El silencio que blinda a Nueva York
El d¨ªa de la elecci¨®n, despu¨¦s de que cerraran los colegios, se hizo palpable otra forma del vac¨ªo, la ausencia del bullicio
Poco antes de caer la noche del martes reinaba en Manhattan una confusa sensaci¨®n, mezcla de calma y anticipaci¨®n. Se llegaba al final de un proceso que hab¨ªa sido largo y tortuoso solo para dar comienzo a otro. Algunos detalles permit¨ªan ver con claridad que el momento que estaba a punto de vivirse iba a ser extra?o. El tr¨¢fico hab¨ªa empezado a decrecer d¨ªas antes, a la vez que se ralentizaban la actividad comercial y laboral. Uno de los matices de la indefinible sensaci¨®n de inquietud que impregnaba el ¨¢nimo de la ciudad era el temor, un temor dirigido en primera instancia a proteger la integridad f¨ªsica de lugares y personas. Numerosos edificios se apresuraron a contratar los servicios de empresas de seguridad privada, a fin de salvaguardar a los residentes en caso de que se dieran situaciones de violencia callejera, como las que tuvieron lugar cuando se convocaron manifestaciones a favor del movimiento Black Lives Matter. El recuerdo de los disturbios y saqueos que se vivieron entonces sigue estando muy presente en la conciencia de la ciudadan¨ªa, que no estaba preparada para hacer frente a lo que ocurri¨®.
Las calles y avenidas m¨¢s emblem¨¢ticas de Manhattan fueron tomadas al asalto por grupos incontrolados que se dedicaron a la destrucci¨®n y el saqueo de escaparates, sobre todo de tiendas de lujo. A fin de evitar males mayores, se procedi¨® a cubrir las fachadas y cristaleras de los comercios con inmensos tablones de madera que se suced¨ªan portal tras portal, confiriendo una fisonom¨ªa ins¨®lita a las principales arterias de la ciudad. Fue el primer cambio de relieve en la configuraci¨®n del paisaje urbano. Por espacio de varias semanas, las planchas de conglomerado se mantuvieron en pie, ocultando el aspecto originario de los establecimientos m¨¢s conocidos de Broadway, Madison, Park o la Quinta Avenida. Tras haber sido cubiertas de grafiti por artistas locales, las grandes superficies de madera se empezaron a desmontar semanas despu¨¦s, coincidiendo con el alivio que supuso ir abriendo gradualmente la ciudad, tras meses de ag¨®nico confinamiento. Las medidas decretadas por el alcalde y el gobernador del Estado destinadas a controlar la propagaci¨®n del coronavirus hab¨ªan surtido efecto, despu¨¦s de que Nueva York hubiera sido el epicentro global de la pandemia. A efectos de imagen p¨²blica, la transformaci¨®n m¨¢s espectacular tuvo que ver con el hecho de que los bares y restaurantes estaban obligados a operar al aire libre.
El rostro de Nueva York cambiaba por segunda vez, de manera si cabe m¨¢s dr¨¢stica. Los tablones que hab¨ªan recubierto fachadas y escaparates desaparecieron para dar paso a estructuras de signo m¨¢s festivo. En las aceras y en los carriles laterales de las calzadas que colindaban con ellas se empezaron a erigir singulares construcciones de madera que resultaron ser espacios m¨¢s atractivos que el interior de los locales que deb¨ªan suplantar. En torno a las mesas, protegidas con toldos o sombrillas, se alzaban estilizadas estufas de gas para hacer frente a la llegada del fr¨ªo. Los neoyorquinos se apresuraron a acudir en masa a los singulares recintos puestos a su disposici¨®n. Con el benepl¨¢cito de las autoridades municipales, muchas calles se cortaron al tr¨¢fico, para solaz de peatones y ciclistas. Ornamentados de maneras infinitamente diferentes, los bares y restaurantes al aire libre dispersos por todo Nueva York se han consolidado como un componente irrenunciable del paisaje urbano. Inevitablemente, en v¨ªsperas de las elecciones regresaron los tablones destinados a blindar el exterior de comercios y edificios, reproduciendo el extra?o ritual de los meses pasados. A este nuevo cambio de imagen se a?ad¨ªa una circunstancia ins¨®lita: el espect¨¢culo de las colas.
