Los que se quedan en Kiev: un repartidor de Glovo y otros vecinos de una capital casi desierta
Una reportera de guerra, un conductor de una funeraria, un ¡®rider¡¯ con chaleco antibalas y un hombre acogido en un centro de sin techo relatan c¨®mo viven en una ciudad en alerta constante
Los paneles electr¨®nicos que reclaman a la OTAN que cierre el espacio a¨¦reo conviven en las calles de Kiev con los carteles que siguen anunciando el concierto del 29 de mayo de Iron Maiden y que el conflicto ha obligado a suspender. La capital de Ucrania es una ciudad en la que apenas se ven ya ni?os, superado el mes de la invasi¨®n rusa que comenz¨® el 24 de febrero. Aproximadamente la mitad de los tres millones de habitantes se han marchado huyendo de la guerra. Los hombres de entre 18 y 60 a?os est¨¢n obligados a quedarse, pero muchas mujeres y menores han ido saliendo de forma escalonada. Forman parte de los 10 millones de ucranios que han huido de los bombardeos, 3,5 millones fuera del pa¨ªs y 6,5 millones como desplazados internos. La capital de Ucrania ha aprendido en el ¨²ltimo mes a convivir con el estruendo de los combates que se escuchan de fondo, los sonidos de las alarmas, las noches en los refugios y las calles medio desiertas. Este es el testimonio de algunos de los vecinos que siguen en Kiev.
Alexei, repartidor de Glovo con chaleco antibalas y casco: ¡°La gente tiene miedo de abrir las puertas de sus casas¡±
Es una imagen fantasmal que recuerda al cierre de la vida p¨²blica en todo el mundo por la pandemia de covid. La estampa de los riders por las calles de Kiev en plena guerra es para algunos el s¨ªmbolo del avance irrefrenable y sin piedad del capitalismo en la antigua rep¨²blica sovi¨¦tica. Su presencia entre avenidas medio desiertas y zigzagueando entre las barricadas recuerda a aquellos d¨ªas de confinamiento impuestos por la covid, pero aqu¨ª los repartidores pedalean entre los zambombazos del Ej¨¦rcito de Ucrania y el de Rusia. La aplicaci¨®n que regula los pedidos y repartos de Glovo se bloquea en cuanto empiezan a sonar las alarmas que advierten de un posible ataque en la capital ucrania. Alexei, de 36 a?os (prefiere no dar su apellido), no acaba de acostumbrarse a esos parones, pero lo lleva con resignaci¨®n. Reconoce que la empresa les paga un poco m¨¢s por cada viaje por el peligro que supone trabajar estos d¨ªas. ¡°Si ya estoy de camino cuando suena la alarma, no tiro el pedido¡±, se?ala con cierta sorna. Explica que lo lleva a destino y espera a que la normalidad, si es que puede decirse as¨ª, se retome para esperar nuevos encargos.
Hace tres a?os que este padre soltero de una ni?a de 10 a?os se gana as¨ª la vida, como repartidor a tiempo parcial. Estos d¨ªas de conflicto lo hace sobre todo en la zona centro, que es la m¨¢s tranquila y se mantiene alejada de los combates, aunque ¡°se escuchan los ecos de las explosiones de otras partes de la ciudad y hay tensi¨®n¡±, se?ala. Por eso, cuando ha de ir a zonas m¨¢s alejadas o conflictivas asegura que lo hace con el casco y el chaleco antibalas que ha obtenido como miembro de los grupos de defensa civil en los que se ha enrolado. Cuenta que lo que m¨¢s est¨¢ llevando a los clientes es tabaco, cereales y pan, pero que el clima b¨¦lico tras un mes de conflicto ha enrarecido a la poblaci¨®n. ¡°La gente tiene miedo, teme abrir las puertas de sus casas. Si antes tocabas el timbre y te abr¨ªan, ahora tienes que llamar por tel¨¦fono antes. Te hacen preguntas y a veces tienes que ense?ar los documentos¡±, comenta con las manos apoyadas en el manillar y la mochila amarilla a los hombros.
