El mito de la destrucci¨®n democr¨¢tica
L¨®pez Obrador es un l¨ªder con tendencias populistas, pero la democracia mexicana est¨¢ s¨®lida y lejana de ser destruida
Se ha vuelto sentido com¨²n decir que L¨®pez Obrador ha destruido la democracia mexicana consolidando una regresi¨®n autoritaria que emula al r¨¦gimen hegem¨®nico del PRI. Hoy quiero retar esta concepci¨®n porque me parece profundamente equivocada.
No hay duda de que L¨®pez Obrador es un l¨ªder con tendencias populistas. Como gobernante suele negar la legitimidad de sus oponentes, descalificando a cualquiera que se oponga a su agenda como ¡°enemigo del pueblo¡±. Esto incluye, no solo a su oposici¨®n partidista y la oligarqu¨ªa, sino preocupantemente a la prensa, los organismos de la sociedad civil y los empresarios.
El presidente tambi¨¦n tiene un rechazo innato hacia las instituciones contramayoritarias que impiden la r¨¢pida implementaci¨®n de su agenda. Le disgusta que la Suprema Corte de Justicia rechace sus iniciativas por cuestiones procedimentales, que las instituciones de transparencia otorguen informaci¨®n a periodistas que lo critican, y que la Comisi¨®n Federal de Competencia se oponga a sus pol¨ªticas industriales en materia energ¨¦tica.
L¨®pez Obrador tambi¨¦n ha utilizado al Ej¨¦rcito para llevar a cabo labores que deber¨ªan ser civiles y ha conferido a las Fuerzas Armadas un poder, secrec¨ªa y discrecionalidad in¨¦ditas en la historia contempor¨¢nea de M¨¦xico. Esto ha sucedido por su desconfianza a contratistas privados y por su idea de que la burocracia civil es inherentemente incompetente para operar al ritmo que ¨¦l requiere.
Todas estas tendencias son sin duda preocupantes. La atenci¨®n de acad¨¦micos, periodistas y l¨ªderes sociales debe avocarse a impedir que crezcan.
Solidez de la democracia mexicana
Sin embargo, aseverar que debido a las tendencias que he descrito hay evidencia contundente de que la democracia mexicana est¨¢ siendo destruida y de que vivimos en un r¨¦gimen autoritario, me parece un error. Un punto de vista hiperb¨®lico que tergiversa el camino que actualmente est¨¢ recorriendo la joven democracia mexicana.
En M¨¦xico no se est¨¢n observando los comportamientos autoritarios cl¨¢sicos que se presentan en las rupturas democr¨¢ticas. Al respecto, hay tres aspectos que merecen ser reconocidos.
Primero, en t¨¦rminos electorales, L¨®pez Obrador ha aceptado sus derrotas. Su partido ha aceptado perder la mayor¨ªa en el Congreso, la mayor¨ªa del voto de la Ciudad de M¨¦xico y m¨²ltiples gubernaturas.
M¨¢s a¨²n, no ha habido fraudes electorales ante victorias evidentes de su oposici¨®n. L¨®pez Obrador no ha propuesto cancelar elecciones, no ha llamado a protestas masivas para forzar la salida de gobernadores opositores, ni tampoco ha encarcelado a opositores que hayan ganado elecciones para evitar que tomen posesi¨®n. En general, cuando Morena pierde, el presidente suele quejarse ante la prensa, refunfu?ar y seguir adelante. Incluso, todo parece indicar que la elecci¨®n del 2024 ser¨¢ bastante competida para su sucesora.
Segundo, la prensa es libre de criticar a L¨®pez Obrador con agudeza y firmeza constante en los principales medios. No se ha promovido la violencia en contra de sus opositores, ni ha aprobado leyes para restringir la labor de la prensa. Si acaso, lo raro es encontrar analistas que no lo hagan. La cantidad de recursos p¨²blicos para el financiamiento de la prensa ha disminuido de manera significativa, e incluso en la televisi¨®n p¨²blica se retiene a muchos de los ac¨¦rrimos cr¨ªticos del gobierno actual sin censura, personas abiertamente militantes de partidos opositores.
La violencia criminal afecta al periodismo mexicano, pero no existe una andanada violenta en contra de cr¨ªticos por parte del Estado. Por el contrario, ser cr¨ªtico de L¨®pez Obrador le asegura a quien lo hace una cantidad enorme de recursos en conferencias, viajes pagados y asesor¨ªas a grupos empresariales u opositores.
