Los taxistas que memorizaban calles desarrollaban m¨¢s materia gris
La acad¨¦mica Deirdre Mask recuerda en un libro dedicado a los mapas callejeros que el abuso del GPS nos hace perder habilidades
La vida en Roma era un embate a los sentidos. En las ruinas antiguas reina el silencio, el tiempo ha blanqueado las estructuras, tanto que olvidamos que las esculturas estuvieron en su d¨ªa pintadas de colores llamativos y que la multitud tomaba las calles. Cuando visit¨¦ Pompeya, la ciudad cl¨¢sica sellada bajo la ceniza volc¨¢nica, me di cuenta de que la atm¨®sfera invitaba al silencio, como si camin¨¢semos por un cementerio. En cierto modo, as¨ª era. Pero en su d¨ªa tambi¨¦n Pompeya rebosaba de vida, habitada por gente con emociones, apetitos, pesares. Nos olvidamos de que hubo vida dentro de cada tumba, aunque ahora solo veamos la muerte.
Y Roma tambi¨¦n estuvo llena de vida. Imag¨ªnate a los artistas callejeros, los malabaristas, los tragasables, los jugadores tirando los dados en tableros tallados en escalones, los mayores descansando en los bancos, los vendedores anunciando su mercanc¨ªa en los mercados. Y muchos animales: cerdos hocicando en la basura, cabras listas para el sacrificio y manadas de perros medio salvajes.
Para orientarte, pod¨ªas seguir tu nariz. Primero, los malos olores: los excrementos arrojados a las aceras, la orina de las fuentes, los cuerpos apestosos, los mercados de pescado, el esti¨¦rcol, la carcasa y los intestinos de los animales pudri¨¦ndose en las calles. Pero seguro que habr¨ªa tambi¨¦n olores agradables: perfume hecho a base de sebo empapado en p¨¦talos y hierbas, hogazas de pan reci¨¦n hechas, bastones de incienso y un cuarto de carne asada al fuego. El olor de los cuerpos reci¨¦n embadurnados de aceite te conducir¨ªa a un ba?o p¨²blico.
O podr¨ªas orientarte de o¨ªdo. Roma era una sinfon¨ªa de sonidos. Los gritos de los vendedores callejeros, los ni?os jugando a gladiadores, (¡) los esclavos cargando con sus amos en palanquines sobre la multitud, un adivino anunciando profec¨ªas¡ Todos te servir¨ªan para guiarte por la ciudad. No habr¨ªa d¨®nde esconderse del ruido, ni siquiera en tu propia casa. S¨¦neca, el fil¨®sofo estoico, describe el ruido de los ba?os p¨²blicos sobre sus habitaciones, como los gritos de un cliente al que intentan depilar con pinzas los sobacos (¡°Para el rico solo gozar del sue?o queda¡±, se quejaba el poeta sat¨ªrico Juvenal sobre la Roma del siglo II). (¡)
As¨ª, los mapas multisensoriales ser¨ªan los ¨²nicos mapas que conocer¨ªan muchos romanos. ¡°Para la mayor¨ªa de los romanos ser¨ªa inconcebible usar un mapa, primero porque no podr¨ªan permit¨ªrselo, segundo, de poder permit¨ªrselo, lo m¨¢s probable es que no lo comprendieran¡±, apunta el investigador Simon Malmberg. ¡°Su mapa mental ¡ªa?ade¡ª estaba en las calles donde crecieron¡±.
Pero ?qu¨¦ son exactamente los ¡°mapas mentales¡±? ?Qu¨¦ sucede en nuestro cerebro cuando los utilizamos? En la d¨¦cada de 1970, el cient¨ªfico John O¡¯Keefe no buscaba mapas cuando los hall¨®, enterrados en el cerebro. En realidad, investigaba c¨®mo el cerebro crea y da forma a los recuerdos. Los cient¨ªficos no sab¨ªan mucho de la memoria. ¡°Cuando se activa una representaci¨®n, por ejemplo, cuando se evoca un recuerdo, ?qu¨¦ hacen las neuronas?¡±, se pregunta la neurocient¨ªfica Kate Jeffery, que estudia en un laboratorio los mapas cognitivos apenas a unos pasos de distancia del de John O¡¯Keefe en el barrio de Bloomsbury, en Londres. ¡°El cerebro no es m¨¢s que un mont¨®n de carne y sangre y, aun as¨ª, nuestros recuerdos parecen pel¨ªculas que se reproducen con gran viveza. Lo cierto es que no ponemos peliculitas en el cerebro cuando necesitamos pensar o recordar algo, ?c¨®mo funciona entonces y en qu¨¦ parte del cerebro se produce ese proceso?¡±. Encontrar la respuesta, explic¨®, se hab¨ªa convertido en el santo grial de la neurociencia.
