¡®Mam¨¢ Elvira¡¯, la mujer que rescata a las v¨ªctimas de la trata en M¨¦xico
Una soci¨®loga lleva 30 a?os cuidando a las trabajadoras sexuales con asistencia m¨¦dica, escolarizaci¨®n y plantando cara a los proxenetas

Los ojos vidriosos de Elvira Madrid muestran un cansancio acumulado desde hace semanas. Anoche apenas pudo dormir porque una ¡°compa?era¡± ¡ªcomo ella llama a las mujeres que se dedican a la prostituci¨®n¡ª, fue asesinada en Tapachula, Chiapas. Recibi¨® ocho balazos por negarse a pagar las extorsiones por el derecho de piso que le exig¨ªan las organizaciones criminales de la capital del sur, conocida por el tr¨¢fico de mujeres. En paralelo, lleva toda la semana pele¨¢ndose con las autoridades que certifican la escolaridad en M¨¦xico para que vuelvan a examinar a las compa?eras a las que ense?a a leer y a escribir en el barrio rojo de la capital. Para rematar, tiene una fiesta de cumplea?os montada en su oficina por Vero, una trabajadora sexual a la que lleva a?os ayudando y que ha reunido a las prostitutas del barrio para comer pastel, cantar y bailar. Al menos este ¨²ltimo compromiso le dibuja una sonrisa.
La multitud festiva de mujeres que se acumulan en este departamento de La Merced, el barrio conocido por la prostituci¨®n, la llaman ¡°Mam¨¢¡±, pese a que muchas son mayores que ella, que cuenta 55 a?os. Entre las invitadas est¨¢ Gaby, quien tras huir de su novio proxeneta y no poder volver a su pueblo por el estigma, encontr¨® en la asociaci¨®n de Madrid los medios para estudiar Enfermer¨ªa y acceder a la universidad. Una de las que organiza el banquete es Rosa, quien saca tiempo antes o despu¨¦s de trabajar en su esquina para venir aqu¨ª y aprender a leer. Dina, quien todav¨ªa carga en la cara las marcas del maltrato de su marido, no para de agradecerle a Elvira Madrid que le ayudara a sacarse los papeles. Todas ellas son el apoyo que no encuentran en la polic¨ªa ni en el Gobierno, son su ¨²nica red de protecci¨®n en las calles.
Entre las paredes de esta oficina empapeladas con l¨¢minas educativas de salud sexual y pancartas que llaman a formar un sindicato, estas mujeres han encontrado refugio, comida, educaci¨®n, asistencia psicol¨®gica y m¨¦dica, adem¨¢s de asesor¨ªa legal. La Brigada Callejera es el proyecto que construy¨® Madrid hace m¨¢s de 30 a?os junto a su marido, Jaime Montejo, ya difunto. Los dos crearon un movimiento para garantizar que las mujeres que se dedican a la prostituci¨®n lo hagan de forma segura y libre.

La primera vez que Elvira Madrid pis¨® La Merced ten¨ªa 19 a?os y participaba en una investigaci¨®n sociol¨®gica con su universidad. ¡°Todos vimos c¨®mo los polic¨ªas se llevaban a las chicas¡±, recuerda. Era 1986 y las pr¨¢cticas de cobro de derecho de piso por parte de las autoridades eran frecuentes, mucho m¨¢s que ahora, seg¨²n los testimonios de Madrid. Si las chicas no pagaban, se enfrentaban a una multa de 1.500 pesos (algo menos de 75 d¨®lares). La mayor¨ªa cobraba en esa ¨¦poca por servicio 50 pesos (dos d¨®lares), por lo que, al no poder permit¨ªrselo, pasaban varios d¨ªas en el calabozo, mientras que sus hijos las esperaban en los hoteles donde viv¨ªan con sus madres sin saber cu¨¢ndo volver¨ªan a verlas.
