Chiapas, territorio tomado
EL PA?S recorre la frontera del Estado m¨¢s pobre de M¨¦xico, una regi¨®n dominada por los grupos criminales. De Tapachula a la selva Lacandona pasando por Comalapa y Chicomuselo, esta historia ilustra la pelea entre carteles, el abandono del Estado y su rastro de asesinatos, desplazamientos, secuestros y extorsiones, pero tambi¨¦n los intentos de la poblaci¨®n local y la migrante por sobrevivir
Una familia venezolana encerrada en una jaula para gallos, de camino a Tapachula, aguarda su turno de salida. Un viejo, helado de fr¨ªo, recuerda en la noche de Comit¨¢n la huida de su hogar en la frontera, las amenazas del crimen, aquel papel que le quer¨ªan hacer firmar. ¡°Firmar, ?para qu¨¦?¡±, susurra. Un grupo de campesinos, adolescentes y ancianos, armados con viejos fusiles de caza y ametralladoras ¨²ltimo modelo, guisan sobre las brasas, mientras vigilan la entrada de Frontera Corozal. Un coronel guatemalteco y su brigada custodian la desembocadura del Suchiate, en el Pac¨ªfico: ¡°Aqu¨ª est¨¢ todo el tr¨¢fico: de droga, de armas, de personas¡±. Un grupo de hombres disfrazados de polic¨ªas, con pistolas al cinto, irrumpe en Nueva Palestina con un mensaje: a partir de ese momento, ellos dictan la ley. Uno de los pocos vecinos que quedan en una comunidad de Chicomuselo, en el centro de la batalla, murmura una preferencia peligrosa: ¡°Vinieron los de Sinaloa y nos pidieron apoyo. Se lo dimos¡±.
Estas seis im¨¢genes repartidas a lo largo de m¨¢s de 600 kil¨®metros de frontera ilustran estos d¨ªas la batalla por Chiapas. El Estado m¨¢s pobre de M¨¦xico es un territorio en disputa, v¨ªctima del pulso entre los dos grupos criminales m¨¢s poderosos del pa¨ªs, el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generaci¨®n (CJNG). En las costuras de la pelea sobrevive la poblaci¨®n, prisionera de un conflicto armado que recuerda a Tamaulipas, Michoac¨¢n o Guanajuato, extra?o a estas tierras hasta hace poco tiempo. Cuna de la ¨²ltima guerrilla que naci¨® en Am¨¦rica, imagen de las desigualdades del pa¨ªs, del turismo de aventura y la pobreza extrema, Chiapas mira ahora a la frontera y su rastro de asesinatos, secuestros, desplazamientos forzados y extorsiones.
Las escenas de arriba iluminan un viaje de mes y medio de seis reporteros por la geograf¨ªa del conflicto, de Frontera Corozal y Nueva Palestina a Tapachula y la desembocadura del r¨ªo Suchiate, pasando por Frontera Comalapa, Chicomuselo y las puertas de la sierra Mariscal. Decenas de testimonios recogidos en este tiempo alumbran el terror y la paranoia de la poblaci¨®n, que se siente abandonada por el Estado. Durante el recorrido, la presencia de las autoridades es intermitente. El Ej¨¦rcito, la Guardia Nacional y la polic¨ªa llegan cuando algo ya ha ocurrido, siempre tarde. La poblaci¨®n mira con desconfianza, como si ellos, los uniformados, fueran tambi¨¦n parte del problema.
Documentos de la Secretar¨ªa de la Defensa Nacional, aireados por la filtraci¨®n del grupo de hackers Guacamaya, muestran la hegemon¨ªa del Cartel de Sinaloa en el negocio criminal en el Estado hasta 2022. M¨¢s o menos por entonces, la organizaci¨®n sufri¨® una escisi¨®n tras una disputa interna. El CJNG aprovech¨® la ocasi¨®n para infiltrarse por el flanco del Pac¨ªfico, desde donde lanz¨® sus tent¨¢culos hacia el norte, explica a este diario Lantia Intelligence, consultora especializada en los movimientos del crimen organizado en M¨¦xico.
As¨ª se fragua una guerra por los negocios fronterizos de una regi¨®n pobre: cruce de migrantes, de drogas, influencia de cara a las elecciones de junio... En palabras de las organizaciones de derechos humanos que monitorean la situaci¨®n, en la zona se desarrolla un ¡°conflicto armado no reconocido¡±, una batalla que ha sacado de sus casas a al menos 10.000 personas solo en la frontera central, seg¨²n los c¨¢lculos del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolom¨¦ de las Casas. El Gobierno federal y estatal tratan de rebajar el ruido y hablan incluso de un Estado en paz. El Ej¨¦rcito Zapatista de Liberaci¨®n Nacional (EZLN) lo llama guerra civil.
