No son ellas las parlanchinas, son ellos
Las mujeres no hablan m¨¢s que los hombres, eso es un mito, seg¨²n apuntan distintos estudios que cita el periodista Dan Lyons en su nuevo libro
Los hombres somos los reyes de la verborrea. Avasallamos. Acaparamos. Explicamos, interrumpimos y damos man¨¢logos. En mi casa los llamamos dan¨¢logos, y parte de mi aprendizaje para conseguir callarme se ha centrado en abandonarlos.
Los hombres son especialmente odiosos en el trabajo, incluso con las mujeres m¨¢s destacadas y poderosas del mundo, como las juezas del Tribunal Supremo o la directora general de Tecnolog¨ªa de Estados Unidos. Una vez vi c¨®mo un hombre acosaba a mi mujer durante el turno de preguntas y respuestas despu¨¦s de que ella presentara una ponencia. La interrump¨ªa, no le dejaba hablar y pr¨¢cticamente le gritaba. Despu¨¦s, cuando le cont¨¦ lo indignado que estaba, me dijo: ¡°?No lo sab¨ªas? Eso nos pasa a las mujeres todo el tiempo¡±.
La mayor¨ªa de los hombres no suelen ser tan abiertamente hostiles como el tipo que acos¨® a mi mujer. Pero interrumpen a las mujeres constantemente y a menudo ni siquiera se dan cuenta de que lo hacen. Seg¨²n un estudio, en el trabajo las mujeres sufren mansplaining hasta seis veces a la semana, m¨¢s de 300 veces al a?o. Casi dos tercios de las mujeres creen que los hombres ni siquiera se dan cuenta de que lo hacen. Y dos de cada cinco mujeres afirman que los hombres les han dicho que son ellas, las mujeres, quienes no los dejan hablar.
Los hombres hablan m¨¢s de la cuenta de forma tan constante y regular que se ha normalizado. De hecho, es raro que no ocurra.
La pr¨®xima vez que est¨¦is en un grupo de hombres y mujeres, observadlos. Contad las interrupciones. Observad qui¨¦n interrumpe y a qui¨¦n se interrumpe. Fijaos en la frecuencia con la que un hombre se arroga conocimientos que no posee o perora con seguridad sobre algo que acaba de leer en el The New York Times o en el Atlantic como si las ideas fueran suyas. Una vez que lo ves, no puedes dejar de verlo. Sin embargo, se puede desaprender. Y vale la pena. Si sois hombres y quer¨¦is ser mejores compa?eros y mejores padres, si quer¨¦is ser grandes colegas y avanzar en vuestra carrera, si quer¨¦is destacar entre los dem¨¢s hombres, aplicad las cinco formas de callarse. Si sois mujeres o chicas, la autora Soraya Chemaly recomienda que practiqu¨¦is a diario las tres frases siguientes: ¡°Deja de interrumpirme¡±. ¡°Eso lo acabo de decir yo¡±. ¡°No necesito explicaciones¡±.
Lo extra?o es que, aunque los hombres son m¨¢s propensos a hablar en exceso, las mujeres han sido hist¨®ricamente consideradas charlatanas y cotillas, arraigando el estereotipo de que hablan m¨¢s que los hombres. En 2006, la neuropsic¨®loga Louann Brizendine pareci¨® confirmar el estereotipo. En su ¨¦xito de ventas El cerebro femenino, afirm¨® que ellas pronuncian 20.000 palabras al d¨ªa y ellos solo 7.000. Sac¨® estas cifras de Por qu¨¦ los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas, un libro de autoayuda de Allan Pease, autor de best sellers y experto en lenguaje corporal. Pero Pease contaba ¡°actos de comunicaci¨®n¡± como expresiones faciales y gestos, no palabras habladas; y no est¨¢ claro de d¨®nde sac¨® sus cifras. A algunos expertos les pareci¨® rid¨ªcula la afirmaci¨®n de Brizendine ¡ª?tres veces m¨¢s?¡ª, pero a los medios de comunicaci¨®n les encant¨®. El viejo estereotipo era cierto. ?Lo dice la ciencia! Cuando un entrevistador le pregunt¨® si no estaba repitiendo un t¨®pico anticuado, respondi¨®: ¡°Un estereotipo siempre tiene algo de verdad, o no ser¨ªa un estereotipo. Me refiero a la base biol¨®gica de conductas que todos conocemos¡±.
Pero sus cifras eran err¨®neas. Cuando los investigadores de la Universidad de Texas llevaron a cabo un experimento y descubrieron que tanto ellas como ellos hablaban una media de 16.000 palabras al d¨ªa, y que los tres sujetos m¨¢s habladores del estudio eran hombres. Brizendine cometi¨® un error honesto y cabe decir en su defensa que lo reconoci¨® y elimin¨® esas cifras de ediciones posteriores del libro. Pero esos n¨²meros se han utilizado en cientos de art¨ªculos y todo lo que se publica en Internet es eterno. No cabe duda de que hay gente que sigue creyendo y citando esos datos.
