"Yo no lo hice. Siento mucho su p¨¦rdida. Pero yo no mat¨¦ a su padre, hermano o hijo"
Troy Davis no quiso tomar su ¨²ltima cena ni quiso ingerir el tranquilizante para que el proceso fuera m¨¢s llevadero
Todo condenado a muerte tiene el derecho a decir unas ¨²ltimas palabras. Ya sea atado a la camilla esperando la inyecci¨®n letal, ya fuera amarrado a la silla el¨¦ctrica, encerrado en la c¨¢mara de gas o frente a un pelot¨®n de fusilamiento. Troy Davis hizo uso de ese derecho. No tom¨® sin embargo su ¨²ltima cena ni quiso ingerir el tranquilizante para que el proceso fuera m¨¢s llevadero -no son pocos quienes se derrumban, las piernas convertidas en gomas, los esf¨ªnteres descontrolados, en los ¨²ltimos metros hacia el pat¨ªbulo-.
No fue el caso de Davis, a pesar de la tortura a la que fue sometido, con apelaciones de ¨²ltimo segundo y el espejismo de que quiz¨¢ salvase la vida. Davis se mantuvo sereno hasta el final. S¨®lo parpade¨® sincopadamente cuando los medicamentos que pondr¨ªan fin a su vida comenzaron a recorrer su flujo sangu¨ªneo. Pero antes de que eso sucediera, el hombre de 42 a?os que llevaba desde los 20 encerrado en el corredor de la muerte dej¨® o¨ªr su voz. Mirando a los familiares del polic¨ªa que la justicia asegura que asesin¨® a tiros en 1989, Mark McPhail, proclam¨®, por ¨²ltima vez, su inocencia: "Soy inocente". "Yo no lo hice. Siento mucho su p¨¦rdida. Pero yo no mat¨¦ a su padre, hermano o hijo".
En la sala estaban presenciando la ejecuci¨®n el hijo de McPhail y su hermano. El hijo presenci¨® todo el proceso inclinado hacia delante en su silla, sin dejar de mirar, sin volver ni una sola vez la cabeza ni cerrar los ojos, seg¨²n relataron los periodistas que asistieron al ritual de la muerte legal que aplican 34 Estados de la Uni¨®n. El hermano se manten¨ªa con la espalda pegada a la silla. No asisti¨® la madre a pesar de que asegur¨® que lo har¨ªa. S¨ª habl¨® para algunos medios despu¨¦s de que el Supremo anunciase, cuatro horas despu¨¦s de prorrogar la ejecuci¨®n, que no hab¨ªa impedimento legal para matar a Davis. Anneliese McPhail manifest¨® lo que ya hab¨ªa dicho muchas otras veces, que deseaba la muerte de Davis y que ya hab¨ªa esperado demasiado. Preguntada si podr¨ªa vivir feliz y tranquila con la muerte de Davis ataj¨® la cuesti¨®n sin ninguna sombra de duda: "Por supuesto". No es un caso aislado. El actual Gobernador de Tejas, Rick Perry, aspirante a candidato a la Casa Blanca en 2012, declar¨® hace menos de dos semanas en un debate que viv¨ªa muy tranquilo con las 234 sentencias a muerte que ha firmado. ?l y la audiencia que le escuchaba en directo, que rompi¨® en aplausos ante la menci¨®n del dato.
Davis tuvo esta madrugada palabras para todos. Para sus carceleros y verdugos, a los que dijo que esperaba que Dios se apiadara de sus almas por el acto err¨®neo que iban a cometer pero a quienes tambi¨¦n encomend¨® su alma al Alt¨ªsimo. "Que Dios les bendiga". Para sus familiares y amigos, hacia quienes pronunci¨® frases consoladoras y que llamaban a no cejar en la lucha de probar su inocencia. "Seguid trabajando, indagad, buscad pruebas que hagan justicia a mi caso", solicit¨®. El precepto de la duda razonable -fundamental para un veredicto de culpabilidad- ha quedado violado esta noche, cuando se quit¨®, de forma legal, la vida a un hombre sobre el que siete testigos, no uno ni dos, siete, se han retractado sobre la acusaci¨®n que hicieron en un primer momento. Demasiadas dudas para practicar tan definitiva -sin vuelta atr¨¢s- decisi¨®n: matar a un ser humano.
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