La confusi¨®n subyace a la tragedia. En pueblos y comunidades de Chicomuselo y Frontera Comalapa, campesinos y vecinas prefieren al Cartel de Sinaloa. A sus ojos, el CJNG encarna el mal, la extorsi¨®n, mil motivos para la huida. En la selva Lacandona, con los de Jalisco aparentemente replegados al frente de batalla del centro del Estado, Sinaloa domina sin necesidad de hacer mucho ruido. En la costa, la vieja unidad del C¨¢rtel de Sinaloa se ha roto y ahora distintas facciones pelean para mantener el control del Suchiate y las rutas de tr¨¢fico que salen de Tapachula hacia el norte. En todas las regiones, los testimonios se?alan que a veces es muy dif¨ªcil saber qui¨¦n es qui¨¦n. Mientras, entre las plazas y sus disputas, los vecinos, los migrantes, los cautivos.
Contra El Ma¨ªz
Ni un alma pasea sus penas por las calles de Nueva Am¨¦rica. Apenas hay traj¨ªn ganadero, ajetreo agr¨ªcola, prisas de viajeros. Nada. La luz ocupa el espacio que dejaron los vecinos del ejido, la mayor¨ªa se fueron. Algunos perros vaguean sobre el piso de tierra, desconcertados, aburridos. En el camino a la presa, el esqueleto de una camioneta forastera encarna la confusi¨®n y el nerviosismo de los que quedan. Nadie sabe c¨®mo lleg¨® ah¨ª, nadie dice de qui¨¦n es o por qu¨¦ la abandonaron. Es la t¨®nica estos d¨ªas en la frontera central de Chiapas, muchas cosas se ignoran, las dem¨¢s, se callan.
En una esquina de la plaza del ejido, dos hombres murmuran. Ven a los reci¨¦n llegados y uno se mete corriendo a la casa. El otro se queda. Es el ¨²nico vecino con un pie en la calle, en un kil¨®metro a la redonda. ¡°Por all¨ª bajaron los grupos¡±, dice, cauteloso, moviendo el ment¨®n dos mil¨ªmetros. Se refiere a la calle de enfrente, el camino a la presa, la brecha donde yace el esqueleto de la camioneta. ¡°Bajaron, pero donde toparon fue ya en la y griega¡±, a?ade. Dice ¡°toparon¡±, como si dos amigos se hubieran encontrado. Pero no, all¨¢, en la y griega, donde el camino se parte en dos, rompi¨® la ¨²ltima balacera entre el Cartel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generaci¨®n (CJNG).
Aquello ocurri¨® el 15 de enero y no era la primera vez. Desde hace a?o y medio, la batalla por la frontera central mantiene aterrorizada a la poblaci¨®n de decenas de comunidades y ejidos, caso de Nueva Am¨¦rica. Es una batalla vieja en escenarios nuevos. Seg¨²n informes de Lantia Consultores, ¡°el CJNG se ha desplazado gradualmente de Tapachula al norte, donde hab¨ªa una presencia muy fuerte del Cartel de Sinaloa, tambi¨¦n en la frontera central. Estos enfrentamientos que hemos visto en la zona son el resultado de eso¡±.
Los m¨¢s de 15 testimonios recogidos en Nueva Am¨¦rica y en otras comunidades de Chicomuselo y Frontera Comalapa, a principios de febrero, y entre la poblaci¨®n desplazada de esos y otros ejidos en Comit¨¢n y Tuxtla, la capital, destilan miedo, una sombra pegajosa. Sus nombres no salen aqu¨ª para evitar cualquier tipo de represalia. ¡°Est¨¢ todo muy tenso, estamos rodeados¡±, dice una se?ora en la cabecera de Chicomuselo, una ma?ana, en voz baja; ¡°nos quer¨ªan comprometer a trabajar para ellos, como carnada¡±, lamenta un se?or de Bella Vista, el pueblo vecino, una noche ventosa, en Comit¨¢n, donde vive desplazado.
El frente de la batalla discurre entre la vertiente oriental sur de la presa de La Angostura y la sierra Mariscal. Las cabeceras de pueblos como Chicomuselo, en las faldas de la monta?a, parecen atrapadas en una eterna tarde de domingo, las calles vac¨ªas, muchos negocios cerrados. Comunidades alejadas de las cabeceras resultan pr¨¢cticamente inalcanzables. En la ruta, uno y otro grupo instalan sus retenes. Como polic¨ªas, paran al viajero, le piden su credencial, le toman fotograf¨ªas¡ Desde La Trinitaria a Motozintla, pasando por Frontera Comalapa, Chamic, Amatenango, Chicomuselo, Sultepec, etc¨¦tera, uno y otro grupo viven persigui¨¦ndose, peleando por las riquezas fronterizas.
