El mundo secreto de los adolescentes inmigrantes que trabajan en peligrosos turnos nocturnos en f¨¢bricas suburbanas en EE UU
Durante el d¨ªa, extranjeros menores de edad van a la secundaria. Por la noche, trabajan en f¨¢bricas para pagar deudas del viaje y mandar dinero a sus familias. El trabajo infantil no sorprende a las autoridades. Tampoco est¨¢n haciendo mucho sobre el tema
Es un poco antes de las seis de la ma?ana y todav¨ªa est¨¢ oscuro cuando Garc¨ªa regresa a casa del trabajo esta ma?ana de octubre. El apartamento donde vive con su t¨ªo y su t¨ªa est¨¢ en silencio. Ya se han ido a sus puestos de trabajo.
Despu¨¦s de nueve horas regando a alta presi¨®n maquinaria en una planta de procesamiento de alimentos, Garc¨ªa est¨¢ cansado y hambriento. Pero tiene menos de una hora para prepararse para ir a la escuela secundaria, donde es estudiante de tercer a?o. Se ducha r¨¢pidamente, se viste, y recalienta restos de un caldo de pollo como la comida que ¨¦l llama su cena. Entonces se bebe de un trago un poco de caf¨¦, se lava los dientes y sale para alcanzar el autob¨²s del colegio que espera cerca del l¨ªmite del extenso complejo de apartamentos.
Aqu¨ª en el suburbio de Chicago conocido como Bensenville, y en lugares parecidos a lo largo de Estados Unidos, adolescentes guatemaltecos como Garc¨ªa pasan sus d¨ªas en clases aprendiendo ingl¨¦s y ¨¢lgebra y qu¨ªmica. Durante la noche, mientras sus compa?eros de clase duermen, ellos trabajan para pagar deudas a los coyotes que les ayudaron a cruzar y a sus patrocinadores, para contribuir en el pago de alquileres y facturas, para comprar provisiones y zapatos, y para mandar dinero a casa a los padres y hermanos que dejaron atr¨¢s.
Est¨¢n entre las decenas de miles de j¨®venes que han llegado a Estados Unidos durante los ¨²ltimos a?os, algunos como menores no acompa?ados, otros junto a uno de sus progenitores, y fueron parte de una ola de migrantes centroamericanos solicitando asilo en el pa¨ªs.
En la zona de Urbana-Champaign, sede de la Universidad de Illinois, oficiales de uno de los distritos escolares dicen que ni?os y adolescentes reparan tejados, lavan platos y pintan apartamentos universitarios fuera del campus. En New Bedford, Massachusetts, un l¨ªder sindical guatemalteco de origen ind¨ªgena ha escuchado quejas de trabajadores adultos en la industria de empacadoras de pescado que est¨¢n perdiendo trabajos que van a j¨®venes de 14 a?os. En Ohio, hay menores trabajando en peligrosas plantas de procesamiento de pollo.
ProPublica ha entrevistado a 15 menores y j¨®venes adultos solo en Bensenville que dicen que trabajan o han trabajado siendo menores en m¨¢s de dos docenas de f¨¢bricas y otras instalaciones en las afueras de Chicago, normalmente a trav¨¦s de agencias de empleo temporal, y casi todos en situaciones donde las leyes federales y estatales que regulan el trabajo de ni?os prohibir¨ªan expl¨ªcitamente su contrataci¨®n.
Aunque la mayor¨ªa de los menores entrevistados para este reportaje ahora ha cumplido los 18 a?os, solo aceptaron hablar bajo la condici¨®n de no ser plenamente identificados y de no nombrar a sus empleadores porque temen perder sus trabajos, da?ar sus casos de inmigraci¨®n o enfrentarse a sanciones penales.
Algunos empezaron a trabajar cuando ten¨ªan tan solo 13 o 14 a?os, empacando los dulces que los estadounidenses encuentran al lado de la caja del supermercado, cortando las tajadas de carne cruda que acaban en sus congeladores, y cociendo, en hornos industriales, las pastas que se toman con el caf¨¦. Garc¨ªa, que ahora tiene 18 a?os, ten¨ªa 15 cuando consigui¨® su primer trabajo en una f¨¢brica de piezas para autom¨®viles.
Como muchos obreros adultos, frecuentemente ni saben los nombres de las f¨¢bricas donde trabajan. Se refieren a ellas, en espa?ol, por el producto que fabrican o empacan u ordenan: los dulces, los metales o las mangueras.
Los menores usan tarjetas de identidad falsas para conseguir los trabajos a trav¨¦s de agencias de empleo temporal que reclutan a inmigrantes y, a sabiendas o no, aceptan los documentos que les entregan. Trabajar el turno de noche permite a los j¨®venes asistir al colegio durante el d¨ªa. Pero es un sacrificio brutal: se quedan dormidos en clase; muchos, a la larga, abandonan los estudios. Y algunos, como Garc¨ªa, se lesionan. Sus cuerpos muestran las cicatrices de cortes y otras lesiones de trabajo.
Activistas laborales dicen que hace tiempo que escuchan rumores sobre el trabajo infantil, pero cuando intentan indagar m¨¢s, nadie quiere hablar. Obreros adultos en algunas f¨¢bricas dicen que encuentran de forma rutinaria a ni?os cuando hacen sus turnos. Y maestros de colegios dicen que han tenido estudiantes que se lesionaron en el trabajo y no pidieron ayuda porque ten¨ªan demasiado miedo a meterse en problemas.
Mientras tanto, las agencias gubernamentales con la misi¨®n de hacer cumplir las leyes sobre el trabajo infantil no van buscando infracciones, aunque algunos funcionarios dicen que no les sorprende escuchar lo que est¨¢ pasando. En lugar de eso, esas agencias esperan que las quejas lleguen a ellas, y casi nunca llegan.
Las empresas se benefician del silencio. Es un secreto a voces que nadie quiere revelar, y menos que nadie los menores que trabajan.
Antes de desaparecer dentro de atestadas l¨ªneas de ensamblaje, los j¨®venes inmigrantes guatemaltecos de Bensenville llegaron a Estados Unidos como parte de una nueva ola de j¨®venes centroamericanos en busca de asilo que han captado el inter¨¦s de la naci¨®n en los ¨²ltimos a?os.