Dice que muchos de los repartidores se han ido de la ciudad o se han unido a los grupos de defensa, por eso han quedado pocos. Adem¨¢s, a?ade, la cantidad de los pedidos ha disminuido porque la ciudad tiene ahora una poblaci¨®n menor. Pero haciendo un balance, a ¨¦l la carga de trabajo no se le ha hundido porque antes de la guerra realizaba unos 10 pedidos al d¨ªa, y ahora en las jornadas que considera buenas, sin muchas alarmas, hace en torno a siete u ocho. Pero en las malas, con muchas advertencias de seguridad, apenas uno o dos. En definitiva, tiene menos pedidos, pero cobra algo m¨¢s por cada uno de ellos en concepto de riesgo. Si antes sacaba una media de entre 1.000 o 1.500 grivnas al d¨ªa (30-45 euros), ahora obtiene una cantidad de entre 1.000 y 1.200 (30-37 euros). Pero Alexei insiste en que, m¨¢s all¨¢ de la bicicleta y Glovo, su papel ahora mismo es m¨¢s el de defender a su pueblo y para ello se apoya en su madre, que es quien se hace cargo de su hija.
Julia, reportera del canal 1+1: ¡°El frente es ahora mi casa¡±
El bautizo como reportera de guerra de Julia, de 34 a?os, tuvo lugar en 2014 en el este de su pa¨ªs, en la regi¨®n de Donb¨¢s. All¨ª, separatistas prorrusos llevan todo este tiempo desafiando a las tropas ucranias. Ahora, a Julia Kyriienko, periodista del canal de televisi¨®n 1+1, la guerra la pilla a las puertas de casa, en los alrededores de Kiev. Adem¨¢s, su marido, hasta hace unas semanas vendedor de tel¨¦fonos m¨®viles, se ha ido al frente con el Ej¨¦rcito mientras que el hijo de ambos, de dos a?os, se ha refugiado en el oeste del pa¨ªs con la abuela. ¡°En Donb¨¢s sab¨ªas d¨®nde estaba la l¨ªnea del enemigo, de d¨®nde pod¨ªan salir los tiros¡±, pero ¡°ahora estamos todos bajo fuego, no importa si est¨¢s en casa, en el trabajo o en el frente. Mi vida personal ha cambiado desde el 24 de febrero porque el frente es ahora mi casa¡±.
Julia forma parte de los equipos de periodistas ucranios a los que se permite estar empotrados con las tropas de su pa¨ªs, algo que apenas consiguen los medios extranjeros. ¡°Muchas veces tenemos que seguir trabajando hasta cuando se encienden las sirenas, estando en la calle o camino a rodar. El riesgo es m¨¢ximo¡±, relata durante una entrevista a primera hora de la ma?ana en la sede del canal 1+1, que forma parte del grupo de siete medios que se ha unido bajo la guerra para, entre todos, emitir de manera ininterrumpida las 24 horas del d¨ªa. De esta forma, explica Julia, mantienen informada a la poblaci¨®n de manera permanente y, al mismo tiempo, hacen frente a la falta de personal, pues muchos trabajadores se han ido por seguridad de Kiev.
Cada canal se encarga de una franja horaria que va rotando cada d¨ªa. ¡°El trabajo del periodista no ha cambiado, solo que el tiempo que tenemos que cubrir en antena ha aumentado a unas tres horas cada d¨ªa¡±. A veces Julia coincide con su marido en los alrededores de la l¨ªnea del frente, pero no puede acompa?arlo porque ¡°est¨¢ en una divisi¨®n que no permite que trabaje junto a ¨¦l¡±. En cuanto a la implicaci¨®n que pueda tener la guerra en su forma de cubrir la actualidad se?ala: ¡°Entendemos qu¨¦ es lo que est¨¢ haciendo Rusia y c¨®mo intenta hacer desaparecer a nuestra naci¨®n. Llevamos ocho a?os de guerra. Los rusos se est¨¢n hundiendo en sus fake news y todo el mundo lo puede ver, no tenemos el problema de tener que desmontar sus mitos. Todo el mundo se est¨¢ riendo de ellos¡±. La reportera muestra en su m¨®vil algunas im¨¢genes del frente, entre ellas, un selfi en el que de fondo aparece un perro comi¨¦ndose el cad¨¢ver de un militar ruso.
