Richmond derrib¨® sus estatuas del pasado racista de Estados Unidos. Ahora no sabe qu¨¦ hacer con ellas
La vieja capital confederada custodia en un almac¨¦n secreto los monumentos retirados de las calles tras las protestas de 2020. EL PA?S accede en exclusiva al lugar mientras las autoridades deciden sobre su destino: ¡°Tardaremos m¨¢s de cinco a?os¡±
El pasado racista de Richmond espera hecho pedazos su futuro en un descampado junto al r¨ªo que atraviesa la capital de Virginia. EL PA?S accedi¨® recientemente a ese lugar secreto con la condici¨®n de no revelar o dar pistas sobre su ubicaci¨®n por motivos de seguridad. All¨ª, en una zona fabril al aire libre, han ido a parar los restos de las estatuas confederadas retiradas de las calles por el Ayuntamiento, desde que las protestas por el asesinato en mayo de 2020 del afroamericano George Floyd en Minneapolis convocaran una oleada iconoclasta que dio la vuelta al mundo y un examen sorpresa a la memoria hist¨®rica de Estados Unidos.
Las erigieron como parte de la nost¨¢lgica reescritura del pasado que se conoce como la Causa Perdida, promovida por los descendientes de los vencidos tras la Guerra de Secesi¨®n, durante la que Richmond fue la capital del Sur rebelde y esclavista. La ciudad, de 230.000 habitantes, transfiri¨® la propiedad de esos monumentos ca¨ªdos de generales y pol¨ªticos al Museo de Historia Negra de Virginia. A sus responsables corresponde ahora la decisi¨®n de qu¨¦ hacer con ellos.
?Deber¨ªan devolverlos a las calles o destruirlos? ?Exponerlos contextualizados? ?O fundir el bronce y destinar los centenares de toneladas de m¨¢rmol y granito a m¨¢s altos fines?
Mary C. Lauderdale, directora de colecciones de la instituci¨®n, tiene claras dos cosas: que la decisi¨®n se tomar¨¢ ¡°de acuerdo con la comunidad¡± (¡°ya estamos haciendo sondeos entre los vecinos¡±, advierte) y que no las quiere en la sede del museo, un antiguo cuartel que alberg¨® el primer destacamento de soldados negros de Virginia. ¡°Son demasiado grandes para nuestros espacios y eso nos exigir¨ªa reforzar la seguridad ante posibles ataques de grupos supremacistas blancos¡±, a?ade.
Otra certeza es que la prisa que hubo por derribarlas no marcar¨¢ los siguientes pasos. ¡°Nos llevar¨¢ mucho tiempo; calculo que al menos unos cinco a?os, tal vez 10¡å, explica Lauderdale mientras pasea entre los bloques de piedra que formaban los pedestales de los monumentos.
Se conservan tal y como quedaron tras los ataques del verano del descontento de 2020: hay pintadas de Black Lives Matter por todas partes, llamamientos a desfinanciar la polic¨ªa (Defund the Police) y nombres de v¨ªctimas tristemente c¨¦lebres de los agentes, as¨ª que el lugar tambi¨¦n es un testimonio de aquellos meses convulsos. El sitio desprende un aire solemne; no por casualidad, los operarios que custodian el almac¨¦n lo llaman ¡°el cementerio¡±.
Se trata de un camposanto del pasado racista de Estados Unidos cuidadosamente organizado. Los restos del general Robert E. Lee, glorificado por una estatua que alcanzaba los 18 metros y era la m¨¢s grande de Monument Avenue, ocupan m¨¢s o menos la mitad del espacio. Al fondo, est¨¢ la parcela dedicada a Stonewall Jackson, que se gan¨® el mote de ¡°muro de piedra¡± en la batalla de Manassas, librada unos 150 kil¨®metros al norte al principio de la Guerra Civil (1861-1865). Cada pieza incorpora un c¨®digo, que servir¨ªa para volver a montar el monumental puzle llegado el caso.