Muchos de ellos pasaron por la red federal de albergues para menores inmigrantes no acompa?ados que fueron objeto de escrutinio en 2018 durante la pol¨ªtica de la Administraci¨®n Trump de separar a los ni?os de sus padres. Mientras esperaban semanas o meses para ser puestos bajo la tutela de sus custodios o patrocinadores, se sent¨ªan cada vez m¨¢s ansiosos por sus crecientes deudas de inmigraci¨®n, desesperados por salir y poder trabajar para que sus familias en sus pa¨ªses de origen no sufrieran las consecuencias del incumplimiento de un pr¨¦stamo.
¡°Honestamente, creo que casi todo el mundo en el sistema sabe que la mayor¨ªa de los j¨®venes vienen a trabajar y mandar dinero a casa¡±, dice Maria Woltjen, directora ejecutiva y fundadora del Young Center for Immigrant Children¡¯s Rights (Centro Young por los Derechos de los Ni?os Inmigrantes), una organizaci¨®n nacional que aboga en los tribunales por los ni?os inmigrantes. ¡°Quieren ayudar a sus padres¡±.
Pero, ya estuvieran en un albergue en Florida, California o Illinois, los menores escucharon advertencias parecidas del personal de los centros: ten¨ªan que matricularse en un colegio y no meterse en l¨ªos. Los jueces de inmigraci¨®n que iban a decidir sus casos, seg¨²n dijeron a los j¨®venes, no quer¨ªan ni o¨ªr hablar de que estuvieran trabajando.
¡°En la casa hogar, te preguntan: ¡®?Con quien vas a vivir? ??l te va mantener?¡±, dice un joven de 19 a?os que pas¨® casi seis meses en un albergue de Nueva York antes de que una amiga de la familia en Bensenville aceptara acogerle. ¡°Y t¨² dices que s¨ª. ??l se va hacer cargo de ti? S¨ª. ??l te va llevar a la escuela? S¨ª¡±.
Garc¨ªa tambi¨¦n hab¨ªa escuchado esto en el centro de Arizona donde pas¨® seis semanas despu¨¦s de dejarse detener por agentes en la frontera de Estados Unidos y M¨¦xico. Sab¨ªa que no le estaba permitido trabajar, pero tambi¨¦n sab¨ªa que no ten¨ªa opci¨®n. ¡°No ten¨ªa a nadie aqu¨ª que me pudiera mantener¡±, cuenta.
Ten¨ªa 15 a?os y ten¨ªa deudas para pagar, empezando con los aproximadamente 3.000 d¨®lares que deb¨ªa al coyote que le hab¨ªa guiado a trav¨¦s de M¨¦xico desde Guatemala. Para financiar el viaje, sus padres hab¨ªan pedido un pr¨¦stamo bancario, usando su casa como aval. Si no pagaba la deuda, su familia podr¨ªa perder su hogar.
Garc¨ªa hizo la traves¨ªa al norte en la primavera del 2018 para escapar de las pandillas y la pobreza de Huehuetenango, la capital del Estado del mismo nombre en el oeste.
Un muchacho delgado y t¨ªmido de sonrisa f¨¢cil, a Garc¨ªa no le gustaba imaginar su futuro en Guatemala. Otros chicos de su edad ya hab¨ªan dejado el colegio, incapaces de pagar las cuotas, y trabajaban a tiempo completo. A¨²n si Garc¨ªa terminara la secundaria, era probable que acabar¨ªa trabajando en la construcci¨®n para el resto de su vida, como su padre. Durante los fines de semana y las vacaciones escolares, ten¨ªa un trabajo como ayudante de alba?il. Pod¨ªa ganar alrededor de 350 quetzales, (alrededor de unos 45 d¨®lares actuales), por seis d¨ªas de trabajo. No era mucho, pero normalmente era lo suficiente para cubrir las cuotas del colegio y los libros. Sus padres no siempre pod¨ªan permitirse ayudarle.
¡°Se siente uno culpable,¡± dijo su madre, Juana, una cocinera de restaurante en Huehuetenango que plancha y lava ropa en su tiempo libre para ganarse un sueldo adicional. ¡°Dice uno, ¡®ojal¨¢ pudiera yo conseguir un buen trabajo donde me paguen bastante, para poder cumplirle los sue?os a mis hijos, para que culminen sus estudios en la carrera que quieran.¡¯ Pero por m¨¢s que uno haga, no logra ganar lo suficiente para sacarlos adelante¡±.
Durante a?os, ni?os y familias han huido del altiplano empobrecido de Guatemala mientras corr¨ªa la voz de que era f¨¢cil para menores¡ªo adultos acompa?ados por un ni?o¡ªentrar en Estados Unidos y pedir asilo. Desde 2012 hasta el a?o pasado, el n¨²mero de guatemaltecos detenidos en la frontera salt¨® de 34.000 a m¨¢s de 264.000, seg¨²n informes federales. De los detenidos el a?o pasado, aproximadamente el 80% eran familias o ni?os viajando solos.
Los otros j¨®venes que se establecieron finalmente en Bensenville se fueron por todo tipo de razones: uno dice que su padre le pegaba cuando beb¨ªa, le quem¨® la mano con el motor caliente de una motocicleta y despu¨¦s le ech¨® de casa; otro asegura que tem¨ªa ser agredido f¨ªsicamente por ser gay; otros cuentan que vinieron para reunirse con padres que hab¨ªan emigrado a?os antes.
Para Garc¨ªa, emigrar representaba la posibilidad de amparo, de un diploma de secundaria, y quiz¨¢s hasta de ir a la universidad y estudiar para ser arquitecto, todo mientras pod¨ªa seguir ganando d¨®lares para mandar a su familia. Le dijo a sus padres que quer¨ªa intentarlo. Su madre implor¨® a Garc¨ªa, el m¨¢s joven de tres hermanos, que no se fuera de su lado. Pero su padre, que hab¨ªa pasado alg¨²n tiempo en EE UU cuando Garc¨ªa era mucho m¨¢s joven, dijo que pod¨ªa irse.
El viaje puede ser traum¨¢tico, hasta violento. Pero Garc¨ªa lleg¨® ileso, viajando en autobuses y caminando largos trechos en M¨¦xico. D¨ªas despu¨¦s de entregarse a agentes en la frontera, lleg¨® al albergue de Phoenix donde los empleados verificaron su relaci¨®n con una t¨ªa materna en Bensenville quien hab¨ªa acordado acogerle. A trav¨¦s de Garc¨ªa, su t¨ªa declin¨® hablar con ProPublica para este reportaje.
