Por qu¨¦ la presidencia de la Comisi¨®n Europea es el puesto clave del engranaje comunitario
Un gran debate en el Parlamento marca este mi¨¦rcoles la pugna por el cargo
Este mi¨¦rcoles, a las 21.00, se celebrar¨¢ en Bruselas el gran debate entre los candidatos de los principales partidos a presidir la Comisi¨®n Europea. El hemiciclo del Parlamento Europeo en Bruselas se transformar¨¢ para la ocasi¨®n en una suerte de estudio televisivo donde los representantes de seis partidos confrontar¨¢n sus diversas ofertas para las elecciones europeas del 26 de mayo.
Se trata del primer asalto por hacerse con el puesto m¨¢s deseado por todos los Gobiernos de la Uni¨®n, la joya del engranaje comunitario que todos persiguen. Una vez otorgado, sin embargo, las capitales suelen volverse contra la persona elegida. Y el pr¨®ximo presidente, como los anteriores, parece condenado a sufrir la presi¨®n, cr¨ªticas y reproches de esos mismos Gobiernos (incluido, con toda probabilidad, el de su pa¨ªs de origen) tan pronto como asuma la presidencia el pr¨®ximo 1 de noviembre (si se cumple el calendario previsto).
Ese es el amargo precio a pagar por ocupar el cargo m¨¢s importante de la UE, desde el que se ejerce un poder trascendental como timonel y ¨¢rbitro de un club de m¨¢s de 500 millones de ciudadanos. El organismo cuenta con un imponente aparato de m¨¢s casi 30.000 empleados que le permite plantear m¨¢s de un centenar de proyectos legislativos al a?o, aunque la actual Comisi¨®n, bajo la presidencia de Jean-Claude Juncker, ha reducido el ritmo dr¨¢sticamente.
El Tratado de la UE confiere a la Comisi¨®n el monopolio del derecho de iniciativa legislativa y la designa como guardiana del cumplimiento de los tratados, es decir, la encargada de velar por que todos los Estados miembros cumplan a rajatabla la normativa europea. Esos poderes inmensos dentro del club convierten a cada uno de sus miembros (un comisario por pa¨ªs, 28 en la actualidad) en una preciada pieza pol¨ªtica.
Pero es su presidente, primus inter pares, el que marca la estructura del organismo y orienta en gran parte su sesgo pol¨ªtico. De ah¨ª que su nombramiento se transforme cada cinco a?os en una aut¨¦ntica batalla campal. Son los presidentes de Gobierno quienes proponen al candidato por mayor¨ªa cualificada. Despu¨¦s, la decisi¨®n tiene que ser sometida al Parlamento Europeo y, para que salga adelante, debe ser aprobada por mayor¨ªa absoluta.
Nombramientos
En 2014, contra todo pron¨®stico, el Parlamento consigui¨® de facto el control de los nombramientos de la presidencia de la Comisi¨®n. Los grupos parlamentarios se conjuraron para imponer un proceso de selecci¨®n basado en los cabezas de cartel de las elecciones europeas (aunque fue una decisi¨®n pol¨ªtica, porque esta f¨®rmula no est¨¢ recogida en ning¨²n tratado). Este sistema abri¨® el camino para Jean-Claude Juncker (candidato del PPE) que, en otro caso, hubiera sido rechazado por el Consejo, donde contaba con muchos pa¨ªses en contra, entre ellos, el Reino Unido.
Los presidentes de Gobierno procuran buscar un perfil adecuado a sus intereses. Pero desde el primer presidente de la Comisi¨®n, el alem¨¢n Walter Hallstein (1958-1967), hasta el actual, Jean-Claude Juncker (2014-2019), rara vez la sinton¨ªa se mantiene despu¨¦s del nombramiento.
Hallstein ¡°abraza con ardor la causa del s¨²per Estado y emplea toda su habilidad para obtener que la Comunidad tome ese car¨¢cter y figura. De Bruselas, donde reside, ha hecho una especie de capital¡±, lamentaba ya en los a?os 50 el presidente franc¨¦s, Charles De Gaulle. Las memorias del general no ocultan su desconfianza y hasta desprecio por una capital europea que considera plata de ¡°campeones de la integraci¨®n, para quienes ya existe un gobierno europeo, en forma de Comisi¨®n¡±.
Las reticencias de las grandes capitales, como Par¨ªs y Berl¨ªn, se han mantenido con los 12 presidentes que han ocupado el cargo desde hace m¨¢s de 60 a?os. Tal vez, el menos castigado por esa maldici¨®n fue el franc¨¦s, Jacques Delors (1985-1995), que logr¨® un tremendo impulso al proyecto comunitario con la complicidad de Helmut Kohl y Fran?ois Mitterrand. Los dos mandatos de Delors sentaron las bases del euro, crearon el mercado ¨²nico y desarrollaron la pol¨ªtica de cohesi¨®n.
Pero incluso Delors, como recuerda en sus Memorias, tuvo que lidiar al principio de su mandato con maniobras de Berl¨ªn y Par¨ªs para orillar a la Comisi¨®n y reservar todo el poder al Consejo (donde se sientan los Gobiernos).
Otros presidentes corrieron mucha peor suerte. Jacques Santer (1995-1999), uno de los tres luxemburgueses que han llegado a la c¨²spide comunitaria (con Juncker y Gaston Thorn), tiene en su lamentable haber la dimisi¨®n de toda la Comisi¨®n tras diversos esc¨¢ndalos de corrupci¨®n. La ca¨ªda de Santer, por cierto, llev¨® al espa?ol Manuel Mar¨ªn, entonces comisario, a ocupar de manera interina la presidencia de la Comisi¨®n durante seis meses, hasta la llegada de Romano Prodi como nuevo presidente (1999-2004).
Prodi choc¨® frontalmente con la Alemania de Gerhard Schr?der, entre otros pa¨ªses. Y su Comisi¨®n, cargada de pesos pesados como pocas veces (Pascal Lamy, Chris Patten, Loyola de Palacio, Pedro Solbes, Mario Monti¡) supuso una seria pesadilla para muchos Gobiernos, sindicatos (en pie de guerra contra la directiva Bolkestein o para las grandes multinacionales como Microsoft (que acabaron pagando cientos de millones de euros en multas).
Los Gobiernos aprendieron la lecci¨®n y ataron mucho m¨¢s corto a las siguientes Comisiones, bajo presidencia de Jos¨¦ Manuel Dur?o Barroso (2004-2014). La crisis permiti¨® a la canciller alemana, Angela Merkel, imponer un control intergubernamental que orill¨® o ningune¨® a Bruselas en la medida de lo posible. Merkel plante¨® el llamado ¡°m¨¦todo de la Uni¨®n¡±, controlado por las capitales, como alternativa al m¨¦todo comunitario que coloca a la Comisi¨®n en el eje del inter¨¦s europeo. El Tratado de Lisboa, adem¨¢s, cre¨® una nueva presidencia, en el Consejo Europeo, que pretend¨ªa disputar o, al menos reducir, el poder del hist¨®rico organismo.
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