Luego est¨¢ la propaganda, las tretas del CJNG y el Cartel de Sinaloa para convencer a los pobladores de que su v¨ªa es la correcta, la mejor para ellos. A diferencia de lo que han hecho en otras partes de M¨¦xico, en la frontera central de Chiapas, donde el tejido social es rico y profundo, unos y otros parecen adaptarse a las formas de vida locales. Los testimonios recopilados se?alan, por ejemplo, que el CJNG se disfraza de organizaci¨®n social ¨Co usa a una organizaci¨®n social de la zona, o una mezcla de ambas¨C para convencer a la gente, u obligarla, a que se integre en su estructura.
Los pobladores llaman a esta especie de brazo social del CJNG, ¡°El Ma¨ªz¡±. El se?or que cuenta que los criminales quer¨ªan que ¨¦l y su comunidad trabajaran para ellos ¡°como carnada¡± se refer¨ªa a El Ma¨ªz. Explica que un d¨ªa, en diciembre del a?o pasado, lleg¨® gente de ese grupo para que ¡°les firmara un papel¡±. El se?or es autoridad en su comunidad. ¡°Quer¨ªan que jal¨¢semos con ellos, que les di¨¦ramos comida, que les mantuvi¨¦ramos, pero no ten¨ªamos nosotros ning¨²n beneficio¡ Ah¨ª ya la gente comenz¨® a salir de la comunidad¡±, explica. La iron¨ªa es terrible. En una regi¨®n agr¨ªcola de subsistencia, el crimen ha pervertido la relaci¨®n entre un cultivo venerado y la palabra que lo nombra.
El ¨²nico hombre que pisa la calle en Nueva Am¨¦rica ilumina las tretas de los c¨¢rteles y las preferencias locales. ¡°Dos d¨ªas antes del top¨®n, los de Sinaloa ya hab¨ªan entrado aqu¨ª a hablar con la gente¡±, explica, como quien describe el vuelo de los p¨¢jaros. ¡°Se estuvo de acuerdo con ellos, porque no se quer¨ªa que entrara El Ma¨ªz¡±, a?ade. El hombre dice que la reuni¨®n que convoc¨® Sinaloa ten¨ªa un objetivo bien claro: que cuando llegara El Ma¨ªz, los pobladores les cerraran el paso. Por lo que cuenta, no hubo dudas, tampoco resistencias. Era parte del estado natural de las cosas.
Esa aparente aceptaci¨®n del Cartel de Sinaloa en Nueva Am¨¦rica se escucha con cierta frecuencia en la frontera central. A grandes rasgos, los pobladores ven con buenos ojos al grupo y desconf¨ªan del CJNG. ¡°No quieren aqu¨ª a El Ma¨ªz¡±, dice el hombre de la plaza de Nueva Am¨¦rica. ¡°Los de Sinaloa no te obligan a que jales con ellos, si uno quiere bien, y si no, no. Pero los otros s¨ª te obligan¡±, se?ala. Esto es, a participar en bloqueos de carreteras cuando el grupo lo necesita, a pagar cuotas, en algunos casos. A mantenerlos, a darles de comer.
Un vecino de Frontera Comalapa cuenta el caso de la cabecera de ese municipio, el m¨¢s importante de la regi¨®n, reducto de El Ma¨ªz, rodeado por Sinaloa. ¡°Aqu¨ª ahora se vive tranquilo, porque todo est¨¢ controlado por El Ma¨ªz. Todos los comerciantes, todos los transportistas, est¨¢n integrados a la fuerza en esta organizaci¨®n. Toda la vida depende de ellos. Las ¨²ltimas elecciones no se llevaron a cabo, desaparecieron las urnas y se acord¨® poner un consejo de gobierno cuyos miembros pertenecen a ellos¡±, dice.
No queda claro si los vecinos de Nueva Am¨¦rica llegaron a cerrar el paso al CJNG el d¨ªa que Sinaloa lo pidi¨®. Pero todos coinciden en que el domingo 14 de enero, la tensi¨®n pod¨ªa cortarse con un cuchillo en la zona. Un religioso que frecuenta la regi¨®n dice que, para ese d¨ªa, los grupos ya hab¨ªan cortado algunos caminos. Un vecino desplazado a Comit¨¢n cuenta que, en la noche, empezaron a escucharse disparos en El Plan, la entrada de la comunidad. Otro recuerda: ¡°Yo me fui de all¨ª el lunes por la tarde y justo cuando lleg¨¢bamos a la presa, se empezaron a agarrar a balazos en la y griega. Cada quien sali¨® como pudo¡±.