Los tutores tienen la obligaci¨®n de garantizar que pueden cuidar a los ni?os, lo que incluye proporcionar apoyo financiero y una situaci¨®n de vivienda apropiada, seg¨²n la oficina federal de reubicaci¨®n de refugiados (Office of Refugee Resettlement, en ingl¨¦s), que administra el programa de albergues. Por regla general, pagan el costo de los viajes de los menores desde los albergues hasta sus casas. Y no se les permite exigir a un ni?o que trabaje para pagar la deuda de ¨¦l o su familia o que pague por habitaci¨®n y comida.
El personal de los albergues tiene la obligaci¨®n de llamar para controlar la situaci¨®n de los ni?os 30 d¨ªas despu¨¦s de su liberaci¨®n y asegurarse de que todav¨ªa viven con sus tutores, est¨¢n seguros, est¨¢n matriculados en un colegio, y est¨¢n al tanto de las fechas de sus futuras comparecencias en las cortes de inmigraci¨®n. El seguimiento normalmente termina ah¨ª.
Pero los tutores, especialmente aquellos que no son familia inmediata, frecuentemente piden a los menores que paguen por los costos del viaje, adem¨¢s de una parte del alquiler y de otras facturas. Algunas veces cobran una contribuci¨®n adicional que puede llegar a 500 d¨®lares o m¨¢s. Para los menores, es un intercambio justo: pueden ver que sus parientes apenas van tirando, muchas veces viviendo en lugares reducidos y trabajando en m¨²ltiples empleos.
La t¨ªa de Garc¨ªa, que hab¨ªa emigrado a?os antes con su familia, era reacia a hospedarle. ¡°Aqu¨ª es demasiado duro¡±, recuerda Juana la explicaci¨®n que le dio su hermana. ¡°Tenemos que luchar bastante. Tenemos que enfrentarnos a muchas cosas. ?l est¨¢ muy peque?o¡±. Pero ante la insistencia de Garc¨ªa, su madre trat¨® de convencer de nuevo a la mujer. ¡°No tengo a quien m¨¢s acudir sino a ti¡±, implor¨®. ¡°Ay¨²danos para que ¨¦l pueda estar all¨¢ y con nuestra propia familia¡±.
Finalmente, su hermana cedi¨®, pero dej¨® claro que no pod¨ªa permitirse alimentar otra boca. Sus propios env¨ªos de dinero ya manten¨ªan a la abuela de Garc¨ªa en su pa¨ªs. Si ven¨ªa, Garc¨ªa tendr¨ªa que trabajar para pagar su parte de los gastos. ?l inmediatamente acept¨® el trato.
A los pocos d¨ªas de su llegada, Garc¨ªa acompa?¨® a sus t¨ªos a la f¨¢brica donde trabajaban haciendo piezas para autom¨®vil. Fue contratado para un turno de seis de la tarde a seis de la ma?ana limpiando tornillos y tuercas reci¨¦n fabricadas con una pistola de aire. Los obreros usaban gafas de seguridad para protegerse de las esquirlas de metal que saltaban contra sus caras. Era un trabajo sucio. ¡°No me gust¨®, trabajar as¨ª con mucho aceite¡±, recuerda Garc¨ªa. ¡°Y siempre era peligroso¡±.
Garc¨ªa no era directamente contratado por la f¨¢brica. En vez de eso, consigui¨® el empleo a trav¨¦s de una ¡°oficina¡±, la palabra que inmigrantes hispanohablantes usan para describir las docenas de agencias de trabajo temporal que emplean a miles de obreros en Illinois. En algunos casos, los menores entrevistados por ProPublica ¡ªtodos varones menos uno¡ª dicen que ni conocen el nombre de la agencia de contrataci¨®n que les emplea; es simplemente el sitio donde alguien les dijo que pod¨ªan encontrar trabajo.
En d¨¦cadas recientes, las f¨¢bricas americanas han intensificado su giro hacia agencias temporales de empleo para cubrir sus puestos de trabajo. Las agencias ofrecen flexibilidad en el empleo y pueden ayudar a las empresas a escudarse contra asuntos legales relacionados con el estatus migratorio dudoso de algunos empleados o reclamaciones de compensaci¨®n laboral porque las agencias son el empleador directo. ProPublica ha cubierto ampliamente lesiones y explotaci¨®n que est¨¢n vinculadas al trabajo temporal. Algunas agencias activamente reclutan a inmigrantes; durante los ¨²ltimos meses, al menos dos agencias temporales llenaron el c¨¦sped del complejo de apartamentos en Bensenville con carteles promocionando empleos, incluido uno que ofrec¨ªa una bonificaci¨®n de 200 d¨®lares despu¨¦s de cuatro semanas de trabajo.
Seg¨²n las versiones de los menores, la edad raramente surge como tema cuando intentan conseguir trabajo.
Ramos ten¨ªa 14 a?os y acababa de terminar el octavo grado cuando consigui¨® su primer trabajo en el verano de 2018. No sent¨ªa tanta presi¨®n de pagar deudas de migraci¨®n o ayudar con el alquiler como algunos de los otros j¨®venes del complejo residencial porque hab¨ªa venido con su madre y hermanos menores en el oto?o pasado para juntarse con su padre, que hab¨ªa inmigrado a los Estados Unidos a?os antes.
Pero por la noche, Ramos ve¨ªa a su padre volver a casa del trabajo exhausto despu¨¦s de turnos consecutivos en dos f¨¢bricas. ¡°Los fines de semana estaba cansado. Siempre estaba durmiendo¡±, dice Ramos, un joven flaco con el pelo rizado. ¡°Le dije que quer¨ªa ayudar. Dec¨ªa: ¡®No, mejor estudia¡¯. Pero yo siempre estuve insistiendo¡±.
Una tarde mientras caminaba a casa desde la parada del autob¨²s despu¨¦s de las clases del colegio de verano, Ramos recibi¨® una llamada de otro chico que viv¨ªa en el complejo avis¨¢ndole de puestos vacantes en una planta de empacamiento de dulces. ¡°Me vine corriendo y le dije a mi mam¨¢¡±, recuerda. ¡°Ella accedi¨® y luego me prepar¨® algo de almuerzo¡±.
En menos de una hora, Ramos estaba aprendiendo los protocolos para lavar las manos y llevar la redecilla del pelo en la planta. Empez¨® a trabajar aquel mismo d¨ªa, agarrando cajas de dulces ¨¢cidos empaquetados mientras pasaban velozmente por la l¨ªnea de ensamblaje, y amonton¨¢ndolas en pal¨¦s de madera.
Nadie le pidi¨® la edad, dice. ¡°Me dijeron que si andaba estudiando¡±, recuerda Ramos. ¡°Les dije que s¨ª. Y me dijeron: ¡®Oh, est¨¢ bien¡±.
