Trump ya ha construido su muro... y es as¨ª
El presidente de EEUU ha desplegado una gigantesca ofensiva legal y ejecutiva para vaciar el pa¨ªs de inmigrantes. Los afectados lo cuentan
Francisca Lino los oye desde su habitaci¨®n. A veces patean la puerta de la iglesia y otras gritan: ¡°?No queremos cucarachas aqu¨ª!¡±. Sabe que lo dicen por ella, pero no se mueve. Cierra los ojos y se queda quieta, casi petrificada, en su habitaci¨®n de paredes naranjas, en el primer piso de la Iglesia Metodista Unida Adalberto. El edificio, achaparrado y de ladrillo oscuro, es su santuario. El lugar que le da refugio frente a los energ¨²menos racistas que rondan los barrios hispanos de Chicago, pero tambi¨¦n frente a los agentes de Inmigraci¨®n que quieren deportarla y que nunca osar¨¢n cruzar un umbral sagrado. Ah¨ª entr¨® la noche del pasado 23 de agosto huyendo de una orden de expulsi¨®n y ah¨ª se quedar¨¢ hasta que Estados Unidos le reconozca el derecho a vivir en el mismo suelo que su marido y sus hijos.
Francisca, de 46 a?os y voz tranquila, est¨¢ acostumbrada a caminar cuesta arriba. Desde que el 18 de julio 1999 cruz¨® el R¨ªo Bravo huyendo de la miseria de Zacatecas (M¨¦xico) no ha hecho m¨¢s que trabajar. Primero de limpiadora y despu¨¦s en una f¨¢brica de envoltorios de chocolatinas. Nunca ha cometido un delito y siempre ha pagado los impuestos. Pero de nada le ha servido. Pese a que su esposo y sus cinco hijos son estadounidenses, la Administraci¨®n ha ordenado su deportaci¨®n: no olvida que intent¨® entrar en el pa¨ªs con un visado falso y fue expulsada.
¡°Me echaron y ese mismo d¨ªa volv¨ª a pagar al coyote y cruc¨¦ otra vez. Desde entonces, no he vuelto a M¨¦xico. Y mire, vali¨® la pena porque mis hijas han podido estudiar¡±, dice sentada en una banqueta de la iglesia. En ese espacio, entre cruces de madera, biblias de tapas descosidas y cajas de alimentos, Francisca mata el d¨ªa. En tres meses no ha salido a la calle. Lo m¨¢s cerca que ha estado es el patio trasero. Una parcela somnolienta donde ella se planta junto a dos ¨¢lamos deshojados, mira el cielo y ve pasar el vendaval que sacude Estados Unidos.
En sus 10 meses de mandato, el presidente Donald Trump ha lanzado una gigantesca ofensiva contra la inmigraci¨®n. Mientras muchos aguardan a que construya el muro con M¨¦xico, su Administraci¨®n ha erigido uno mucho m¨¢s firme y disuasorio. Un entramado de acciones ejecutivas y proyectos legislativos que tiene como fin vaciar el pa¨ªs de extranjeros. Las cifras apabullan.
Bajo el lema ¡°la inmigraci¨®n es un privilegio¡±, Trump ha puesto fin al programa que imped¨ªa la deportaci¨®n de casi 700.000 dreamers (indocumentados que llegaron siendo menores y est¨¢n plenamente integrados). Tambi¨¦n ha recortado la cifra de refugiados de 110.000 a 45.000 al a?o y ha dado luz verde a un proyecto legislativo para reducir de un mill¨®n a medio mill¨®n la concesi¨®n anual de green cards (permisos de residencia y empleo). Ni siquiera los afectados por los desastres se han salvado. Ya se ha decretado el fin del estatuto de protecci¨®n temporal para 5.300 nicarag¨¹enses y 50.000 haitianos, y est¨¢n a la espera de una decisi¨®n similar 86.000 hondure?os y 263.000 salvadore?os.
Todo ello ha venido acompa?ado de un endurecimiento de la persecuci¨®n. No s¨®lo ha amenazado con recortar 4.000 millones de d¨®lares en fondos a las ciudades que se niegan a perseguir a sin papeles (desde Nueva York y Chicago hasta Los ?ngeles y Washington) sino que ha ordenado contratar a 15.000 agentes de fronteras m¨¢s y ha aprobado directrices que permiten la expulsi¨®n de pr¨¢cticamente casi cualquier indocumentado.
