Honduras, el pa¨ªs donde el m¨¦todo Bukele fracas¨®
La presidenta Xiomara Castro decret¨® hace 10 meses un estado de excepci¨®n inspirado en El Salvador. Los asesinatos han bajado, pero contin¨²a el control de las pandillas y los grupos de narcotraficantes. Las denuncias por torturas crecen en las c¨¢rceles, ahora bajo control militar
Lo primero que sinti¨® Lorenza Ramos al bajarse del cami¨®n fue el olor a carne quemada. Despu¨¦s fue el humo: negro, denso, como un bramido que sal¨ªa de la c¨¢rcel. Corri¨®. Ah¨ª dentro estaba su hija. Eran casi las nueve de la ma?ana del 20 de junio y 46 reclusas estaban siendo asesinadas al interior del penal de T¨¢mara, Honduras, en la peor masacre de la historia en una prisi¨®n de mujeres. El ataque, con fusiles, machetes y gasolina, ocurri¨® a manos de una pandilla en un pa¨ªs que llevaba meses bajo un estado de excepci¨®n. Era la embestida definitiva contra el Gobierno de Xiomara Castro, asediado por las cr¨ªticas de inseguridad y la presi¨®n de las ¨¦lites empresariales. Mientras 46 mujeres mor¨ªan, los viejos engranajes de la maquinaria criminal segu¨ªan girando.
Ramos aguarda su turno en T¨¢mara con una bandejita de carne guisada, frijoles y pl¨¢tano frito. Han pasado dos meses del ataque de las reclusas de Barrio 18 y, como cada s¨¢bado en la ma?ana visita a Lidesme, que tiene 33 a?os y lleva los ¨²ltimos cuatro en la c¨¢rcel. Su hija sobrevivi¨®. Durante el infierno trep¨® los muros para evitar las cuchilladas, los disparos y las llamas. Desde ah¨ª, desde lo alto, cuenta su madre, se cay¨® y se descompuso el hombro. Todav¨ªa no se lo arreglan. Ramos dice que no entiende, porque ella no subi¨® a los muros del penal para escaparse, sino ¡°para salvarse¡±.
Nadie en Honduras cree que la matanza de T¨¢mara fuera una casualidad. Tampoco las consecuencias. Oblig¨® a Castro a dar un giro de tuerca al r¨¦gimen de excepci¨®n: destituy¨® al ministro de Seguridad y a otra decena de funcionarios, dio marcha atr¨¢s en una de las primeras medidas que hab¨ªa tomado al entrar al Ejecutivo y devolvi¨® el control de las prisiones a los militares, anunci¨® la construcci¨®n de una c¨¢rcel de m¨¢xima seguridad en una isla para aislar por completo a los pandilleros y public¨® en Twitter las im¨¢genes de presos sometidos en ropa interior. Todo apuntaba en la misma direcci¨®n: Honduras estaba dispuesto a bukelizarse.
Mencionar el modelo del salvadore?o Nayib Bukele en el vecino pa¨ªs centroamericano es muy efectivo. Hasta ahora, incluso en pleno estado de excepci¨®n, muchos hondure?os resumen la vida en Tegucigalpa, la capital, como una prisi¨®n al aire libre. Los asaltos y los secuestros son diarios, hay puestos de taxis que pagan cuota de extorsi¨®n hasta a siete grupos distintos, las farmacias avisan de que el dinero se guarda en una b¨®veda de la que los empleados no tienen llave, las avenidas est¨¢n llenas de carros con vidrios tintados y los altos barrios siguen controlados por las pandillas.
La nota roja narra de forma diaria las matanzas en el pa¨ªs: son cuatro, son cinco, es una familia entera. Han matado a 23 transportistas en nueve meses. El primer crimen contra ambientalistas en 2023 ocurri¨® en Honduras ¡ªJairo Bonilla y Aly Dom¨ªnguez, quienes defend¨ªan el r¨ªo Guapinol frente a una minera¡ª y desde entonces ya van ocho asesinados. Todos los cr¨ªmenes ocurrieron dentro de un estado de excepci¨®n, donde el 90% de los homicidios queda impune.