Seg¨²n pasaban las horas, la situaci¨®n se tornaba m¨¢s confusa. El martes por la ma?ana, el Ej¨¦rcito lleg¨® a la comunidad. En vez de sentir alivio, los vecinos lo vieron como una amenaza y se juntaron en El Plan para evitar cualquier avance. Se arm¨® una batalla campal. En redes sociales se compartieron v¨ªdeos de militares y pobladores intercambiando pedradas y bombas de gas lacrim¨®geno; en otros, un jefe militar les rega?a con crudeza. En el camino que baja de El Plan a las casas, los pobladores tumbaron decenas de ¨¢rboles y cruzaron los troncos sobre la pista. Los militares los quitaban a golpe de motosierra. Fueron cientos los vecinos que dejaron la comunidad en esos d¨ªas.
?Por qu¨¦ no quer¨ªan que entrara el Ej¨¦rcito? Pobladores de Nueva Am¨¦rica, religiosos conocedores de la situaci¨®n, vecinos desplazados, dan una respuesta sorprendente. Para todos, el Ej¨¦rcito abre camino al CJNG. ¡°No quer¨ªamos que entraran los militares, no les tenemos confianza. Detr¨¢s de ellos vienen los otros, todos revueltos¡±, dice uno, en Comit¨¢n. ¡°Gentes de otras comunidades ya nos hab¨ªan dicho que les abren camino, y ya ellos llegan y cobran piso¡±, dice otra mujer, tambi¨¦n en Comit¨¢n.
No hay evidencia de que esto ocurra, claro. Tampoco hay evidencia de la batalla de hace dos semanas esta tarde en Nueva Am¨¦rica. La camioneta negra en el camino a la presa extra?a all¨ª como la falta de sonido, de ruidos. En la y griega, un auto blanco, quemado, yace a un lado del camino, como el esqueleto de una vaca muerta. Pocas im¨¢genes representan mejor el olvido que esos huesos hechos de fierro oxidado.
La selva armada
La ¨²ltima frontera de Norteam¨¦rica es un tajo retorcido que acuchilla la tierra y divide dos mundos. Aqu¨ª, en Frontera Corozal, un pueblo de campesinos choles en el coraz¨®n de la selva Lacandona, lo llaman el r¨ªo Usumacinta. Su embarcadero ha sido desde hace d¨¦cadas la puerta de entrada de miles de personas de Centro y Sudam¨¦rica a M¨¦xico, la pen¨²ltima parada en la odisea hacia al norte.
Muchos vecinos prosperaron al calor de los negocios, m¨¢s o menos legales, m¨¢s o menos ¨¦ticos, que llegaron con los migrantes. Otros simplemente se acostumbraron a vivir viendo pasar gente con acentos del sur. El muelle era un trasiego de personas y oportunidades que atrajo las miradas equivocadas. Hoy est¨¢ vac¨ªo. Una amenaza, la sombra de una guerra, oblig¨® a cerrarlo. Las barcas quedaron encalladas en la orilla de arena. Cuando la tarde bosteza, solo se escuchan los aullidos de los saraguatos.
Un grupo de campesinos custodia el embarcadero. Camisetas de deporte, gorras descoloridas, botas de rancho. Todos van armados: la mayor¨ªa con viejos fusiles de caza de punter¨ªa poco afilada; unos pocos, con metralletas ¨²ltimo modelo que han comprado a las mafias guatemaltecas. Si el azar los hubiera hecho nacer en otras geograf¨ªas, hace tiempo que muchos saborear¨ªan la jubilaci¨®n. Aqu¨ª, hace meses que tuvieron que abandonar sus sembrados y reconvertirse en milicianos.
Est¨¢ Alberto, que carga a sus espaldas con 73 a?os y una escopeta de caza, ¨¦l, que no entiende de guerras, solo del sudor en la frente al trabajar el campo, de vivir tranquilo, que por aqu¨ª significa vivir con el lomo doblado sobre la tierra hasta que te mueres. Est¨¢ Andr¨¦s, de 26, que vot¨® a L¨®pez Obrador, pero dice que el lema de ¡°abrazos, no balazos¡± del presidente no funciona en Chiapas. Est¨¢ Fidencio, de 58, que cuenta que no quiere matar a nadie, solo recoger su cosecha. Est¨¢ Carlos, de 75, que lleva medio siglo en la Lacandona y dice que qu¨¦ culpa tiene la gente, que por qu¨¦ vienen a maltratarlos.
Ellos lo llaman la guardia comunitaria. Dicen que es lo ¨²nico que mantiene a raya la descomposici¨®n que traen los c¨¢rteles. Que no quieren que su hogar se vuelva un campo de batalla, como pas¨® all¨¢ arriba, en la otra frontera, ese desierto sin¨®nimo de tanto horror al norte del pa¨ªs. Que son granjeros, no soldados, pero qui¨¦n les va a defender cuando vuelvan los malos, si los del Gobierno no hacen nada.
