamos llamarlas culturas del trabajo¡±. Esas culturas del trabajo implican saludos, formas de usar el espacio, de transitar el tiempo, maneras de comunicarse, valores compartidos, formas de vestir e incluso de comer. Para el fil¨®sofo, ese v¨ªnculo entre las personas que se genera al vincularse en pos de un objetivo com¨²n es valioso y fundamental para la condici¨®n humana. Por eso, m¨¢s que pensar en una sociedad postrabajo, debemos pensar en c¨®mo construir una sociedad donde el trabajo sea sostenible y democr¨¢tico, a?ade Deranty.
¡°Es cierto que el trabajo a menudo le da sentido a la gente¡±, reconoce ?Srnicek, aunque actualmente la mayor parte del trabajo no se realiza en circunstancias de nuestra propia elecci¨®n. Lograr que el trabajo sea libre y voluntario significa trascender el sistema econ¨®mico que hace del trabajo no libre la base de su funcionamiento. ¡°Eso no significa que no debamos luchar por mejores condiciones de trabajo (salarios, beneficios, condiciones, autonom¨ªa¡), pero sin pretender tambi¨¦n reemplazar al capitalismo, este trabajo siempre permanecer¨¢ fundamentalmente sin libertad¡±, concluye el pensador.
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