Cuatro estudiantes decidieron quedarse: Madrid, su hermana, y dos compa?eros de clase. Uno de ellos era Jaime Montejo, un exguerrillero del M-19 refugiado en M¨¦xico por las represalias del Gobierno tras el proceso de paz. Juntos cofundaron una peque?a iniciativa en la plaza de la parroquia de la Santa Cruz y Nuestra Se?ora de la Soledad. El padre H¨¦ctor Tello les permiti¨® montar un comedor comunitario y dispensar condones. ¡°Entonces mataban a una chica por semana aqu¨ª, el propio padrote ordenaba sus asesinatos si se quer¨ªan escapar. Fuimos a muchos velatorios en esa iglesia¡±, relata. Poco despu¨¦s construyeron un peque?o consultorio m¨¦dico y una oficina para trabajar. Luego lleg¨® la asistencia psicol¨®gica y una maestra del Gobierno para iniciar el proceso de alfabetizaci¨®n de las mujeres. En paralelo, Madrid consigui¨® acuerdos con una selecci¨®n de cl¨ªnicas para asegurarse que tuvieran acceso a operaciones y medicamentos, ya que solas no consegu¨ªan atenci¨®n en los hospitales, aun cuando muchas estaban infectadas de sida. ¡°Las mand¨¢bamos y no las recib¨ªan o las trataban mal. Las citas tardaban porque ella no eran prioritarias y al final se mor¨ªan¡±, recuerda Madrid.
Cuando la Archidi¨®cesis cerr¨® aquel proyecto en la iglesia, se trasladaron a un departamento viejo y oscuro que las trabajadoras sexuales encontraron en la calle Corregidora. Estaba m¨¢s alejado del ambiente de violencia y droga que envenena estas calles en el coraz¨®n de la capital de M¨¦xico, a unas calles m¨¢s all¨¢ de donde pasean los turistas por el Z¨®calo. Entre los callejones del mercado, cuyos toldos de colores est¨¢n tan abarrotados que no dejan pasar la luz del sol, algunas mujeres se mantienen de pie como estatuas, aguantando heroicamente el dolor en los pies de las plataformas de acr¨ªlico.
En La Merced, ellas se han convertido en parte del paisaje, pero es imposible saber qui¨¦n est¨¢ ah¨ª por decisi¨®n propia y qui¨¦nes, al final de las largu¨ªsimas jornadas, le entregan todo el dinero a un hombre, el ¡°padrote¡±. Es imposible para el ojo ajeno, pero no para el de Madrid.
Para estar presente en las calles, reclut¨® a varias trabajadoras sexuales para convertirlas en promotoras de salud. Mujeres a las que form¨® con nociones b¨¢sicas de educaci¨®n sexual para que incentivaran el uso del preservativo en las esquinas, pero tambi¨¦n con un ojo avizor para detectar a las esclavas sexuales. ¡°Es f¨¢cil para ellas reconocerlas. Son mujeres que en los hoteles no hablan con las compa?eras, nunca las ver¨¢s re¨ªr o sonre¨ªr y miran al suelo todo el tiempo¡±, describe Madrid. Cuando una promotora identifica a una, avisa a la Brigada. Ellos son los que rompen sus cadenas con el proxeneta, les dan la oportunidad de tener otra vida y, en caso de que tengan hijos retenidos como rehenes, salen en su b¨²squeda con ayuda de las c¨¢maras de los medios de comunicaci¨®n. Elvira Madrid, con su metro cincuenta de estatura, ha perdido la cuenta de las veces que se ha plantado delante de las casas de los padrotes con los brazos en jarra y no se ha ido hasta que ha liberado a las mujeres y a los hijos que ten¨ªan cautivos. ¡°Por eso yo no tengo hijos, s¨¦ que ser¨ªa la ¨²nica forma que tendr¨ªan para controlarme¡±, a?ade Madrid.
