La negociaci¨®n
Hay gran maestr¨ªa cinematogr¨¢fica y valiente compromiso con la verdad hist¨®rica en esta obra de Margarita Mart¨ªnez
Un combatiente de las FARC rasura a un compa?ero en una barber¨ªa de campa?a. El barbero sostiene una hojilla de afeitar de doble filo prendida ente el ¨ªndice y el pulgar. Trabaja expertamemente, sin necesidad de maquinilla, mientras ambos combatientes conversan con quien suponemos es la directora del film, invisible, fuera del encuadre de una de las secuencias mejor logradas del documental colombiano La negociaci¨®n.
La escena ocurre en alg¨²n campamento, selva adentro, durante el intervalo que sigui¨® a la firma de los acuerdos de La Habana y en la inminencia, justamente, de concretarse la desmovilizaci¨®n del grupo armado.
La parla de la correcci¨®n pol¨ªtica describir¨ªa al barbero como un indiferenciado afrocolombiano cuando m¨¢s atinado ser¨ªa decir que es un mulato apuesto, sumamente locuaz y jovial. Como un ¡°negro lavadito y sangre liviana¡± lo habr¨ªa descrito mi mam¨¢, mestiza ella misma de canarios y zambos y, como casi todo el mundo en esta Am¨¦rica, muy atenta a los matices raciales.
El cliente de la barber¨ªa es un caballero con pinta de suboficial inmediato superior, aindiado, adusto y mucho m¨¢s corto de palabras, a quien el barbero ya ha motilado cuando llegan las c¨¢maras.
Motilar, por cierto, es una de esas palabras castizas, hoy en desuso en otras regiones de Am¨¦rica, que con su precisi¨®n y sonoridad infunden vida al espa?ol hablado en Colombia. El barbero y su cliente se expresan en ese espa?ol que digo y su tema es la dejaci¨®n de las armas.
Oy¨¦ndolos, uno advierte que la afici¨®n por las distinciones esenciales, la precisi¨®n y el buen decir no est¨¢ en este pa¨ªs confinada al mundo de las academias o a la c¨¢tedra de Derecho Comparado. Una de las f¨®rmulas coloquiales colombianas que m¨¢s me gusta o¨ªr es ¡°?me hago entender?¡±
Pues bien, el barbero insiste en subrayar que ¡°dejar las armas¡± no significa lo mismo ni se escribe igual que ¡°entregar las armas¡±. Ambos combatientes atribuyen a dejar las armas el valor de una soberana determinaci¨®n que se toma sin coacci¨®n, luego de meditarlo mucho, algo que entra?a generosidad y no poco hero¨ªsmo c¨ªvico.
En cambio, entregar las armas es lo que se te impone por v¨ªa de los hechos, cuando eres derrotado militarmente y ocurre una rendici¨®n con manos en la nuca. De la escena emanan, densamente, toda la incertidumbre y temores que experimentaron Gobierno y guerrilla a lo largo de los cuatro a?os que tom¨® arribar a un acuerdo.
Ante el espectador de La negociaci¨®n, aun a sabiendas de que el proceso de paz culmin¨® m¨¢s que razonablemente bien, cobran forma las dificultades de poner fin a medio siglo de guerra por la v¨ªa del di¨¢logo. El film documenta toda la negociaci¨®n, desde los t¨ªmidos amagos hechos por ambas partes, acaso con solo la mitad del coraz¨®n, ¡°sin creer ni dejar de creer¡±.
Hay gran maestr¨ªa cinematogr¨¢fica y valiente compromiso con la verdad hist¨®rica en esta obra. El film atestigua todo, desde las iniciales conversaciones secretas hasta la firma de los acuerdos, sin descuidar los momentos de desfallecimiento ante la posibilidad de un fracaso.
Quiz¨¢ las secuencias m¨¢s conmovedoras sean las que recogen, con todo su candor, las reacciones de los negociadores de ambos bandos ante el sorpresivo no del plebiscito de octubre de 2016.
Los realizadores de La negociaci¨®n?no se achican ante los enormes obst¨¢culos que se alzan ante la consolidaci¨®n de la paz y el logro de algo quiz¨¢ a¨²n m¨¢s dif¨ªcil: derrotar a los detractores de la reconciliaci¨®n y la normalidad democr¨¢tica. Tal vez esto ¨²ltimo sea mucho esperar de un documental, pero sin duda har¨¢n su parte las secuencias que se detienen en el drama de los mutilados de guerra para documentar c¨®mo la firma de la paz ha vaciado de soldados heridos graves las salas del Hospital Militar, otrora congestionadas.
El ¡°catastrofismo¡± y la negatividad colombianas que muchos autores, como Albert Hirschman, Eduardo Posada Carb¨®, Jorge Giraldo Ram¨ªrez y Alejandro Gaviria, han denunciado y lamentado, tiene en La negociaci¨®n un contradictor muy persuasivo y de superlativa factura cinematogr¨¢fica.
El notable film de la prestigiosa Margarita Mart¨ªnez merece difusi¨®n continental en una regi¨®n que, como la nuestra, no las piensa mucho para irse a las manos.
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