A Alberto no le gustan los extra?os ni sus preguntas. Pide identificaciones, pasaportes, carnets de prensa. La paranoia irrumpi¨® el mismo d¨ªa que el Cartel de Sinaloa y, aunque parece que los han expulsado, el miedo se ha quedado. Los criminales contagiaron su l¨®gica de guerra a los habitantes de la selva. Cuando el viejo campesino finalmente se atreve a responder, lo hace en lengua chol. No habla espa?ol. Uno de sus compa?eros, m¨¢s joven, traduce:
¡ªLa delincuencia entr¨® libremente, con armas, traficando, matando gente. La polic¨ªa estatal se involucr¨® con los malos. Cobraban a los indocumentados. La Fiscal¨ªa tambi¨¦n cobraba su cuota. Nunca hab¨ªan entrado tanto los c¨¢rteles. Soy viejo, pero aqu¨ª voy a morir, en la guardia, porque no quiero que perjudique a nuestros nietos, nuestro futuro.
En la Lacandona la guerra es m¨¢s discreta que en el resto de Chiapas; la violencia, sutil, maquillada. El terror psicol¨®gico es un arma poderosa: de las decenas de personas entrevistas, l¨ªderes sociales y campesinos que se han visto obligados a huir, solo un pu?ado se atreven a dar su nombre. El miedo se ha propagado como el delirio de una fiebre selv¨¢tica.
La Lacandona no tiene una historia de paz. Sus comunidades son pobres: ind¨ªgenas despose¨ªdos que reclaman sus tierras frente a caciques que se niegan a dejarlas. El oeste es el basti¨®n del Ej¨¦rcito Zapatista de Liberaci¨®n Nacional, la reacci¨®n inevitable en forma de guerrilla contra la miseria de siglos. La selva, aislada, siempre ha sido una regi¨®n f¨¦rtil para lo il¨ªcito. Los aviones cargados de coca¨ªna aterrizan en pistas clandestinas desde que la droga es un negocio rentable. Los coyotes recorren las carreteras a su antojo con camiones hacinados de migrantes. La violencia, sin embargo, no hab¨ªa arrollado la regi¨®n como en otras partes de M¨¦xico. El conflicto actual es nuevo.
La burbuja estall¨® en septiembre.
Los hombres de Sinaloa llegaron a Frontera Corozal, dijeron que eran enviados del Gobierno, pidieron listas de los negocios para cobrar derecho de piso. Las autoridades ind¨ªgenas no les hicieron caso. Entonces ocurri¨® el primer secuestro. Luego el segundo. Despu¨¦s el tercero. No hizo falta un cuarto. Como no pod¨ªan fiarse de los polic¨ªas estatales ni los rurales, en la n¨®mina del c¨¢rtel, la asamblea decidi¨® organizar la guardia comunitaria. La misma que desde entonces custodia las dos entradas: la del embarcadero y la de la carretera. Todos los hombres del pueblo est¨¢n obligados a participar en ella. Algunas mujeres colaboran tambi¨¦n. Quien no participa, paga multa.
La asamblea nombr¨® encargado para la paz y responsable del di¨¢logo con el Gobierno a Esquivel Cruz. Sentado en el porche de su casa, explica: ¡°Nosotros no estamos preparados para ser polic¨ªas, nos dedicamos al trabajo del campo. Si Chiapas estuviera en paz, no estar¨ªamos haciendo esto. No queremos dejar lo poco que tenemos porque nos ha costado mucho construirlo. No es vida lo que estamos viviendo, pero ni modo, esa es la nueva normalidad para nosotros. Si dejamos la guardia van a entrar y a los primeros que van a matar somos nosotros¡±.
El control es total. Una mentalidad de colmena se ha instalado en Frontera Corozal. El alcohol est¨¢ prohibido. Hay toque de queda. Dicen que todos son polic¨ªas, que ya no hay pandillerismo porque tambi¨¦n arrestan a los chavales sospechosos: los que visten de negro, llevan tatuajes, tienen miradas agresivas. Saben que han renunciado a libertades b¨¢sicas, que si estalla el conflicto los muertos los pondr¨¢n ellos. ¡°Hacemos responsable al Gobierno federal. Nos estamos exponiendo, pero no tenemos otra alternativa¡±, lamenta Cruz. Es el precio a pagar por esta paz sucia que se parece mucho a la guerra.
El Cartel de Sinaloa no esperaba esta respuesta colectiva, la movilizaci¨®n de la gente que se niega a aceptar la violencia como parte de sus vidas. Un mes antes, pas¨® lo mismo en Nueva Palestina, un pueblo de casas bajas, habitantes sudorosos, calles de tierra, tuc tucs. Un grupo de hombres disfrazados de polic¨ªas irrumpi¨® en las oficinas de las autoridades con pistolas al cinto. Dijeron que eran la nueva ley. La gente se rebel¨®, pidi¨® una intervenci¨®n militar, march¨® contra los c¨¢rteles, mont¨® su propia guardia. Una calma tensa se instal¨®. En la sombra, las amenazas volaron. Hubo gente que huy¨®, se escondi¨®, sufri¨® en sus carnes las represalias y ya no se atreve a alzar la voz. La vida sigui¨®.