Cuando los proxenetas pierden su principal activo econ¨®mico, juran venganza. La primera vez que la amenazaron fue uno de los ¡°padrotes¡± m¨¢s temidos del barrio, el que dirig¨ªa La Merced con apoyo de polic¨ªas corruptos. Madrid hab¨ªa liberado a varias mujeres de sus tent¨¢culos, as¨ª que no se sorprendi¨® cuando al volver a su casa hab¨ªan varios furgones policiales sin placas. Pedro Cote, un amigo del matrimonio que trabajaba como relator de Naciones Unidas y viv¨ªa cerca, lleg¨® a tiempo para ver c¨®mo los polic¨ªas encapuchados empezaran a golpear a Elvira Madrid. ¡°Jaime intent¨® defenderme, pero eran demasiados. Lo agarraron entre varios y lo empezaron a asfixiar, a m¨ª me salieron fuerzas, no s¨¦ de donde y le saqu¨¦ la pistola a un polic¨ªa, le apunte a la cabeza y le dije ¡®o lo sueltan, o se los carga la chingada¡±, relata la soci¨®loga. Pedro Cote no lleg¨® a tiempo para presenciar la escena, pero asegura que no le extra?a nada. ¡°Ellos eran una pareja muy especial, estaban juntos 24 horas al d¨ªa, solo se separaban para ir al ba?o. La veo totalmente capaz de hacer eso. Por Jaime, cualquier cosa¡±, dice Cote.

Madrid recibi¨® muchos golpes ese d¨ªa. Gracias a la presencia de un trabajador de Naciones Unidas, el episodio no escal¨® a m¨¢s, como hab¨ªa prometido el operativo al gritarle entre golpe y golpe que la iban a violar para que siempre recordara aquello. Tras varios a?os intentando obtener justicia, desistieron. ¡°Aun con el apoyo de Naciones Unidas, nunca pudimos continuar la acusaci¨®n¡±, dice Cote con resignaci¨®n.
La amenaza de m¨¢s palizas siempre estuvo presente para Elvira Madrid y Jaime Montejo, y contin¨²a a?os despu¨¦s de aquella noche. Solo que ahora, Madrid est¨¢ sola para lidiar con ellas. Jaime muri¨® el 5 de mayo de 2020, cuando la crisis de la covid en M¨¦xico hab¨ªa rebasado a los hospitales. Jaime cargaba a las mujeres enfermas en brazos a la desesperada, buscando alg¨²n centro m¨¦dico donde las atendieran. Madrid asegura que fue as¨ª como su marido se contagi¨®. ¡°Ellas no ten¨ªan a nadie, no las pod¨ªamos dejar en ese momento. Y ese fue el motivo de su muerte. Jam¨¢s se lo voy a perdonar al Gobierno¡±, condena Madrid entre l¨¢grimas.
Elvira Madrid contin¨²a su proyecto en solitario y dice que cuando m¨¢s nota la ausencia de su marido es cuando ¡°hay peligro¡±, como cuando la amenazaron a finales de a?o por denunciar la presencia de v¨ªctimas de trata en La Merced. ¡°En uno de mis recorridos, fueron tres mujeres quienes vinieron a pedirme ayuda. Se las llevaron inmediatamente. ?Qu¨¦ est¨¢ haciendo la autoridad que se hace pendeja?¡±, reclama. Para aliviar su frustraci¨®n, contin¨²a saliendo a recorrer las calles de La Merced con folletos de educaci¨®n sexual para regalar a las prostitutas que incluyen condones de la marca que fund¨® para reducir costes. Pese a su lucha, todav¨ªa recibe cr¨ªticas de parte del ala abolicionista del feminismo, aunque no le preocupa y le quita importancia diciendo que es un discurso ¡°desde un privilegio de clase media y alta¡±. ¡°No podemos elegir por ellas, ?qu¨¦ les vas a ofrecer si es lo ¨²nico que conocen?¡±, sentencia.
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