El error de Brizendine plante¨® una pregunta interesante. ?Por qu¨¦ esas cifras tuvieron tal resonancia? ?Por qu¨¦ despertaron tales emociones y evocaron una reacci¨®n tan fuerte tanto en hombres como en mujeres? Es un ejemplo de la teor¨ªa de la gran mentira: di algo las veces suficientes durante el tiempo suficiente y la gente se lo creer¨¢.
El estereotipo se observa en todas las culturas. ¡°La lengua de las mujeres es como la cola de un cordero: nunca est¨¢ quieta¡±, dice un viejo refr¨¢n ingl¨¦s. En Jap¨®n dicen: ¡°Donde hay mujeres y gansos, hay ruido¡±. Y en China: ¡°La lengua es la espada de la mujer, y nunca deja que se oxide¡±. En las obras de Shakespeare abundan las representaciones de mujeres como respondonas y chismosas. La expresi¨®n ¡°cuentos de viejas¡± es claramente despectiva. La palabra gossip (¡°cotilleo¡±) procede de godsibb, que significaba ¡°padrino¡±, pero que en el siglo XVI evolucion¨® hasta significar ¡°habladur¨ªas y rumores calumniosos difundidos por mujeres¡±. M¨¢s atr¨¢s, encontramos que san Pablo describe a las viudas como ¡°holgazanas que andan de casa en casa, y no solo holgazanas, sino tambi¨¦n chismosas y entrometidas, que dicen lo que no deben¡±.
En la Edad Media las mujeres eran condenadas por ¡°pecados de la lengua¡± y se las castigaba haci¨¦ndolas desfilar por la plaza del pueblo, sumergi¨¦ndolas en un r¨ªo u oblig¨¢ndolas a llevar una brida que les imped¨ªa hablar: una estructura de hierro que se colocaba en la cabeza con una pieza que empujaba la lengua hacia abajo. En Reino Unido, esta brida de castigo y humillaci¨®n sigui¨® utiliz¨¢ndose hasta el siglo XX.
Algunos hombres siguen aferr¨¢ndose a la creencia de que las mujeres hablan m¨¢s que ellos. En 2021 Yoshiro Mori, el octogenario jefe del comit¨¦ organizador de los Juegos Ol¨ªmpicos de Tokio y ex primer ministro, respondi¨® a la sugerencia de que el comit¨¦ incluyera a m¨¢s mujeres diciendo que las reuniones se alargar¨ªan demasiado porque las mujeres hablan mucho. En 2017 David Bonderman, un inversor miembro del consejo de administraci¨®n de Uber, dijo que a?adir m¨¢s mujeres al consejo significar¨ªa que ¡°probablemente se hablar¨ªa m¨¢s¡±. La verdad, por supuesto, es exactamente lo contrario: en la mayor¨ªa de las situaciones, especialmente las profesionales, los hombres hablan mucho m¨¢s.
En 2014 Kieran Snyder, ejecutiva de una empresa tecnol¨®gica, llev¨® a cabo un experimento. Durante 15 horas de reuniones, registr¨® cada interrupci¨®n. Snyder, que tiene un doctorado en Ling¨¹¨ªstica, cont¨® 314 interrupciones, y dos tercios de ellas fueron de hombres, lo que significa que ellos interrumpieron dos veces m¨¢s que ellas. Y, m¨¢s interesante si cabe, cuando los hombres interrump¨ªan, el 70% de las veces era a una mujer. El desequilibrio resultaba a¨²n m¨¢s flagrante porque las mujeres representaban solo el 40% del grupo. Adem¨¢s, cuando las mujeres interrump¨ªan, era mucho m¨¢s probable (89% de las veces) que interrumpieran a otras mujeres que a hombres. Conclusi¨®n de Snyder: ¡°Siempre que las mujeres toman la palabra, se las interrumpe¡±, escribi¨® en Slate. A ninguna de las mujeres que conoc¨ªa le sorprendi¨®. Las mujeres del mundo de la tecnolog¨ªa han respondido mayoritariamente: ¡®Vaya novedad¡±, escribi¨®.
La soluci¨®n que sugiere Snyder no es que los hombres se callen, sino que las mujeres sean m¨¢s agresivas a la hora de interrumpir y, sobre todo, que aprendan a interrumpir a los hombres. C¨®mo progresar como mujer en el campo de la tecnolog¨ªa: interrumpe a los hombres se titulaba su ar?t¨ªculo. ¡°Los resultados sugieren que las mujeres no avanzan en sus carreras m¨¢s all¨¢ de cierto punto si no aprenden a interrumpir, al menos en este entorno tecnol¨®gico dominado por los hombres¡±, concluy¨®.
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