Eliseo Alberto de Diego: una d¨¦cada al vuelo
Dicen los almanaques que el escritor cumple hoy diez a?os de haberse esfumado como los relatos que contaba extendiendo los dedos de la mano izquierda
Parece que vuela una guayabera entre brumas lilas, como pa?uelo al filo de los ra¨ªles por donde un tren de viejos vapores eleva las cenizas Eliseo Alberto de Diego y Garc¨ªa Marruz en un mar de todos los verdes llamado Arroyo Naranjo, tan cerca de La Habana que se precisa de una eternidad para llegar hasta all¨ª. Dicen los almanaques que Eliseo Alberto cumple hoy una d¨¦cada al vuelo, diez a?os de haberse esfumado como los relatos que contaba extendiendo los dedos de la mano izquierda, llorando cada giro de las tramas que cocinaba con el mismo esmero con el que atend¨ªa el fog¨®n en la cocina.
Lichi fue mi hermano mayor, haci¨¦ndome jimagua de Fef¨¦, disc¨ªpulo de Pap¨¢ Eliseo y T¨ªa Fina, sobreviviente gracias a Constante, que llamamos Rapi, gemelo de Conrad como su padre en una nao familiar donde se me concedi¨® navegar hasta al Sol de hoy las historias de un ¨¢rbol generoso, inagotable savia de saberes varios con un murmullo de melancol¨ªa tan deliciosa que dan ganas de llorarlos toda la noche a mand¨ªbula batiente, con seis cuerdas en el fresco que se forma en el p¨®rtico de una vieja casona en La Habana, en el puro calor del afecto donde una flor es met¨¢fora del colibr¨ª que anhela probar aunque sea de lejos unos labios pintados de rojo.
Lichi es mi fantasma de todos los d¨ªas y no pasa un solo tramo de vida sin que se perciba en la sombra su voz callada, su prosa pura, sus versos en d¨¦cimas improvisadas y esa manera de re¨ªr o llorar con una tosecita que se le atoraba en la garganta. Era un gigante que con s¨®lo doblar una rodilla, fingiendo un paso, pon¨ªa a bailar al mundo y una mirada vidriosa que procuro siempre la concordia entre los apresados en la isla tanto como los condenados a extra?arla. Era un fabulador del instante y ser¨ªa hoy acosada v¨ªctima del necio af¨¢n de la verificaci¨®n constante, pero vivi¨® en este mundo en a?os en los que a¨²n pod¨ªa largar toda su imaginaci¨®n palpable con un convencimiento verbal que a nadie se le ocurrir¨ªa imaginar que se trataba todo de literatura pura, prosa viva de ilusi¨®n convincente y compartida. Imantaba la vista de los dem¨¢s en castillos y predicados, verbos y apodos que se convert¨ªan en personajes all¨ª mismo en medio de la nada y luego, se sentaba a digerir la comida que siempre comparti¨® con los dem¨¢s para abonar como postre la lectura ¨Ca veces por horas enteras¡ªde la novela que estaba cuajando a media luz en la pantalla de su escritorio, donde jugaba ajedrez con los grandes maestros muertos y miraba de reojo las fotograf¨ªas entra?ables de sus afectos como si fuese un altar de la Caridad del Cobre.
Lichi se sentaba al teclado imaginario del piano que anhel¨® siempre tocar como su primo Jos¨¦ Mar¨ªa y pasaba las horas en un balc¨®n donde una ma?ana lleg¨® su hermano Rapi reencarnado en palomo para cucurrucuquearle al o¨ªdo que todo sigue y todo est¨¢ bien all¨¢ en la playa de eternidad que empieza en lunes y que jam¨¢s termina, por donde no dejan huellas las pisadas de los poetas con may¨²sucla¡ ahora que el propio Lichi lleva ya diez a?os caminando esa arena, levitando los p¨¢rrafos que dej¨® en tinta y los muchos libros que qued¨® a deber¡ la memoria intacta de un sendero de palmeras inclinadas en reverencia a tanta gente buena junta que camina con su sombra, al tumbao de la melancol¨ªa como s¨ªstole y di¨¢stole de una l¨ªmpida biograf¨ªa de letras que se van hilando ya para siempre en los versos de Cintio, al bajo del otro primo en tertulia esfumada de tanta vida que contagi¨® Lichi desde que amanece sin crep¨²sculo en el inmenso tablero de los a?os que se van sumando tristemente para que conste que por aqu¨ª sigue siempre la palabra floreciente de un tal Eliseo Alberto de Diego y Garc¨ªa Marruz.
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