Paco Ignacio Taibo II: ¡°Soy un apache: arremeto, insulto¡±
Excesivo, visceral, el escritor y director del Fondo de Cultura Econ¨®mica habla de la culpa como motor vital, de la hora de comer y del reencuentro literario con su padre, fallecido hace ahora 13 a?os
Desde lejos, a 15, 30 o 100 metros, Paco Ignacio Taibo II parece un fen¨®meno meteorol¨®gico, una tormenta de arena, un chaparr¨®n veraniego: r¨¢pido, intenso, inevitable. Da miedo acercarse, igual que dan miedo los truenos. Verle fumar es atestiguar un incendio. Se mueve y la tierra tiembla. Hasta el ¨²ltimo pescador de Acapulco se para entonces y se acerca a mirar: ¡°?Qu¨¦ pas¨®, qu¨¦ dijo Taibo?¡±.
Popular, excesivo, vehemente, pocos escritores atraen a las masas en M¨¦xico como lo hace ¨¦l. Quiz¨¢ Benito, su hermano. Director del Fondo de Cultura Econ¨®mica, una de las editoriales p¨²blicas m¨¢s importantes del mundo, ha empe?ado su prestigio en convertir al pa¨ªs en una ¡°rep¨²blica de lectores¡±. Triunfar¨¢, seguramente. Y si no quedar¨¢ cerca. Solo hay que darse una vuelta por alguna de las decenas de ferias del libro que organiza cada a?o en cada uno de los rincones de M¨¦xico. Siempre llena. Siempre.
La tormenta se toma un descanso estos primeros d¨ªas de noviembre. No es que no trabaje: lo hace desde la cama. La Feria del libro del Z¨®calo destruy¨® su espalda y la de su mujer, Paloma S¨¢iz, directora del evento. As¨ª que ahora ambos adaptan su vida a la horizontalidad del lecho, espacio donde el escritor no puede fumar. De ah¨ª la tos que sufre esta tarde, argumenta incomprensiblemente, espasmos violentos que disparan marejadas en sus mejillas. ¡°No tengas miedo, no es mortal¡±, asegura. Pero ya es tarde.
La cercan¨ªa contiene al escritor, que recuerda alguno de sus ¨²ltimos libros, caso de La Libertad / La Bicicleta, publicado en 2018. Ah¨ª, Taibo (Gij¨®n, 72 a?os) rescata la afici¨®n de su padre periodista por las vueltas ciclistas en los a?os de la Espa?a franquista. De repente, el tono es sobrio, tranquilo, reflexivo. Pero es solo un espejismo, porque a la m¨ªnima se desata y carga contra un enemigo m¨¢s o menos reconocible, que ¨¦l llama ¡°kultura con ka¡±. Y dice: ¡°?Sabes lo que le molesta m¨¢s a la inteligencia del viejo r¨¦gimen, los de kultura con ka? Que soy un apache: arremeto, insulto¡±.
Pregunta. ?Qu¨¦ es eso de kultura con ka?
Respuesta. Lo que llamar¨ªa Andr¨¦s Manuel el sector pirrurris de la inteligencia del viejo r¨¦gimen. Les pone nerviosos que soy un apache, pero soy un apache culto. Lo mismo puedo empezar una diatriba contra el Am¨¦rica de f¨²tbol citando a Dostoyevski.
P. ?Eso lo ha hecho hace poco o se le acaba de ocurrir?
R. Frecuentemente.
P. Y, ?c¨®mo es?
R. Ah¡ No, espera. La ¨²ltima vez me met¨ª en un problema por hablar de futbol. Se me ocurri¨® decir que la cultura tradicional progre-in¨²til establece el antagonismo entre el libro y cualquier otra forma de diversi¨®n. Y yo: ?no! Entr¨¦ con hacha y martillo a decir que no, futbol s¨ª y libros tambi¨¦n.
