Muere el pr¨ªncipe Felipe de Edimburgo a los 99 a?os

El marido de la reina Isabel II, Felipe de Edimburgo, ha fallecido este viernes a los 99 a?os en el palacio de Windsor, seg¨²n ha anunciado la familia real brit¨¢nica. ¡°Es con gran pesar que su majestad la reina anuncia la muerte de su amado marido, su Alteza Real el pr¨ªncipe Felipe, duque de Edimburgo¡±, se?al¨® el palacio de Buckingham en un comunicado. Felipe de Edimburgo abandon¨® el hospital el pasado 16 de marzo tras ser intervenido con ¨¦xito de una dolencia cardiaca preexistente. ¡°Su Alteza Real muri¨® pac¨ªficamente esta ma?ana en el castillo de Windsor. Se har¨¢n nuevos anuncios a su debido momento¡±, agreg¨® la nota.

Con sus luces y sus sombras, Felipe de Edimburgo formaba parte indisoluble de casi siete d¨¦cadas de estabilidad institucional y mon¨¢rquica. El Gobierno de Johnson y todos los partidos de la oposici¨®n rindieron tributo a su figura y a su vida de servicio al pa¨ªs. Las medidas de distanciamiento social vigentes por la pandemia y el deseo expresado en vida por el propio Felipe reducir¨¢n la dimensi¨®n p¨²blica del funeral, que tendr¨¢ lugar el s¨¢bado 17 tras ocho d¨ªas de luto nacional. Ser¨¢ una ceremonia ¨ªntima en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor.

En ese castillo llevaba recluido, junto a Isabel II, desde que comenz¨® hace m¨¢s de un a?o la pandemia. A mediados de febrero ingres¨® en el Hospital Rey Eduardo VII de Londres, por una infecci¨®n, y poco m¨¢s de dos semanas despu¨¦s fue trasladado a otro centro sanitario para someterse a una delicada intervenci¨®n cardiaca. El 16 de marzo recibi¨® el alta hospitalaria y regres¨® a Windsor.

FOTOGALER?A: La vida de Felipe de Edimburgo

Poco despu¨¦s de conocerse la noticia, el primer ministro brit¨¢nico compareci¨® de riguroso luto a las puertas de Downing Street para leer un comunicado oficial: ¡°Contribuy¨® a dirigir a la Familia Real y a la monarqu¨ªa para que permanecieran como instituciones indisputablemente claves para el equilibrio y la felicidad de nuestra vida nacional¡±, dijo Johnson. A los elogios a su vida y su papel de apoyo a la reina se sumaron partidos pol¨ªticos e instituciones de todo el Reino Unido. Entre las numerosas muestras de condolencia procedentes del resto del mundo se encontraba la de los Reyes de Espa?a: ¡°Querida t¨ªa Lilibet, hemos sentido una profunda tristeza al recibir la noticia del fallecimiento de nuestro querido t¨ªo Philip¡±, comenzaba el telegrama.

Ninguno de los intentos por escribir una biograf¨ªa de Felipe de Edimburgo que desentra?ara su personalidad triunf¨® en el empe?o. El marido de Isabel II y pr¨ªncipe consorte del Reino Unido se mantuvo hasta el ¨²ltimo momento como un enigma y un comod¨ªn que sirvi¨® a partidarios y detractores de la monarqu¨ªa para representar a una instituci¨®n eterna o deplorar la altaner¨ªa y arrogancia de una casta alejada de la realidad. ¡°Damas y caballeros, se presenta ante ustedes la persona con m¨¢s experiencia en el mundo en descubrir placas conmemorativas¡±, sol¨ªa decir en sus ¨²ltimos actos p¨²blicos, antes de retirarse finalmente de la escena oficial en 2017. El sentido del humor, tan c¨¢ustico como autocr¨ªtico, fue uno de sus pocos refugios.

Coleccionaba vi?etas de los humoristas gr¨¢ficos brit¨¢nicos m¨¢s c¨¦lebres, como Matt. Lleg¨® a tener casi 200 dibujos originales que reparti¨® por los cuartos de ba?o de todos los palacios y castillos de la Casa de los Windsor. Fue el modo de asegurarse, en la intimidad, de que la ¨²ltima sonrisa fuera la suya. El alf¨¦rez de nav¨ªo de la Marina Real busc¨® en el mar su ¨²ltimo cobijo. O en el aire, donde lleg¨® a sumar 5.986 horas de vuelo en 59 tipos diferentes de aeronaves. Su ¨²ltimo trayecto fue de Carlisle [noroeste de Inglaterra] a Islay [en Escocia], en agosto de 1997, con 76 a?os. O en la fe, que comenz¨® como una costumbre incorporada con naturalidad a su educaci¨®n y condici¨®n social, y se convirti¨® durante los ¨²ltimos a?os en un empe?o introspectivo. Ayud¨® a Robin Woods, decano de Windsor y capell¨¢n dom¨¦stico de la reina, a poner en marcha St. George¡¯s House, un centro de retiro, conferencias y estudios donde los sacerdotes anglicanos se reun¨ªan para debatir asuntos eclesi¨¢sticos.