Volod¨ªmir, conductor de una empresa funeraria: ¡±Cuando hay un ni?o muerto no lo puedes comprender¡±
Cada d¨ªa al llegar a casa, Volod¨ªmir trata de ¡°cambiar el chip¡± y pensar en otra cosa que no sea su trabajo. Cientos de vasijas con cenizas se acumulan ordenadas por orden alfab¨¦tico en las dependencias del crematorio del cementerio de Baikove de Kiev. El humo negro que sale por la chimenea impregna el entorno. Muchas familias no acuden estos d¨ªas a buscar los restos de sus seres queridos por la guerra. En las ¨²ltimas semanas, los operarios han abierto nuevas cavidades en el terreno para tratar de aligerar el proceso de sepultura, pero no pueden avanzar sin que se cumplimenten los tr¨¢mites burocr¨¢ticos. Como en muchas otras profesiones, la de conductor de veh¨ªculos f¨²nebres tambi¨¦n se ha visto afectada con el conflicto. ¡°Despu¨¦s del 24 de febrero, algunos cuerpos se quedan en las morgues. Es imposible sacarlos por el p¨¢nico, mucha gente ha huido y el proceso se ralentiza. El trabajo es el mismo que antes, lo ¨²nico es que falta gente¡±, explica Volod¨ªmir, de 34 a?os y conductor desde hace 12 en una empresa mixta de titularidad p¨²blica y privada.
Ha acudido hasta el crematorio a trasladar el cad¨¢ver de un hombre que muri¨® una semana antes de un disparo mientras ayudaba a evacuar a civiles en su coche desde Irpin, en la l¨ªnea del frente a las afueras de la capital. En las dos peque?as capillas los procesos son r¨¢pidos, ceremonias de apenas unos minutos. Algunos religiosos despiden incluso a algunos de los finados dentro de la misma furgoneta en la que llegan. Abren el f¨¦retro, ondean un peque?o incensario y listo. Volod¨ªmir asegura que tambi¨¦n faltan enterradores y que los ata¨²des empiezan a escasear porque no hay nadie que los fabrique dentro de Kiev. Pese a sus a?os de experiencia, reconoce: ¡°Me asustan las muertes que no son naturales, como ahora que est¨¢n matando a la gente. Cuando hay un ni?o muerto no lo puedes comprender, el cerebro te explota y piensas: ¡°?Por qu¨¦?¡±. ?ltimamente, he visto a ni?os y gente joven a la que han disparado durante la evacuaci¨®n de Irpin, de Bucha...¡±. Por eso, al final de la jornada laboral trata de dejar el trabajo en la puerta y dedicarse a cuidar de su mujer y a sus hijos.
Roman, acogido en un hogar para personas sin techo: ¡°No me hablo con mi familia. No tengo a nadie¡±
Roman, de 43 a?os, muestra el refugio subterr¨¢neo con cinco literas que, en la actual coyuntura, se ha erigido como la estrella de la humilde casa de acogida donde habita junto a una veintena de mujeres y hombres sin techo en Kiev. ¡°Llevo en este lugar unas dos semanas, un poco despu¨¦s de haber empezado la guerra¡±, explica mientras ordena las pocas pertenencias de las que dispone. Desde 2008, cuando fue desahuciado por impago, anda dando tumbos y ahora se ha visto obligado a buscar amparo en una organizaci¨®n humanitaria porque los toques de queda proh¨ªben permanecer en la calle a los ciudadanos. Roman tiene exmujer y un hijo. Sabe que est¨¢n en la regi¨®n de Kiev, pero no mantiene contacto con ellos. ¡°No me hablo con mi familia. No tengo a nadie¡±.
En la vivienda, adem¨¢s del s¨®tano, hay dos dormitorios donde duermen separados mujeres y hombres. A la casa se entra por una estancia que hace las veces de peque?o sal¨®n y cocina. Varios hombres matan ah¨ª el tiempo cocinando o limpiando. Lo m¨¢s emocionante del relato de Roman son los paseos ¡°de tres kil¨®metros¡± para traer agua porque, afirma, la del grifo no pueden beberla. Al enterarse de que el reportero es espa?ol, cuenta de inmediato con cara de sorpresa que su madre vive desde hace dos d¨¦cadas en Avil¨¦s. Asegura que le gustar¨ªa irse de Kiev, pero la ley obliga a todos los varones de entre 18 y 60 a?os a quedarse para defender el pa¨ªs y ¨¦l mismo reconoce que no tiene ¡°ad¨®nde ir¡±, pues ni siquiera puede encontrar un trabajo. Le acompa?an tres hombres armenios, Georgi, de 53 a?os, Aram, de 52, y Tigram de 39, cuyas circunstancias son similares. Se han quedado atrapados en la capital ucrania sin poder salir.
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