La revoluci¨®n contra el acoso sexual sacude EEUU
El movimiento del #metoo supera los l¨ªmites de Hollywood e instaura un nuevo umbral frente al abuso de poder. 34 altos directivos y famosos han ca¨ªdo en dos meses en EEUU
Lo recuerdan las v¨ªctimas. La pel¨ªcula sol¨ªa empezar as¨ª. El presentador de la CBS Charlie Rose, icono del rigor en la televisi¨®n americana, invitaba a su casa a la peticionaria de trabajo y, tras ausentarse un minuto, aparec¨ªa ante ella en bata y con los genitales al aire. Knight Landesman, el gur¨² del arte y editor del magazine Artforum, llamaba a sus empleadas m¨¢s j¨®venes a tomar el t¨¦ y, una vez sentadas, no dudaba en pasar delicadamente un dedo por sus hombros mientras les murmuraba obscenidades. El antiguo c¨®mico y ahora senador dem¨®crata Al Franken aprovechaba que su subordinada estuviera dormida para tocarle los senos y fotografiarse junto a ella como un s¨¢tiro. El entonces asistente del fiscal, luego presidente de la Corte Suprema de Alabama y ahora candidato republicano al Senado, Roy Moore, merodeaba por los juzgados en los a?os setenta en busca de menores y, si alguna se dejaba convencer, intentaba fundirse con ellas en la oscuridad¡
No es Babilonia. Ni siquiera Hollywood. Es Estados Unidos. Una naci¨®n que de golpe ha visto caer un velo y emerger la basura oculta durante d¨¦cadas. En menos de dos meses, 34 altos directivos, empresarios y famosos han sido fulminados por acusaciones de acoso sexual. Hay inversores de Silicon Valley, mandamases de Amazon y Pixar, cineastas, directores de medios como Vox o The New Republic, un periodista estrella de The New York Times, senadores, aspirantes a senadores, luminarias culturales, actores, productores, escritores, presentadores, presidentes deportivos¡ La ola de denuncias ha roto el dique. No pasa el d¨ªa en que no surja un esc¨¢ndalo y dimita el implicado. Algunos casos son de hace 40 a?os y otros de este mismo oto?o. Pero todos tienen un denominador com¨²n: el abuso de poder.
Al igual que ocurriera la pasada d¨¦cada con la pederastia en las iglesias, un nuevo umbral ha nacido. La tolerancia cero con el acoso sexual ha encontrado tierra firme. Y aquello que durante a?os permaneci¨® silenciado sale ahora a luz y es juzgado por una sociedad que, bajo el impulso colectivo del #metoo (yo tambi¨¦n), apoya a las v¨ªctimas.
¡°Durante demasiado tiempo hemos callado. Una de cada cuatro mujeres ha sufrido acoso en el trabajo. No es una cuesti¨®n de Hollywood, o de dem¨®cratas y republicanos, sino de un futuro mejor para nuestras hijas e hijos. Hay que denunciar los abusos para acabar con ellos¡°, ha declarado la muy conservadora e influyente Penny Nance, l¨ªder de Mujeres Preocupadas por Am¨¦rica, una organizaci¨®n cristiana, antiabortista y cercana al presidente Donald Trump.
¡°?Ya es hora de limpiar la casa!¡±, ha clamado desde el otro lado del cuadril¨¢tero ideol¨®gico la actriz Rose McGowan. Ella fue de las primeras en acusar por violaci¨®n al productor Harvey Weinstein, y se ha vuelto un s¨ªmbolo de la lucha. Su discurso ante la Convenci¨®n de Mujeres de Detroit marc¨® un hito. ¡°Durante 20 a?os me han callado, me han insultado, me han acosado, me han vilipendiado. ?Y sab¨¦is qu¨¦? Lo que me pas¨® detr¨¢s de la escena, nos ocurre a todas en esta sociedad. Y no lo vamos a aceptar. Somos libres. Somos fuertes. ?Todas somos #metoo!¡±.
Sus palabras recordaron algo que muchos ya sab¨ªan. Que el poder y el abuso van a menudo de la mano. Sobre todo, en el sexo. No es nada nuevo. Los antecedentes son amplios. Y estos d¨ªas se est¨¢n recuperando. Enfrentada a s¨ª misma, la sociedad americana ha vuelto la vista atr¨¢s. Y ah¨ª, en la memoria, aparece Anita Hill. La profesora negra que en 1991 ante 10 senadores, todos hombres y blancos, se atrevi¨® a testificar por acoso sexual contra el aspirante al Tribunal Supremo Clarence Thomas. Fue humillada y despreciada por ello. Ni siquiera logr¨® frenar la designaci¨®n. Pero su valor qued¨® en el recuerdo. Y poco a poco ayud¨® a abrir la falla que ahora hace temblar a Am¨¦rica: ¡°Soy una superviviente y estoy con #metoo. Pero que nadie se enga?e, el cambio no se deber¨¢ a un episodio, sino a que todos formemos parte de esta historia¡±.
Hill no ha sido la ¨²nica en empujar. Innumerables mujeres han participado y se han visto pisoteadas por hacerlo. Otras han logrado sobrevivir e incluso algunas lo han transformado en una historia de fortaleza. Es el caso de Gretchen Carlson. Miss Am¨¦rica 1989 y graduada en Stanford, esta presentadora de la Fox denunci¨® el a?o pasado por acoso al presidente de la cadena, Roger Ailes, y logr¨® su derribo as¨ª como 20 millones de d¨®lares. Su decisi¨®n revel¨® la cultura de abuso que se hab¨ªa instalado entre los jerarcas de la Fox, incluyendo al presentador estrella Bill O¡¯Reilly. Pero el golpe no fue m¨¢s all¨¢. Como tampoco la ca¨ªda en junio del presidente de Uber, Travis Kalanick, tras descubrirse un enjambre de acosadores en su empresa.
