La literatura ya no es como era, esa estupidez
?ltimamente he encontrado incluso m¨¢s declaraciones de escritores y escritoras que aseguran que la literatura est¨¢ acabada. Queridos heraldos del ¨¢mbar, h¨¢ganse un favor y p¨®nganse a leer, antes de repartir extremaunciones
¡°Todo tiempo pasado fue mejor¡± no es ¨²nicamente uno de esos lugares comunes que ponen en pausa el raciocinio, es tambi¨¦n y sobre todo la condensaci¨®n de las mil y una formas que la esperanza tiene de capitular. Si pudi¨¦ramos vernos desde fuera, si fu¨¦ramos, pues, un ser llegado de otra galaxia, parecer¨ªa consustancial a nuestra especie, es decir, al ser humano, esa suerte de rendici¨®n que no es sino la peor de nuestras derrotas morales y que no responde sino a nuestra perspectiva temporal de la muerte. Por supuesto, a cada individuo le sucede en un momento diferente ¡ªpuede alcanzarnos a una edad temprana, en ese periodo cada vez m¨¢s largo que es nuestra edad media o en aquel otro rengl¨®n que conocemos como vejez¡ª, pero no hay manera de evitar el minuto de la hora del d¨ªa en que nuestro propio fin nos mira a los ojos y nos asumimos carne en proceso de descomposici¨®n.
Digo esto, lo de ese instante inesperado y a la vez inevitable que por lo regular nos toma por sorpresa ¡ªen el funeral de un ser querido, en un rapto de angustia, en un pozo de desesperanza, pero tambi¨¦n en la cima de una alegr¨ªa, ante el nacimiento de un hijo, justo despu¨¦s de hacer el amor¡ª, porque es a partir de ese minuto de esa hora que, adem¨¢s de asumirnos simples n¨²meros en una lata, empezamos a extra?ar nuestro pasado y no solo a recordarlo. Aunque quiz¨¢ extra?ar no sea la palabra correcta, pues extra?ar, extra?amos siempre ¡ªde ah¨ª que la memoria sea un lugar al que regresamos una y otra vez y una vez m¨¢s y de ah¨ª que el recordar sea el acto al que nuestro cerebro dedica m¨¢s energ¨ªa y m¨¢s tiempo¡ª. La palabra correcta ser¨ªa, entonces, embellecer. Y la frase deber¨ªa decir: es a partir de ese minuto que, adem¨¢s de asumir que el reloj que hemos mirado siempre avanzaba en sentido estrictamente inverso al que cre¨ªamos, empezamos a embellecer y, por lo tanto, a sobredimensionar nuestro pasado.
S¨ª, s¨ª¡ todos sabemos que el ser humano es mortal y todos convivimos con esa idea desde que somos chicos. Pero no es lo mismo conocer el destino de nuestra especie que mirar el de uno mismo. No es lo mismo, pues, saber que la vida se termina que saber que se acaba la experiencia. Es justo ah¨ª, en ese instante inesperado y a la vez inevitable en el que descubrimos que nuestra experiencia ¡ªen toda su plenitud y en toda su potencia¡ª es la que habr¨¢ de perecer, que se embellece y se sobredimensiona lo que est¨¢ siempre pereciendo, pues se embellece y sobredimensiona la experiencia, no la vida; los recuerdos, no el pasado.
Por supuesto, aunque podr¨ªa parecerlo, el problema no son ese embellecimiento ni esa sobredimensi¨®n que, a fin de cuentas y por desmesurados que puedan resultar, no son sino actos afirmativos de la voluntad, la vitalidad y la experiencia personal, todo aquello, pues, que ¡ªingenuamente, por supuesto¡ª nos convencemos de que ser¨¢ lo que habremos de dejar. El problema es que muchas veces, demasiadas, en realidad, al embellecimiento y a la sobredimensi¨®n se a?ade el encapsulamiento, la petrificaci¨®n de la experiencia propia: es entonces que aparece toda esa gente cuya ¨²ltima y m¨¢s grande aspiraci¨®n es la del insecto en el ¨¢mbar, toda esa gente que pretende, pues, que su experiencia sea la ¨²ltima que brille bajo el sol.