P. Pero ese dilema huele ya un poquito, ?no?
R. T¨² eres de otra generaci¨®n, deb¨ªas o¨ªrlo.
P. Hombre ya, pero eso era hace 30 o 40 a?os.
R. T¨² crees que los dinosaurios se extinguieron. Eres un inocente, colega.
P. Le¨ª hace poco un libro de su padre, Breviario de la Fabada.
R. En mi familia sol¨ªamos comer as¨ª una vez a la semana. Fabada, cocido¡ Mi madre, gran cocinera, mi t¨ªa abuela, gran cocinera, mi otra abuela, gran cocinera. En una familia de cocineras, pap¨¢ gastr¨®nomo. Mi padre no sab¨ªa fre¨ªr un huevo.
P. No me diga.
R. Los fre¨ªa a distancia. Pero ten¨ªa un tratado sobre la fabada, un tratado sobre el chilindr¨®n, un libro de gastronom¨ªa sobre la conexi¨®n de la comida prehisp¨¢nica y la de la conquista.
P. ?Y respetaban la receta de la fabada que dec¨ªa ¨¦l? Porque en el breviario apunta que la fabada debe llevar fabes, chorizo, morcilla, lac¨®n, tocino, hueso de jam¨®n, azafr¨¢n, sal y agua.
R. ?Qu¨¦ va, era pura invenci¨®n! Mi padre era un soci¨®logo de primera. Y un narrador de h¨¢bitos y costumbres excelente. Primero fue novelista, periodista desde que lo conoc¨ª: ten¨ªa yo dos meses y pap¨¢ ya era periodista. Y llegaba a las cinco de la ma?ana, porque ten¨ªa horario de cierre. Yo lo esperaba debajo de la mesa escondido. Ve¨ªa a mi padre en las madrugadas. As¨ª tengo el sue?o distorsionado que he tenido toda la vida.
P. ?Su mam¨¢ no le dec¨ªa nada?
R. Mam¨¢ dorm¨ªa cada vez que pod¨ªa. Siempre fue de sue?o pesado y largo. Entonces, nada. Era cosa de padre e hijo. Llegaba ¨¦l derrumbado y ten¨ªa un ritual. Se iba a la cocina, una esquina de la casa en Gij¨®n. Y en esa esquina pon¨ªa una toalla sobre una mesita de m¨¢rmol. Y sobre la toalla su Remington. Escrib¨ªa de noche sus cosas.
P. ?De madrugada?
R. S¨ª, y entonces yo me arrastraba subrepticiamente debajo de la mesa. No me ve¨ªa. Y ah¨ª me echaba el ¨²ltimo sue?o, bajo la mesa, arrullado por las teclas. ?Qu¨¦ iba a ser yo de mayor, un ni?o que se arrullaba con una Remington!
P. En La Libertad / La Bicicleta habla usted de sus enfermedades infantiles. Hay una p¨¢gina en la que cuenta que en un solo a?o pas¨® hepatitis negra, escarlatina, dos veces anginas, sarampi¨®n, gripe, paperas y media docena de catarros.
R. Y tos ferina. Y m¨¢s, bronquitis tambi¨¦n, dos veces.
P. ?Por qu¨¦ se enfermaba tanto?
R. Preg¨²ntaselo a los m¨¦dicos. Yo qu¨¦ cojones voy a saber si ten¨ªa siete a?os, ja, ja.
P. Bueno, pero luego se lo habr¨¢ preguntado, ?no?
R. No, lo que hice fue reconocer los grandes tiempos de felicidad que me permitieron volverme un gran lector a los cinco a?os. En una sociedad donde lo m¨¢s emocionante que pod¨ªa suceder era que Joselito cantara en la radio ¡°es un toro enamorado de la luna¡± o ¡°doce cascabeles tiene mi caballo¡±, sin tele, en una ciudad provinciana como Gij¨®n¡ Lo m¨ªo era Dick Turpin y Sandokan. Me volv¨ª un lector feroz. Y lleg¨® un momento en que inventaba enfermedades.
P. ?Para leer qu¨¦ libro se invent¨® usted enfermedades?
R. Para todos. Pero mi m¨¢ximo fue la batalla por La Pimpinela Escarlata. Para poder leer los siete tomos tuve que inventar una bronquitis y aprend¨ª a toser, l¨ªquido y seco. Hasta la fecha.
