Memorias de un Incendiario
Am¨¦rica Latina empieza poblarse de pir¨®manos que no solo perecer¨¢n consumidos por las llamas, sino que en su idealismo suicida, acabar¨¢n tambi¨¦n convirtiendo en cenizas a sus pa¨ªses
Siempre disfrut¨¦ jugar con fuego en situaciones de alto riesgo. Imposible olvidar cuando una ma?ana ciertamente c¨¢lida, antes del arribo de la primavera, cuando el campo respiraba unos intensos calores que parec¨ªan surgir del centro mismo de la tierra, decid¨ª incendiar una enorme pradera reseca en el coraz¨®n de M¨¦xico. Entusiasmado y divertido arroj¨¦ cerillos encendidos al tiempo que interpretaba una danza macabra, en la que invitaba a la muerte, mientras lanzaba gritos al cielo a la espera de un castigo divino.
Las siniestras voces del desastre no se hicieron esperar y muy pronto la conflagraci¨®n se hizo presente, en tanto el fuego devoraba gozoso grandes extensiones quemando cuanto se encontrara a su paso y matando a cualquier ser vivo incapaz de huir de la velocidad a la que propagaban las llamas. El color ocre del campo muy pronto se convirti¨® en una llanura negra cubierta por ceniza. Sin embargo, dej¨¦ de tomar en cuenta que por el flanco derecho, de donde se escuchaban crujidos ¨ªgneos de horror, el viento, siempre veleidoso, me jug¨® una mala pasada al girar repentinamente en direcci¨®n al lugar, en donde yo alardeaba de dominar el fuego, uno de los m¨¢s peligrosos elementos existentes en la naturaleza.
Al percatarme del peligro en el que me encontraba, trat¨¦ de huir despavorido de la infernal voracidad de las llamas y de la furia incontenible del viento que parec¨ªa perseguirme goloso como a mi propia sombra. Un calor endemoniado me abrazaba por la espalda como si se tratara de mil lenguas de fuego que empezaron a consumir mi ropa y a chamuscar mis carnes mientras yo lanzaba alaridos estremecedores que nadie escuch¨®. El cuerpo del incendiario qued¨® reducido a meras cenizas, si bien era identificable solamente una parte de su osamenta.
La narraci¨®n anterior viene al cuento porque Am¨¦rica Latina se va poblando de pir¨®manos, supuestamente decididos a erradicar la pobreza en cualquiera de sus manifestaciones. Con sus mejores intenciones est¨¢n hundiendo a¨²n m¨¢s a sus naciones en privaciones materiales apartadas del m¨¢s elemental bienestar prometido a sus gobernados.
Inflaciones como la venezolana de m¨¢s un mill¨®n por ciento, la expropiaci¨®n de empresas, los aumentos salariales por decreto, la agresi¨®n a los inversionistas nacionales y extranjeros, las catastr¨®ficas devaluaciones, la inexistencia del Estado de Derecho y la desaparici¨®n de poderes, el ¡°gobierno¡± de un solo hombre que dicta el destino de su pa¨ªs de acuerdo a sus estados de ¨¢nimo sin contrapeso alguno, son primeros resultados de la utilizaci¨®n irresponsable del fuego.
La aparici¨®n de l¨ªderes militares y sindicales, una temeraria elite privilegiada armada con sus respectivos cerillos ya encendidos que est¨¢n arrojando en el seno de las empresas, incendi¨¢ndolas y conduci¨¦ndolas al cierre, mientras sus due?os huyen despavoridos con sus recursos en busca de latitudes seguras, en los mismos lugares o similares, en donde los tiranos que entienden popularmente el dinero como el excremento del diablo, arraigan tambi¨¦n sus capitales robados al erario, en bancos for¨¢neos ubicados en para¨ªsos fiscales.
Todos deseamos que los trabajadores latinoamericanos ganen millones de pesos, imposible negarse al bienestar de mis hermanos continentales, sin embargo, existe un detalle infranqueable llamado realidad, la cual es muy terca y muy dif¨ªcil de convencer. Am¨¦rica Latina empieza poblarse de pir¨®manos que no solo perecer¨¢n consumidos por las llamas, sino que en su desastre personal, en su idealismo suicida, acabar¨¢n tambi¨¦n convirtiendo en cenizas a sus respectivos pa¨ªses.
La econom¨ªa tiene reglas muy claras que no pueden ser derogadas de un plumazo por la verborrea. Cada populista tiene un cerillo encendido en sus manos, como fue el caso de los hermanos Castro, y lo es de Maduro, L¨®pez Obrador y Daniel Ortega, entre otros m¨¢s. No se pueden incinerar los principios m¨¢s elementales de la econom¨ªa con armas o con d¨®lares. Finalmente dicha realidad acaba por imponerse como invariablemente acontece, pero eso s¨ª, en un ambiente de devastaci¨®n social parecido a los campos cubiertos por cenizas, desde donde costar¨¢ inmensos trabajos empezar un nuevo proceso de reconstrucci¨®n nacional. Cuid¨¦monos de los pir¨®manos, es decir, de los populistas, que hoy lamentablemente proliferan por todo el mundo.
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