Felipe de Edimburgo fue el arist¨®crata ap¨¢trida que renunci¨® a su historia y su apellido para consolidar la Casa de los Windsor. El pr¨ªncipe irreverente y bocazas que irrit¨® con sus salidas de tono a la izquierda pol¨ªtica y medi¨¢tica brit¨¢nica. El modelo de una elegancia masculina de tejidos exquisitos y corte cl¨¢sico que lleva el sello de las sastrer¨ªas de Savile Row, en Londres. Traje de mil rayas en el que cada l¨ªnea la componen min¨²sculas ¡°Ps¡±, de Philip, en color azul o rojo. Nunca blanco, como los ingleses de ¨¦lite educados en Eton u Oxford. El pr¨ªncipe Felipe nunca perteneci¨® a esa estirpe. Y, sin embargo, represent¨® la quintaesencia de una clase consciente de que una vez estuvo al frente de un gran imperio.

El duque de Edimburgo fue el pararrayos, el escudo y el reverso negativo de Isabel II. El ancla de una familia y de una instituci¨®n que nunca alberg¨® la menor duda, a diferencia de sus hijos y de sus nietos, de que la magia que aseguraba su estabilidad se constru¨ªa con distancia y liturgia.

Cuando el destino derrumba el privilegio y la grandeza de un manotazo, algunas figuras defienden con mayor tenacidad y convicci¨®n su pretendido lugar en el mundo. Felipe de Grecia y Dinamarca naci¨® en la isla de Corf¨², en el palacio familiar de Mon Repos, el 10 de junio de 1921. Sobrino del rey Constantino I de Grecia, obligado a abdicar despu¨¦s de las derrotas infligidas por el ej¨¦rcito turco de Kemal Ataturk. Hijo del pr¨ªncipe Andr¨¦s, hermano del rey, y de la princesa Alicia de Battenberg. Su padre arrastr¨® al exilio a toda la familia para huir del pelot¨®n de fusilamiento. Y hasta los nueve a?os, junto a sus cuatro hermanas, pas¨® el tiempo entre Par¨ªs y Londres, bajo el auspicio de su t¨ªa, Mar¨ªa Bonaparte, princesa de Grecia y Dinamarca, que les prest¨® su residencia en Saint-Cloud, a 10 kil¨®metros del centro de la capital francesa. La bisnieta de Napole¨®n era escritora y ten¨ªa un entusiasmo desbordante por el psicoan¨¢lisis. Fue su amistad con Sigmund Freud, probablemente, la que hizo que el neur¨®logo austriaco tratara a la princesa Alicia de sus trastornos, cuando comenz¨® a asegurar que manten¨ªa relaciones sexuales con Jesucristo y con el mismo Buda. El brutal tratamiento para paliar una supuesta esquizofrenia fue someterla a electroshocks que provocaran su menopausia temprana. Ten¨ªa 45 a?os.

Los adultos llevaron de excursi¨®n campestre al ni?o Felipe cuando cuatro hombres de blanco sacaron a la fuerza del hogar a Alicia y la durmieron con un potente sedante disimulado en una naranja. Despert¨® a cientos de kil¨®metros de all¨ª, en el sanatorio Bellevue de Kreuzlingen (Suiza). Alienado de su madre y de su padre, que abandon¨® a su descendencia a la caridad de los familiares y busc¨® refugio en Montecarlo hasta el final de sus d¨ªas, dicen sus amigos m¨¢s fieles que el duque de Edimburgo comenz¨® a forjar entonces una coraza de la que ya nunca se desprendi¨®. ¡°Construy¨® una trinchera a su alrededor y la llen¨® de metralletas. Nadie pod¨ªa cruzar esa l¨ªnea a no ser que lograra su total confianza¡±, explic¨® Michael Mann, el decano de Windsor que sustituy¨® a Robin Woods y tuvo una amistad similar con el pr¨ªncipe.

Dio tumbos por diversas instituciones educativas. Primero el internado Cheam School, en Inglaterra; un a?o en el elitista Schule Schloss Salem, en Alemania, cuando la ideolog¨ªa totalitaria y racista de Adolf Hitler comenzaba a impregnar ese pa¨ªs. Sus cuatro hermanas se casaron con pr¨ªncipes alemanes, al menos dos de ellos con veleidades nazis. Felipe sigui¨® en su huida al pedagogo jud¨ªo Kurt Hahn hasta Escocia, donde fund¨® el colegio de Gordonstoun. Es el mismo Hahn que tambi¨¦n puso en pie el Atlantic College de Gales, donde la princesa Leonor de Espa?a comenzar¨¢ en breve sus dos a?os de bachillerato internacional. Y fue all¨ª, con unas notas acad¨¦micas medianas, pero excelencia en la pr¨¢ctica deportiva y posibilidades de comenzar a demostrar un sentido del liderazgo, donde decidi¨® que Inglaterra, no Grecia, era su patria.