Solo dos de los 15 j¨®venes entrevistados para este art¨ªculo aseguran que su edad hab¨ªa sido un obst¨¢culo en sus intentos de ser contratados, e incluso ellos finalmente encontraron empleos.
Un menor cuenta que una prima mayor le llev¨® a la oficina de una agencia temporal poco despu¨¦s de su llegada de Guatemala en 2014. Ten¨ªa 15 a?os, pero su tarjeta de identidad dec¨ªa que ten¨ªa 21. El personal de la agencia no le cre¨ªa. Su prima intervino e implor¨®: ¡°T¨² sabes para qu¨¦ nosotros vinimos a este pa¨ªs, no para darnos lujos sino para trabajar¡±. La agencia, dice el menor, le consigui¨® un empleo en una f¨¢brica.
Otro adolescente, Miguel, tambi¨¦n ten¨ªa 15 a?os cuando intent¨® conseguir un trabajo con una tarjeta de identidad que dec¨ªa que ten¨ªa 19. Se?ala que los empleados de la agencia se burlaron de ¨¦l: ¡°Casi no te dejaban trabajar por la estatura. Te miraban la carita de ni?o y dec¨ªan, no, t¨² no puedes trabajar¡±.
Decepcionado, Miguel volvi¨® al complejo y le cont¨® a un amigo lo que hab¨ªa pasado. El chico, que ten¨ªa 14, dijo que hab¨ªa vacantes en la empresa de reciclaje de metal donde ¨¦l trabajaba con su madre. D¨ªas despu¨¦s, Miguel consigui¨® un empleo all¨ª.
A su edad, Miguel tendr¨ªa que haber estado en la escuela, aunque en realidad no se matricular¨ªa hasta algunos meses m¨¢s tarde. La ley federal limita el trabajo de menores de su edad a un m¨¢ximo de tres horas en d¨ªas de escuela y ocho horas los s¨¢bados o domingos, y proh¨ªbe que trabajen turnos de noche. Tambi¨¦n hay l¨ªmites estrictos del tipo de trabajo que los adolescentes de 14 o 15 a?os pueden ejercer; el empleo en una planta de reciclaje de metal no se permite, por ejemplo. Pero all¨ª estaba ¨¦l, haciendo turnos de noche de 12 horas, frecuentemente seis d¨ªas a la semana.
Mark Denzler, presidente y director ejecutivo de la asociaci¨®n de fabricantes de Illinois (Illinois Manufacturers¡¯ Association), afirma en una declaraci¨®n escrita que las agencias de empleo son consideradas como el empleador oficial y ¡°est¨¢n obligadas por ley a revisar correctamente a los aspirantes, incluyendo la verificaci¨®n para empleo¡±. Denzler agrega que su grupo ¡°exhorta en¨¦rgicamente a todos los fabricantes y empleadores a cumplir con todas las leyes federales y estatales especialmente en lo que concierne a las leyes de trabajo infantil¡±. ¡°No consentimos las infracciones de estas leyes¡±, zanja.
Dan Shomon, un lobista para la asociaci¨®n de servicios de personal de Illinois (Staffing Services Association of Illinois), que representa a algunas agencias de empleo, declin¨® hablar de c¨®mo las agencias garantizan que sus trabajadores no son menores de la edad legal, pero dice que las compa?¨ªas con las cuales ¨¦l trabaja ¡°cumplen con docenas y cientos¡± de reglamentos federales y estatales.
¡°Nuestra meta como asociaci¨®n es hacer que la gente trabaje y tratar a la gente bien porque esto nos hace buenos empleadores y necesitamos conseguir gente todo el tiempo¡±, defiende, ¡°as¨ª que no nos beneficia ser un empleador de pacotilla sino un buen empleador¡±.
Miguel no tuvo quejas de la planta de reciclaje de metales; agradec¨ªa tener el empleo. Pero era un trabajo dif¨ªcil, que implicaba frotar trozos de metal con qu¨ªmicos de limpieza calientes. A veces, los qu¨ªmicos le salpicaban y quemaban sus antebrazos. Asegura que se acostumbr¨®. ¡°Cada d¨ªa llegan diferentes piezas¡±, detalla Miguel, que ahora tiene 18 a?os y est¨¢ en ¨²ltimo a?o de secundaria. ¡°Lo tienes que limpiar bien, tallarlo con esponjas bien talladitos. El jefe te rega?a mucho si sale mal¡ Tard¨¦ como una semana nom¨¢s para agarrarle¡±.
Hasta este verano, cuando se mudaron a una casa alquilada m¨¢s grande, Miguel y su padre vivieron durante casi tres a?os en un apartamento de dos cuartos en el complejo de Bensenville con 11 parientes y amigos de la familia. Miguel y su padre dorm¨ªan sobre mantas en el suelo del sal¨®n, al lado de dos hombres y sus hijos peque?os. A veces, Miguel se despertaba y ve¨ªa cucarachas pasar corriendo.
¡°La verdad fue malo ver tambi¨¦n a los ni?os all¨ª, durmiendo en el suelo¡±, lamenta Miguel, un adolescente tranquilo con un piercing en la oreja, tatuajes y sue?os de llegar a ser jugador de f¨²tbol profesional. ¡°Yo pens¨¦ que ya estaba grande y me deb¨ªa acostumbrar a dormir en el suelo. Pero no ellos¡±.
Mientras su padre se encargaba del alquiler y otras facturas, Miguel mandaba la mayor parte de sus ganancias semanales de casi 600 d¨®lares a su madre y tres hermanas en Guatemala. Pensaba sobre todo en su hermana m¨¢s peque?a, que solo ten¨ªa seis a?os, cuando enviaba el dinero.
¡°Mi hermanita peque?a, quiero que ella vaya a la escuela, que tenga su carrera¡±, dice, ¡°que no pase por lo que yo he pasado¡±.
Un c¨²mulo de edificios de ladrillo de tres plantas escondidos detr¨¢s de un parque industrial y un campo de golf, el complejo de apartamentos en Bensenville alberga tanta gente de la misma regi¨®n de Guatemala que algunos residentes lo llaman ¡°Peque?o Huehue,¡± por Huehuetenango.
Olas de inmigrantes se han juntado con amigos y parientes quienes les dijeron que era un sitio conveniente para encontrar trabajo en f¨¢bricas y almacenes. A unas pocas cuadras se asienta un peque?o centro comercial con un restaurante guatemalteco, tiendas que ofrecen servicios de cambio de moneda y env¨ªo de paquetes, y una agencia de empleo temporal.