P. A ver si resulta que ahora est¨¢ usted fingiendo.
R. No, no, ahora ya no necesito pedir permiso para leer lo que me sale de los cojones. Lo que s¨ª es que mi padre me descubri¨® y me dijo, ¡®?quieres los 21 tomos de Les Pardaillan? Y yo, ¡®?s¨ª¨ª¨ª!¡¯ Entonces, dijo, ¡®pues no te enfermas en este mes¡¯. Y yo, ¡®puta madre¡¯. Para poderlos conseguir no me enferm¨¦ ese mes.
P. Dentro de semana y media se cumple el aniversario de la muerte de su padre. El 14 de noviembre.
R. Lo que pasa es que si no me lo dices no me entero. Porque no me quiero enterar.
P. Me preguntaba c¨®mo lo recuerda ahora, despu¨¦s de varios a?os.
R. Yo creo que conforme envejezco me reconozco en m¨¢s cosas de ¨¦l. Y en otras¡ Le¨ªste el libro, ?no? La Libertad / La Bicicleta. Para volver a estar sentado escribiendo al lado de pap¨¢, tuve que reconstruir la historia de la bicicleta, que era una de las m¨¢s emotivas de mi infancia. Nunca supe por qu¨¦ a m¨ª el ciclismo me resultaba tan atractivo. Yo, que nunca me he subido a una bicicleta. En eso me parec¨ªa a mi padre. Supongo que me resultaba tan atractivo el hombre ante el esfuerzo supremo, ante s¨ª mismo, la pasi¨®n de mi padre. F¨ªjate qu¨¦ curioso, cuando sali¨® de Espa?a nunca volvi¨® a escribir de ciclismo. Nunca.
P. En el libro escribe que eso es porque aqu¨ª en M¨¦xico encontr¨® otras libertades.
R. Y porque ya no necesitaba del ciclismo para ir a Par¨ªs. El franquismo no creas que era broma¡ Ay, no. ?Era un pa¨ªs cerrado, cerrado! Trat¨¦ de meterme en ¨¦l [su padre], un hijo de la revoluci¨®n de octubre y la guerra civil.
P. ?Y dice que cada vez hace m¨¢s cosas que le recuerdan a las suyas?
(Se rasca la cabeza)
P. ?Rascarse el cogote?
R. No de cualquier manera.
(Se rasca otra vez)
R. ?A qui¨¦n viste?
P. ¡
R. ?Stan Laurel! El Gordo y el Flaco. La pr¨®xima vez que los veas f¨ªjate. Y yo digo, ?de d¨®nde co?o saqu¨¦ esto? Es de pap¨¢.
P. ?El recuerdo, las cosas que le vienen a la cabeza de ¨¦l, se han modificado con el tiempo?
R. No lo s¨¦. Me quedo con que no recuerdo haber tenido una bronca ¨¦l y yo. Fuerte. Algunos agarrones nos dimos, sobre todo en momentos en que ¨¦l ten¨ªa miedo por mi seguridad y me apretaba.
P. En el 68.
R. Y en el 71, los a?os de clandestinidad y trabajo obrero.
P. ?En qu¨¦ momento se puso bravo con usted?
R. El 30 de septiembre de 1968 me mand¨® en un avi¨®n a Espa?a. Yo no viv¨ª el 2 de octubre.
P. Y para el Halconazo, ?ya hab¨ªa vuelto?
R. S¨ª, claro, en cuanto le¨ª lo del 2 de octubre, regres¨¦. Tres d¨ªas despu¨¦s. Cambi¨¦ el billete y v¨¢monos. A vivir con culpa durante a?o y medio.
P. ?Qu¨¦ hizo con la culpa?
R. Me la tragu¨¦, compadre. Hay dos disparadores en la vida de la gente. Uno es la culpa y el otro es el descr¨¦dito de la autoimagen. Yo creo que como disparadores son cabrones. La culpa es cabrona. Siempre es irracional, ?por qu¨¦ ellos s¨ª y yo no, por qu¨¦ los mataron y a m¨ª no, por qu¨¦ est¨¢n en la c¨¢rcel y yo en la calle?
