Los antrop¨®logos que desmontaron ¡°la ficci¨®n po¨¦tica y peligrosa¡± del racismo
Muchas de las ideas que hoy damos por descontadas sobre raza, sexo y g¨¦nero provienen del trabajo de un grupo de antrop¨®logos reunidos en EEUU en torno a un emigrante alem¨¢n, Franz Boas

Gran parte de lo que hoy consideramos una forma moderna y abierta de ver el mundo ¡ªla identidad multirracial como algo normal, el g¨¦nero m¨¢s all¨¢ de lo binario, las numerosas variantes de la sexualidad humana, el hecho de que las normas sociales influyan en nuestro sentido del bien y del mal¡ª no es una cuesti¨®n moral ni de opini¨®n. Esta visi¨®n del mundo es consecuencia de una serie de descubrimientos cient¨ªficos llevados a cabo por un peque?o grupo de investigadores a contracorriente que se propusieron demostrar la unidad esencial de la humanidad. Y el resultado no fue la transformaci¨®n de nuestra idea del bien y del mal, sino un cambio fundamental de nuestra concepci¨®n del sentido com¨²n.
En el centro de este grupo estuvo un contestatario profesor norteamericano llamado Franz Boas. Con el pelo alborotado y un acento muy marcado, Papa Franz, como le llamaban sus alumnos, era la viva imagen del cient¨ªfico loco. Hab¨ªa llegado a Estados Unidos procedente de Alemania en la d¨¦cada de 1880, despu¨¦s de pasar m¨¢s de un a?o haciendo trabajo de campo como aficionado en el ?rtico canadiense. Su prop¨®sito era conseguir trabajo como ge¨®grafo o explorador profesional, quiz¨¢ en la Smithsonian Institution. Pero la mayor¨ªa de sus solicitudes de empleo se encontraron con el rechazo. Cuando el siglo estaba a punto de terminar, consigui¨®, por fin, una plaza de profesor de Antropolog¨ªa en la instituci¨®n que iba a ser su casa, la Universidad de Columbia.
En 1911 Boas concluy¨® un importante estudio en el que examinaba las consecuencias de la inmigraci¨®n en la poblaci¨®n de Estados Unidos. Despu¨¦s de tomar las medidas f¨ªsicas de miles de neoyorquinos, Boas lleg¨® a la conclusi¨®n de que ¡°la capacidad de adaptaci¨®n del inmigrante parece ser mucho mayor de lo que pod¨ªamos atrevernos a suponer antes de comenzar nuestras investigaciones¡±. Los ¡°tipos¡± naturales en los que se sol¨ªa clasificar a las personas ¡ªpor ejemplo, sus razas o grupos ¨¦tnicos¡ª eran intr¨ªnsecamente inestables. Los ni?os nacidos en EE UU ten¨ªan m¨¢s cosas en com¨²n con otros ni?os tambi¨¦n nacidos en EE UU que con el grupo nacional al que pertenec¨ªan sus padres. Boas lleg¨® a la conclusi¨®n de que, si unas categor¨ªas sociales b¨¢sicas como la raza y la etnia pod¨ªan cambiar solo con irse a vivir a otro pa¨ªs, entonces no pod¨ªan utilizarse para explicar diferencias supuestamente permanentes de inteligencia, criminalidad u otros rasgos.
Durante las tres d¨¦cadas siguientes, Boas repiti¨® sus conclusiones siempre que pudo. La idea de que una caracter¨ªstica, ya fuera positiva o negativa, era inherente a una raza concreta constitu¨ªa, ¡°en el mejor de los casos, una ficci¨®n po¨¦tica y peligrosa¡±, dijo en una conferencia de eugenistas en 1937. Cuando los nazis se adue?aron de las instituciones educativas alemanas, el centro en el que se hab¨ªa doctorado le retir¨® el t¨ªtulo. Las bibliotecas alemanas retiraron sus obras y las quemaron junto a las de Marx y Freud.
Boas vivi¨® para ver c¨®mo triunfaba por completo el racismo cient¨ªfico en su patria de origen y c¨®mo se reivindicaban sus propias ideas en su nueva patria. Muri¨® en 1942, durante un almuerzo en el club de profesores de Columbia. The New York Times escribi¨® que a partir de ese momento era responsabilidad de sus alumnos proseguir ¡°la esclarecedora labor en la que ¨¦l fue un audaz pionero¡±.
