Disimular la preocupaci¨®n constante, un arte prioritario de los padres
Por hacer lo imposible para proteger a los hijos, los padres no enferman, no lloran ni tienen miedo porque los ni?os son esponjas que captar¨¢n la emoci¨®n m¨¢s compleja y, sin entenderla, cargar¨¢n con una frustraci¨®n y pena que no les pertenece
Los padres no podemos morir nunca. Ese es un acuerdo t¨¢cito que firmamos con nuestro subconsciente y al que nos comprometemos con mente y coraz¨®n desde el momento en que nos convertimos en padres. Los coches, motos, barcos, bicis, aviones y dem¨¢s medios de transporte que utilizamos para desplazarnos no pueden jam¨¢s estrellarse. No podemos tampoco enfermar gravemente, de hecho no podemos enfermar de nada que nos postre en una cama ni tan siquiera un d¨ªa. No podemos sufrir ictus ni paradas card¨ªacas. Tambi¨¦n se descartan los accidentes que nos inmovilicen o nos limiten de alg¨²n modo (ca¨ªdas, quemaduras, atropellos, choques). A los padres no nos pueden secuestrar, no podemos desaparecer ni perder el trabajo. No nos pueden robar ni desahuciar.
Los padres no podemos tener nunca m¨¢s miedo que los hijos; idealmente no debemos tener ning¨²n miedo. No podemos temblar. No podemos sufrir mareos, estados alterados de conciencia, confusi¨®n; ni dejarnos arrasar por ninguna pena que dure mucho tiempo. No podemos caer en ninguno de los siete pecados capitales, tampoco podemos olvidar, ni mentir, ni llegar tarde. A los padres no nos pueden dar crisis de ansiedad, ataques de p¨¢nico o similares. Tampoco podemos sufrir de ci¨¢tica, dolor de muelas o espalda, migra?as o cualquier desavenencia que repercuta directamente y mal en nuestro car¨¢cter, ensombreciendo tambi¨¦n el tono de nuestras conversaciones.
No podemos, bajo ning¨²n concepto, desmayarnos. Podemos llorar de alegr¨ªa siempre que queramos, pero hemos de racionalizar el llanto por tristeza y llorar solo un poco cuando est¨¦ muy justificado. No podemos estar a merced de los excesos o adicciones de ning¨²n tipo. Ni mucho menos dejarnos llevar por el comienzo de una crisis existencial. No podemos derrochar nuestra energ¨ªa, que es valiosa y limitada.
Los padres no podemos insultar, tampoco gritar ni discutir de una forma que no sea suave y constructiva. Debemos contar con recursos para canalizar tanto el estr¨¦s como el dolor para que, llegado el momento, la situaci¨®n no nos desborde. Debemos evitar como sea aquellos comportamientos viciados como la queja, el victimismo, la manipulaci¨®n inconsciente. Para prevenir el contagio, disimular la preocupaci¨®n constante se convierte en un arte prioritario, especialmente cuando los hijos son menores de edad. Aquellos padres que puedan ocultar, que hagan del ocultamiento su mejor maestr¨ªa.
Los ni?os son esponjas que captar¨¢n la emoci¨®n m¨¢s existencial y compleja y, sin entenderla, cargar¨¢n con una frustraci¨®n y una pena que no les pertenece tratando de mitigar la emoci¨®n de los padres, de curarnos, de salvarnos. Y as¨ª empezar¨¢ su herida. Para cumplir con la responsabilidad de hacer lo imposible por protegerlos, las clases de actuaci¨®n ayudan y tambi¨¦n los bailes de m¨¢scaras.
Los padres no podemos dejarnos abatir por la incertidumbre ni por la desesperaci¨®n a causa de la guerra, los resultados electorales, el cataclismo medioambiental, la negligencia, el conflicto racial o las millones de injusticias que ocurren a diario y que la sociedad normaliza. Tenemos que impermeabilizar el coraz¨®n como si nos pusi¨¦ramos un chaleco antibalas cada vez que despertamos. Tampoco nos puede mermar la traici¨®n, la mezquindad, la humillaci¨®n, la mediocridad, el rechazo o la falta de generosidad en las relaciones interpersonales. De nosotros ha de emanar una luz incombustible, un amor s¨®lido, incondicional y fort¨ªsimo, que pueda con todo siempre y que nos convierte en m¨¢stil, en roca, en abrazo, en madre o padre. En el refugio atemporal que, al margen de lo que pase en el mundo, hace que la vida merezca la pena.
Los padres no podemos morir nunca.
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