Las figuras de bronce est¨¢n en el otro extremo, envueltas en un material pl¨¢stico blanco que recuerda a un sudario. Las taparon para evitar dar pistas a los conductores de los coches que cada d¨ªa usan la autopista vecina, una de las arterias de acceso a la ciudad. Les preocupan, aclara Lauderdale, los v¨¢ndalos, los grupos extremistas y los coleccionistas de recuerdos hist¨®ricos.
El desmontaje y almacenamiento corri¨® a cargo de Devon Henry, un joven contratista negro. Recibi¨® en 2020 una llamada del entonces gobernador dem¨®crata, Ralph Northam, para ofrecerle un encargo que ning¨²n empresario blanco se hab¨ªa atrevido a aceptar. ¡°Me lo tuve que pensar mucho, sobre todo, por mi familia, por la violencia y el odio que desat¨® la pol¨¦mica con las estatuas¡±, explica a EL PA?S en un centro social a las afueras de la ciudad. ¡°Al final, me decid¨ª; si no lo hac¨ªamos ahora, si no lo hac¨ªa yo, tal vez nunca llegar¨ªa lo que los descendientes de esclavizados hab¨ªamos perseguido durante d¨¦cadas¡±. M¨¢s tarde, supo que ¡°dos docenas de compa?¨ªas¡± rechazaron la oferta antes que ¨¦l.
Henry cuenta que cada vez que le ped¨ªan retirar una estatua, las autoridades le pon¨ªan ¡°seguridad durante 24 horas¡±, y que ¨¦l ten¨ªa que acudir al trabajo ¡°con chaleco antibalas¡±. Adem¨¢s, se sac¨® una licencia de armas para sentirse ¡°protegido¡±. ¡°Cada vez que quit¨¢bamos una, llov¨ªan las llamadas y los mensajes en el contestador con amenazas como: ¡®Hola, somos del Ku Klux Klan; t¨² derribaste nuestras recuerdos, ahora nos toca a nosotros ir a por ti y los tuyos¡¯. Cuando se publique este art¨ªculo, seguro que recibiremos unas cuantas m¨¢s¡±.
Ahora est¨¢ dispuesto a ¡°pasar p¨¢gina¡± y dedicarse a labores ¡°m¨¢s constructivas¡±, como volver a poner en pie la casa del primer propietario negro de Richmond. Su trabajo de demolici¨®n termin¨® el pasado diciembre, cuando extirp¨® del ajetreado cruce en el que llevaba 130 a?os ¡ª¡±dificultando el tr¨¢fico¡±, puntualiza Carl Virgin, vecino de la zona¡ª la estatua del general confederado A. P. Hill, que desde entonces yace con el resto en el almac¨¦n secreto, con la cabeza deshonrosamente metida en un neum¨¢tico, a la espera de ser envuelta en el pl¨¢stico blanco.
Hill era un segund¨®n en la causa sudista, pero si tardaron tanto en ocuparse de ¨¦l fue porque sus restos estaban enterrados bajo el pedestal, y eso retras¨® la operaci¨®n. Sus descendientes indirectos, que han demandado a la ciudad por la propiedad de la estatua, los enterraron un s¨¢bado reciente en el cementerio de Culpeper, localidad de Virginia al norte de Richmond. A la ceremonia acudieron centenares de simpatizantes de la Confederaci¨®n, muchos de ellos disfrazados a la manera de la Guerra Civil.
A la ¡°pregunta del mill¨®n de d¨®lares¡± de qu¨¦ har¨ªa con los monumentos si de ¨¦l dependiera la decisi¨®n, Henry, que calcula que ha desmontado 24 estructuras entre Richmond y Charlottesville, ciudad de Virginia que para desconfederarse ha optado por fundir y reutilizar los materiales, contesta: ¡°No creo que deban estar en la calle a la vista de mis hijos. No pueden ense?arse sin un contexto que explique el racismo que subyace tras esa glorificaci¨®n¡±.
