¡°Mejor la calle en Ceuta que una vida en Marruecos. Aqu¨ª somos libres¡±
Zouaki El Mehdi vive en una chabola desde el 17 de mayo, cuando entr¨® a Espa?a junto a m¨¢s de 10.000 personas
Zouaki El Mehdi (27 a?os) sue?a con un kayak y una br¨²jula. Con surcar, en una noche clara y llena de estrellas, los 30 kil¨®metros que separan Ceuta de Gibraltar. Con un mar calmado y una playa andaluza libre de patrullas. Es una empresa kamikaze, una ruta suicida que se ha tragado la vida de varios miles de personas en las ¨²ltimas d¨¦cadas, pero El Mehdi tiene entre ceja y ceja llegar a la Pen¨ªnsula. Volver a su Marruecos natal no es una opci¨®n. Por ahora, espera. Y, mientras, contempla su futuro en el horizonte desde lo alto de un cerro con vistas panor¨¢micas a la ciudad aut¨®noma, donde sobrevive en un asentamiento de chabolas desde el pasado 17 de mayo, cuando cruz¨® la frontera a nado junto a m¨¢s de 10.000 personas. En los d¨ªas claros, en la lejan¨ªa se dibuja el Pe?¨®n junto a la difuminada l¨ªnea de la costa espa?ola.
El Mehdi no tiene prisa. Ocupa el d¨ªa en planear su siguiente movimiento: ¡°El kayak no es la peor forma para pasar. Si te cuelas en un carguero del puerto [algo que muchos intentan] te pueden aplastar los contenedores. Y con la br¨²jula podemos orientarnos¡±. Su historia es ¨²nica, y a la vez, forma parte de una realidad m¨¢s grande: la de las m¨¢s de 3.000 personas que se estima que quedan en Ceuta despu¨¦s de la entrada masiva de mayo, repartidas entre los centros de acogida y las calles.
Aprovecha lo poco que la ciudad le ofrece. Para lavarse, va a diario a las duchas de la playa. El monte es su retrete. Salvo excepciones, come una vez al d¨ªa gracias al reparto de alimentos que efect¨²a la ONG Luna Blanca en la mezquita Sidi Embarek. Hace chapuzas de vez en cuando. ¡°Cada d¨ªa es diferente. Conoces a alguien, alguien te ayuda¡±, sintetiza, sentado en una silla plegable a las puertas de la caba?a que ¨¦l mismo ha levantado con pal¨¦s y mantas. Pero le quita hierro a su situaci¨®n: ¡°No estamos mal. Estamos mejor aqu¨ª viviendo en la calle que en Marruecos. Aqu¨ª somos libres. All¨ª no hay trabajo, no hay futuro, no hay nada. Es una dictadura¡±.
Con ¨¦l viven una treintena de hombres, j¨®venes y menores, que se niegan a utilizar los recursos de acogida habilitados por miedo a ser deportados: ¡°Si vas a las naves te devuelven a Marruecos. No queremos estar encerrados¡±. La mente se va r¨¢pido a pensar qu¨¦ van a hacer cuando llegue el fr¨ªo. ¡°No vamos a seguir aqu¨ª en invierno¡±, sentencia convencido.
Gracias a un car¨¢cter arrollador y a un ingl¨¦s fluido, El Mehdi es una suerte de portavoz de sus compa?eros de campamento. ¡°Tuve una novia inglesa¡±, comenta con una sonrisa mal disimulada. ¡°Ahora est¨¢ en Londres. Me gustar¨ªa ir a verla¡±. Dej¨® pronto el instituto, pero se ha formado por su cuenta. Le interesa la pol¨ªtica y tiene un discurso s¨®lido. Cuenta que en el asentamiento se cuidan y protegen entre todos ¡ªles han atacado para robarles varias veces¡ª. Que si uno consigue comida, todos comen. Solo se le ensombrece el gesto cuando habla de su pa¨ªs: ¡°Marruecos encarcela a sus genios¡±.
Es d¨ªa de celebraci¨®n en el campamento. Todos se preparan para la cena. Han conseguido 20 filetes de pollo y pan. Encienden fuego en una barbacoa que, como todo lo que tienen, fue donada por alg¨²n vecino o recuperada de la basura. Es una noche de viento, y las brasas vuelan por la colina seca. Es un milagro que no arda. El Mehdi especia la carne. La convierte en un manjar. No en vano, tiene un diploma de cocina y a?os de experiencia.
Cuando El Mehdi habla, todos a su alrededor asienten en silencio, iluminados solo por las llamas de la parrilla. Parece que hasta el carb¨®n ha parado de crepitar para escucharle. ¡°?Por qu¨¦ nosotros? Marruecos es un pa¨ªs rico, con minerales, con recursos. Queremos vivir bien, como los europeos. Trabajar, tener hijos, so?ar¡±. Alguien pone m¨²sica en un m¨®vil y, por un momento, la realidad parece lejana. Todos bailan al ritmo de Daddy Yankee, los Gipsy Kings y rap marroqu¨ª. Como cualquier fiesta, en cualquier otro lugar del mundo.
Empieza otro d¨ªa. El Mehdi se lava la cara con agua de una garrafa. Sonr¨ªe. Est¨¢ radiante porque el d¨ªa anterior, en una protesta organizada por decenas de j¨®venes y menores marroqu¨ªes en su misma situaci¨®n, conoci¨® a Joana Mill¨¢n, una educadora social y voluntaria en la Asociaci¨®n Maakum. Ella puede proporcionarle asistencia legal para conseguir los papeles, entrar a Espa?a por la puerta principal y olvidarse del kayak. Tambi¨¦n ha conseguido un ¡°trabajillo de alba?il¡± y piensa invitar a todos sus amigos a ¡°cenar, salir de fiesta, conocer a alguna chica¡±.
Son las nueve de la ma?ana y El Mehdi posa con el mar de fondo para las ¨²ltimas fotos. ¡°Saca bien nuestras caras¡±, exige. ¡°Que todo el mundo se entere de nuestra historia¡±.
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