La mano de Dios
Paolo Sorrentino ha cuajado en la pel¨ªcula ¡®Fue la mano de Dios¡¯ un hermoso mural de personajes de un Cu¨¦vano italiano, ibarg¨¹engoitescos y surrealistas en una hermosa escenograf¨ªa de los propios recuerdos del cineasta
Fue un enga?o, un trampantojo¡ un golazo en la era sin VAR. El Diego enga?¨® al ¨¢rbitro y a una mitad del mundo, la que no usa la e?e porque entre latinos, ¨ªtalos y no pocos pibes el gol con la mano fue una venganza, una rara forma de humillar al otrora imperio de la raz¨®n con la sinraz¨®n de una trampa y luego, lo enmend¨® con el gol del siglo: esa zancada con la que dribl¨® a todos los ingleses, cuatro compa?eros argentinos, tres ¨¢rbitros, cien vendedores de cerveza y ciento veinte mil aficionados en las tribunas. Y eso es el arte, o por lo menos el cine.
El cine es un trampantojo que ha perfeccionado un bambino llamado Paolo Sorrentino. Celebro todas sus letras, sus locas ideas, sus largometrajes inolvidables y cada cuadro de su cinematograf¨ªa que parecen pintados al ¨®leo. Sorrentino dribla las emociones y esquiva los fallos, sincroniza la m¨²sica del alma con un attimo de pasi¨®n en cada silencio y luego de embelesar al mundo con una ciudad que cre¨ªamos conocer de memoria o hundirnos en una pileta con el agua a la cintura, codo con codo con Michael Caine y Harvey Keitel, Sorrentino inunda la vista con la belleza desnuda. As¨ª de simple.
Es muy dif¨ªcil elogiar la m¨¢s reciente pel¨ªcula de Sorrentino sin revelar ¡ªni por equivocaci¨®n¡ª las muchas sorpresas que depara. Me concentro en los detalles que se mezclan en la saliva y que empiezan por afirmar que quien no conoce N¨¢poles tienen toda la vida para intentarlo y quien no entiende la intensa epifan¨ªa de cu¨¢ndo descendi¨® Maradona de los cielos para encarnarse en un bal¨®n italiano, pues tambi¨¦n tiene toda la vida para intentarlo (incluso sin lastimar la corona O Rei Pel¨¦).
Paolo Sorrentino ha cuajado en Fue la mano de Dios un hermoso mural de personajes de un Cu¨¦vano italiano, ibarg¨¹engoitescos y surrealistas gordos y curiosos comelones, gordas de lonjas en las ingles y malhablados espectros en una hermosa escenograf¨ªa de los propios recuerdos del cineasta. No exenta de la tragedia que no revelar¨¦, la pel¨ªcula es un homenaje al amor y a los afectos, a las tiernas y terribles mentiras que se esconden tras los telones de las formas tradicionales, la familia como estatuas, el queso a mordidas. Es un canto a la vespa donde llevas a tus padres en andas y a las lanchas r¨¢pidas del contrabando que susurran sobre las olas cuando van a 200 km/hora; es la sensualidad de una musa en un psiqui¨¢trico y las infidelidades consentidas de un padre entra?able y de una madre bromista, las tribulaciones y pendencias de un joven a punto de volverse hombre con ganas de conquistar las siete colinas y el mundo entero.
Sorrentino ha cuajado un gol con la mano diestra, con cada una de las yemas de sus dedos con los que ha interpretado una sonata dolorosamente feliz, como atardecer mediterr¨¢neo o el amanecer en un estadio vac¨ªo. Paolo es grosso y una vez lograda la trampa entra?able de este biombo autobiogr¨¢fico no me queda la menor duda de que habr¨¢ de seguir driblando sobre la pantalla grande, gambeteando al mundo entero ¡ªa Hollywood de paso, y a Netflix como alternativa¡ªcon la gracia despeinada de su memoria y la imaginaci¨®n desatada entre esas gambas con las que corre sobre el c¨¦sped de la irrealidad¡ cosido el bal¨®n de su arte a la bota del lente, que a veces cede su lugar a la mirada o a la mirilla por donde ya todos vemos al mundo.
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