Las barras, una lacra m¨¢s para M¨¦xico
En una sociedad devastada por la violencia diaria es rid¨ªculo pretender que el discurso de odio disfrazado como ¡°pol¨¦mica¡± y ¡°sabor¡± no acabar¨¢ del modo terrible que lo est¨¢ haciendo
La violencia no lleg¨® al futbol ayer, como parecen suponer muchos de quienes recibieron con pasmo el choque de porristas del Quer¨¦taro y el Atlas del s¨¢bado pasado. Se entiende el escalofr¨ªo (las im¨¢genes que circularon en los medios y las redes son un muestrario de horrores), pero extra?a, por otro lado, la candidez del discurso de las autoridades deportivas y pol¨ªticas, como si salvajadas como las que ocurrieron fueran culpa de un fen¨®meno nuevo e inexplicable. Pero no: el hooliganismo, el matonismo y los desbordes sangrientos de las ¡°barras¡± tienen una dilatada historia tras de s¨ª. Europa y Am¨¦rica del Sur han pagado un precio enorme, en vidas y da?os, por esta causa y ni siquiera el rigor policial y jur¨ªdico aplicado en pa¨ªses como Inglaterra o Italia ha conseguido extinguir totalmente la violencia en las tribunas, que cada tanto reaparece.
En los a?os recientes, nuestro pa¨ªs se ha acercado a esos extremos alarmantes. No siempre fue as¨ª. Los estadios mexicanos fueron, por d¨¦cadas, una suerte de islote de paz. El futbol era un tema familiar y de amigos, y las rivalidades de la cancha llegaban a las gradas y palcos en forma de burlas, chiflidos, duelos de ingenio. Pero esa era comparativamente id¨ªlica termin¨® hace ya tiempo. Due?os y directivos decidieron que las viejas porras no bastaban e invirtieron y apoyaron la formaci¨®n de grupos de apoyo radicales. Ya no queda casi un equipo de la primera divisi¨®n que no tenga del suyo. ?Qu¨¦ sentido deportivo hay, para un club de futbol, en la existencia de milicias de ultras, sino el de intimidar o directamente agredir a los rivales y su p¨²blico? Las complicidades entre dirigentes y barristas han sido bien documentadas en otras geograf¨ªas, lo mismo que se ha comprobado, en muchos casos, los lazos entre las barras y el crimen organizado. En M¨¦xico, sin embargo, hablar de eso parece ser un tab¨².
Y los incidentes de las barras bravas, desde luego, se han multiplicado en los estadios de todo el pa¨ªs, con seguidores de todos los colores de por medio. Impulsados, adem¨¢s, por la irresponsabilidad de algunos presuntos comunicadores y comentaristas que, para darle ¡°sabor¡± a sus espacios, se dedican a atizar odios y recurren a un lenguaje crispado y virulento que acaba por contaminar las redes, los foros de noticias y, claro, los estadios. Es muy f¨¢cil condenar a los ¡°violentos¡±, como si toda la culpa fuera de los barristas, que son jovencitos generalmente pertenecientes a las clases populares, carne de ca?¨®n, victimarios y v¨ªctimas principales de estos episodios. Pero nunca se toca a quienes los re¨²nen y financian, o a quienes los dotan de discurso y de un imaginario de sangre y muerte. Que, claro, se lavar¨¢n las manos y dir¨¢n que ellos s¨®lo ¡°le dan color¡± a las rivalidades y nunca reconocer¨¢n que lo suyo es un discurso de odio en toda la l¨ªnea.
Lo sucedido en Quer¨¦taro no deber¨ªa servir solo como una excusa para recurrir a la ¡°mano dura¡±, es decir, la represi¨®n de los barristas y la instauraci¨®n de un clima carcelario en las tribunas. Tendr¨ªa, ante todo, que servir como evidencia de la locura que ha significado convertir el futbol en una guerra. Porque en una sociedad devastada por la violencia diaria, como la nuestra, es rid¨ªculo pretender que el discurso de odio disfrazado como ¡°pol¨¦mica¡± y ¡°sabor¡± no acabar¨¢ del modo terrible que lo est¨¢ haciendo. Los barristas son el brazo armado, s¨ª, pero los golpes se planean, financian, articulan y movilizan (y luego se justifican) desde los despachos, los escritorios, los micr¨®fonos y las redacciones. No basta con detener a los perpetradores materiales del desastre de Quer¨¦taro: es necesario erradicar el esp¨ªritu b¨¦lico entre los clubes y el ¡°medio¡± futbol¨ªstico entero.
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