La ¨²nica del lote que est¨¢ ahora mismo a la vista en la ciudad aguarda en The Valentine, un museo de historia local del centro que alberga la colecci¨®n de Mann Valentine, que se hizo rico en el siglo XIX con un t¨®nico de jugo de carne de supuestas propiedades curativas, as¨ª como el estudio de su hermano Edward, escultor asociado a la iconograf¨ªa de la Causa Perdida y autor de la estatua que se expone en la instituci¨®n. Representa al presidente de la Confederaci¨®n, Jefferson Davis, y los manifestantes la derribaron durante las protestas de 2020. (Tambi¨¦n tumbaron una efigie de Col¨®n, que acab¨® en un estanque; la ciudad acaba de donarla a la Asociaci¨®n Cultural Italoamericana de Virginia).
Los vecinos de Richmond tienen ahora una nueva perspectiva de Davis, al que sol¨ªan mirar desde abajo. En The Valentine se muestra tumbado, lleno de pintadas, con el brazo extendido en un gesto s¨²bitamente implorante, la frente abollada por los golpes y un trozo de kleenex pegado al cuello de la camisa. Bill Martin, que lleva al frente de la instituci¨®n 28 a?os, recuerda que cuando decidieron exponerlo as¨ª, ¡°sin limpiar¡±, provoc¨® una ruidosa reacci¨®n de gente que expresaba su disgusto ¡°por la falta de respeto¡± en las redes sociales o llamando por tel¨¦fono al museo que dirige.
La exposici¨®n la completan unos paneles en los que se cuenta la historia de ¡°c¨®mo el monumento termin¨® por los suelos¡±, as¨ª como un eficaz resumen de lo que pretend¨ªa la Causa Perdida: ¡°Tras la guerra, sus simpatizantes forjaron esa mitolog¨ªa para justificar el fracaso. Lanzaron una campa?a de desinformaci¨®n en los medios, las escuelas, y a base de construir monumentos¡±.
Estos, seg¨²n escribe la historiadora Karen L. Cox en el ensayo No Common Ground, ¡°dominaron el paisaje sure?o durante m¨¢s de 150 a?os¡± A¨²n lo hacen: seg¨²n un informe de la organizaci¨®n independiente Southern Poverty Law Center, quedan 2.089 vestigios nost¨¢lgicos bajo la l¨ªnea de Mason-Dixon, que divide geogr¨¢fica y mentalmente el pa¨ªs. En Richmond cayeron los generales sedentes o a caballo, pero el callejero sigue lejos de su completa desconfederaci¨®n: a¨²n permanecen, por ejemplo, el puente Robert E. Lee o la Confederate Avenue. Tambi¨¦n queda una estatua en pie de Stonewall Jackson. Est¨¢ frente al Capitolio, en suelo propiedad del Estado de Virginia, gobernado por el republicano Glenn Youngkin.
Los promotores de la Causa Perdida, ¡°reflejo de una cultura de violencia y supremacismo blanco¡±, seg¨²n Cox, minimizaron los horrores de la esclavitud y trataron de negarla como casus belli. Trataron de hacer pasar a los confederados por h¨¦roes y la secesi¨®n como un acto legal. ¡°Esas ideas se infiltraron en la vida cotidiana durante los a?os de la Reconstrucci¨®n [que siguieron a la guerra] y del Jim Crow [sistema legal que perpetu¨® despu¨¦s la discriminaci¨®n en los Estados del Sur], cambiando, en ¨²ltima instancia, el modo en el que, a¨²n hoy, se recuerda el pasado¡±, se puede leer en The Valentine. No deja de ser ir¨®nico que aquellos vencidos que trataron de reescribir la historia hayan sucumbido al empuje de otra clase, muy distinta, de perdedores: las v¨ªctimas del racismo sist¨¦mico en Estados Unidos.
En el museo se distribuyen unas hojas que invitan a participar en una encuesta sobre el futuro de las estatuas racistas. Hay seis opciones: almacenarlas, recolocarlas, con o sin contexto, exponerlas en un museo, reutilizar el material para crear nuevas obras de arte o, directamente, destruirlas. Martin comparte su ¡°sorpresa¡± al comprobar que en los ¡°sondeos de alcance limitado¡± que han hecho hasta ahora (con una muestra de unas 3.000 personas) el porcentaje de afroamericanos que apoyan la retirada de las estatuas y al que el asunto ¡°no les preocupa¡± es muy similar, en torno al 40%. Es el mismo porcentaje, a?ade, que se observa en la comunidad blanca. Los responsables de decidir sobre el destino de los monumentos trabajar¨¢n con esos datos, y con otras encuestas hechas en la Red.