P. ?Su imagen perdi¨® cr¨¦dito ante s¨ª mismo?
R. Ja, ja, no, pero es un buen tema de conversaci¨®n.
P. ?Con qui¨¦n?
R. Con quien sea, colega, yo no desperdicio posibilidades. Un escritor es alguien que convierte el di¨¢logo con otros y el di¨¢logo consigo mismo en di¨¢logo con los lectores. Practica sociolog¨ªa instant¨¢nea. Vas por la calle y ves a un hombre con traje y corbata pero sin calcetines. Tiene la mirada huidiza y conviertes esa imagen en palabras. Porque si no lo verbalizas se lo lleva el viento. Conversar es una manera de preservar en palabras algo que luego podr¨¢s o no usar. Pero ya lo preservaste. No creo demasiado en las im¨¢genes fotogr¨¢ficas, pero s¨ª en las im¨¢genes vueltas palabras.
P. Hablando de eso, su padre escribi¨® una columna muy divertida en El Universal, en 2005. Por alg¨²n motivo le obligaron a armar un curriculum y escribi¨®: ¡°Si algo pervivi¨® entre tanta minucia es el recuerdo de lo que nunca supe contar¡±.
R. Mi padre era plenamente consciente de que las enormes virtudes del periodismo se ocultan y desvanecen en medio de la rutina period¨ªstica. Papa dec¨ªa cosas como, ¡®si quieres ser buen novelista, deja el periodismo, que te envilece el lenguaje. Ded¨ªcate a ser zapatero, oficios que no envilezcan el lenguaje¡¯. Era contradictorio en cierto sentido, porque pap¨¢ fue toda la vida un gran defensor del periodismo como g¨¦nero. ?l y mi t¨ªo abuelo dec¨ªan cosas que eran verdaderas losas en la espalda cuando las hac¨ªas tuyas. Como ¡®el periodismo es la voz de los ciegos¡¯. ?Co?o!
P. S¨ª... Periodismo ¨²til, periodismo envilecedor.
R. Usaste palabras que pap¨¢ jam¨¢s hubiera usado. No, no es ¨²til, ?es glorioso, huev¨®n, glorioso! ?til es para los oficios nobles, panaderos, carpinteros.
P. ?Ha experimentado la sensaci¨®n de no saber contar algo alguna vez?
R. No. De que me tome m¨¢s tiempo, s¨ª. De que rebote contra el muro de la p¨¢gina en blanco, no. La imagen del escritor que combate la p¨¢gina en blanco me resulta aburrida, molesta, tediosa. Me interesa el escritor que cuando encuentra la p¨¢gina en blanco cambia de tema. Toda mi vida he trabajado as¨ª. En estos momentos tengo siete novelas empezadas, un libro de cuentos, dos de cr¨®nica y un ensayo biogr¨¢fico. ?Qu¨¦ escribo cuando me pongo a escribir? ?Ese no quiere? Querr¨¢ otro.
P. Lo dec¨ªa en realidad por la gastronom¨ªa. Viendo lo de la fabada y repasando su bibliograf¨ªa, no veo libros de comida.
R. Eso es gourmetismo. Mi padre dec¨ªa, ¡®yo soy el gourmet, ¨¦l es un trag¨®n¡¯.
P. ?De usted?
R. S¨ª, claro, y ten¨ªa toda la raz¨®n del mundo. Pero yo s¨¦ fre¨ªr huevos cojonudos, a diferencia de mi padre. ?Yo s¨ª cocino!
P. ?No se le antoja?
R. ?Ponerme a cocinar? De vez en cuando...
P. No, no, escribir de comida.
R. No, ahora tengo temas mucho m¨¢s interesantes. ?Qu¨¦ te lleva a escribir un libro sobre el gueto de Varsovia? Yo s¨ª s¨¦. La obsesi¨®n, la culpa, la identidad y los lectores.