Pero el mundo casi herm¨¦tico del complejo de apartamentos nutre a un distrito escolar en Elmhurst, un municipio m¨¢s pr¨®spero justo al sur de Bensenville. La Escuela Secundaria Comunitaria York puede ser un choque cultural para los adolescentes; casi tres cuartos de los estudiantes son blancos y solo el 5% estudia ingl¨¦s como segunda lengua.
Miguel y los otros se perd¨ªan en el inmenso edificio de ladrillo, diferente a cualquier cosa que hubieran visto en su tierra. Y a diferencia del complejo de apartamentos o las f¨¢bricas donde casi todo el mundo habla espa?ol, aqu¨ª les costaba entender lo que se dec¨ªa en ingl¨¦s. Se manten¨ªan juntos, raramente interactuando con los estudiantes blancos no latinos con quienes ten¨ªan pocas clases, y ni siquiera con otros estudiantes latinos m¨¢s americanizados.
De alguna forma, Miguel es uno de los estudiantes guatemaltecos afortunados porque su padre le puede apoyar financieramente, lo que le permite trabajar menos turnos, o turnos m¨¢s cortos, durante el a?o escolar para enfocarse en sus estudios y hasta jugar en el equipo de f¨²tbol. Este oto?o dej¨® de trabajar para intentar mejorar sus notas. Pero ha habido periodos en los que tuvo que dar prioridad al trabajo.
Dej¨® de asistir a clases durante varias semanas el a?o pasado cuando pens¨® que su madre podr¨ªa necesitar atenci¨®n m¨¦dica cara en Guatemala, y otra vez cuando su padre fue brevemente detenido por el servicio de inmigraci¨®n. En esos tiempos, trabaj¨® turnos consecutivos para ganar dinero adicional, explica.
Algo parecido le pas¨® a Ramos. Esta primavera, cuando la pandemia del coronavirus cerr¨® la f¨¢brica donde trabajaba su padre, se convirti¨® en el ¨²nico sost¨¦n de la familia durante algunos meses, trabajando en una empresa que envasaba carne. Cuando empez¨® el colegio de nuevo en el oto?o, pas¨® a un turno de tiempo parcial en una planta que empaca libros; su hermana de 15 a?os reci¨¦n cumplidos se uni¨® a ¨¦l.
Su madre, Lucy, agradece el dinero que ganan, pero les recuerda que quiere que tengan una educaci¨®n. Cuando era una ni?a creciendo en Guatemala, no pudo ir al colegio porque ten¨ªa que trabajar en el campo. Sus hijos ahora le est¨¢n ense?ando a escribir su nombre y los n¨²meros. ¡°Son mis tesoros¡±, dice Lucy. ¡°Quiero que estudien para que salgan adelante¡±.
Garc¨ªa, sin embargo, siempre ha tenido que priorizar el trabajo porque tiene que mantenerse a s¨ª mismo. Despu¨¦s de un mes en la f¨¢brica de piezas automotrices, encontr¨® un nuevo trabajo lavando la maquinaria de procesar alimentos donde pod¨ªa hacer un turno m¨¢s corto, normalmente de ocho de la noche a 5.30 de la ma?ana. Pero una vez que se matricul¨® en la escuela, dorm¨ªa solo tres o quiz¨¢s cuatro horas cada tarde.
No lograba mantenerse despierto en clase. La mayor¨ªa de los maestros fueron comprensivos, pero las reprimendas de una de las maestras todav¨ªa le molestan. Garc¨ªa intent¨® explicar a su maestra en su limitado ingl¨¦s por qu¨¦ estaba tan cansado. ¡°Eso no es mi problema¡±, la recuerda diciendo. ¡°No s¨¦ por qu¨¦ trabajan y no estudian¡±.
Encontrar la forma de responder a las necesidades de estos estudiantes ha sido un desaf¨ªo, asegura Lorenzo Rubio, que dirige el departamento de Idiomas del Mundo de York. Y no es solo porque los estudiantes est¨¢n agotados; muchos tienen lagunas importantes en su educaci¨®n, lo que significa que est¨¢n retrasados respecto a sus compa?eros en temas b¨¢sicos como matem¨¢ticas y ciencia.
Cuando Rubio empez¨® su carrera docente en York hace nueve a?os, hab¨ªa solo una estudiante guatemalteca reci¨¦n llegado al programa de aprendizaje de ingl¨¦s (EL, por sus siglas en ingl¨¦s), recuerda. A medida que aumentaba la inmigraci¨®n de Am¨¦rica Central, el n¨²mero de estudiantes guatemaltecos en York sub¨ªa ¡°a ocho, despu¨¦s 15, despu¨¦s 30¡±, afirma Rubio. El a?o escolar pasado, hubo 79 estudiantes nacidos en Guatemala matriculados en York, seg¨²n los registros estatales.
Como respuesta a la afluencia, York expandi¨® su programa EL y contrat¨® a m¨¢s maestros, incluidos algunos que ense?an cursos opcionales muy solicitados, como mec¨¢nica automotriz. Esto facilita a los estudiantes guatemaltecos poder tomar una mayor variedad de clases y conocer a estudiantes fuera del programa.
Sin embargo, solo el 57% de los estudiantes que estudian ingl¨¦s en York se grad¨²an en cuatro a?os, seg¨²n archivos estatales del a?o escolar 2018-2019. La parte m¨¢s dif¨ªcil es responder a las necesidades de los estudiantes que trabajan durante los turnos de noche, apunta Rubio.
Educadores en varios distritos escolares cercanos dicen que ellos, tambi¨¦n, est¨¢n adapt¨¢ndose a una afluencia de centroamericanos reci¨¦n llegados que trabajan en horario nocturno en f¨¢bricas, restaurantes y hoteles. En la escuela secundaria Fenton, a unas millas de York, la mayor¨ªa de los aproximadamente 80 estudiantes que est¨¢n aprendiendo ingl¨¦s son de Guatemala y casi la mitad trabajan en f¨¢bricas, se?ala Michelle Rodr¨ªguez, quien coordina el programa de ingl¨¦s como segunda lengua.
