¡°?El presidente que arruin¨® al pueblo!¡±
Por fin podemos decir lo que queramos a la hora que queramos, pero abusamos de semejante poder como peque?os tiranos encogidos de hombros
Yo entiendo al lector que abandona y desecha y maldice por tres generaciones un texto: ¡°Odio esta voz con todo mi coraz¨®n¡±. Creo en el amigo que le pregunta a su amigo si cay¨® en el vicio de leer el libro que los dos sab¨ªan que iba a ser as¨ª de malo: el amigo tendr¨ªa que seguir siendo la instancia que nos salva de cometer en p¨²blico estupideces e injusticias. Comprendo la urgencia de aquellos foristas de Internet que abren sesudas discusiones, en parte sugestivas y necesarias, en parte condescendientes e insultantes, debajo de alguna columna de la semana. Pero no concibo el momento en el que un honorable miembro del p¨²blico se vuelve un ¨¢ngel vengador que le canta la tabla a un autor en las redes sociales. Y mucho menos me explico el af¨¢n justiciero del m¨¦dico que le grit¨® ¡°hijueputa¡± al exalcalde Petro en la entrada de una cl¨ªnica o de la se?ora que se lanz¨® a ofender al expresidente Santos en un avi¨®n a Nueva York.
No. No entiendo. A mi modo de ver, hay all¨ª un desahogo, s¨ª, pero sobre todo un desequilibrio que encuentra un chivo expiatorio para ahorrarse el dinero de la terapia.
El v¨ªdeo de la insultadora es un v¨ªdeo sobre los principales malentendidos de estos d¨ªas: Santos viaja a Nueva York en un avi¨®n comercial, junto a una ventanilla de la primera clase, metido en lo suyo tal como lo prometi¨®, pero la se?ora se lanza a gritar : ¡°Mira: ?el presidente de Colombia que arruin¨® al pueblo, arruin¨® la ciudad, arruin¨® el mundo, arruin¨® todo!¡±. Y sigue: ¡°La falsa paz de Santos, eso, la falsa paz porque ninguna paz hay en Colombia¡±. Y, aunque un integrante de la tripulaci¨®n le pide calma, sigue: ¡°?Por qu¨¦ me va a mandar a callar si yo tengo el derecho?¡±. Y despu¨¦s de seis extenuantes horas de vuelo, y a pesar de que el expresidente mantiene la serenidad mientras recoge sus maletas y toma un taxi como cualquiera, la se?ora insiste en su faena vengadora: ¡°?Rev¨ªsalo bien que ah¨ª debe llevar la plata de Colombia!¡±, ¡°?ladr¨®n!¡±, ¡°m¨ªralo: nadie se voltea ya a mirarlo¡±, ¡°?d¨¦jalo por all¨¢ en el Bronx pa' que lo roben!¡±.
Digo que es un v¨ªdeo sobre los malentendidos de estos d¨ªas porque fue un senador del Centro Democr¨¢tico ¡ªel partido de Gobierno que no logra dejar de ser un partido de oposici¨®n, el partido de Gobierno que desde que Santos se fue no ha encontrado un enemigo a vencer ¡ªquien public¨® el v¨ªdeo orondo en las redes sociales: un senador, ni m¨¢s ni menos. Y sin embargo, aunque en un principio el hecho fue celebrado por las barras bravas de la derecha, aunque se defendi¨® el derecho a ofender a quien uno quiera y fue claro el deber de todos nosotros de soportar las andanadas y los discursos repugnantes en nombre de la libertad de expresi¨®n, la perorata injuriosa de la mujer fue le¨ªda como una muestra m¨¢s de que las redes sociales y los tel¨¦fonos inteligentes han tra¨ªdo una democracia nueva en la que cada vez se puede ser m¨¢s y se puede hablar m¨¢s, pero a¨²n no es obligatorio cumplir las viejas leyes.
Dicho de otro modo: la se?ora, en efecto, est¨¢ en todo su derecho de expresar su indignaci¨®n y su desprecio y su patolog¨ªa, pero, como esos pol¨ªticos que ahora se pasan la vida rectificando las barbaridades que tuitean en el ba?o de atr¨¢s, debe probar sus acusaciones. Por supuesto, en las democracias hay que tener cuero para los insultos y hay que soportarlos hasta que aparezca el taxi de rescate, pero el v¨ªdeo de la mujer que ¡°volver¨ªa a insultar a Santos¡± demuestra que nos parecemos m¨¢s de la cuenta a los l¨ªderes que miramos de reojo. Por fin podemos decir lo que queramos a la hora que queramos, pero abusamos de semejante poder ¡ªvamos de la calumnia a la injuria escudados por los likes¡ªcomo peque?os tiranos encogidos de hombros: ¡°?Ladr¨®n!¡±.
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