Mil y un platos para los chicos de la calle
Mustafa Abdelkader lleva 30 a?os dando de comer a las personas sin recursos que llegan a Ceuta
Toma el t¨¦ a sorbitos cortos. Deja el l¨ªquido, que escalda, debajo de la lengua unos segundos antes de tragarlo. La tetera despide vapores con aroma a hierbabuena. Es uno de los ¨²nicos momentos de descanso del d¨ªa para Mustafa Abdelkader (Ceuta, 69 a?os). Todo el mundo se ha ido ya de la mezquita de Sidi Embarek, que siempre parece a punto de descolgarse del barranco que la acoge, en la barriada Juan Carlos I, en Ceuta. Hace apenas una hora, a las dos de la tarde, era el punto m¨¢s concurrido de la ciudad. Cada d¨ªa, una media de 1.100 personas que viven en la calle acuden al reparto de comida que efect¨²a Luna Blanca, la ONG que Abdelkader preside.
Hasta hace dos meses, daban 130 raciones diarias ¡°a las familias m¨¢s vulnerables¡±. Pero su ratio se dispar¨® el 17 de mayo, cuando m¨¢s de 10.000 personas cruzaron la frontera desde Marruecos a nado, por las playas de El Tarajal y Benz¨². El primer d¨ªa repartieron bocadillos. Despu¨¦s, pusieron en marcha los fogones ¡°para dar por lo menos una comida caliente al d¨ªa¡±.
Hakim (Marruecos, 28 a?os), nombre con el que se identifica, ha intentado entrar en Espa?a seis veces desde 2018. ¡°Es que tengo muy mala suerte¡±, se justifica. Recogida su raci¨®n de lentejas, se sentar¨¢ a comer en una sombra, no muy lejos de la mezquita. Confiesa que la mayor¨ªa de d¨ªas este es su ¨²nico alimento, como le ocurre a casi todos los asistentes.
Luna Blanca puede llegar a suministrar 2.500 comidas. ¡°Es posible porque tenemos los recursos. Y Ceuta es una ciudad muy solidaria. Aunque no damos abasto¡±, dice Abdelkader mientras muestra orgulloso varias ollas, ¡°de 80 centilitros cada una¡±, ya limpias y preparadas para el siguiente envite. Empezaron a finales de 1980, aunque hasta 1997 no se inscribieron como ONG. En 2003 consiguieron una subvenci¨®n de 12.000 euros. Para 2021, hab¨ªan llegado a 155.894 euros. Todo el dinero que reciben es p¨²blico y solo aceptan alimentos como aportaciones privadas.
Ahora son nueve voluntarios y cinco empleados: cocineros, un mozo de almac¨¦n y personal administrativo. Abdelkader no cobra nada por el trabajo, a pesar de que se pasa el d¨ªa all¨ª. Eso s¨ª, cuando acaba el reparto, todos se sientan a comer juntos. Hoy toca cusc¨²s con carne y verduras. No hay platos individuales, todos picotean de dos grandes fuentes colocadas en los extremos de la mesa, ¡°como manda la tradici¨®n¡±.
Como explica Mustafa Mohammed, vicepresidente y cofundador de Luna Blanca, ¡°el equipo entero tiene abandonada su casa y su familia para mantener esto. Hemos vivido avalanchas de 500 o 700 personas, pero nunca hab¨ªamos tenido esta situaci¨®n en Ceuta¡±. Habla con cari?o de su compa?ero: ¡°Mustafa [Abdelkader] es una persona muy involucrada con los dem¨¢s, sobre todo con los m¨¢s desfavorecidos¡±.
Un paseo con Abdelkader por la ciudad implica pararse cada 50 metros, porque se detiene a hablar con todo el mundo. Conoce Ceuta como la palma de su mano. Sus calles. Sus problemas. ¡°Hay m¨¢s cuarteles que mezquitas¡±, bromea. ¡°Cuando la gente habla de convivencia yo les digo que no, que hay coexistencia. Me dicen ¡®te tienes que adaptar¡¯. ?Adaptarme a qu¨¦? Llevo toda la vida viviendo aqu¨ª¡±.
Trabaj¨® hasta su jubilaci¨®n con los ni?os que cruzaban solos desde Marruecos. Fue responsable de la mezquita un tiempo. Sigue la fe malaquita, una de las ramas del islam sun¨ª: ¡°Soy practicante, pero de la corriente m¨¢s moderada¡±. En el mes del Ramad¨¢n cocinan m¨¢s de 2.000 raciones: ¡°Hacemos la comida ¨¢rabe tradicional, para todo aquel que llega a nuestra puerta, sin excepciones de raza, credo o religi¨®n. Me repugna decir ¡®nosotros¡¯ y ¡®ellos¡¯, se trata de unirnos¡±.
Est¨¢ casado y tiene dos hijas y un hijo que rondan la treintena. A veces, su labor en Luna Blanca le impide verlos tanto como le gustar¨ªa: ¡°Hice el c¨¢lculo y de los primeros cinco a?os de una de mis hijas pas¨¦ con ella solo 17 d¨ªas, 408 horas¡±.
A la sombra de los muros blancos y verdes de la mezquita, Aicha Abdesellam reparte envases rebosantes de guiso de garbanzos: ¡°Mustafa es como de la familia. Le conozco desde hace a?os y, como sabe que me implico en estas historias, me llama¡±. Se detiene para secarse el sudor. ¡°Se deja la vida en esta labor. No va a casa, come aqu¨ª, lo que haga falta¡±.
Es s¨¢bado y Abdelkader ha subido a dar una vuelta al monte Hacho. De vuelta a la ciudad, conduce su coche, un Kia rojo que ha visto mejores tiempos y muchos kil¨®metros, a trav¨¦s de la barriada El Sarchal, una zona de casas muy viejas y coloridas suspendidas sobre el Mediterr¨¢neo.
¡ªEs bonito. Estilo Granada.
¡ª¡±Estilo pobre, m¨¢s bien¡±, remata.
Hay una escena que encapsula su personalidad mejor que cualquier descripci¨®n: la presencia de dos ni?os que piden en la puerta de un supermercado hace que ralentice el coche, para observarles bien. El veh¨ªculo de atr¨¢s va despistado y choca levemente. Se pone a la altura de la ventanilla: ¡°Perdona, no te he visto bien. Casi no te he tocado¡±. Abdelkader sonr¨ªe con sorna y le despacha sin inmutarse, con esa expresi¨®n en la cara de perro viejo que se las sabe todas:
¡ªTira, anda.
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