Un centenar de militares ha acampado en San Javier, entre Frontera Corozal y Nueva Palestina, en el mismo cruce de caminos en el que antes los c¨¢rteles cobraban peaje a los coyotes. Hasta los soldados tienen miedo. ¡°Hay grandes extensiones de Chiapas controladas por el crimen organizado, y muchos de nosotros somos de la regi¨®n o de aqu¨ª cerca, tenemos que proteger nuestra identidad. Ahorita [los c¨¢rteles] est¨¢n tranquilos porque estamos aqu¨ª¡±, confiesa uno de ellos. Lo que el joven uniformado no dice es lo que pasa cuando ellos no est¨¢n.
Es parad¨®jico: a pocos kil¨®metros del ret¨¦n militar, en San Javier y la cercana comunidad de Lacanj¨¢ Chansayab, est¨¢ el epicentro de los c¨¢rteles. All¨ª viven los jefes de plaza, nombres como Cabrero Segundo o Hugo Chambor. Tambi¨¦n hay aldeas como Bethel, con caba?as de madera y suelo de tierra, la fotograf¨ªa de la miseria absoluta, la mano de obra barata de los criminales, la carne de ca?¨®n. La zona atra¨ªa tambi¨¦n turismo de aventura por la selva y las ruinas mayas de Bonampak, pero las agencias ya no vienen por miedo. La zona hotelera es un pueblo fantasma. ¡°Yo nunca jam¨¢s voy a ir con los c¨¢rteles, pero no puedo huir. Me han amenazado: ¡®O te aplacas o venimos a por ti¡¯. No hay respuesta del Gobierno. Y sin turistas perdemos d¨ªa a d¨ªa¡±, dice un hotelero.
Los soldados est¨¢n presentes m¨¢s como s¨ªmbolo. No intervienen. El tr¨¢fico no se detiene a pesar de su presencia. La gente sobrevive como mejor sabe. Unos huyen. Otros clavan la mirada en el suelo, aprenden a vivir en silencio. Los que pueden se organizan, tragan saliva, toman las armas. Tiran de ¨¦pica, rezan para no estar ah¨ª cuando la selva escupa balas. Est¨¢n solos. Cuando en el r¨ªo Usumacinta cae la noche, los campesinos armados cocinan en grandes calderos sobre brasas en el suelo. Los saraguatos siguen aullando.
Suchiate, testigo del crimen
Todos lo vieron flotar. R¨ªo abajo, contenido por bolsas de basura, el rostro cetrino, los ojos cerrados. Sus rasgos hinchados en las redes y en los celulares. Todos lo grabaron al pasar. M¨¢s all¨¢, nadie sabe. No saben los periodistas ni el ej¨¦rcito, tampoco los pol¨ªticos ni los ejidatarios, no saben los que manejan las lanchas, no sabe el que dirige los panteones. ?Qui¨¦n era antes de que lo tiraran a las aguas sucias del Suchiate? ?C¨®mo termin¨® ac¨¢ revuelto? Lo recogieron al final del recorrido, azotado por un oc¨¦ano que le devuelve al r¨ªo todo lo que no le corresponde: la basura y las ofrendas. Algunos dicen que su cuerpo lavado contin¨²a todav¨ªa en el Servicio Forense de Tapachula. Sin identificar, pronto acabar¨¢ d¨®nde van los que se mueren sin nombre en esta frontera. Tendr¨¢ la tierra de una fosa com¨²n encima. La compa?¨ªa de una botella de pl¨¢stico con un papel dentro: el n¨²mero de la carpeta de investigaci¨®n que no responde qui¨¦n era ni por qu¨¦ lo mataron ni por qu¨¦ al r¨ªo. Lleva en su cuerpo estampada la l¨®gica feroz de una guerra, ahora en Chiapas. Lo vieron todos, no lo reconoce nadie.
El r¨ªo Suchiate nace en las faldas del volc¨¢n Tacan¨¢ y llega hasta el oc¨¦ano Pac¨ªfico. Su cauce oscuro separa Guatemala y M¨¦xico. Es por ¨¦l que Tec¨²n Um¨¢n y Ciudad Hidalgo son dos ciudades distintas. Ellas son la puerta y el r¨ªo, el pasillo. Por encima cruzan miles de tr¨¢ileres con mercanc¨ªas cada semana, y, por debajo, mojado, todo lo dem¨¢s. El ej¨¦rcito de Guatemala y los pol¨ªticos de M¨¦xico lo describen igual: este es un l¨ªmite poroso.
