El secreto agente
Un filoso cuchillo de cocina y un veh¨ªculo a gran velocidad son capaces de violar todo operativo de seguridad, sea en Niza, Berl¨ªn en Navidades o en el coraz¨®n de Westminster
El secreto agente del miedo ha vuelto a inundar las nubes de Europa desde la niebla supuestamente despejada de Londres; despejada o alejada en papel del continente, no pocos ingleses pro-Brexit sent¨ªan alejarse de amenazas terroristas y, como dice John Carlin, confiados en que el trasiego de armas que se facilita en la Europa sin pasaportes parecer¨ªa frenarse con el oleaje que choca en Dover. El secreto agente del miedo ha demostrado que un filoso cuchillo de cocina y un veh¨ªculo a gran velocidad son capaces de violar todo operativo de seguridad, sea en Niza, Berl¨ªn en Navidades o en el coraz¨®n de Westminster y ese secreto agente no es m¨¢s que la reproducci¨®n de El agente secreto que escribiera Joseph Conrad en 1907.
M¨¢s del autor
J¨®zef Teodor Konrad Korzeniowski (nacido en la actual Ucrania, entonces parte del Imperio Ruso y luego, parte del reino de Polonia) por ende, autor europeo por excelencia que eligi¨® el idioma ingl¨¦s para su amplia y maravillosa obra y consagrarse as¨ª como grande la literatura de Inglaterra y todos sus mares. Ese hombre que se conoce ya en la eternidad como Conrad, dedic¨® luego de sus aventuras oce¨¢nicas (biogr¨¢ficas y literarias) una parte de su preocupaci¨®n social en los p¨¢rrafos de una novela que titul¨® El agente secreto, publicada hoy hace ciento diez a?os, poco m¨¢s de un siglo antes de la sangre derramada hoy mismo en el puente de Westminster y a las puertas del Parlamento. Bajo la sombra de la Torre de Big Ben, la novela de Conrad aborda la sinraz¨®n y la ira, el horror y el desconcierto de un atentado terrorista en pleno Londres y viene a cuento releerlo no s¨®lo por los enredos de su trama y el perfil de sus protagonistas, sino por los coemntarios que leg¨® Conrad en el pr¨®logo donde cita una conversaci¨®n con su amigo Ford Maddox Ford (otro gran autor ingl¨¦s, totalmente insular). Entre esos comentarios, Conrad recuerda haberle comentado a su amigo sobre ¡°la futilidad criminal de todo el tema (del terrorismo anarquista), de la doctrina, la acci¨®n, la mentalidad y, tambi¨¦n, sobre el aspecto despreciable de la pose semi-enloquecida de un tramposo descarado que explota o se aprovecha de la lastimosas miserias y apasionadas credulidades de una humanidad siempre tan tr¨¢gicamente ansiosa por la auto-destrucci¨®n¡±.
Londres hab¨ªa ya sufrido la neblina del horror en 2005, cuando los atentados sincronizados de la demencia causaron m¨¢s de 50 muertes y casi mil heridos, sin que olvidemos los nombres de los ca¨ªdos o intentemos olvidar la banalidad siniestra de los asesinos de ese d¨ªa. As¨ª, la terrible futilidad del terrorista en turno, abatido por un tiro que lo deja semi-desnudo a la vista del mundo, sumida su consigna en el fango irracional de una alcantarilla de Londres, ciudad gobernada desde hace un tiempo por un alcalde musulm¨¢n que ha dignificado la profesi¨®n ecum¨¦nica de la inclusi¨®n, el mismo que en cuanto pudo sali¨® en pantallas de la BBC para subrayar que Londres es una ciudad apacible donde conviven no s¨®lo todas las religiones de la humanidad, sino todos los idiomas del antiguo imperio a¨²n simbolizado en la bandera que hoy vuela a media asta y lo declar¨® quiz¨¢ para adelantarse a la sa?a y la baba tambi¨¦n terror¨ªfica de los Brexits y Trumps que quieran aprovechar la coyuntura para volver a ladrar sus muros y el extremismo de su cerraz¨®n. As¨ª tambi¨¦n Joseph Conrad ¨Cen conversaci¨®n con Ford Maddox Ford¡ªalud¨ªa al atentado contra el Observatorio de Greenwich que sirviera de inspiraci¨®n para El agente secreto, donde ¡°lo que queda es encarar el hecho de un hombre que se vol¨® a s¨ª mismo en pedazos por nada, una nada que ni remotamente asemejaba una idea, anarquista o no, mientras que el muro exterior del Observatorio no mostraba ni la menor grieta¡±.
As¨ª en la valla de la abad¨ªa de Westminster o la sombra que proyectan las manecillas del reloj de Londres, el pat¨¦tico espect¨¢culo del secreto agente del miedo, el a¨²n an¨®nimo sicario, rodeado por la sangre de m¨¢s de 40 heridos, cinco muertos, una mujer flotando en el T¨¢mesis y miles de espectadores del mundo entero que volvemos al espanto del sinsentido y la necedad de la sinraz¨®n. Duele Aleppo y Bruselas y duele Par¨ªs y ahora Londres y todas las ciudades de nuestro descontento que sigue sin descifrar el enredado galimat¨ªas que amenaza constantemente la fr¨¢gil cuadr¨ªcula de la democracia en constante construcci¨®n y las libertades b¨¢sicas de cada qui¨¦n en cada uno. Por lo mismo, suscribo literalmente lo expresado por la voz editorial de este diario, estamos ante una demostraci¨®n m¨¢s de que ¡°en este mundo globalizado la insularidad y el aislamiento no ofrecen salvaguardias adicionales frente al terror¡± y que por encima de las xenofobias anaranjadas, rubias y despeinadas, de Trump o Boris Johnson, ¡°compartimos un ¨²nico espacio de libertad, prosperidad y seguridad que tenemos la obligaci¨®n de preservar¡± y s¨®lo a?adir¨ªa que en todas las ciudades donde hemos visto sangrar nuestra esperanza se entreteje el ¨ªntimo dolor de toda la literatura que las eleva, todos los p¨¢rrafos que han pretendido protegerlas del crimen y del horror, desde las cr¨®nicas convertidas en novelas o en los cuentos nuestros de cada d¨ªa donde cada quien ha de redactar la mejor manera de andar por las calles sin miedo alguno, alerta la mirada ¨ªntima de la memoria y honrando al menos en la callada imaginaci¨®n la sangre inocente de todos los ca¨ªdos.
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