Ahora que su colegio ha pasado a la ense?anza a distancia en respuesta a la pandemia del coronavirus, Rodr¨ªguez ve que los estudiantes algunas veces acceden al sistema de aprendizaje virtual desde las salas de descanso de las f¨¢bricas. Dice que est¨¢ siendo dif¨ªcil mantenerles involucrados en l¨ªnea. Pero incluso antes de la pandemia, sab¨ªa que muchos estudiantes ten¨ªan la tentaci¨®n de dejar el colegio para trabajar a tiempo completo. ¡°Tenemos, digamos, tres a?os con el estudiante¡±, explica. ¡°Intentemos en esos tres a?os darles la mejor educaci¨®n que podamos¡±.
Los adolescentes pueden ser reacios a hablar del trabajo, aun con los adultos del colegio en quienes conf¨ªan. Becky Morales, una maestra de EL en York, es una de esas adultas. Cuando se hac¨ªan clases presenciales antes de la pandemia, permit¨ªa a los estudiantes tomar siestas durante la hora del almuerzo si se manten¨ªan despiertos durante matem¨¢ticas o ciencia. ¡°Si no tienes los b¨¢sicos de comida y de sue?o y de ser amado¡±, defiende, ¡°no vas a ser capaz de aprender nada¡±. (Las clases se han hecho en persona de forma intermitente durante este a?o escolar debido a la pandemia).
Por casualidad un d¨ªa del invierno pasado, Morales not¨® que la mano de Garc¨ªa estaba hinchada, envuelta en gasa y embadurnada de sangre seca. Morales sac¨® al estudiante a un lado y ¨¦l le explic¨® que en medio de su turno de la noche anterior se hab¨ªa cortado el nudillo de su mano izquierda con la manguera de alta presi¨®n que usaba para limpiar las m¨¢quinas. Un chorro fuerte de agua hiri¨® su mano, rompiendo el guante de goma y cortando la piel. ?l cre¨ªa que se pod¨ªa ver el hueso.
Dijo que fue a un supervisor y pidi¨® que le llevaran a una cl¨ªnica. El supervisor le pregunt¨® si ten¨ªa ¡°el seguro bueno¡±, o sea, el permiso para trabajar legalmente. ¡°Y eso no lo ten¨ªa¡±, dice Garc¨ªa. ¡°Entonces ya no me llevaron¡±.
En la escuela, Morales encontr¨® un botiqu¨ªn de primeros auxilios, le limpi¨® la mano y le dijo que fuera a la enfermer¨ªa. Cuando la enfermera le pregunt¨® qu¨¦ le hab¨ªa pasado, Garc¨ªa dijo que se hab¨ªa cortado con un cuchillo de cocina. La enfermera le dijo que la herida era demasiado profunda para ser de un cuchillo, y pregunt¨® otra vez, explica Garc¨ªa. ¡°Despu¨¦s hice como que ya no le estaba entendiendo. Como me estaba hablando en ingl¨¦s, hice como no le estaba entendiendo¡±.
Temi¨® que si admit¨ªa que se hab¨ªa lesionado en el trabajo, tendr¨ªa problemas por usar una tarjeta de identidad falsa o que su t¨ªa ir¨ªa a la c¨¢rcel por permitirle hacerlo. Garc¨ªa nunca busc¨® atenci¨®n m¨¦dica adicional. Casi un a?o despu¨¦s, dice que todav¨ªa siente el hueso dislocado.
Otros tres adolescentes entrevistados por ProPublica cuentan que sufrieron lesiones en el trabajo. Dos de ellos ya ten¨ªan 18 a?os cuando se hicieron da?o, aunque ambos hab¨ªan trabajado desde los 16 en empleos que, bajo la ley federal, les tendr¨ªan que haber sido vetados porque son considerados peligrosos. Uno se fractur¨® el tal¨®n cuando la m¨¢quina elevadora que estaba manejando se desliz¨® sobre su pie en una empacadora de carne. El otro se cort¨® el pulgar con un cuchillo en una empacadora; un supervisor le llev¨® a un centro de atenci¨®n m¨¦dica primaria para que le dieran puntos.
Miguel se cort¨® la palma de su mano izquierda con un trozo afilado de metal en la planta de reciclaje durante un turno este a?o, cuando ten¨ªa 17 a?os. La herida era profunda, como dos pulgadas de largo. Tuvo miedo, pero no se lo cont¨® a nadie. M¨¢s tarde, cuando volvi¨® a casa, se lav¨® la herida y la vend¨®. Al d¨ªa siguiente, llev¨® mangas largas al trabajo para esconder su mano lesionada y as¨ª evitar que alguien le hiciera preguntas. ¡°Mejor no dije nada¡±, relata.
A diferencia de los casos donde se sospecha de abuso infantil, los funcionarios laborales del Estado aseguran que no conocen ning¨²n requerimiento que obligue a denunciar infracciones por trabajo infantil. Cuando se le pregunta si hab¨ªa considerado denunciar el incidente de Garc¨ªa a las autoridades, Morales vacila. Es un asunto sobre el que ha pensado mucho.
¡°Es muy duro. ?A qui¨¦n se supone que tengo que informar? Ni siquiera s¨¦¡±, dice. ¡°Sabemos que lo hacen para poder mantenerse. Si fuera a un estudiante y le dijera ¡®tienes que dejar de trabajar porque es peligroso¡¯, probablemente dejar¨ªa la escuela y seguir¨ªa trabajando¡±.
¡°Digamos que pongo una denuncia al Estado de Illinois¡ entonces todos estos chicos podr¨ªan perder sus trabajos. ?Entonces qu¨¦ pasa? Siento como que les pondr¨ªa en una situaci¨®n peor¡±.
En general, los departamentos de Trabajo son sistemas basados en denuncias. Si nadie se queja, rara vez se hace una investigaci¨®n proactiva o se vigila su cumplimiento.
Archivos federales demuestran que solo ha habido sanciones por trabajo infantil contra una f¨¢brica de Illinois en los ¨²ltimos cinco a?os, y ninguna relacionada con agencias temporales. Y no se ha hecho ninguna denuncia de este tipo al Departamento de Trabajo de Illinois durante el mismo periodo.
El Departamento de Trabajo estatal hace controles aleatorios de las n¨®minas de los empleadores y otros documentos, pero es poco probable que se descubra infracciones de trabajo infantil porque los controles se basan en papeleo, y los menores normalmente usan tarjetas de identidad falsas. Oficiales del departamento dicen que se re¨²nen de forma rutinaria con organizaciones de la comunidad y activistas laborales que tienen relaciones de m¨¢s confianza con obreros vulnerables para averiguar si hay otros asuntos sist¨¦micos que no se est¨¢n denunciando. Pero el tema del trabajo infantil en agencias temporales o f¨¢bricas no ha surgido en estas conversaciones, apunta Yolanda Carrillo, la consejera general del Departamento de Trabajo estatal.
