Inteligencia Artificial y el dilema sobre Frankenstein: la criatura puede destruirnos pero, ?qui¨¦n querr¨¢ renunciar a la fama?
El sainete del despido del director de OpenAI demuestra que el capital le gan¨® la partida a la seguridad
El capital, que ya ven¨ªa con una larga racha ganadora, se acaba de anotar otra gran victoria en un conflicto por la ¨¦tica de la inteligencia artificial. El drama por el s¨²bito despido del director ejecutivo de OpenAI, Sam Altman, y su posterior recontrataci¨®n nos muestra a una empresa sin fines de lucro que se plante¨® la misi¨®n de priorizar la seguridad de la inteligencia artificial (IA) sobre las ganancias, pero fracas¨® espectacularmente a la hora de controlar a una filial lucrativa.
OpenAI, Inc. fue fundada en 2015, con el objetivo de asegurar que la inteligencia artificial general (sistemas aut¨®nomos capaces de superar a los seres humanos en todas o casi todas las tareas, si alg¨²n d¨ªa se llega a eso) no se vuelva incontrolable. El potencial de la IAG plantea el mismo dilema que Mary Shelley present¨® en Frankenstein. La criatura puede destruirnos, pero ?qui¨¦n podr¨¢ evitar que alguien busque la fama, el poder y la riqueza que conferir¨ªa un ¡°¨¦xito¡±? El sainete del despido de Altman ofrece una respuesta: no es posible confiar nuestra seguridad a las normas ¨¦ticas, a las estructuras de gobernanza corporativa, ni siquiera a la presencia en los consejos directivos de personas con principios. Hay que reconocer que lo intentaron, pero no bast¨®.
Al principio, OpenAI, Inc. confi¨® en poder operar en un ¨¢mbito hipercompetitivo y din¨¢mico financi¨¢ndose con donaciones. Pero en tres a?os s¨®lo obtuvo 130 millones de d¨®lares, muy por debajo del objetivo de 1.000 millones. Frente a la necesidad de recurrir al capital privado, se procur¨® proteger la misi¨®n original apelando a una compleja estructura de gobernanza.
Para ello se crearon dos filiales lucrativas: una sociedad de responsabilidad limitada y propiedad exclusiva que actuar¨ªa como socio principal (gestor) de la otra, en el contexto de una sociedad limitada. Como el socio no vota, OpenAI, Inc. ejerc¨ªa control total sobre la sociedad, al menos en teor¨ªa. A continuaci¨®n, el socio fund¨® una sociedad de responsabilidad limitada propia, OpenAI Global LLC, para atraer capital privado; esto incluy¨® una inversi¨®n de 13.000 millones de d¨®lares de Microsoft, que no tendr¨ªa poder de control formal. Para terminar de proteger la misi¨®n original, OpenAI Global LLC contrat¨® como empleados a varios miembros del consejo directivo de la entidad sin fines de lucro original, entre ellos Altman como director ejecutivo.
?Qu¨¦ pod¨ªa salir mal? Todo, en efecto. Cuando el consejo directivo decidi¨® despedir al director ejecutivo de la subfilial (aparentemente, por lo que una mayor¨ªa de los consejeros consider¨® como un conflicto entre sus ambiciones y la misi¨®n de la empresa), toda la estructura se vino abajo. Entonces Microsoft intervino y ofreci¨® contratar a Altman y a quien quisiera seguirlo. Eso puso en riesgo el futuro financiero de OpenAI. Tal y como advert¨ªa en su acuerdo operativo: ¡°La inversi¨®n en OpenAI Global LLC es de alto riesgo. Los inversores pueden perder el capital aportado y no recibir rendimiento alguno¡±.
Pero esa advertencia no asust¨® a Microsoft, a la que le interesaban menos los dividendos que los productos de OpenAI y el personal dedicado a su desarrollo. Ahora Altman volvi¨® a OpenAI, junto con un nuevo consejo directivo que parece m¨¢s dispuesto a seguir sus ¨®rdenes, pero no es aventurado suponer que en ¨²ltima instancia las decisiones las tomar¨¢ Microsoft. Al fin y al cabo, Altman le debe su empleo y el futuro de la empresa que dirige.
M¨¢s all¨¢ de toda la cobertura medi¨¢tica que ha generado este drama, no es nada nuevo. Hist¨®ricamente, cuando hay un conflicto de visiones respecto del futuro de un producto o modelo de negocios innovador, casi siempre gana el capital.
Basta pensar en las ambiciosas promesas de lucha contra el cambio clim¨¢tico formuladas por muchas empresas privadas (probablemente, con la esperanza de evitar regulaciones o algo peor). En 2022, Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, la mayor gestora de activos del mundo, predijo un cambio de paradigma hacia la adopci¨®n de estrategias de inversi¨®n sostenibles. Pero no tard¨® en desdecirse. Tras bajarle la calificaci¨®n al cambio clim¨¢tico (de estrategia de inversi¨®n a mero factor de riesgo), BlackRock ahora dice estar orgullosa de asegurar la ¡°sostenibilidad corporativa¡±. Si el consejo directivo de una sociedad sin fines de lucro con un firme compromiso (escrito) con la seguridad de la IA no pudo proteger al mundo de su propio director ejecutivo, no hay que esperar que el director ejecutivo de una gestora de activos con fines de lucro nos salve del cambio clim¨¢tico.
Basta pensar tambi¨¦n en la historia a¨²n m¨¢s larga de promesas que se incumplieron por el af¨¢n de lucro en el ¨¢mbito de la creaci¨®n de dinero privado. El dinero es una cuesti¨®n de cr¨¦dito, pero hay una diferencia entre el cr¨¦dito mutualizado (dinero estatal) y el cr¨¦dito privatizado (dinero privado). La mayor parte del dinero en circulaci¨®n es dinero privado; esto incluye los dep¨®sitos bancarios, las tarjetas de cr¨¦dito y muchas cosas m¨¢s. El dinero privado le debe su ¨¦xito al dinero estatal. Sin un Estado dispuesto a mantener bancos centrales para asegurar la estabilidad de los mercados financieros, estos (y los intermediarios de los que est¨¢n llenos) fracasar¨ªan a menudo y arrastrar¨ªan consigo a la econom¨ªa real. La relaci¨®n entre el Estado y los bancos es el ejemplo m¨¢s antiguo de una ¡°alianza p¨²blico-privada¡± en la que se prometen beneficios conjuntos para la banca y la sociedad.
Pero a los ganadores les encanta llevarse todo, y los bancos no son la excepci¨®n. El Estado les ha concedido el enorme privilegio de administrar la creaci¨®n de dinero, reserv¨¢ndose el papel de dar apoyo al sistema en tiempos de crisis. Pero cuando otros intermediarios encontraron el modo de sumarse a la fiesta, no hubo muchos gobiernos dispuestos a recuperar el control por temor a provocar fugas de capitales. El resultado es que el sistema financiero ha crecido tanto que, la pr¨®xima vez que haya una crisis a la vista, ning¨²n banco central podr¨¢ negarse a acudir al rescate. La fiesta contin¨²a porque el soberano est¨¢ supeditado al capital y no al rev¨¦s.
Que OpenAI no haya logrado preservar su misi¨®n no es sorprendente. Si el Estado no puede proteger a los ciudadanos de las depredaciones del capital, ?qu¨¦ posibilidades pod¨ªa tener una peque?a empresa sin fines de lucro con un pu?ado de consejeros bien intencionados?
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