Tercero, es frecuente que a L¨®pez Obrador se le acuse de ser autoritario por acciones que son completamente normales en las democracias con mayor¨ªas. Por ejemplo, se utiliza como evidencia de ¡°la destrucci¨®n democr¨¢tica¡± hechos que suceden en las democracias de todo el mundo, como que L¨®pez Obrador proponga ministros que le son ideol¨®gicamente afines, que cambie la distribuci¨®n del presupuesto usando su mayor¨ªa democr¨¢ticamente electa, que apruebe cambios legales que disgustan a sus opositores, que emita decretos para los que est¨¢ facultado, que busque reestructurar la administraci¨®n p¨²blica, e incluso que proponga pol¨ªticas p¨²blicas sin consultar a privados.
Se ha llegado al absurdo de tildar de autoritario cualquier cambio que proponga L¨®pez Obrador sin la aprobaci¨®n de sus opositores. Como si ganar democr¨¢ticamente no significara nada. Como si quien gana una elecci¨®n, no pudiera implementar su agenda sin antes pedirle permiso a quien perdi¨®.
Las minor¨ªas tienen derecho a ser protegidas, por supuesto. Sus derechos deben ser intocables en cualquier democracia. Sin embargo, L¨®pez Obrador y sus votantes tambi¨¦n tienen derecho a ejercer el poder que ganaron democr¨¢ticamente. Esto incluye reformular instituciones, leyes, procedimientos y presupuestos. Se vale. Es profundamente autoritario pretender que una mayor¨ªa no puede actuar, o que las instituciones deben congelarse en el tiempo hasta que la minor¨ªa apruebe.
El miedo al PRI
La pregunta es por qu¨¦ hemos llegado al absurdo de tener una visi¨®n tan pesimista y poco objetiva sobre nuestra democracia.
Me parece que tiene que ver con nuestra historia. Muchos de nuestros pensadores m¨¢s influyentes se forjaron es la lucha democr¨¢tica de los noventa. Lucha que, en su momento, interpretaron como contraponerse a las mayor¨ªas del PRI a ultranza.
As¨ª, el proceso de democratizaci¨®n electoral del siglo pasado se gest¨® por medio de la creaci¨®n de una larga camada de instituciones cuyo objetivo era evitar el poder de las mayor¨ªas, contrarrestar su capacidad institucional y dificultar su existencia.
El mito fundacional de la democracia mexicana fue que las mayor¨ªas eran malas. Por eso, a la par de la democratizaci¨®n electoral se gestaron docenas de instituciones que promueven lo que los polit¨®logos Steve Levitsky y Daniel Ziblatt llaman ¡°la tiran¨ªa de las minor¨ªas¡±. Es decir, mecanismos que impiden que las mayor¨ªas implementen su agenda, aun si ganaron democr¨¢ticamente.
Hoy a m¨¢s de dos d¨¦cadas el temor a las mayor¨ªas sigue tan vivo como siempre entre los intelectuales. Esto es un grave error que no les permite diferenciar entre una mayor¨ªa que se explica por fraudes o mentiras, de una que expresa el leg¨ªtimo deseo de los mexicanos en las urnas.
De hecho, en sexenios anteriores, cuando gobernaba el PAN, ya avanzaban discusiones sobre la dificultad que supon¨ªa gobernar M¨¦xico con un marco institucional tan contramayoritario como el nuestro. Entonces se dec¨ªa que era un problema que M¨¦xico fuera uno de los pa¨ªses del mundo con m¨¢s instituciones aut¨®nomas y con tantos candados a la creaci¨®n de mayor¨ªas. Estos candados dan vida a partidos r¨¦mora, como el PT, el PRD o el Verde, que no existir¨ªan de no ser porque crear mayor¨ªas es imposible sin ellos.
Todas estas discusiones ya se olvidaron, pero volver a ellas es urgente. No desde satanizar a priori a las mayor¨ªas, pues estas no son sin¨®nimo de dominancia autoritaria. Entenderlo nos har¨¢ m¨¢s democr¨¢ticos, no menos.
Por lo pronto ser¨ªa bueno mitigar la exageraci¨®n y comprender que la democracia mexicana no est¨¢ siendo destruida. Hay banderas rojas como en la mayor¨ªa de las democracias j¨®venes en consolidaci¨®n. Sin embargo, por ahora nuestra democracia ha mostrado mucha solidez, m¨¢s de la que le damos cr¨¦dito. Las instituciones democr¨¢ticas mexicanas est¨¢n de pie y fuertes.
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