Una noche en la barra del mejor bar del mundo: entre el gran Gatsby y un cuadro de Hopper
Handshake Speakeasy, en Ciudad de México, es elegido número uno del ranking de ‘The World’s 50 Best Bars’: una coctelería oscura, exclusiva y en la que solo puedes estar 90 minutos que imita los tugurios clandestinos de los a?os veinte en EE UU
—?Sin cruzar la cortina!
Es martes y el bar se esconde tras una puerta con el número 13. No es un mal augurio. Al Handshake Speakeasy le gusta burlarse de la suerte y esta noche, contra toda superstición, abrirá sus puertas por primera vez como el mejor bar del mundo. O, al menos, eso dice el ranking anual The World’s 50 Best Bars.
La calle que lo acoge no es especialmente bonita ni glamurosa. Está en la Zona Rosa, un barrio del centro de Ciudad de México que por el día está lleno de oficinistas —godines, en la jerga local— y por la noche refugia las fiestas de la comunidad LGBT. Alrededor tiene un supermercado de ahorro, una cafetería con luz de hospital y un hotel-cadena.
En la entrada del hotel se camufla la puerta con el 13. La primera vez que pasas por delante, te la saltas. No hay se?ales que indiquen que es un bar. El cerebro tarda un rato en procesarlo: un 13, entre el portal 65 y el 67. Qué raro.
Una camarera te abre. Pasas a un peque?o recibidor, oscuro, cercado por la cortina que no puedes cruzar hasta que ella pasa delante y la desliza por ti. Todos los trabajadores, delantales negros sobre camisas blancas, gritan a coro:
—?Bienvenidos!
Y ahí está, ahora sí, el mejor bar del mundo.
Ni rastro de Al Capone
Es un cuarto oscuro y peque?o, sin ventanas. Rectangular. Está iluminado por una decena de lámparas colgadas del techo que vierten una luz tenue y anaranjada sobre el minimalista mobiliario negro y dorado. A la derecha está la barra, a la izquierda un enorme espejo con un marco algo rococó. Pegados a las paredes, sofás de cuero negro bordeados por mesitas con velas. En el centro, una mesa alta y taburetes. Con 30 personas, que llegarán en la primera hora, la sala está a rebosar.
Es algo así como el bar en el que te imaginarías bebiendo hasta altas horas de la madrugada al gran Gatsby, o eso pretende. Un cuadro vivo de Hopper. Estilo art déco, de ese tan habitual en los edificios clásicos de los barrios pudientes del antiguo Distrito Federal, y un toque de la Inglaterra victoriana por el negro omnipresente. Steampunk chilango. Todo está medido al milímetro, hasta el trato inmaculado de los camareros que rellenan el vaso antes de que lo termines.
Primero, te traen toallas calientes y húmedas en una caja de madera para que te laves las manos. Agua, frutos secos con ali?o fino. Luego, la carta de cócteles, dise?ada por el holandés Eric Van Beek, con bebidas de nombres como Once upon a time in Oaxaca (?rase una vez en Oaxaca), que se presenta con un ovillo de lana de acero al que prenden fuego para imitar cómo se cocina el agave al hacer mezcal. No afectará al sabor, es algo puramente estético. Antes de beber, lo prioritario es una buena foto del vaso aún humeante para Instagram.
Cada cliente puede estar en el bar una hora y media. Las bebidas oscilan entre los 200 y los 300 pesos (entre 10 y 15 euros), más o menos lo que gana un mexicano promedio al día. Esa exclusividad es parte del atractivo que vende Handshake. También, probablemente, la razón de que la mayoría de los clientes que están aquí esta noche sean blancos y hablen en inglés.
Nandini (29 a?os) es de Los ?ngeles y su amiga Anya (28) de Nueva Jersey. Estudian medicina y están en la ciudad para un viaje de cinco días. Unos amigos conocían Handshake de antes y les dijeron que no podían perdérselo. Reservaron hace un mes. “Las bebidas son increíbles. Te sientes como en un auténtico bar clandestino: no lo encuentras a la primera, pasas por delante y no lo ves. En Estados Unidos hay muchos speakeasy que en realidad no tienen la atmósfera de un clandestino, solo lo llaman así porque está de moda. Aquí sí lo sientes”, concuerdan.
Los speakeasy nacieron en Estados Unidos al calor de la Ley Seca, que prohibió el alcohol durante la década de 1920. Eran tugurios de mala muerte con la fachada de otros negocios, escondidos de la policía a plena vista, alimentados por el contrabando. Fueron el motor económico de Al Capone y todos esos gánsteres primigenios de trajes italianos y Thompsons escondidas en fundas de violín. De aquello no queda nada salvo el nombre, que se mantiene porque a quién no le gusta sentir un poco de pseudoadrenalina clandestina de vez en cuando, beber en el decorado de una película de mafiosos.
La clientela también ha cambiado desde aquellos a?os. Aquí solo ves gente guapa, joven y bien vestida. Hasta la plantilla es elegante, 34 trabajadores que cambian de puesto cada día: lo mismo hacen malabares con la coctelera tras la barra que sirven las mesas o se encargan del laboratorio, el equipo que en las ma?anas deja los ingredientes listos para las noches.
Pamela Michelle Martínez (28 a?os) estudió para ser abogada pero acabó aquí. “No echo de menos el derecho. Esto es cansado porque es un trabajo de noche, hay que reprogramar el cerebro, pero aquí ser bartender es increíble, hay otros sitios que estás explotado. A veces me gustaría tener un trabajo de día, pero aún soy joven”. Lonchi York (27) nació en la peque?a isla caribe?a de Curazao, aprendió el oficio en bares y ahora pule su técnica en México. En unos meses irá a Amsterdam, donde los due?os de Handshake inaugurarán un nuevo speakeasy.
Handshake Speakeasy sirvió su primera copa en Polanco en 2019, pero se trasladó a la Zona Rosa en 2021. Hace menos de dos a?os, el espacio se quedó peque?o y abrieron otra sala en el garaje del hotel con espacio para 50 personas y la misma estética. En el sótano, las bebidas y la música son más atrevidas, más vitalistas, para “disfrutar el trago” en vez de acodarse amargado sobre la barra mientras suena jazz triste, bromea Javier Rodríguez (31 a?os), mientras prepara un cóctel inspirado en un sándwich de mantequilla de cacahuete y mermelada.
Suena trap y pop mezclado con el ruido metálico de las cocteleras al agitarse, los hielos repicando el cristal y el runrún de las conversaciones. La hora y media se ha consumido. Un camarero te acompa?a hasta la salida. Todos los trabajadores te despiden con un grito a coro:
—?Hasta luego!
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