De momento, el futuro inmediato de la estatua de Davis est¨¢ claro: en oto?o viajar¨¢ a Los ?ngeles, donde dos museos de la ciudad, MOCA y LAXART, preparan una exposici¨®n en la que se mostrar¨¢n monumentos confederados retirados por todo el pa¨ªs junto a obras de artistas afroamericanos contempor¨¢neos. Una portavoz del LAXART explic¨® la semana pasada en un correo electr¨®nico que la idea surgi¨® antes de la muerte de George Floyd, ¡°tras las acciones de los supremacistas blancos en Charleston en 2015 y en Charlottesville en 2017¡å. En esta ¨²ltima localidad, el plan de retirada sus monumentos confederados fue contestada con una marcha racista que dej¨® tres muertos y marc¨® el inicio de la presidencia de Donald Trump.
El director de The Valentine estar¨ªa dispuesto a albergar de forma permanente la estatua de Davis que ahora ense?a en su museo cuando esta vuelva de Los ?ngeles. ¡°Es importante para nosotros; tanto para contar de qu¨¦ modo [el escultor] Edward Valentine contribuy¨® a la Causa Perdida, como porque es pura historia de lo que pas¨® en Richmond en 2020. Fue la primera en caer. Es un objeto muy poderoso¡±.
Lo es para Dustin Klein y Alex Criqui, que recuerdan aquellos d¨ªas con intensidad. Participaron en las protestas desde el principio, pero todo, tambi¨¦n sus vidas, cambi¨® cuando tuvieron la idea de proyectar sobre el monumento de Lee, ya vandalizado, mensajes de Black Lives Matter, primero, y, despu¨¦s de unas semanas, fotos de v¨ªctimas de la violencia policial y de personajes clave de la historia afroamericana, de Harriet Tubman a Frederick Douglass. Las im¨¢genes de ese proyecto, que titularon Reclaiming The Monument (Reclamando el monumento) dieron la vuelta al mundo y convirtieron Richmond en un s¨ªmbolo global de la cruzada antirracista.
Hoy, la plaza en la que se erig¨ªa la gigantesca estatua, que los manifestantes rebautizaron con el nombre de una v¨ªctima policial (Marcus-David Peters), est¨¢ vac¨ªa y vallada, esperando a ser convertida en un jard¨ªn. Lee fue, en 1890, el primero en colocarse en Monument Avenue, una lucrativa operaci¨®n inmobiliaria al calor de la Causa Perdida. (Entonces, John Mitchell, un prof¨¦tico periodista local, editor del diario Richmond Planet, escribi¨®: ¡°El Negro ¨Dsic¨D levant¨® el monumento de Lee. Y llegar¨¢ el d¨ªa en el que estar¨¢ all¨ª para derribarlo¡±).
El ¨²ltimo memorial de la calle se inaugur¨® en 1925. Klein, de Reclaiming the Monument, se sonr¨ªe cuando recuerda que hoy en Monument Avenue solo queda en pie un prohombre, una estatua inaugurada en 1995 entre protestas de los supremacistas blancos en honor a la leyenda local del tenis Arthur Ashe (1943-1993), que fue el primer afroamericano en ganar el torneo de Wimbledon.
El general Lee tambi¨¦n estaba destinado a ser el primero en caer, pero acab¨® siendo el ¨²ltimo de la avenida en desaparecer, porque la orden dada por el gobernador Northam en junio de 2020 la retras¨® un a?o una demanda de unos vecinos ¡°muy ricos y muy mayores¡±, que, explica Criqui en el lugar desde donde hac¨ªan las proyecciones cada noche, ¡°no quer¨ªan perder la exenci¨®n fiscal de distrito hist¨®rico¡±. El caso se resolvi¨® en el Supremo de Virginia.
