Espa?a tambi¨¦n tuvo esclavos. Y a algunos les marcaban a hierro la cara
A lo largo del siglo XVI se vendieron en Sevilla decenas de ind¨ªgenas tra¨ªdos desde Am¨¦rica y algunos due?os los herraron para asegurar la inversi¨®n
Existieron dos grandes mercados donde se vendieron ind¨ªgenas, Sevilla y Lisboa, lo cual ten¨ªa su l¨®gica ya que, desde finales del siglo XV, eran los dos grandes centros esclavistas peninsulares. Sevilla tuvo la primac¨ªa absoluta porque ostent¨® durante m¨¢s de dos siglos el monopolio del comercio colonial, convirti¨¦ndose en ¡°puerto y puerta de las Indias¡±. Por tanto, era natural, como puerto de arribada de los nav¨ªos del Nuevo Mundo, que llegasen all¨ª la mayor parte de ellos. De hecho, en la d¨¦cada de los cuarenta debi¨® de haber en esta capital en torno a dos centenares de ind¨ªgenas, la mayor¨ªa cautivos. Adem¨¢s, a la capital hispalense llegaban mercaderes lusos, por v¨ªa mar¨ªtima o terrestre, a trav¨¦s de Portugal, para vender esclavos de color, pero tambi¨¦n una cantidad significativa de ind¨ªgenas de Brasil y de las Indias Orientales. En el siglo XVI est¨¢ documentada en Sevilla la venta de 67 esclavos de las colonias portuguesas, de los que al menos siete eran originarios del Brasil.
A?os despu¨¦s, y m¨¢s exactamente a partir de la d¨¦cada de los treinta, la legislaci¨®n contra su trata se torn¨® tan severa que el mercado de esclavos ind¨ªgenas se desplaz¨® a la capital del vecino reino portugu¨¦s, en concreto a Lisboa. (¡) El env¨ªo de brasile?os a Portugal se mantuvo al menos hasta 1690, cuando se consult¨® a la Corona sobre el destino de cinco naturales originarios de Pernambuco que hab¨ªan sido remitidos. Sin embargo, el primer esclavo brasile?o vendido en Sevilla fue en 1509 y el ¨²ltimo documentado en 1570, por lo que es probable que su tr¨¢fico se redujese considerablemente, aunque siguieron llegando, sobre todo procedentes de las Indias Orientales. (¡)
Hab¨ªa, incluso, peque?os traficantes en muchas localidades espa?olas que se dedicaban a comprarlos en la capital portuguesa para luego venderlos en distintas ciudades espa?olas. Este era el caso de Alonso S¨¢nchez Carretero, vecino de la ciudad de Baeza, que acudi¨® a Lisboa para adquirir una quincena de ind¨ªgenas, pues ten¨ªa por oficio ¡°comprar y vender esclavos¡±. As¨ª, incluso en el mercado de Valencia se vendi¨®, ya en 1509, a un brasile?o, mientras que a fines de 1516 llegaron para su venta otros 85, todos ellos procedentes de la colonia portuguesa.
Algunos llegaron ya herrados, como era el caso de Juan de Oliveros y Beatriz, propiedad de Mar¨ªa Ochoa, que, adem¨¢s, lo aleg¨® como prueba evidente de su situaci¨®n servil. Y a los que arribaban sin marca, trataban de herrarlos en la propia Pen¨ªnsula por el mismo motivo: porque era la mejor forma de dar legalidad a su situaci¨®n. De hecho, en casi todos los juicios se alegaba la marca con el hierro real como prueba irrefutable de su condici¨®n de cautivo. As¨ª, en el proceso por la libertad de una nativa, propiedad de un tal Cosme de Mandujana, los testigos alegaron que tan solo el hecho de estar marcada con el hierro de su majestad ¡°basta por t¨ªtulo, porque as¨ª se hab¨ªa usado y acostumbrado despu¨¦s que esas partes se descubrieron¡±.
Son innumerables los casos que conocemos de abor¨ªgenes que llegaron a Espa?a sin marca de esclavitud y que fueron herrados con posterioridad. Esto le ocurri¨® a Catalina Hern¨¢ndez, hija de Beatriz, cuyo due?o, Juan Cansino, era regidor de la villa de Carmona y pertenec¨ªa a una de las familias llegadas al lugar tras su ocupaci¨®n por los cristianos y, por tanto, de las m¨¢s influyentes de la localidad. Catalina declar¨® haber sido herrada en la cara, ¡°para poderla vender, porque nadie la quer¨ªa comprar¡±. Y dada la influencia de Juan Cansino, simplemente se lo orden¨® a ¡°uno que vive junto a la carnicer¨ªa¡± para que la marcase como esclava. Tras varios a?os de pleitos en los tribunales y dos sentencias en contra, en 1574, el Consejo de Indias liber¨® tanto a Catalina como a sus hermanos y a su hija de diez a?os. Eso s¨ª, era demasiado tarde para su madre, Beatriz, que hab¨ªa fallecido sin disfrutar de las mieses de la libertad.