Ella y otros funcionarios del Estado dijeron que tomar¨ªan medidas si supieran d¨®nde buscar. ¡°Si no sabes d¨®nde est¨¢ pasando, a quien est¨¢ pasando, en qu¨¦ lugar empezar tu investigaci¨®n, es dif¨ªcil enfrentarse al tema de forma integral¡±, dice Carrillo. ¡°Y no es por falta de voluntad¡±.
De forma parecida, el fiscal general Kwame Raoul del Estado de Illinois, cuya agencia cuenta con una oficina de derechos laborales y ha puesto denuncias civiles contra agencias temporales en a?os recientes, dice en una declaraci¨®n escrita que su agencia est¨¢ dispuesta a ¡°actuar sin demora¡± en concierto con otras agencias para asegurar la integridad f¨ªsica de ni?os y el cumplimento de leyes de trabajo infantil. Pero ellos tampoco han recibido una sola denuncia.
Una posible raz¨®n que explica la falta de atenci¨®n al asunto es que los j¨®venes guatemaltecos vinieron a este pa¨ªs recientemente y est¨¢n desconectados de las organizaciones que sirven tradicionalmente a inmigrantes hispanohablantes, la mayor¨ªa de los cuales son mexicanos. Los guatemaltecos que hablan de forma primaria una de los muchas lenguas ind¨ªgenas maya est¨¢n todav¨ªa m¨¢s aislados.
Sin embargo, a Carrillo ¡ªy a casi todos los activistas laborales, acad¨¦micos, oficiales consulares, abogados de inmigraci¨®n y otros entrevistados para este reportaje¡ª no les sorprende conocer las experiencias de los j¨®venes guatemaltecos. Antes de entrar en el Departamento de Trabajo el a?o pasado, Carrillo hab¨ªa trabajado para organizaciones legales que atienden a obreros de bajo sueldo, incluidos inmigrantes, sobre asuntos laborales.
¡°No me asombra¡±, asegura. ¡°El problema es que la gente no comparte. Usted [como reportera] puede entrar en una conversaci¨®n y conseguir que la gente comparta informaci¨®n¡ No digo que sea imposible, pero es mucho m¨¢s dif¨ªcil para una agencia entrar y lograr que la gente comparta informaci¨®n¡±.
Pero ha habido pistas en a?os recientes sobre ni?os y adolescentes que trabajan en f¨¢bricas de las afueras de Chicago.
El mes pasado, la oficina del fiscal federal de Chicago denunci¨® a una pareja guatemalteca en Aurora, otro suburbio al oeste, por trabajos forzados por presuntamente haber obligado a una adolescente, de 16 o 17 a?os, a trabajar para pagar deudas del viaje, seg¨²n la denuncia. Al menos uno de los empleos, que era en una f¨¢brica, fue obtenido a trav¨¦s de una agencia de empleo, y requer¨ªa que la joven tuviera 18 a?os.
Y en un caso que tambi¨¦n lleg¨® al ojo p¨²blico el a?o pasado, las autoridades encontraron a una guatemalteca de 15 a?os trabajando por medio de una agencia de empleo en una planta de procesamiento de comida r¨¢pida en Romeoville, en las afueras del sudoeste. Era una de m¨¢s de dos docenas de personas que viv¨ªan en la casa de una mujer con quien supuestamente ten¨ªan deudas de inmigraci¨®n, adem¨¢s de alquiler y otras expensas. La mujer se ha declarado culpable de una de las acusaciones por trabajo forzado, adem¨¢s de otros cargos, y est¨¢ esperando su sentencia.
En ning¨²n caso las autoridades presentaron cargos criminales contra las agencias de trabajo que empleaban a los menores en las f¨¢bricas que, sabi¨¦ndolo o no, se beneficiaban de su trabajo. Un portavoz de la oficina del fiscal federal declina hacer comentarios mientras los casos permanezcan abiertos.
Estos casos se enfocaron en los individuos involucrados y no en el sistema m¨¢s amplio que permite el uso de trabajo infantil. La pol¨ªtica es parecida cuando los departamentos de Trabajo hacen investigaciones proactivas de trabajo infantil, precisa Janice Fine, una profesora de asuntos laborales e investigadora en Rutgers, quien hizo un sondeo reciente en los departamentos de trabajo estatales acerca de c¨®mo vigilan el cumplimiento de las leyes laborales (Illinois no fue parte del sondeo).
La estrategia que se emplea normalmente para responder al trabajo infantil ¡ªinvestigadores haciendo redadas en comercios donde es probable que se emplee a menores, como las ferias veraniegas, o restaurantes¡ª no es una soluci¨®n eficaz a largo plazo, sostiene.
¡°No est¨¢n pensando ¡®?qu¨¦ impulsa el trabajo infantil y c¨®mo podemos enfrentarlo de forma sistem¨¢tica para determinar en esta industria qu¨¦ es lo que lo impulsa, qui¨¦nes son los actores claves, qui¨¦nes son los empleadores claves y de qu¨¦ tipo de esquemas de empleo est¨¢n aprovech¨¢ndose para incurrir en este tipo de actividad?¡±, reflexiona Fine. ¡°La cuesti¨®n de c¨®mo se convierte de verdad en un cambio estructural a largo plazo no es lo que est¨¢n intentando solucionar¡±.
El problema es m¨¢s grande que el asunto de hacer cumplir la ley, es un reflejo de la pobreza insuperable en los pa¨ªses que mandan migrantes de todas las edades aqu¨ª y de la fuerza de atracci¨®n de un mercado laboral americano ¨¢vido por contratarlos.
¡°En resumidas cuentas, si interfieres con la situaci¨®n, ese menor todav¨ªa ir¨¢ a trabajar¡±, dice Woltjen, del Centro Young. ¡°Si algo pasa y teme que va a ser entregado a las autoridades, huir¨¢ y no va a volver a la escuela y seguir¨¢ yendo a trabajar¡±.
Durante los 17 a?os en que ha trabajado con menores inmigrantes no acompa?ados, ella y sus colegas han visto muchos j¨®venes, desde chinos a centroamericanos, llegar a este pa¨ªs sintiendo un deber personal de trabajar para pagar sus deudas y enviar fondos a casa. ¡°Est¨¢n decididos a hacerlo¡±, se?ala.