Una patria y la marina

Solicitada, y concedida, la nacionalidad, se enrol¨® en la Marina Real. Dec¨ªa el reverenciado primer ministro brit¨¢nico Benjamin Disraeli que ¡°a todo el mundo le gusta la adulaci¨®n, pero cuando se trata de la realeza, debe suministrarse a paladas¡±. Eso explica que la leyenda haya elevado a la categor¨ªa de h¨¦roe a Felipe de Edimburgo cuando se recuerda su intervenci¨®n en la Segunda Guerra Mundial. Le hace mucha m¨¢s justicia recordar los hechos como fueron, porque demuestra que su participaci¨®n en el conflicto no fue un paseo y supo cumplir con diligencia sus obligaciones. En la noche del 28 de marzo de 1941, a bordo del acorazado HMS Valiant, su destreza en el manejo de los reflectores contribuy¨® a que la Armada italiana sufriera bajas considerables en el cabo T¨¦naro (los brit¨¢nicos prefieren llamarlo cabo Matap¨¢n), al sur del Peloponeso. La mayor derrota en el mar de los italianos, la hora m¨¢s gloriosa del oficial Felipe de Grecia.

Factor clave en su vida fue la influencia de su t¨ªo, Louis Dickie Mountbatten, lord Mountbatten, hermano de su madre, Alicia. El ¨²ltimo virrey de la India y el cortesano que m¨¢s influencia tuvo, o pretendi¨® tener en la pol¨ªtica brit¨¢nica (incluido un turbio plan para derribar con un golpe de Estado el Gobierno laborista de Harold Wilson) hasta que el IRA acab¨® con su vida, a bordo de un bote pesquero, en la costa de Irlanda, en 1979. Fue suya la decisi¨®n de que los Battenberg adquirieran un pedigr¨ª m¨¢s ingl¨¦s con un nuevo apellido, Mountbatten, que eliminaba una resonancia germ¨¢nica contraproducente en esa ¨¦poca. Y suya tambi¨¦n fue la idea de designar como acompa?ante de las princesas Isabel y Margarita, durante la visita del yate real Victoria & Albert a la Academia Naval de Dartsmouth, al joven cadete de 18 a?os Felipe de Grecia. ¡°All¨ª apareci¨® un muchacho rubio, como un vikingo, de rosto anguloso y punzantes ojos azules¡±, describi¨® m¨¢s tarde ese encuentro Marion Crawford, la gobernanta escocesa de las dos princesas. La futura Isabel II ten¨ªa entonces 13 a?os.

El 20 de noviembre de 1947, la heredera del trono contrajo matrimonio con Felipe de Grecia en la catedral de Windsor. El rey Jorge VI exigi¨® que su hija mayor llegara a los 21 a?os antes del enlace. El d¨ªa antes de la boda, concedi¨® a su inminente yerno el t¨ªtulo de su alteza real. En la ma?ana misma de la ceremonia, le nombr¨® duque de Edimburgo, conde de Merioneth y bar¨®n de Greenwich. Tardar¨ªa diez a?os hasta que su esposa, la ya reina, le elevara al rango de pr¨ªncipe. ¡°Phil the Greek (El Griego)¡±, como le llam¨® durante muchos a?os la prensa tabloide brit¨¢nica, tuvo que aguantar el sambenito de advenedizo en los c¨ªrculos cortesanos de la monarqu¨ªa europea de m¨¢s abolengo, a pesar de que en 1992 no tuvo inconveniente en que se tomara una muestra de su sangre para identificar los restos de los miembros de los Rom¨¢nov, la familia imperial rusa, asesinados en Ekaterimburgo en julio de 1918.

Padre de cuatro hijos, Carlos, Ana, Andr¨¦s y Eduardo, no pudo dar a ninguno de ellos su apellido, porque la resistencia del entonces primer ministro, Winston Churchill, hizo que prevaleciera inalterable la marca Windsor. Fue Felipe quien anunci¨® a su esposa la muerte de Jorge VI, durante una visita a Kenia. ¡°Por primera vez en la historia, una joven mujer subi¨® como princesa hasta un ¨¢rbol, y despu¨¦s de una estremecedora experiencia, baj¨® ya como reina de ese mismo ¨¢rbol al d¨ªa siguiente¡±. Era el 6 de febrero de 1952, y desde entonces el pr¨ªncipe consorte lleg¨® a participar en m¨¢s de 22.000 actos oficiales, realiz¨® 637 visitas oficiales al extranjero ¨Csolo, o acompa?ando a la reina¨C y dio casi 5.500 discursos oficiales.