El teatro y el Gobierno
¡°El infierno de Xiomara¡±, grita una pintada en uno de los principales bulevares de Tegucigalpa, ¡°queremos operativos contra los mareros¡±. Al asumir la presidencia, Xiomara Castro tom¨® una decisi¨®n sin precedentes: le quit¨® la seguridad al Ej¨¦rcito. Quer¨ªa robustecer a la polic¨ªa, un cuerpo poco efectivo, falto de personal y sin credibilidad entre la poblaci¨®n. El experimento no tuvo tiempo de cuajar. ¡°No es casualidad¡±, dice el periodista de investigaci¨®n Jared Olson, ¡°que llegue una mujer reformista, que no es perfecta ¡ªtambi¨¦n tiene acusaciones de corrupci¨®n¡ª, pero que dice que va a cambiar cosas y que entonces se dispare la violencia¡±.
El 6 de diciembre de 2022, tras una aguda crisis por las extorsiones al sector de transporte, Castro se traga la primera incongruencia y decreta el estado de excepci¨®n en la mitad del pa¨ªs, que incluye las grandes ciudades y los municipios m¨¢s violentos. Suspende garant¨ªas constitucionales, como la libertad de circulaci¨®n y de asociaci¨®n, y permite registros y detenciones sin orden judicial con el objetivo declarado de facilitar la investigaci¨®n de los delitos. Lo ha prorrogado, de momento, hasta el 6 de octubre.
La Secretar¨ªa de Seguridad, que hace peri¨®dicamente una publicaci¨®n con los logros de la medida, destaca que hasta julio de 2023 se han registrado 375 homicidios menos que en el mismo per¨ªodo del a?o pasado. Es un hecho: Honduras tiene ahora la tasa m¨¢s baja de asesinatos desde hace 18 a?os y, aun as¨ª, se mantiene como la segunda m¨¢s alta de Latinoam¨¦rica, solo por detr¨¢s de Venezuela.
¡°Los que hemos estudiado el fen¨®meno creemos que no va a bajar mucho m¨¢s, porque responde a un modelo de disuasi¨®n y control, se prioriza el uso de la fuerza¡±, apunta el analista de seguridad Leonardo Pineda, ¡°pero no se atacan las ra¨ªces de la violencia per se: la falta de acceso a la salud, a la educaci¨®n, a un medio digno de vida¡±. De hecho, en el principal sondeo de opini¨®n, de la firma ERIC-SJ, realizado en julio, la inseguridad es la tercera preocupaci¨®n de la poblaci¨®n, muy por detr¨¢s de la crisis econ¨®mica y la falta de empleo. La uni¨®n de las tres causas empuja el torrente de migrantes hondure?os: alrededor de un mill¨®n de personas ha salido del pa¨ªs, el 10% de la poblaci¨®n.
En este marco, casi la mitad de los ciudadanos est¨¢ de acuerdo con el estado de excepci¨®n, seg¨²n una encuesta de la Asociaci¨®n para una Sociedad m¨¢s Justa (ASJ), pero el 77% dice sentirse igual o m¨¢s inseguro de que antes de que estuviera vigente. Ah¨ª est¨¢ la clave, apuntan las personas consultadas por EL PA?S: el estado de excepci¨®n existe sobre el papel, pero no ha cambiado, ni para bien ni para mal, la vida diaria de la poblaci¨®n. ¡°Se ha tratado de seguir esta moda de Nayib Bukele, pero Honduras no est¨¢ lista para una cosa as¨ª¡±, dice Pineda. Esa afirmaci¨®n la repiten expertos, periodistas, ciudadanos y hasta una exintegrante de las pandillas.
En el centro de la respuesta, los mapas. Honduras tiene una posici¨®n geogr¨¢fica clave en el centro del istmo centroamericano, con fronteras terrestres con Guatemala, El Salvador y Nicaragua. ¡°Es un pa¨ªs clave para el narcotr¨¢fico en el hemisferio. El Salvador es solo un pedacito de tierra que se puede evitar, pero para llevar coca¨ªna desde Venezuela hasta M¨¦xico tienes que ir por Honduras¡±, afirma Olson, que lleva cuatro a?os investigando la corrupci¨®n y la seguridad del pa¨ªs.
