Alejad vuestros sucios m¨®viles de vuestros hijos
Los adultos al menos podemos recordar un tiempo ad¨¢nico sin ¡®smartphones¡¯ e identificar la excesiva dependencia. Pero para las nuevas generaciones la adicci¨®n a las pantallas ser¨¢ la normalidad
En la mesa de la pizzer¨ªa hay cuatro personas. Tres son adultos que comen pizza y pasta. La cuarta es una ni?a peque?a sentada en una trona. En vez de plato, tiene un tel¨¦fono m¨®vil colocado sobre un peque?o tr¨ªpode. Mientras los adultos conversan animadamente, la ni?a (?dos? ?tres a?os?) mira v¨ªdeos fren¨¦ticos y blande su dedito para hacer scroll arriba y abajo en la pantalla. Lo presencio desde la mesa de al lado, mascando lasagna, como una imagen ic¨®nica de una civilizaci¨®n decadente.
Una de las cosas que m¨¢s me echaba para atr¨¢s a la hora de ser padre era tener que educar a una ni?a en una sociedad, no solo hipertecnificada, sino adicta a la tecnolog¨ªa. Como el instinto de reproducci¨®n es tenaz, Candela naci¨® hace tres a?os en el Pa¨ªs de los M¨®viles, y ahora nos tenemos que comer el marr¨®n. Me consuela que ya se est¨¦ produciendo un debate sobre cu¨¢ndo y c¨®mo debemos darles los smartphones a los ni?os: espero que cuando la nena llegue al Bachillerato ya nos hayamos puesto de acuerdo en lo que hacer, y lo hagamos colectivamente.
Pero lo grave no es solo que se est¨¦ dando el m¨®vil a ni?os de 12 a?os, sino que se est¨¦ exponiendo a las pantallas a ni?os pr¨¢cticamente reci¨¦n nacidos: ya hay aparatos dist¨®picos que sirven para sostener el tel¨¦fono en el carricoche, de modo que los ni?os de meses puedan ir abducidos por las im¨¢genes. A veces tengo la impresi¨®n de que estas primeras generaciones est¨¢n siendo expuestas al tel¨¦fono inteligente con la misma inocencia y alegr¨ªa con las que se adopt¨® la hero¨ªna en los ochenta. Y que todav¨ªa no hemos alcanzado a ver la profundidad de su efecto. Algunos padres y madres deber¨ªan entender que es posible tomar el verm¨² con los colegas sin necesidad de jugar el comod¨ªn del m¨®vil mientras vigilas a tu prole... ?e incluso juegas con ella!
Como nos dijeron que para ser padre hay que performar la mejor versi¨®n de uno mismo, en casa somos bastante tecnonazis. No solo no le ofrecemos pantallas a la peque?a, sino que tratamos de que no nos vea utilizando el tel¨¦fono m¨¢s de lo necesario, aunque hoy lo necesario es mucho, porque todo est¨¢ mediatizado por internet, e internet est¨¢ en el m¨®vil. El problema surgi¨® cuando, un d¨ªa no tan lejano, la Red dej¨® de ser una cosa a la que te conectabas por un terminal fijo, algo que usabas por la tarde-noche y que pod¨ªas encender y apagar, para pasar a estar presente todo el rato en todas partes. El smartphone prometi¨® ensanchar la libertad, pero en realidad era una cadena m¨¢s larga.
As¨ª que ahora nuestra idea, al menos en la medida de lo posible (que no es mucho), es recrear un mundo dom¨¦stico en el que el m¨®vil apenas exista y solo se utilice para lo estrictamente necesario. Curiosamente, eso nos pone cara a cara con nuestra adicci¨®n: hay una leve (siendo optimistas) ansiedad de fondo cuando est¨¢s sentado a la mesa con la ni?a, o tirado en el sof¨¢, y sientes una necesidad mec¨¢nica e imperiosa de chequear el m¨®vil, sin ning¨²n motivo real, solo por la costumbre y con la esperanza de lograr una descarga de dopamina a trav¨¦s WhatsApp o el Bluesky. Mirar el smartphone es ya un gesto aprendido, algo que hacemos por defecto (nunca mejor dicho).
Muchas veces nos vemos en actitudes rid¨ªculas, aprovechando una esquina, un tabique o una visita al lavabo para hacer esa gesti¨®n pendiente en la pantalla o, simplemente, saciar nuestra ansia de notificaciones. Tambi¨¦n se fomenta cierto conflicto: cuando Liliana mira el tel¨¦fono m¨¢s de la cuenta, yo se lo recrimino. Cuando yo lo hago, ella me lo hace notar. Y muchas veces nos molesta. ¡°?Pero si t¨² lo miraste antes!¡±. ¡°?No, t¨²!¡±. ¡°No, t¨²¡±. Y as¨ª, en bucle.
?Servir¨¢ esto de algo? Creo que s¨ª, pero tambi¨¦n creo que todav¨ªa no somos lo suficientemente estrictos en nuestro ayuno digital. No solo por Candela, sino por nosotros, que, como buenos dependientes de la m¨¢quina, tenemos triturada la atenci¨®n. En varias ocasiones nos hemos propuesto colocar una caja a la entrada de casa para depositar los m¨®viles, como dicen que hacen en esos hoteles y restaurantes donde no est¨¢n permitidos (nunca he estado en ninguno): eso har¨ªa nuestra vida mejor (al menos tras pasar el mono), pero siempre lo procrastinamos, porque en el m¨®vil est¨¢ el despertador, el equipo de m¨²sica, la grabadora de sonidos, la c¨¢mara de fotos. Cada vez hay m¨¢s cosas en internet y menos en el mundo exterior a la Red.
Ver el mundo desde la perspectiva de la ni?a y su interacci¨®n con la tecnolog¨ªa es desolador. Por ejemplo, cuando montamos en el vag¨®n de metro y absolutamente todo el mundo va absorto en el aparato como si hubi¨¦ramos sido abducidos por una civilizaci¨®n de m¨¢quinas explotadoras, rollo Matrix. Es terrible que los ni?os no tengan una realidad previa con la que comparar: nosotros al menos podemos recordar tiempo ad¨¢nico sin m¨®viles, un tiempo en el que era posible ocupar la mente en otras cosas como mirar a las dem¨¢s personas o pensar en nuestras movidas, y por eso sabemos identificar la excesiva dependencia y la adicci¨®n cuando la vemos, que es todo el rato. Pero para las nuevas generaciones este vicio insano ser¨¢ la normalidad. No habr¨¢n vivido otra cosa.
El verdadero horror se presenta ahora que Candela empieza a jugar con inocentes bloques de madera como una simulaci¨®n de su tel¨¦fono y empieza a moverse de un lado a otro de la casa con ese tel¨¦fono imaginado en la mano, inseparable de su cuerpo, como hacemos nosotros, o a pasar el dedo, haciendo scroll sobre la hipot¨¦tica pantalla. Es entonces cuando nos preguntamos: ??Pero qu¨¦ hemos hecho mal?!
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