Sin construir un metro de muro, Estados Unidos se ha vuelto un fort¨ªn. Salir es f¨¢cil, entrar cada vez menos. El resultado es disuasorio. Los cruces ilegales, seg¨²n la Casa Blanca, han ca¨ªdo en torno al 50% y est¨¢n alcanzado su punto m¨¢s bajo desde los a?os setenta.
En la ret¨®rica de Trump se trata de un ¡°maravilloso ¨¦xito¡±. Visto por los afectados es un infierno. ¡°Siento miedo, aqu¨ª vive mi padre y mi novia, tengo trabajo y futuro, pero me quieren devolver a M¨¦xico donde mataron a mis primos y secuestraron a mi hermana¡±, se queja por tel¨¦fono Omar Rosas, de 29 a?os, indocumentado que lleg¨® en 2007. Est¨¢ encerrado en la prisi¨®n de Baton Rouge (Luisiana) por conducir un coche con la licencia de circulaci¨®n caducada. Sabe que nada m¨¢s pague la fianza, los agentes de Inmigraci¨®n le deportar¨¢n. ¡°Acabar¨¢n conmigo si lo hacen¡±.
Es un sentimiento que Magdalena Gonz¨¢lez comparte desde la lejan¨ªa. Cuando ten¨ªa ocho a?os cruz¨® con sus padres el desierto de Sonora. Entr¨® como ilegal por Arizona y 20 a?os despu¨¦s sigue sin tener permiso de residencia. Pero eso nunca la ha frenado. Mientras su madre fregaba suelos, ella luch¨® por estudiar. Con becas privadas (a las p¨²blicas no pod¨ªa acceder), sac¨® la carrera de Administraci¨®n de Empresas y ahora es coordinadora de programas en la C¨¢mara de Comercio de la Villita, en Chicago. Aspira a un m¨¢ster pero su sue?o tiene fecha de caducidad: el 1 de enero de 2019. Ese d¨ªa expira su cobertura legal como dreamer. ¡°Mi vida ha quedado en suspenso. Me van a dejar sin futuro. ?Y por qu¨¦? Porque no quieren a los que son diferentes. Hubo un tiempo, con Obama, en que cre¨ªmos que ¨ªbamos a mejor. Pero la realidad es que no nos aceptan¡±, dice Magdalena.
La vivencia del rechazo es general entre los migrantes. Llevan a?os, d¨¦cadas en Estados Unidos y no han dejado de sentirla. Pero ahora, coinciden todos, la tormenta ha arreciado. Jam¨¢s hab¨ªan visto algo as¨ª. ¡°Hay un esfuerzo gigantesco de la Administraci¨®n por crear un muro burocr¨¢tico, por cambiar radicalmente las leyes. Se puede hablar de un ataque racista generalizado¡±, asegura Fernanda Dur¨¢n, de la entidad de apoyo CASA. ¡°Bueno, es cierto que Trump genera p¨¢nico y es obsceno en su trato al indocumentado, pero las deportaciones y el racismo no son algo nuevo, tienen una larga existencia. Obama expuls¨® a m¨¢s gente que ning¨²n presidente anterior¡±, apostilla el activista Jos¨¦ Humberto Mora.
La represi¨®n, sea cual sea su origen, se ha multiplicado. Los indocumentados la sufren a diario, algunos de forma extrema. ¡°Trump no quiere que tengamos una vida mejor¡±, resume con sencillez Francisca Lino. Hoy se ha maquillado y lleva pendientes. Pero admite que muchos d¨ªas tiene peor cara. Por las noches la oscuridad juega a los espejos con ella y no consigue dormir. ¡°Tengo miedo a tener miedo¡±, dice.
Francisca teme que alguien entre y que la separe para siempre de sus hijos y su marido. Solo pensarlo la aturde. Respira hondo y hace cosas para distraerse. Mira las 12 rosas secas que le regal¨® su esposo y escribe algunas l¨ªneas en su diario. Nada profundo. P¨¢rrafos en los que recuerda que a su nieta le ha gustado su pozole o que ma?ana es el cumplea?os de su hija mayor. Pero eso, a veces, no le basta. Entonces vuelve a respirar hondo y cierra los ojos buscando el sue?o. Se dice a s¨ª misma que la pesadilla no puede ser verdad. Que todo se arreglar¨¢ y volver¨¢ a ser como antes. Francisca, en el fondo, a¨²n cree en Am¨¦rica. Aunque solo sea para so?ar.
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