Reino Unido, en guerra civil
Acabe como acabe, el Brexit se ha convertido en un peligroso agente infeccioso que fomenta la divisi¨®n
Es igual c¨®mo acabe el Brexit: el da?o ya est¨¢ hecho. El Reino Unido de Gran Breta?a e Irlanda del Norte est¨¢ en guerra civil. Y seguir¨¢ as¨ª por mucho tiempo. No es una guerra con soldados ni con guerrilleros, no hay tiros ni bombardeos, no hay campos de prisioneros ni de refugiados. Pero hay guerra. Una guerra civil propagada por ese agente t¨®xico de la discordia y la divisi¨®n llamado Brexit.
El pa¨ªs est¨¢ dividido en dos mitades de peso muy semejante entre brexiteers (los que se quieren ir de la Uni¨®n Europea) y remainers (los que se quieren quedar). Eso ya era as¨ª tras el refer¨¦ndum de junio de 2016, pero ahora esas dos mitades est¨¢n cada vez m¨¢s radicalizadas y cada grupo se divide en nuevas mitades enfrentadas, lo que dificulta cualquier posici¨®n com¨²n dentro del pa¨ªs.
El parlamento est¨¢ dividido hasta el punto de que sabe lo que no quiere (no quiere irse sin acuerdo) pero no es capaz de formar una mayor¨ªa sobre lo que quiere. Los dos grandes partidos est¨¢n tambi¨¦n divididos, y esa divisi¨®n est¨¢ en la base de la incapacidad para dar con una soluci¨®n que tenga no ya un consenso amplio, sino una mayor¨ªa suficiente. El Gobierno est¨¢ dividido desde siempre, pero la divisi¨®n es ya tan profunda que los ministros votan cosas distintas unos y otros seg¨²n sus preferencias, haciendo a?icos la disciplina y colegialidad del Gabinete.
?Qui¨¦n tiene la culpa de todo esto? Hay muchos culpables, con distintas gradaciones de responsabilidad. Estos son algunos de ellos, citados por orden de aparici¨®n en escena en esta gran farsa.
Con David Cameron empez¨® todo: convoc¨® el refer¨¦ndum para zafarse de la creciente competencia del xen¨®fobo UKIP con tanta arrogancia que ni siquiera previ¨® una salida de emergencia en caso de derrota (por ejemplo: que cualquier acuerdo de salida tuviera que ser ratificado en un nuevo refer¨¦ndum).
Theresa May, su sucesora y te¨®rica remainer, abraz¨® la fe del converso para reforzar su poder y la unidad interna del Partido Conservador y se fue tan a la derecha que dio carta de naturaleza a la idea de un Brexit duro, dur¨ªsimo, aumentando as¨ª el poder y la influencia de los eur¨®fobos fan¨¢ticos en el partido. Son estos los que (de momento¡) han boicoteado la posibilidad de que el acuerdo entre May y el resto de socios obtuviera el aval de Westminster.
Esos eur¨®fobos, con el ultra Jacob Rees-Mogg a la cabeza, han acabado perdiendo el sentido de la realidad y han logrado que los votantes favorables al Brexit est¨¦n cada vez m¨¢s favor de una salida sin acuerdo, un brindis al sol que nunca se pon¨ªa en el Imperio Brit¨¢nico.
Los laboristas, liderados por un brexiteer, Jeremy Corbyn, a pesar de que sus votantes est¨¢n mayoritariamente a favor de la permanencia en la UE, solo se han preocupado de debilitar al Gobierno con el objetivo de provocar elecciones anticipadas.
Incluso los remainers tienen el pecado de seguir azuzando el miedo al Brexit en lugar de explicar las enormes y numerosas ventajas que tienen los brit¨¢nicos en su vida cotidiana por ser miembros de la Uni¨®n Europea.
En esas circunstancias, cualquier acuerdo que alcance el parlamento, ahora, dentro de tres meses o dentro de un a?o, carece de verdadera legitimidad. La realidad es que el pacto alcanzado por Theresa May con Bruselas, del que todos reniegan por intereses propios, no es ni duro ni blando: es un acuerdo a ciegas (la relaci¨®n futura, que es lo que realmente importa, est¨¢ toda ella por decidir) que tiene la ventaja de saldar muchos problemas (sobre todo, la factura del divorcio y el estatuto de los expatriados a ambos lados del canal de la Mancha) y de dar a las empresas un periodo transitorio para que se preparen (que se preparen, quiz¨¢s, para marcharse de Reino Unido¡).
Ni siquiera la famosa salvaguarda sobre la frontera entre Irlanda del Norte y la Rep¨²blica de Irlanda es un verdadero problema. Primero, porque la UE no tiene ning¨²n inter¨¦s en que Reino Unido siga en la uni¨®n aduanera de forma indefinida al tiempo que puede restringir el acceso de los trabajadores comunitarios. Y, segundo, porque es falso que la otra soluci¨®n (una frontera comercial entre la isla de Irlanda y Gran Breta?a) sea un agravio inaceptable que divida de hecho al Reino Unido y lo convierta en un Estado vasallo. Hay otro estado en la UE, a¨²n m¨¢s preocupado por cuestiones de integridad territorial, llamado Espa?a. En Espa?a, las islas Canarias no formaron parte del Mercado Interior durante a?os y a¨²n hoy gozan de un estatuto fiscal diferenciado, y Ceuta y Melilla no est¨¢n en la Uni¨®n Aduanera. A nadie se le ha ocurrido pensar que sean por ello menos espa?olas o que Espa?a sea un vasallo de la UE. El rechazo a la salvaguarda irlandesa es, exclusivamente, del unionismo radical, del que hoy por hoy depende la mayor¨ªa del Partido Conservador en Westminster.
La mejor soluci¨®n a este berenjenal es que el acuerdo alcanzado entre Londres y Bruselas sea sometido a votaci¨®n a los brit¨¢nicos en un refer¨¦ndum con dos preguntas o un refer¨¦ndum a dos vueltas: si el acuerdo se aprueba, problema resuelto; si se rechaza, un segundo voto o una segunda papeleta ha de decidir si Reino Unido se va sin acuerdo o se queda. No es tan complicado.
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