Adem¨¢s, El Salvador es un territorio cinco veces m¨¢s peque?o, con casi el triple de polic¨ªas y el doble de militares que Honduras. ¡°Log¨ªsticamente hablando es un problema¡±, dice Pineda. Honduras tiene una de las concentraciones de polic¨ªas m¨¢s bajas del continente, 1,8 por cada 1.000 habitantes; Panam¨¢, por ejemplo, tiene 5,9, y la ONU recomienda tres. ¡°Tenemos un d¨¦ficit aproximado de unos 17.000 polic¨ªas en el pa¨ªs. Incluso en 2022 hubo una ca¨ªda en el ingreso. Los j¨®venes no quieren ser polic¨ªas¡±, a?ade el director de seguridad de ASJ, Nelson Casta?eda. Patricia ¡ªnombre ficticio¡ª, que trabaj¨® con la Mara Salvatrucha-13, lo resume as¨ª: ¡°No es lo mismo controlar una casa que controlar 20¡å.
Hay algo m¨¢s. Unas ra¨ªces que se adentran en el complejo funcionamiento de un pa¨ªs que no se sacude la etiqueta de narcoestado. ¡°Es m¨¢s f¨¢cil en El Salvador acabar con los mareros porque no sirven, pero en Honduras es diferente. Los cuerpos de seguridad est¨¢n manejando much¨ªsimo dinero del narcotr¨¢fico y no quieren acabar totalmente con los mareros, porque son ¨²tiles, los usan para masacres, asesinatos¡±, afirma Olson, que vive en Ciudad de M¨¦xico, donde ha tenido que huir a ra¨ªz de sus investigaciones, ¡°mientras los dejan operar, abandonan a comunidades a su suerte, por meses enteros, a?os¡±.
Las pandillas y los militares
Es apenas un muchacho. Lleva lentes grandes, gorrito veraniego y tenis de marca. Desde su puesto en la pulper¨ªa tiene una vista privilegiada de Tegucigalpa. En Honduras los llaman banderas, en M¨¦xico, halcones. Su labor es vigilar: qui¨¦n entra y c¨®mo entra, modelo, placa y color de carro, si tiene permiso o no para recorrer estas calles mal asfaltadas, a qu¨¦ viene y cu¨¢ndo se va. Est¨¢ tranquilo, si tiene dudas llama o manda un audio. En esta colonia controlada por la MS-13, ¨¦l forma parte de los que mandan.
Nada parece haber cambiado mucho en el reparto de los barrios desde que entr¨® en vigor el estado de excepci¨®n. Al menos, no en la pr¨¢ctica. Las reglas siguen siendo las reglas. En las altas comunidades de la capital hondure?a no puedes entrar sin invitaci¨®n, si vas en auto, llevas los vidrios bajados y haces un cambio de luces, si conduces moto, el casco levantado que se vea el rostro, el tel¨¦fono guardado o enfocando hacia abajo, no preguntas, no sacas informaci¨®n. Los errores se pagan.
Desde el estado de excepci¨®n, son muchos los que como ¨¦l aparecen despu¨¦s en la prensa como imagen del ¨¦xito de operativos especiales. La Secretar¨ªa de Seguridad presume en su informe de que hasta el 19 de julio hab¨ªan detenido a m¨¢s de 1.300 personas, unas 500 presuntamente relacionadas con las maras y las pandillas. A la gran mayor¨ªa se los llevaron por delitos por tr¨¢fico de drogas, a otras 250 por extorsi¨®n.
Sin embargo, seg¨²n datos de la Asociaci¨®n para la Justicia, menos de la mitad de estos ¨²ltimos han sido judicializados, solo 84. A la mayor¨ªa los arrestan y los sueltan. ¡°Los llevan al juzgado y no pueden demostrar los delitos, porque hay muchas carencias en la investigaci¨®n y no funciona, por el ejemplo, el sistema de identificaci¨®n de bal¨ªstica y tienen que soltarlos o tenerlo presos sin condena, que es igual de malo. El universo de capturados se ha convertido m¨¢s en una medida de presi¨®n y represi¨®n, para hacer propaganda de ¡®estamos haciendo algo contra la inseguridad¡±, apunta Pineda.