Los j¨®venes de Bensenville no se sienten explotados. No est¨¢n pidiendo ser rescatados. Quieren seguir trabajando y ayudar a sus familias en Guatemala y contribuir en los hogares donde viven.
¡°Cuando eres as¨ª, de pa¨ªses donde hay m¨¢s pobreza, tiene la necesidad de trabajar para poder ayudar¡±, explica Garc¨ªa. ¡°No tiene uno la opci¨®n entre escoger solo estudiar y solo trabajar. Entonces siempre tenemos que estar trabajando y estudiando. All¨¢, hay otros menores que se salen de estudiar¡±.
Aqu¨ª, al menos, est¨¢ recibiendo una educaci¨®n, dice.
Billy A. Mu?oz Miranda, c¨®nsul general de Guatemala en Chicago, sabe lo que est¨¢ pasando con sus j¨®venes compatriotas en Bensenville y a lo largo del pa¨ªs. En una misi¨®n anterior como c¨®nsul en California del sur, asegura, sab¨ªa de adolescentes que trabajaban turnos de noche en restaurantes y f¨¢bricas, y despu¨¦s se presentaban en la escuela solo para quedarse dormidos en las clases.
Como oficial consular, tiene la responsabilidad de proteger a los guatemaltecos aqu¨ª, y cree que los menores no deber¨ªan trabajar en f¨¢bricas, ganando sueldos m¨ªnimos, en condiciones a veces peligrosas. Pero nunca nadie se ha quejado al consulado de esta pr¨¢ctica, incluidos los menores y sus familias, afirma. ¡°No lo ven como un crimen¡±, se?ala. ¡°Lo ven como una fuente de ingresos.¡±
A nivel personal, admira lo duro que trabajan. ¡°Gracias a su labor y trabajo y esfuerzos est¨¢n dando estabilidad y paz social a Guatemala¡±, incide. ¡°Y sin que lo sepamos, han sacrificado su ni?ez para esto¡±.
Cuando hablas con los j¨®venes que viven en el complejo de apartamentos, suenan como adultos. Responsables. Pragm¨¢ticos. Estoicos. Pero hay momentos que hacen recordar que son todav¨ªa ni?os. Dicen que echan de menos a sus madres. Se entretienen con videojuegos en sus tel¨¦fonos celulares. Y, casi sin excepci¨®n, adoran el f¨²tbol, el Barcelona, y la superestrella Lionel Messi.
Pocos de ellos pueden imaginarse jugando para el equipo de York; con la escuela y el trabajo, no tienen tiempo para actividades extracurriculares. Pero en una ma?ana fr¨ªa y lluviosa de septiembre, una docena de ellos se juntaron para jugar un partido en un parque no lejos del complejo de apartamentos. Varios hab¨ªan fichado al final de su turno en f¨¢bricas solo unas horas antes. Pero parec¨ªan llenos de energ¨ªa. Se re¨ªan, bromeaban unos con otros, y se pasaban una pelota mientras hac¨ªan ejercicios de calentamiento.
Morales, la maestra de York, estaba en la l¨ªnea de banda, mojada y tiritando. Empez¨® a organizar los partidos el oto?o pasado para conectar con sus estudiantes y crear una oportunidad para que lo pasaran bien fuera del trabajo y la escuela. Les llama ¡°mis hijitos,¡± y trae a sus propios hijos a los partidos o cuando visita el complejo para entregar despensas de comida comunitaria local. Durante los partidos, se esfuerza en llamar por el nombre de cada chico al menos una vez.
Los partidos reflejan los dos mundos que habitan los j¨®venes, uno por el d¨ªa y el otro por la noche. A veces, juegan contra hombres con quienes trabajan hombro con hombro en las f¨¢bricas. Otros d¨ªas se enfrentan a un equipo de una escuela secundaria suburbana. Es incierto d¨®nde aterrizar¨¢n al final; si al convertirse en adultos continuar¨¢n trabajando en las f¨¢bricas, o terminar¨¢n la escuela e ir¨¢n a la universidad.
Varios de los adolescentes guatemaltecos dicen que les gustar¨ªa estudiar en la universidad alg¨²n d¨ªa, aunque pocos tienen una idea clara de c¨®mo ese sue?o podr¨ªa llegar a suceder. Su futuro en Estados Unidos es incierto. La mayor¨ªa han estado esperando durante a?os mientras sus casos de asilo evolucionaban en un sistema de tribunales que est¨¢ tremendamente obstruido. Sus casos han experimentado demoras adicionales por las cambiantes prioridades federales, las jubilaciones de jueces, y ahora por la pandemia del coronavirus. Saben que alg¨²n d¨ªa pueden ser deportados.
A Garc¨ªa no le gusta imaginar una vida de vuelta en Guatemala. ¡°All¨¢ es un poco m¨¢s dif¨ªcil la vida¡±, dice. ¡°A veces hay trabajo y a veces no¡±.
El joven asegura que le gustar¨ªa ir a la universidad en Estados Unidos. Se ha sentido atra¨ªdo por la arquitectura desde que era ni?o en Guatemala porque tiene un primo que hace este trabajo all¨ª. ¡°S¨¦ dibujar y me gustan las matem¨¢ticas¡±. No sabe c¨®mo pagar¨ªa la matr¨ªcula. Ha visto a amigos graduarse de la secundaria y decir que van a trabajar un par de a?os para ahorrar y matricularse en la universidad. ¡°Creo que no muchos acaban¡±, dice. ¡°Igual se quedan en una f¨¢brica¡±.
Garc¨ªa cuenta que preferir¨ªa intentar conseguir una beca, o alistarse en las Fuerzas Armadas o mejorar sus notas para poder acceder a las ayudas por m¨¦rito acad¨¦mico. Durante la mayor¨ªa de su tiempo aqu¨ª, su horario de trabajo ha hecho casi imposible aprender y mantener su enfoque en la clase, y sus notas han sufrido. Este a?o, dej¨® el empleo en la f¨¢brica e intent¨® trabajar menos horas en un restaurante para tener m¨¢s tiempo para dormir. Pero cuando irrumpi¨® la pandemia esta primavera, el restaurante cerr¨®. Al mismo tiempo, York hizo el cambio a ense?anza virtual y jornadas escolares m¨¢s cortas. Garc¨ªa no pudo aprovecharse del tiempo extra para estudiar, le hac¨ªa falta dinero.
Volvi¨® al turno de noche.
Traducci¨®n por Carmen M¨¦ndez
Este reportaje fue producido por ProPublica, un medio independiente y sin fines de lucro, y ha sido copublicado en espa?ol por EL PA?S.
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