Asimismo, el capit¨¢n Mart¨ªn de Prado herr¨® a Pedro en la cara con una C porque supo que pretend¨ªa solicitar su ahorr¨ªa. Incluso conocemos el incidente de otro ind¨ªgena que intentaba escapar de la injusta servidumbre que le quer¨ªa imponer su due?a, do?a In¨¦s Carrillo. Cuando esta supo que quer¨ªa reclamar su libertad, lo marc¨® en la cara y, no contenta con eso, le coloc¨® ¡°una argolla de hierro al pescuezo esculpida en ella unas letras que dicen esclavo de In¨¦s Carrillo, vecina de Sevilla, a la Cester¨ªa¡±. Esta caracter¨ªstica argolla, que era relativamente frecuente entre los esclavos de color, tambi¨¦n la portaba otro aborigen, llamado Francisco, pues se la mand¨® colocar Juan de Ontiveros cuando lo adquiri¨®. Aun as¨ª, esta opci¨®n no era la m¨¢s dram¨¢tica: sabemos que un aborigen que Ger¨®nimo Delcia vendi¨® en Sevilla a Diego Hern¨¢ndez Farf¨¢n ten¨ªa una marca en la cara en la que se pod¨ªa leer: esclavo de Juan Romero, 7 de diciembre de 1554. Parece plausible la hip¨®tesis que se ha planteado recientemente en torno a una mayor incidencia del herraje entre los esclavos varones originarios de las Indias y de los berberiscos por una mayor probabilidad de fuga, dado que el color de la piel no delataba su origen servil. Conocemos algunos casos de fuga de ind¨ªgenas en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Por poner un solo ejemplo, el 22 de diciembre de 1530, Francisco de Cazalla, can¨®nigo de la iglesia de la ciudad de Santo Domingo, estante en Sevilla dio poder a Francisco Hern¨¢ndez para que buscara y encontrase a su ind¨ªgena fugado, en Lebrija o en otras partes.
Para una m¨¢s eficaz localizaci¨®n, le dio la descripci¨®n detallada del mismo: ¡°Se llamaba Francisco, ten¨ªa quince a?os, vest¨ªa sayo negro y estaba herrado en la cara con un hierro del rey en el carrillo y debajo del be?o unas letras que dicen del can¨®nigo Cazalla¡±. Estas marcas en el rostro, selladas a fuego, se aplicaban con bastante frecuencia a los esclavos en la Espa?a de la ¨¦poca. Dado que desde muy pronto se limit¨® la esclavitud ind¨ªgena, los due?os, que en muchos casos hab¨ªan comprado legalmente a sus esclavos, buscaban asegurar su inversi¨®n herr¨¢ndolos. Ante esta situaci¨®n, la Corona prohibi¨® tal pr¨¢ctica por una disposici¨®n del 13 de enero de 1532, bajo condena de que ¡°el que lo haga, lo pierda¡±. Dos a?os despu¨¦s, ante la reiterada violaci¨®n de esta disposici¨®n, el emperador manifest¨® su malestar en un escrito dirigido a los oficiales de la Casa de la Contrataci¨®n de Sevilla, en el que dec¨ªa textualmente: ¡°Por parte de Juan de C¨¢rdenas me ha sido hecha relaci¨®n en este Consejo que, en Sevilla, hay muchos indios naturales de la Nueva Espa?a y de otras partes de las Indias, los cuales, siendo libres, los tienen por cautivos y siervos. Que no se vendan ni hierren porque sabemos que los que los traen los hierran en el rostro o les echan argollas de hierro a la garganta, con letras de sus propios nombres, en que dicen ser sus esclavos¡±.
Nuevamente volvemos a comprobar el profundo distanciamiento entre la teor¨ªa y la praxis, no solo en Am¨¦rica, donde se dec¨ªa que la ley se acataba, pero no se cumpl¨ªa, sino tambi¨¦n en la propia Espa?a. Bien es cierto que a la larga esta medida fue un paso m¨¢s en el proceso por acabar con la trata de ind¨ªgenas.
Ap¨²ntate aqu¨ª a la newsletter semanal de Ideas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.