Las maras son el enemigo perfecto en el imaginario p¨²blico. ¡°Son el enemigo creado, representan todos los males. Lo hemos dicho con investigaciones desde 2004, las maras son un brazo sicarial y ejecutivo de las c¨²pulas empresariales, pol¨ªticas y militares. Sirven de carne de ca?¨®n y son la excusa perfecta para un estado de emergencia¡±, dice con rotundidad la periodista de investigaci¨®n Wendy Funes. ¡°No puedes entender la violencia en Honduras si solo est¨¢s viendo la parte m¨¢s abajo: las maras no habr¨ªan podido existir sin autorizaci¨®n oficial¡±, contin¨²a su colega Jared Olson.
Las afirmaciones de los periodistas se enmarcan en un pa¨ªs cuyo ¨²ltimo presidente, Juan Orlando Hern¨¢ndez, est¨¢ preso en Nueva York por narcotr¨¢fico, acusado de facilitar el ingreso de toneladas de coca¨ªna a territorio estadounidense y de recibir millones de d¨®lares de organizaciones criminales de su pa¨ªs y M¨¦xico, entre ellas del sanguinario Cartel de Sinaloa.
¡°El problema del narcotr¨¢fico no se fue con Juan Orlando, se qued¨® aqu¨ª. Los narcotraficantes est¨¢n usando a las pandillas como brazo armado, como sicarios¡±, apunta Pineda. Pero los periodistas van m¨¢s all¨¢, no son solo los c¨¢rteles, sino las instituciones. ¡°Hay intercambio entre el Estado y el crimen organizado. Est¨¢n muy mezclados, se usan uno al otro para sus propios intereses. Especialmente el Ej¨¦rcito, que manipula a las maras como piezas de ajedrez¡±. ?Cu¨¢l es el punto de colusi¨®n entre el Estado y los delincuentes? Las c¨¢rceles. Xiomara Castro se las quit¨® a los militares, cambi¨® el tablero y entonces lleg¨® el 20 de junio.
La c¨¢rcel y las torturas
A las 7.50 de la ma?ana, dos polic¨ªas fueron a pasar lista al m¨®dulo 7 de la Penitenciaria Nacional Femenina de Adaptaci¨®n Social (PNFAS). Abrieron el hogar de las mujeres vinculadas con la pandilla Barrio 18 y fueron enca?onadas. Las reclusas les robaron las llaves, las radios, las listas. Ten¨ªan parte del arsenal escondido en baldes de ropa para tender. Salieron aquel d¨ªa armadas como un ej¨¦rcito. ?C¨®mo entra un AK-15 en un reclusorio? Tuvieron una hora libre para matar: no entr¨® ning¨²n agente de seguridad hasta que termin¨® la matanza, a las 08.56.
En Honduras solo hay una c¨¢rcel para mujeres ¡ªdesde que cerr¨® en 2017 la que hab¨ªa mixta en San Pedro Sula¡ª y entre esos muros grises conviven 900 reclusas, incluidas diecichoreras y emeses. Aunque son menos en las calles, las reclusas de la 18 son casi 400, frente a unas 100 de la Mara Salvatrucha-13.
Fue una llamada a la guerra. ¡°Perras, ah¨ª os vamos a meter fuego¡±. Fueron directas al llamado hogar 1, donde se concentraba un centenar de mujeres asociadas de alguna manera con la 13. A ellas las asesinaron con sa?a ¡ªquedaron mujeres con la cabeza abierta a pedradas, con cinco cuchilladas en el cuello¡ª. Quemaron los dormitorios con gasolina. Murieron 28. Las que sobrevivieron estaban en el techo, como Lidesme. Pero no se qued¨® ah¨ª. ¡°Empezaron a mencionar nombres, ellas llevaban un listado. Y andaban con tiempo, sab¨ªan cu¨¢nto tiempo ten¨ªan en cada hogar¡±, dice Sheila ¡ªnombre ficticio¡ª, presa en el hogar 4 aquel 20 de junio. ¡°Josefa venimos a por vos¡±, gritaban aporreando las puertas.