?ltimamente, han convergido en Nueva York cuatro formas diferentes de hacer cola. Contra el trasfondo de un desempleo que ha alcanzado cotas salvajes como consecuencia del descalabro econ¨®mico provocado por la covid-19, filas de indigentes cada vez m¨¢s largas aguardaban su turno para recibir comidas distribuidas por organizaciones de beneficencia. La segunda variedad, presente en numerosos puntos distribuidos por todos los barrios de la ciudad, eran las gigantescas colas de neoyorquinos que acud¨ªan a hacerse las pruebas que les permitir¨ªan saber si estaban infectados por el virus, facilitadas en cantidades masivas de manera gratuita por las autoridades sanitarias. Una tercera manera de hacer cola, tan reciente como ef¨ªmera, y a la postre injustificada, fue la de quienes ante el miedo de los altercados que pudieran tener lugar durante la jornada electoral y despu¨¦s, se alinearon frente a supermercados y tiendas de comestibles por temor a que pudiera darse una escasez de alimentos y art¨ªculos b¨¢sicos. La cuarta especie de cola, sin lugar a dudas la m¨¢s relevante de todas, fue la de quienes aguardaban pacientemente para ejercer su derecho al voto, tanto a lo largo de las jornadas anteriores como el mismo d¨ªa de la convocatoria electoral. Todos esos tent¨¢culos de signo dispar tuvieron el efecto de tejer una red de hilos invisibles que se concretaron en la sensaci¨®n de extra?eza que pesa sobre todo Nueva York.
Sobre puentes, t¨²neles y calles; sobre parques, r¨ªos y avenidas; sobre los rascacielos, muelles y aeropuertos, la sensaci¨®n predominante es la de un vac¨ªo desolador. Un vac¨ªo que no es de orden f¨ªsico, pues hace tiempo que las calles se han vuelto a llenar de gente. Se trata de un vac¨ªo que resulta dif¨ªcil cualificar, pero que est¨¢ impregnado de temor e incertidumbre, de p¨¢nico y paranoia, el mismo que hizo que se dispararan las ventas de armas. Lo que m¨¢s pesa hoy sobre la ciudad es la sombra de lo que ocurri¨® hace cuatro a?os. Entonces como hoy, Nueva York estaba firmemente en contra del neoyorquino que acab¨® siendo el ocupante de la Casa Blanca, para sorpresa y frustraci¨®n de la inmensa mayor¨ªa de sus conciudadanos.
El pasado martes, la posibilidad de que pudiera volver a ocurrir algo as¨ª era una idea que resultaba sencillamente insoportable. La fuerte presencia policial que a lo largo de estos a?os se ha mantenido de manera constante frente a la Torre de Midtown que lleva el apellido del actual presidente de la naci¨®n, es un detalle que resume la rabia que sienten muchos neoyorquinos, que se congregaban impotentes a protestar all¨ª. El martes, despu¨¦s de que cerraran los colegios electorales, se hizo palpable otra forma del vac¨ªo, una ausencia ajena al car¨¢cter de Nueva York: el silencio.
A lo largo del d¨ªa apenas se hab¨ªa dejado o¨ªr el tableteo de las aspas de los helic¨®pteros de la polic¨ªa, omnipresente durante los disturbios y manifestaciones de los ¨²ltimos meses. Tampoco se escucharon con la regularidad habitual las sirenas de los coches patrulla, ni las de las ambulancias o los bomberos. Las temidas explosiones de violencia no tuvieron lugar. El ¨²nico ritual que se cumpli¨® con rigor ejemplar, en medio de una afluencia de votantes desconocida en la historia de la ciudad, fue acudir a la cita con las urnas. Los neoyorquinos son perfectamente conscientes de que a escala nacional, el resultado de las elecciones no depende de ellos, que tienen claro de manera abrumadora m¨¢s que a qui¨¦n votar, contra qui¨¦n hacerlo. La larga noche de incertidumbre comenz¨® poco despu¨¦s de cerrar los colegios electorales, cuando empezaron a llegar los primeros datos procedentes de otros Estados. Se tem¨ªa que pudiera ocurrir algo as¨ª, que quiz¨¢ no hubiera resultados concluyentes a lo largo de la noche. Entrada la madrugada y a medida que la diferencia de votos entre los dos contendientes se iba haciendo cada vez m¨¢s estrecha, no qued¨® m¨¢s remedio que rendirse a la evidencia. Imposible saber qui¨¦n hab¨ªa resultado vencedor. Traicionando uno de los lemas que mejor definen su car¨¢cter, la ciudad que nunca duerme se retir¨® a descansar.
Suscr¨ªbase aqu¨ª a la newsletter sobre las elecciones en Estados Unidos
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.