Tel¨¦fono y calefacci¨®n

Fue el primer miembro de la familia real que concedi¨® una entrevista televisiva. A la BBC, por supuesto. Intent¨® como pudo dotar de aires de modernidad a una instituci¨®n forzosamente anquilosada. Gracias a ¨¦l, los habitantes del palacio de Buckingham pudieron comunicarse por l¨ªnea telef¨®nica interna en vez de enviarse mensajes a trav¨¦s del personal de palacio. Gracias a ¨¦l, lleg¨® la calefacci¨®n a ese edificio descomunal. A Felipe se atribuye la desafortunada idea de permitir que las c¨¢maras rodaran un documental con el d¨ªa a d¨ªa de la familia real, que contribuy¨® a erosionar esa ¡°misi¨®n de emocionar y preservar la reverencia del pueblo¡± con la que Walter Bagehot, el autor de La Constituci¨®n Inglesa, defini¨® el papel de la monarqu¨ªa.

Fue su propio car¨¢cter, poco complaciente con las actitudes sentimentales y desabrido cuando le ven¨ªa en gana, el que acab¨® propiciando la leyenda de una sombra excesivamente autoritaria e influyente sobre su primog¨¦nito, el pr¨ªncipe Carlos de Inglaterra. La leyenda ¨Cel ¨²nico modo de contar las interioridades de la familia real brit¨¢nica¨C asegura que fue su propio empe?o el que aceler¨® el matrimonio de Carlos con Diana Spencer. Y sobre sus hombros recae la acritud que Buckingham tuvo con Lady Di en sus ¨²ltimos a?os. Hasta el punto de que el millonario egipcio Mohamed Al Fayed lleg¨® al delirio de acusar al pr¨ªncipe de haber ordenado el asesinato de la ¡°princesa del pueblo¡± y de su hijo, Dodi, aquella fat¨ªdica noche de 1997 en Par¨ªs.

Las cartas intercambiadas entre suegro y nuera, conocidas diez a?os despu¨¦s, muestran un Felipe desesperado por rescatar un matrimonio que ya se hund¨ªa sin remedio. ¡°cuanto deseo hacer todo lo que pueda para ayudaros a ti y a Carlos, dentro de mis capacidades. Pero me temo que no tengo talento como asesor matrimonial¡±. ¡°No estoy de acuerdo. Su ¨²ltima carta demuestra un gran tacto y entendimiento¡±, le respondi¨® Diana. No dur¨® ese entendimiento hasta el final, cuando las respectivas entrevistas televisivas de Carlos y su esposa airearon un adulterio que, para el pr¨ªncipe Felipe, demol¨ªa sin remedio cuatro d¨¦cadas de respeto popular ganado a pulso por la reina y su esposo.

Aficionado a la teolog¨ªa

Desde que el 2 de agosto de 2017 presidi¨® un desfile militar en el palacio de Buckingham y puso as¨ª fin a su agenda p¨²blica, Felipe de Edimburgo se recluy¨® en el palacio de Sandringham. Rodeado de sus libros ¨Cteolog¨ªa y poes¨ªa, la mayor¨ªa de ellos¨C, cedi¨® con gusto a hijos y nietos un protagonismo del que nunca disfrut¨®. Sus relaciones con la prensa, salvo aquellas ocasiones en las que pudo impulsar su pasi¨®n por el conservacionismo de la naturaleza, fueron tormentosas durante d¨¦cadas. ¡°He llegado a la conclusi¨®n de que he hecho algo bien cuando no salgo en los medios, porque s¨¦ que cualquier aparici¨®n m¨ªa va a recibir cr¨ªticas¡±, reflexionaba con resignaci¨®n a los 85 a?os. El pasado abril interrumpi¨® su retiro voluntario para dar las gracias al personal sanitario que luchaba en primera l¨ªnea contra la pandemia, ¡°y a todos esos trabajadores clave para que la infraestructura de nuestras vidas siga adelante¡±.

Felipe de Edimburgo dedic¨® la mayor parte de la suya, desde el incomprendido papel de consorte, a mantener la et¨¦rea infraestructura de la monarqu¨ªa. ¡°No es de los que acepta con facilidad los cumplidos, pero ha sido, simplemente, mi fuerza y mi soporte durante todos estos a?os¡±, dijo de su esposo Isabel II cuando el 20 de noviembre de 1997 celebraron sus bodas de oro. Felipe de Edimburgo continu¨® si¨¦ndolo casi un cuarto de siglo despu¨¦s.