Durante d¨¦cadas se ha repetido un esquema bien conocido: se presentaba denuncia, hab¨ªa ruido y luego ven¨ªa el silencio. Solo el estallido Weinstein ha tenido fuerza suficiente para romper la secuencia. En parte, porque sus v¨ªctimas eran m¨¢s conocidas que ¨¦l.
Weinstein pertenec¨ªa al c¨ªrculo m¨¢gico de los dem¨®cratas. Se codeaba con Hillary, financiaba a Barack Obama, ten¨ªa por amiga a Michelle y hasta hab¨ªa contratado a su hija Malia de becaria en sus estudios. Pose¨ªa influencia y la sab¨ªa utilizar. Era el demiurgo de Hollywood y parec¨ªa blindado frente a cualquier ataque hasta que el pasado 5 de octubre The New York Times public¨® una implacable investigaci¨®n.
Avalado por la actriz Ashley Judd y m¨¢s v¨ªctimas, el reportaje daba cuenta de d¨¦cadas de depredaci¨®n sexual sin l¨ªmite. Un esc¨¢ndalo que conoc¨ªa toda la meca del cine y que el productor de Pulp Fiction llevaba a?os tapando con acuerdos extrajudiciales y manadas de detectives privados dispuestos a hacer callar a quien hiciera falta.
Pero esta vez la riada fue demasiado grande. De poco sirvi¨® que Weinstein fuese expulsado de su trono y acabase en una cl¨ªnica a la espera de una orden de detenci¨®n. La ola no par¨® y hasta la fecha le han denunciado 80 actrices, entre ellas Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow, Rosanna Arquette, Kate Beckinsale, Cara Delevinge, Claire Forlani, Paz de la Huerta (por violaci¨®n), Lupita N¡¯yongo, Sarah Polley, L¨¦a Seydoux, Mira Sorvino, Uma Thurman¡
El efecto ha sido tel¨²rico. Con su capacidad emp¨¢tica, Hollywood ha puesto rostro al acoso. Las actrices han hecho universal el dolor y explicado mejor que nadie la humillaci¨®n, pero tambi¨¦n su decisi¨®n de romper con el silencio y quitarse el fango que les hicieron pisar. El resultado ha desbordado el mundo del cine y ha prendido una llama que pocos creen que pueda apagarse.
En este incendio han jugado un papel determinante los medios de comunicaci¨®n. Las v¨ªctimas han hallado en el cuarto poder un camino que les permite sortear el temor a verse aplastadas por demandas de difamaci¨®n y costes procesales. El medio no s¨®lo las avala sino que contrasta y hace suyo el caso. Tras su difusi¨®n, la pelota queda en el otro campo. Las compa?¨ªas saben que si mantienen al implicado corren el riesgo ser acusadas de complicidad. Y la indemnizaci¨®n se puede multiplicar.
El mecanismo ha funcionado. Los denunciantes est¨¢n ganando la batalla y la Prensa, como ya hiciera con los abusos de los sacerdotes, ha vuelto a mostrar su m¨²sculo. El peligro de que en esta marejada caigan inocentes es evidente, aunque, de momento, no se ha dado ning¨²n caso conocido. Los esc¨¢ndalos, por el contrario, van a m¨¢s y la sensaci¨®n general es que se ha franqueado un umbral. El mism¨ªsimo Capitolio ha impuesto a los parlamentarios cursos antiacoso y los presidentes est¨¢n bajo escrutinio. Figuras como el pri¨¢pico Bill Clinton son analizadas bajo otra luz y muchos consideran que los casos de Paula Jones y M¨®nica Lewinsky ser¨ªan entendidos ahora de otro modo. Tampoco se ha librado George Bush padre, de quien ha aflorado su costumbre de agarrar las nalgas de las mujeres con quienes se fotograf¨ªa. Seis casos, de los ¨²ltimos 15 a?os, han sido destapados. Bush, de 93 a?os, ha pedido disculpas por todos.
Pero la mayor presi¨®n recae sobre Trump. En 30 a?os, al menos 24 mujeres le han se?alado. Aunque ninguna imputaci¨®n ha prosperado, el tiovivo de escenas incluye desde tocamientos en avi¨®n e irrupciones en camerinos hasta besos salvajes a recepcionistas y supuestos intentos de violaci¨®n.
Trump siempre ha negado cualquier abuso. Y preguntado esta semana, ha mostrado su ¡°alegr¨ªa¡± por la actual ola de denuncias. ¡°Es muy bueno para las mujeres y soy muy feliz de que estas cosas salgan a la luz¡±, ha dicho. Sus palabras no han tranquilizado a casi nadie. ¡°Ha cometido demasiadas afrentas a la decencia para cre¨¦rselas¡±, resume el analista y profesor de Yale Walter Shapiro.
Entre estas ¡°afrentas¡± figura haber apoyado estos mismos d¨ªas al candidato por Alabama Roy Moore, acusado de abusar de menores cuando ten¨ªa 30 a?os. Pero tambi¨¦n aquella explosiva grabaci¨®n de 2005 que se hizo p¨²blica en la campa?a electoral y en la que Trump dijo: ¡°Yo empiezo bes¨¢ndolas¡ Ni siquiera espero. Cuando eres una estrella, entonces te dejan hacer. Ag¨¢rralas por el co?o. Puedes hacer lo que quieras¡±. Una definici¨®n perfecta del acoso.
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