Es esa gente que anhela convertirse en pieza estrella de museo la que, sin darse cuenta, ha sido derrotada moralmente, la que perdi¨® la esperanza y la que escupe esa frase que asevera ¡°todo tiempo pasado fue mejor¡±, mediante sus mil y una variantes: ¡°Estos m¨¦dicos no son como los de mi generaci¨®n¡±, ¡°uy, los ingenieros de antes, esos s¨ª que sab¨ªan construir¡±, ¡°si supieras c¨®mo se cos¨ªan los vestidos cuando era joven¡±, ¡°no, no, no¡ la comida de hoy no vale una mierda¡±, ¡°para zapatos, los que hac¨ªan con tu horma¡±, ¡°arte, lo que se dice arte de verdad, no se encuentra en este siglo¡±, ¡°la cr¨ªtica, la ¨²nica, est¨¢ muerta y enterrada¡±.
Traigo esto a cuento porque ¨²ltimamente he encontrado incluso m¨¢s declaraciones de escritores y escritoras ¡ªno s¨¦ si sea que la pandemia multiplic¨® los instantes en que se transparenta la perspectiva temporal de la muerte¡ª que aseguran que la literatura est¨¢ acabada, que ya no tiene sangre, que est¨¢ vac¨ªa, que carece de fuerza. Son las mismas frases que he escuchado mil y una veces en festivales literarios, ferias del libro, presentaciones, coloquios y dem¨¢s encuentros en torno a los libros, justo antes de sonre¨ªr y sentir l¨¢stima.
Y esta vez no tengo duda: l¨¢stima es la palabra correcta. Porque eso es lo que siento ante los escritores y escritoras atrapados en el ¨¢mbar, ante esos escritores y escritoras cuyo ¨²nico anhelo es convertirse en la pieza estrella del museo, ante esos escritores y escritoras de edades m¨²ltiples ¡ªmuchos de ellos y ellas pertenecen incluso a mi generaci¨®n, es decir, nacieron a finales de los setentas¡ª que han optado por negar toda experiencia que no sea la suya. La suya y, claro, la de los suyos, pues, en tanto gremio, la capitulaci¨®n funciona tambi¨¦n en plural: el museo expone a todos juntos, porque despu¨¦s de ellos no hay ni deber¨¢ haber nada. Pero no quiero que se confunda lo que digo: no me da l¨¢stima el lugar com¨²n, no me da l¨¢stima lo que aseveran quienes solo son capaces de mirar para atr¨¢s, negando no s¨®lo el futuro sino tambi¨¦n el presente.
Me dan l¨¢stima ellos y ellas, los escritores y escritoras derrotados moralmente que han perdido la esperanza ante las puertas de su infierno personal y que ¡ªaunque siempre creen que encontraron la m¨¢s ingeniosa de las mil y una frases de capitulaci¨®n¡ª, no hicieron otra cosa que rendirse, acotando, parad¨®jicamente, su experiencia. Y es que s¨®lo se puede escupir una frase como ¡°la literatura est¨¢ acababa¡± o ¡°la literatura ya no tiene sangre¡± si se cree ¡ª?si se cree en serio!¡ª que la literatura es del mismo tama?o que uno o que uno y su manada. Por todo esto me dan l¨¢stima, por todo esto y porque s¨®lo puede creerse que la literatura tiene fin, si uno ha dejado de leer, si uno no lee aquello que lleg¨® despu¨¦s de s¨ª.
Queridos heraldos del ¨¢mbar, h¨¢ganse un favor y p¨®nganse a leer, antes de repartir extremaunciones.
Lean, por ejemplo, a quienes a¨²n no se han rendido, aunque ustedes lo hayan hecho.
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