Qui¨¦n prostituye nuestro cuerpo
La sociedad trafica con cuerpos humanos en los niveles m¨¢s pac¨ªficos y admisibles y en los m¨¢s monstruosos
Ahora que en Espa?a se ha abierto el debate legislativo para abolir la prostituci¨®n, me parece interesante pensar sobre otras formas de explotaci¨®n del cuerpo de los ciudadanos. Porque la prostituci¨®n es la punta del iceberg de una concepci¨®n de las relaciones entre el cuerpo individual y el cuerpo pol¨ªtico, que se definen precisamente a trav¨¦s de la explotaci¨®n del cuerpo individual por el cuerpo pol¨ªtico. Y que se definen as¨ª no solo en la prostituci¨®n sino en todas las ¨¢reas de la vida. Por eso creo que, puestas a afrontar un debate serio sobre la prostituci¨®n, valdr¨ªa la pena pensar seriamente tambi¨¦n qui¨¦n tiene los derechos sobre nuestros cuerpos. Y por qu¨¦.
Sucede que en alg¨²n momento cedimos nuestro cuerpo al Estado, aunque ya nadie recuerda cu¨¢ndo se pact¨® tal cosa, a diferencia del pacto expl¨ªcito sobre la cesi¨®n del monopolio de la violencia, que viene recogido en todas las Constituciones. Sin embargo, a pesar de no haberlo pactado, los derechos sobre el cuerpo han sido hist¨®ricamente alienados por el poder pol¨ªtico sin ninguna explicaci¨®n o contrato al respecto.
Eso explica, por ejemplo, por qu¨¦ algunos gobiernos se sienten con legitimidad para explotar el cuerpo de las mujeres como productor de vida, imponiendo el derecho a nacer sin ofrecer, al mismo tiempo, ninguna garant¨ªa para la supervivencia de los hijos. Y lo mismo pasa con la muerte y en la forma en que algunos m¨¦dicos puedan ejercer derechos corporativos, gremiales o de clase para decidir sobre el modo de morir de otras personas.
Por no hablar del matrimonio. En qu¨¦ momento entraron la Iglesia y el Estado a regular las relaciones ¨ªntimas de los individuos. Y cu¨¢ndo aceptamos que el Estado ten¨ªa legitimidad para decidir, por ejemplo, si pod¨ªan o no casarse dos personas del mismo sexo. Peor a¨²n, en qu¨¦ momento pactamos que correspond¨ªa al poder pol¨ªtico determinar el g¨¦nero de los ciudadanos. O exigir, a trav¨¦s del C¨®digo Civil, como de hecho sucede, la obligatoriedad de fidelidad a todas las parejas que deciden casarse en Espa?a, lo que podr¨ªa llegar a convertir el matrimonio en una forma pac¨ªfica de explotaci¨®n sexual para las personas que dependen del dinero de sus c¨®nyuges para sobrevivir. Claro que el sexo no es imprescindible para controlar el cuerpo. La herramienta preferida del poder es el trabajo. Cabe preguntarse, en este sentido, cu¨¢ndo aceptamos que deb¨ªamos obedecer a estructuras empresariales que exig¨ªan (y exigen a¨²n) nuestra corporalidad para desarrollar el trabajo, pero sobre todo para ejercer su poder. En resumen: cu¨¢ndo dej¨® de bastar nuestra decisi¨®n sobre nuestro cuerpo para decidir qu¨¦ hacer con ¨¦l.
Nuestra sociedad trafica con cuerpos humanos todo el tiempo, en los niveles m¨¢s pac¨ªficos y admisibles y tambi¨¦n en los m¨¢s monstruosos. Y todas las aberraciones sexuales, toda la explotaci¨®n de los cuerpos (que est¨¢ a la orden del d¨ªa en todas las esferas f¨ªsicas y virtuales de la experiencia humana) son una consecuencia inherente a una sociedad donde los ciudadanos hemos renunciado, sin pactarlo y muchas veces sin saberlo, al derecho sobre el gobierno de sus cuerpos. En este sentido, creo que se?alar la punta del iceberg sirve de poco cuando la tripulaci¨®n y el capit¨¢n de este barco han negado previamente la existencia del hielo.
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