De ese grupo de alumnos saldr¨ªan algunas de las mayores figuras intelectuales del siglo XX: Margaret Mead, una de las grandes y m¨¢s conocidas cient¨ªficas de Estados Unidos, que separ¨® los conceptos de sexo y g¨¦nero; Ruth Benedict, cuyas investigaciones sobre la cultura japonesa ayudaron a dise?ar la ocupaci¨®n de posguerra; Zora Neale Hurston, la escritora del Renacimiento de Harlem cuyos estudios etnogr¨¢ficos con Boas influyeron directamente en su cl¨¢sica novela Sus ojos miraban a Dios, y otras figuras acad¨¦micas que crearon algunos de los departamentos de antropolog¨ªa m¨¢s importantes del mundo, como Yale, Chicago y Berkeley.
Los alumnos de Boas viajaron por todo el mundo ¡ªMead, a Samoa y Pap¨²a Nueva Guinea; Hurston, a la costa del Golfo y el Caribe; otros, incluso m¨¢s lejos¡ª para demostrar una tesis fundamental. Cre¨ªan que la ciencia humana m¨¢s profunda no era la que nos ense?aba lo que era inmutable en su naturaleza, sino la que revelaba las enormes diferencias de las sociedades humanas, el variado vocabulario del decoro, las costumbres y la idea del bien. Nuestras tradiciones m¨¢s preciadas, insist¨ªan, no son m¨¢s que una peque?a fracci¨®n de los numerosos m¨¦todos que han creado los humanos para resolver problemas b¨¢sicos, desde c¨®mo ordenar la sociedad hasta c¨®mo marcar el paso de la ni?ez a la edad adulta.
Llamaron relativismo cultural a esa teor¨ªa esencial a la que, desde hace casi un siglo, sus detractores han acusado de todo, desde justificar la inmoralidad hasta fomentar la disparatada idea de que quiz¨¢ EE UU no sea el mejor pa¨ªs de la historia. Pero su mensaje fundamental era que para vivir de manera inteligente en el mundo debemos aplazar nuestra opini¨®n sobre otras formas de ver la realidad social hasta que las comprendamos de verdad.
El relativismo cultural era una teor¨ªa sobre la sociedad humana, pero tambi¨¦n un manual de instrucciones para la vida. Su intenci¨®n era azuzar nuestra sensibilidad moral, no extinguirla. Boas pensaba que es muy posible que exista un c¨®digo moral universal, pero ninguna sociedad ¡ªni siquiera la nuestra¡ª puede conocer con seguridad su contenido. ¡°La cortes¨ªa, la modestia, los buenos modales y el cumplimiento de unas normas ¨¦ticas concretas son universales¡±, escribi¨® Boas en una ocasi¨®n, ¡°pero lo que no es universal es qu¨¦ constituye cortes¨ªa, modestia, buenos modales y normas ¨¦ticas¡±. El progreso moral, si es que existe, reside en nuestra capacidad de construir una visi¨®n cada vez m¨¢s amplia de la propia humanidad.
Estos son la conclusi¨®n cient¨ªfica y el talante moral que Boas y sus alumnos quer¨ªan dar a conocer al mundo. Que averig¨¹emos qu¨¦ comportamiento es el que nuestra sociedad considera mejor y lo practiquemos con el destinatario m¨¢s impensable de nuestra buena voluntad. Que nos esforcemos por apartarnos de toda teor¨ªa que fomente la idea de que somos especiales. Que prestemos menos atenci¨®n a las normas de comportamiento correcto ¡ª?come esto, no toques aquello, c¨¢sate con aquel¡ª y m¨¢s al c¨ªrculo de humanidad para el que creemos que tienen valor esas normas.
¡°No hay evoluci¨®n de las ideas morales¡±, escribi¨® Boas en 1928. Lo ¨²nico que cambia es a qu¨¦ personas creemos que debemos tratar como seres humanos plenos, dignos y determinados. Si ahora es normal que una pareja gay se d¨¦ un beso de despedida en el aeropuerto, que un estudiante universitario lea el Bhagavad Gita en una clase sobre grandes libros, que se rechace el racismo por considerarlo un rasgo de decadencia moral y una estupidez evidente; si todas estas cosas no son novedades, sino la forma normal de organizar una sociedad, debemos agradec¨¦rselo a las ideas defendidas por el c¨ªrculo de Boas. El hecho de que a¨²n nos quede trabajo por hacer, la continua lucha que supone vivir en una sociedad y al mismo tiempo ser cr¨ªticos con ella, era precisamente la tesis que quer¨ªan transmitir.
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