La valla que corta el desierto de Sonora
Los miembros de la Border Patrol vigilan la frontera para interceptar a quienes tratan de cruzar ilegalmente desde M¨¦xico a EE UU
A los dos lados se extiende un terreno bald¨ªo interminable y m¨ªtico, el desierto de Sonora, que, como el S¨¢hara, cada a?o se traga a cientos de seres humanos, inmigrantes dispuestos a arriesgar la vida para cruzar. Sin embargo, menos el paisaje que es id¨¦ntico, la valla lo cambia todo: a un lado est¨¢ M¨¦xico, al otro Estados Unidos, a un lado est¨¢n los que tratan de cruzar, al otro todos los sistemas de vigilancia posibles que, a¨²n as¨ª, resultan insuficientes. "Aqu¨ª hay actividad 24 horas al d¨ªa, siete d¨ªas a la semana", explica el sargento Mathews, uno de los alguaciles del sheriff del Condado de Santa Cruz, en un sector de la frontera bastante alejado de la poblaci¨®n m¨¢s cercana.
La valla no es uniforme (no puede serlo en los 3.000 kil¨®metros de frontera que separan M¨¦xico y EE UU): en algunos momentos es un obst¨¢culo real, de varios metros de altura, pero en otros es una alambrada que se puede cruzar de un salto. Un polvoriento camino se extiende a lo largo de toda la frontera y es recorrido constantemente por los miembros de la Border Patrol, la patrulla fronteriza, y por los agentes del sheriff que se dedican sobre todo a tratar de parar los tr¨¢ficos ilegales que campan a sus anchas por este territorio. Por todas partes hay instaladas torres de observaci¨®n, sensores de movimiento, focos...
Sin embargo, la llegada de sin papeles contin¨²a. Y tambi¨¦n la actividad de las mafias que trafican con drogas, armas, dinero y, lo m¨¢s terrible, con seres humanos. "Llevamos en este juego a?os y a?os y a?os", se?ala el sargento Mathews. "Cada a?o seguimos encontrando cuerpos, es una tragedia interminable", asegura Tony Estrada, el sheriff de este condado, al que pertenece Nogales, el paso fronterizo m¨¢s activo de Arizona, que cada a?o utilizan millones de personas.
Estrada, nacido en M¨¦xico aunque vino con dos a?os a EE UU, es el ¨²nico sheriff de origen hispano del Estado y, junto al sheriff de Tucson, el ¨²nico que se ha mostrado abiertamente en contra de la ley SB 1070, que comenzar¨¢ a aplicarse el 29 de julio y que permitir¨¢ a las fuerzas del orden parar y pedir la documentaci¨®n a cualquier persona que pueda ser sospechosa de estar ilegalmente en el pa¨ªs. La ley, promovida por la gobernadora de Arizona, Jan Brewer, ha sido calificada de racista y ha provocado una enorme movilizaci¨®n en la comunidad hispana, sin precedentes desde el movimiento chicano de C¨¦sar Ch¨¢vez de los a?os 60.
En Nogales la frontera lo impregna todo. Es visible desde todas partes: una serie de colinas separan el Nogales estadounidense -unas pocas calles llenas de tiendas desperdigadas en la nada- del Nogales mexicano, una ciudad de verdad, que cuenta con 200.000 habitantes. La valla, porque all¨ª es una valla real, es como una cicatriz gigante. En el lado mexicano, las casas crecen pr¨¢cticamente apoyadas en ella. La frontera tambi¨¦n est¨¢ presente por los constantes cruces -los mexicanos del otro lado pueden cruzar con un permiso especial que les permite desplazarse sin visado hasta Tucson, unos 80 kil¨®metros al norte- pero sobre todo porque los agentes de la Border Patrol, en bicicleta o al volante de sus imponentes cuatro por cuatro, est¨¢n por todas partes. Incluso han instalado un control, en el que detienen a todos los coches, en la carretera que une Nogales y Tucson.
Todas las ciudades de frontera se parecen (como todos los alrededores de las estaciones de ferrocarril), hay algo en el aire que las une, en el tipo de comercios, en el ambiente. Sin embargo, Nogales, del lado estadounidense por lo menos, resulta especialmente dura, y mucho m¨¢s desde que flota en el aire la SB 1070, aprobada a finales de abril y que, aunque no comience a aplicarse hasta el 29 de julio, ya ha lanzado un velo de temor y reducido mucho el movimiento.
Y luego est¨¢n las deportaciones. Basta con un pasar un rato hablando con unos y con otros junto al principal cruce fronterizo para que los parroquianos avisen r¨¢pidamente de que dos autobuses que acaban de llegar al puesto de control son especiales. En ellos transportan a los emigrantes sin papeles que han sido capturados y que son llevados hasta la frontera (casi todos aceptan la deportaci¨®n porque el plan B es quedarse en un centro de detenci¨®n de EE UU a la espera de que se resuelvan sus recursos). En cuesti¨®n de minutos, se les entregan sus escasas pertenencias y, con cara de circunstancias, son enviados al otro lado. Pero todos tienen claro, ellos, los agentes de la Border Patrol, todos, que volver¨¢n a intentarlo.
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