Mataron a Josefa, porque como coordinadora de ¨¢rea no les hab¨ªa dejado vender droga. Tambi¨¦n asesinaron a su hija, a la coordinadora de la iglesia y ¡°a otra se?ora que dec¨ªan que tambi¨¦n pertenec¨ªa a la MS¡±, dice Sheila susurrando. ¡°Suplicaba, lloraba que por los hijos que no la mataran, pero andaban endiabladas¡±. Tambi¨¦n asesinaron a dos polic¨ªas que estaban presas. El rastro llega hasta 46. Solo tres de ellas ten¨ªa delitos de sangre, la mayor¨ªa estaba en la c¨¢rcel por vivir en zonas controladas por la MS-13, ha desvelado una investigaci¨®n del antrop¨®logo Juan Mart¨ªnez. A d¨ªa de hoy todav¨ªa no hay listado oficial de qui¨¦nes son las fallecidas. A sus familias, el Estado les ha pagado 50.000 lempiras, es decir, 2.500 d¨®lares.
¡°La polic¨ªa lleg¨® y solo ya vio las muertas¡±, cuenta Sheila, que se?ala que a las agresoras les dio tiempo a guardar las armas. Dos semanas despu¨¦s llegaron los militares. Dos meses despu¨¦s, Mayra y July venden cojines a las puertas de la c¨¢rcel. No hay manera de sacudirse la tristeza del 20 de junio, tampoco el miedo. Ellas se emplean en los talleres, que son un sustento para las reclusas, donde rellenan, pintan y cosen cojines. Para pasar al ¨¢rea de trabajo hay que atravesar los patios donde est¨¢n todav¨ªa las del 18. Agresoras y agredidas siguen entre las mismas paredes en una bomba de relojer¨ªa.
Mayra dice que ella se siente m¨¢s segura con los militares all¨¢, aunque llora porque ya no puede hablar con sus hijos, apenas con sus padres. Las mujeres tiene derecho a una llamada de tres minutos cada 15 d¨ªas. En algunas c¨¢rceles de hombres ni siquiera eso.
Del llamado Pozo 1, el nombre popular que recibe la c¨¢rcel de seguridad de El Porvenir, en Siria, las esposas salen dobladas. Han visto a sus maridos sin u?as en los pies por los culatazos del fusil, con rajas de alambre en las plantas, con cardenales en la espalda y el abdomen, flacos como esqueletos, amarillos. Dicen que no tienen medicinas ni les da el sol. Que comen en bolsas. Que pasan d¨ªas tirados en catres sin colch¨®n por las palizas. Que la otra noche los subieron al techo a hacer 100 sentadillas. Que ellas tienen que hacer cinco o siete, desnudas, antes de entrar a la visita. Que tambi¨¦n las tratan como delincuentes. Que algunas han hecho 24 horas de trayecto, se han formado 12 horas bajo el sol y han podido verlos 10 minutos. Salen en llanto del Pozo y preguntan: ¡°Ellos hicieron algo mal y ya est¨¢n ya cumpliendo su pena, pero ?hace falta tratarlos como animales?¡±.
Las denuncias por torturas en las c¨¢rceles se han disparado desde que volvieron a estar bajo control del Ej¨¦rcito. La corrupci¨®n ha permitido que durante d¨¦cadas las c¨¢rceles en Honduras fueron centro de operaciones, universidad y laboratorio del crimen organizado. Las ¨®rdenes de asesinato y las extorsiones sal¨ªan diariamente de las prisiones. Eran, explica Wendy Funes, ¡°un brazo ejecutor del narcoestado¡±.
Lo que son ahora todav¨ªa no se sabe. Son hervidero de denuncias contra los derechos humanos. Son b¨²nkers donde los periodistas y las organizaciones no pueden entrar. Son el mayor parecido que Honduras ha conseguido hasta ahora con el r¨¦gimen de Bukele. Como dice Funes: ¡°Los militares han hecho una copia barata de las c¨¢rceles de El Salvador. Hasta ahora el estado de excepci¨®n ha sido solo una respuesta de emergencia, un teatro, una medida tomada para darle a la opini¨®n p¨²blica una respuesta, pero si todo el tema de seguridad pasa a los militares s¨ª: tenemos un riesgo¡±.
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