La comunidad cient¨ªfica hab¨ªa especulado con la hip¨®tesis de que la memoria estaba relacionada con el hipocampo, una pieza de tejido cerebral en forma de caballito de mar (los seres humanos tenemos dos). En un art¨ªculo de 1957, el neurocirujano William Beecher Scoville y la psic¨®loga Brenda Milner escribieron sobre el caso del paciente H. M., del hospital de Hartford, en Connecticut, que sufr¨ªa fuertes ataques de epilepsia. Scoville llev¨® a cabo una cirug¨ªa cerebral experimental para curar la epilepsia, extrayendo partes del hipocampo de H. M. junto con otros fragmentos del cerebro. Los ataques cesaron, pero H. M. desarroll¨® una amnesia severa, solo se acordaba de su infancia, pero nada m¨¢s. Cada d¨ªa, era ¡°como despertar de un sue?o¡±, aislado de los dem¨¢s. Scoville y Milner suger¨ªan que la amnesia hab¨ªa sido provocada por el da?o en el hipocampo.
O¡¯Keefe decidi¨® poner a prueba la hip¨®tesis de Scoville y Milner intentando captar cada disparo neuronal del hipocampo. Primero, O¡¯Keefe y su estudiante Jonathan Dostrovsky implantaron unos diminutos electrodos en el cerebro de unas ratas. Luego, observaron a una rata normal mientras deambulaba y escucharon los sonidos el¨¦ctricos del hipocampo de la rata. As¨ª descubrieron c¨®mo hab¨ªa algunas neuronas ¡ªlas llamaron ¡°c¨¦lulas de lugar¡±¡ª que solo se disparaban cuando una rata estaba en un lugar determinado. O¡¯Keefe hab¨ªa descubierto la ¡°neurona de lugar¡±. Los humanos tambi¨¦n la tenemos.
Otros neurocient¨ªficos hallaron distintos tipos de c¨¦lulas que nos ayudan a orientarnos sin necesidad de se?alizaci¨®n. James D. Ranck descubri¨® las ¡°c¨¦lulas de direcci¨®n de la cabeza¡± cuando demostr¨® que algunas c¨¦lulas solo se disparaban cuando la cabeza de una rata apuntaba en una direcci¨®n concreta. May-Britt Moser y Edvard I. Moser (dos cient¨ªficos noruegos con los que O¡¯Keefe comparti¨® en 2014 el Premio Nobel en Fisiolog¨ªa y Medicina) descubrieron las ¡°c¨¦lulas de red¡±, que forman coordenadas de localizaci¨®n en nuestro cerebro. Cada persona lleva incorporado su propio GPS.
El neurof¨ªsico Mayank Mehta me cont¨® por correo electr¨®nico c¨®mo hab¨ªa llevado a cabo junto a sus compa?eros de la UCLA un experimento de realidad virtual con ratas que hab¨ªa costado medio mill¨®n de d¨®lares. Las ratas llevaban una especie de chalequitos y navegaban en un entorno real y en otro mundo id¨¦ntico virtual, donde los est¨ªmulos no visuales no afectaban su conducta. Las ratas fueron capaces de orientarse bien por ambos entornos. Pero, sorprendentemente, cuando las ratas deambulaban por el mundo de realidad virtual, el 60% de las neuronas del hipocampo dejaban de funcionar. Es m¨¢s, el 40% de neuronas restantes estaban activas pero parec¨ªan disparar ¡°completamente al azar¡± y su mapa mental del espacio desaparec¨ªa.
?Usaban los antiguos romanos ¡ªen sus entornos ruidosos, apestosos, v¨ªvidos y sin direcciones¡ª m¨¢s partes del cerebro que nosotros? Es dif¨ªcil saberlo. Pero se ha probado que nuestro hipocampo sufre con la nueva tecnolog¨ªa digital. La neurocient¨ªfica Eleanor Maguire descubri¨® que los taxistas londinenses que han memorizado el trazado de 25.000 calles conocido como ¡°el saber¡± desarrollaron m¨¢s materia gris en sus hipocampos. Algunos estudios apuntan a que a las generaciones con GPS nos podr¨ªa estar pasando lo contrario. En Londres, la gente que desanda las calles que ya ha recorrido previamente no pone en marcha el sistema de navegaci¨®n del cerebro cuando sigue las instrucciones de un GPS. ¡°Si piensas en el cerebro como un m¨²sculo, hay algunas actividades, como aprenderse el callejero de Londres, que equivalen a levantar pesas ¡ªdijo uno de los principales autores del art¨ªculo, Hugo Spiers¡ª, y a partir de nuestros hallazgos podemos afirmar que no ejercitamos estas partes del cerebro cuando usamos un navegador¡±.
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