(Se refiere a su ¨²ltimo libro, Sabemos c¨®mo vamos a morir, un ¡°reportaje hist¨®rico¡± sobre un grupo de rebeldes durante la ocupaci¨®n nazi).
P. ?Cu¨¢l culpa?
R. ?Joder, si no tienes culpa por eso...!
P. Pero, ?por qu¨¦ tiene culpa por el gueto de Varsovia?
R. ?Por qu¨¦ no? ?Por qu¨¦ te puedes escapar de ella? ?Hay una parte del g¨¦nero humano de la que no me hago responsable o qu¨¦?
P. No, pero no tiene que ver personalmente con usted.
R. A que s¨ª, ver¨¢s que s¨ª. Es algo que no hab¨ªa contado y deb¨ªa contar.
P. Por esa regla de tres deber¨ªa sentirse culpable por un mont¨®n de cosas que no ha contado.
R. Y tengo bastantes culpas.
P. Qu¨¦ autoexigencia¡
R. No, no. La culpa es motor.
P. D¨¦jeme que sea un poco impertinente, ?el libro sobre su padre y el ciclismo nace tambi¨¦n de la culpa?
R. No, del reencuentro. Quer¨ªa volverme a sentar con pap¨¢ a la mesa, de la manera que fuera, yo abajo de la mesa y ¨¦l arriba escribiendo. Porque nunca escribimos juntos.
P. Los ciclistas que menciona, Loro?o, Bahamontes... En Alimentar a la Bestia, Al ?lvarez, poeta y editor de poes¨ªa del Observer, cuenta la historia de Mo Anthoine, un escalador brit¨¢nico de los a?os 60 y 70. No era una primer figura de la escalada, disfrutaba el trayecto, no de llegar. Ambas lecturas hacen pensar en la ¨¦pica.
R. ?pica y monta?ismo. En alg¨²n momento de un libro que ya escrib¨ª, que estoy escribiendo o que escribir¨¦, gloso la frase de ceremonia de Edmund Hillary, el conquistador del Everest, cuando le preguntaron ¡®y, ?por qu¨¦?¡¯ Y contest¨®, ¡®porque est¨¢ ah¨ª, because it¡¯s there¡¯. Y me pregunto, ?bueno y el sherpa Tenzing, que fue el que lleg¨® con ¨¦l a la cima? ?l ya sab¨ªa que estaba ah¨ª. Lo conquistaron dos personas no una. Tenzing ya sab¨ªa que estaba ah¨ª, esa es una frase para la ¨¦pica europea. ?D¨®nde est¨¢ la ¨¦pica? Si eres populista de izquierda como yo, tomar¨ªa el punto de vista de Tenzing. Pero no puedo tomar el punto de vista del sherpa. No soy populista de ra¨ªz profunda, no puedo ponerme a hablar a nombre de, o dentro de.
P. Pero, ?por qu¨¦ no? Si se va a investigar all¨ª¡
R. ?T¨² crees que tengo mucho tiempo como para irme al Himalaya?
P. No¡ Pero una cosa es que no quiera y otra que no tenga tiempo.
R. Ni tiempo ni ganas. Y adem¨¢s¡ Me desviaste otra vez. ?Qu¨¦ dijo Garc¨ªa M¨¢rquez? Dijo, ¡®uno trabaja con sus desaciertos no con sus fortunas¡¯. Si eres mal dialogador, no dialogues, si eres p¨¦simo descriptor de paisajes urbanos, no uses paisajes urbanos.
P. ?Quiere decir que es usted un p¨¦simo usurpador de sherpas nepal¨ªes?
R. Que me resulta m¨¢s f¨¢cil adoptar el punto de vista imperial de Hillary, el punto de vista de la ¨¦pica europea, pero adoptarlo cr¨ªticamente. La ¨¦pica... La elecci¨®n de temas, el lado desde donde cuentas, el punto vista pol¨ªtico est¨¢ ah¨ª. No domina, ni condiciona al 100% lo que escribo, pero lo marca. Soy el que soy.
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