Criqui es partidario de mostrar las estatuas ¡°con la historia completa¡±. ¡°Sin limpiarlas, ni arreglarlas. Esos objetos nos hablan de unos supremacistas blancos que perdieron la guerra y trataron de ganar otra: la de la memoria. Nosotros crecimos con esas mentiras, y finalmente la ciudad las acab¨® rechazando y se sacudi¨® la imagen de Richmond como ese peque?o lugar donde los ideales de la Confederaci¨®n segu¨ªan vivos¡±, advierte.
Aquella Arcadia racista acab¨® convertida en una urbe mayoritariamente afroamericana. La demograf¨ªa de Richmond, cuya poblaci¨®n ha crecido un 15% desde 2010, ha dado un vuelco en estos a?os: debido a un proceso de gentrificaci¨®n que acentuaron la pandemia y el teletrabajo, la comunidad negra ha pasado de ser mayor¨ªa (57% en 2000) a mayor¨ªa-minoritaria (45,2%, frente a un 44,8% de blancos en el ¨²ltimo censo). Tambi¨¦n es una poblaci¨®n joven, cuya media de edad es de 34 a?os. ¡°Las nuevas generaciones y los reci¨¦n llegados nos exigen que revisemos el pasado y lo volvamos a contar¡±, considera el director de museo Bill Martin.
Pensando en ellos instalaron en la ciudad otra figura ecuestre sobre un pedestal. Representa a un hombre negro con unas Nike. La obra (Rumors of War) la firma el artista afroamericano Kehinde Wiley y da la bienvenida desde poco antes de la pandemia al Museo de Bellas Artes de Virginia, uno de los m¨¢s interesantes del Sur de Estados Unidos. Wiley, autor del retrato m¨¢s c¨¦lebre de Obama, ha construido su exitosa carrera a base de representar a los suyos a la manera que reservaban a los reyes los grandes maestros del arte antiguo.
El monumento de bronce y piedra luce un gesto parecido al de otra estatua retirada en Richmond, la del militar J. E. B. Stuart, y mira de reojo al cuartel general de United Daughters of Confederacy (Uni¨®n de Hijas de la Confederaci¨®n). Fundada en 1894, se calcula que la organizaci¨®n de descendientes femeninas financi¨® en las primeras d¨¦cadas del siglo XX entre 450 y 700 monumentos de la Causa Perdida.
Durante los disturbios de 2020, la sede, con aspecto de fortaleza, fue atacada, y ahora luce carteles de ¡°Prohibido pasar¡± y ¡°Propiedad privada¡± y un guardia afroamericano corta el paso a los visitantes. Su directora, Jinny Widowski, no contest¨® a la petici¨®n de comentarios por parte de este diario, pero en su web firma una carta que dice: ¡°Nos entristece que haya personas que encuentren ofensivo lo relacionado con la Confederaci¨®n. Nuestros antepasados fueron y son estadounidenses. Nosotros, como organizaci¨®n, no los juzgamos, ni imponemos los est¨¢ndares del siglo XIX a los estadounidenses del siglo XXI. Es nuestro sincero deseo que nuestra gran naci¨®n y sus ciudadanos contin¨²en permitiendo que (...) los descendientes de los soldados confederados honren la memoria de sus antepasados. (...) [L]os monumentos conmemorativos confederados son parte de nuestra historia estadounidense compartida y deben permanecer en su lugar¡±.
Por m¨¢s que a¨²n no est¨¦ claro su destino final, no parece probable que las estatuas de Richmond vayan a volver a ¡°su lugar¡±, como quiere Widowski. De momento, esperan su suerte en el almac¨¦n secreto al otro lado del r¨ªo donde a ratos llegan los desagradables olores que desprende una f¨¢brica cercana. Podr¨ªa ser el acto de justicia po¨¦tica definitiva: el sitio, adem¨¢s, est¨¢ en una zona en la que, en los a?os previos a la guerra, reun¨ªan a los esclavos llegados de ?frica antes de trasladarlos a la ciudad para su venta.
Sigue toda la informaci¨®n internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.