La frontera estuvo d¨¦cadas manejada a ambos lados por el C¨¢rtel de Sinaloa. En Tec¨²n Uman (Guatemala) gobern¨® durante 11 a?os, Erick S¨²?iga, alias El Pocho, sucesor elegido del grupo de los Chamal¨¦, pastor y empresario. Fue extraditado a final de 2019 a Estados Unidos por sus v¨ªnculos con el narcotr¨¢fico, muri¨® a los meses, y su hija, Isel, que fue Miss Guatemala, lo dirige ahora. ¡°Se le ha llenado la casa de Jalisco y de Sinaloa. No se puede controlar¡±, cuenta un reportero, despu¨¦s de recordar los 200 balazos que le dieron al director de la polic¨ªa municipal.
La Brigada de Operaciones de Monta?a de Guatemala, dirigida por el comandante Juan Ernesto Celis, patrulla estas tierras de plataneros, llega hasta la desembocadura de un r¨ªo agotado, recorre la arena que recibe al Pac¨ªfico. ¡°Hemos incrementado la presencia en estas ¨¢reas. La orden que tenemos es tener estabilizado este l¨ªmite pol¨ªtico¡±, se?ala y unos metros m¨¢s all¨¢ ya es M¨¦xico. Lleg¨® el Ej¨¦rcito porque las comunidades guatemaltecas de la frontera hab¨ªan empezado a denunciar la entrada de integrantes del crimen organizado. El problema, apunta el comandante, es que cuando se van ellos, no vigila nadie. Es entonces cuando todo cruza: las personas, las armas, las drogas.
Al otro lado de las aguas turbias, la alcaldesa de Ciudad Hidalgo, Sonia Elo¨ªna Hern¨¢ndez, alias La Chona, pidi¨® a las madres que cuidaran a sus hijos, porque la situaci¨®n estaba ¡°fuera de control¡±: ¡°P¨®rtense bien y el que se porte mal, por favor les pido que respeten a la ciudadan¨ªa¡±. Poco despu¨¦s, el Gobierno de Estados Unidos prohibi¨® a su gente acercarse a esta localidad. En esta zona los datos no mienten. En 2023, la Fiscal¨ªa del distrito, llamado Fronterizo Costa, abri¨® 723 carpetas de investigaci¨®n por homicidio ¡ª136 de personas migrantes asesinadas¡ª en 14 municipios que bordean la frontera y llegan hasta el Pac¨ªfico. Ahora todo se ha multiplicado: los ejecutados aparecen en el Walmart de Tapachula y en los caminos, al lado de una escuela, frente a las casas.
Con la m¨²sica atronadora, en un bar vac¨ªo de alt¨ªsimas paredes verdes, dos pol¨ªticos que estuvieron vinculados al ayuntamiento de Ciudad Hidalgo hablan del miedo. En enero acribillaron a David Rey, aspirante del frente opositor a la presidencia municipal. Lo ejecutaron despu¨¦s de visitar una zona a la que deb¨ªa llegar X¨®chitl G¨¢lvez a hacer un mit¨ªn unos d¨ªas despu¨¦s. ¡°Esta ciudad ya no la controla el Gobierno¡±, dicen los que fueron funcionarios. ?Entonces qui¨¦n? ¡°Pues Sinaloa¡±.
El T¨ªo Gil, hombre de confianza del Chapo Guzm¨¢n, manej¨® aqu¨ª la entrada del tr¨¢fico durante a?os. En 2016 lo detuvieron en Guatemala y lo extraditaron a EE UU por distribuci¨®n de coca¨ªna. Lo sucedi¨® su hijo: El Junior. Lo mat¨® un comando en 2021 y la jerarqu¨ªa se complic¨®.
El reportero est¨¢ tan amenazado que reconoce que ya solo le permiten hacer su trabajo a medias; a cambio, puede llevar a sus hijos al colegio. Dibuja el panorama: dos facciones de Sinaloa, una a menudo confundida tambi¨¦n con el CJNG, se pelean desde hace a?o y medio esta puerta, la entrada a M¨¦xico. Susurra nombres y v¨ªnculos: El Botana que es sanguinario y hermano de una presidenta municipal de Morena, El Memo que lo detuvieron despu¨¦s de hacer un pacto con la muerte para sobrevivir a las balas, El se?or de los caballos que tiene una guerra sin cuartel contra El G¨¹ero Pulseras. Y los que se quedan entre las patas de los grandes: los narcomenudistas que trafican y mueren, los halcones que vigilan y mueren, los polleros que trasladan y mueren, los migrantes que cruzan y mueren. ?Es uno de ellos el cad¨¢ver que flota en el Suchiate?
Hace meses que no llueve y el r¨ªo se puede cruzar caminando. Aun as¨ª, casi todos los migrantes eligen a los balseros guatemaltecos: les enga?an en quetzales, pero no arriesgan a los ni?os ni a los documentos que cargan desde hace miles de kil¨®metros. Han acampado a la orilla del lado mexicano, porque el Instituto Nacional de Migraci¨®n ha montado ah¨ª un puesto de control, que les promete autobuses hasta Tuxtla Guti¨¦rrez, la capital del Estado. Los migrantes son muchos y los buses, pocos. ¡°A los que tienen dinero los trasladan r¨¢pido y a los que no, tienen que aguantar hasta que migraci¨®n quiere¡±, resume Heyman V¨¢zquez, cura de referencia de Ciudad Hidalgo.
La perspectiva de una semana esperando sobre un cart¨®n h¨²medo, frente a un r¨ªo que hiede y bajo un sol de 40 grados obliga a muchos a empezar la traves¨ªa a pie. Pero si quema la sombra, arde el asfalto.
Gen¨¦sis y su familia caminaban por un costado de la carretera hacia Tapachula cuando se los llevaron. Era mitad de febrero y hac¨ªa un par de semanas que hab¨ªan salido de Caracas. Se acercaron cuatro motoristas y les ofrecieron adelantarles parte del camino. ¡°Nos hablaban de Dios, por eso nos montamos¡±, dice esta mujer menuda que tiembla. Los conductores los llevaron ante unos hombres armados. ¡°Nos encerraron en unas jaulas para gallos¡±. Les ped¨ªan 1.100 pesos por persona (unos 60 d¨®lares) para liberarlos. ¡°Pero no los ten¨ªamos¡±, llora. Estuvieron horas enjaulados con otros migrantes que no conoc¨ªan. No puede identificar el lugar, solo se ve¨ªa monte. Los soltaron cuando ya era de noche. Los sicarios se quedaron a dos de las mujeres. Los dem¨¢s llegaron agotados y perdidos en la madrugada a una caseta de migraci¨®n, justo donde se lee: ¡°Viva M¨¦xico¡±.
El camino hacia el norte (Huehuet¨¢n, Huixtla, Mapastepec, Pijijiap¨¢n, Arriaga) est¨¢ plagado de controles. Pero Migraci¨®n y la Guardia Nacional solo retienen a los migrantes si van dentro de alg¨²n veh¨ªculo, los dejan pasar si van caminando. ¡°El Gobierno le apuesta a que el migrante se canse, se desgaste f¨ªsicamente y econ¨®micamente¡±, describe el padre Heyman: ¡°Es un dineral el que est¨¢n haciendo con los migrantes. Las personas que trabajan movi¨¦ndolos tambi¨¦n le dan su mochada a las autoridades¡±.
Esto es una carrera de obst¨¢culos con una presa que avanza a trompicones entre el verde de los plataneros. A la altura de Mapastepec, Yamineth ense?a una foto de su celular: es un tatuaje de tinta de un ave f¨¦nix en su antebrazo, se lo puso, dice, el cartel. Quien los vendi¨® como ganado fue una camioneta gris a la que le pagaron por acercarlos unos kil¨®metros. ¡°Cuando nos bajaron, lo primero que vimos fueron personas superarmadas, con capuchas. Nos hicieron a una esquina y nos dijeron: ¡®Esto no es un secuestro como muchas personas le llaman, esto es para que transiten en el pueblo de Tapachula sin que nadie los moleste. Le vamos a cobrar 1.100 pesos mexicanos, aquellas personas que no tengan, no salen. Aqu¨ª tenemos Western, recibimos el dinero que les manden. Si vemos algo raro, tenemos que actuar¡±. Los revisaron, pusieron cinta en los celulares, los encerraron en un corral vallado. ¡°Hab¨ªan ni?os, beb¨¦s chiquiticos, de meses, personas que ten¨ªan tres d¨ªas ah¨ª. Nosotros ten¨ªamos el dinero. Pagamos y salimos¡±. Hab¨ªa gallos alrededor. El norte todav¨ªa queda lejos. ¡°?Es verdad que hacia all¨¢ se pone peor?¡±.
En el r¨ªo Suchiate, en la selva Lacandona, en la sierra Mariscal, la vida transcurre as¨ª: de lado, con un ojo mirando hacia delante y otro hacia atr¨¢s, con las orejas bien abiertas, alerta, siempre alerta. Pese a ello, los gobiernos estatal y federal tratan de quitarle importancia al asunto. El presidente, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, dec¨ªa en febrero, por ejemplo, que las denuncias son parte de ¡°campa?as medi¨¢ticas¡± en su contra. El gobernador, Rutilio Escand¨®n, cercano al mandatario, aseguraba en enero que ¡°en Chiapas se vive en paz¡±. Hay cifras que sostienen sus dichos, caso de la tasa anual de asesinatos, relativamente estable. Pero esa estabilidad abona la confusi¨®n. En muchos casos, las v¨ªctimas no denuncian, en otros, la realidad desborda la ley, ciega ante el desplazamiento forzado, el miedo y la zozobra de la poblaci¨®n.
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