Interinos: el malo, el feo y el bueno
Lo que naci¨® como excepcional y transitorio es hoy parte estructural del modelo de empleo
La UE nos ha re?ido por el elevado n¨²mero de empleados temporales en nuestro sector p¨²blico. Resulta que no solo en las empresas, sino tambi¨¦n en el universo te¨®ricamente m¨¢s estable del mercado laboral, nos caracterizamos por una alta temporalidad que afecta a m¨¢s de 700.000 empleos de nuestras administraciones. En t¨¦rminos agregados, aproximadamente una cuarta parte del empleo p¨²blico espa?ol tiene car¨¢cter temporal, si bien se distribuye irregularmente: en la Administraci¨®n General del Estado ronda el 8%, pero el porcentaje se dispara en los niveles subestatales, donde ¡ªcomo sucede, por ejemplo, en el Gobierno Vasco¡ª los interinos superan el 50%.
?C¨®mo y por qu¨¦ se ha llegado a esta situaci¨®n? La pel¨ªcula tiene tres actores principales a los que vamos a caracterizar como en el famoso western de Sergio Leone, aunque los presentaremos en orden inverso.
El malo es el sistema. Un sistema de funci¨®n p¨²blica cuyos fundamentos se remontan a m¨¢s de un siglo y que ha sido concebido de forma uniforme, regulando sobre bases similares ocupaciones tan diferentes como las de un inspector de hacienda, un m¨¦dico de familia, un orientador laboral o un investigador en rob¨®tica. Esas bases, concebidas para las burocracias p¨²blicas en los albores del Estado moderno, se caracterizan por un aparato de garant¨ªas formales que convierte la gesti¨®n del empleo en r¨ªgida, lenta y escasamente eficaz, especialmente para atraer, motivar y retener talento.
Muchos gestores p¨²blicos se han visto impulsados, en ese contexto, a buscar v¨¢lvulas de escape que faciliten una mejor adaptaci¨®n de los perfiles, una mayor capacidad de atracci¨®n de j¨®venes cualificados y una agilidad que los procesos reglados de reclutamiento y selecci¨®n no permiten, y han cre¨ªdo encontrar ese atajo en la contrataci¨®n de interinos. El problema es que, aunque los interinos fueron pensados para cubrir transitoriamente las vacantes (en principio por periodos inferiores al a?o), han tendido a perpetuarse y convertirse en un nutrido segmento, de las plantillas p¨²blicas, m¨¢s flexible, pero en precario.
A esta extensi¨®n y enquistamiento del problema ha contribuido destacadamente el segundo protagonista, el feo, que no es otro que la pol¨ªtica. A medida que, desde los a?os ochenta del pasado siglo, nuestro Estado de bienestar fue expandi¨¦ndose y despleg¨¢ndose a trav¨¦s de los nuevos poderes territoriales, creando cientos de miles de nuevos empleos, el atajo de los interinos se convirti¨® en una golosa tentaci¨®n para los operadores pol¨ªticos. El manejo del empleo p¨²blico como recurso pol¨ªtico es tan viejo como el Estado moderno, y un sistema como el nombramiento interino, r¨¢pido y desprovisto de muchas de las farragosas exigencias de los arreglos funcionariales, es man¨¢ para las pol¨ªticas de clientela y para la colocaci¨®n de afines a la ideolog¨ªa, el partido, la familia pol¨ªtica o la persona. Y a fe que ha sido intensamente utilizado.
El papel de bueno de la pel¨ªcula se lo han autoadjudicado los sindicatos del sector p¨²blico. Los interinos son hoy un colectivo amplio y movilizado, carburante de alto octanaje para una afiliaci¨®n sindical que languidece. La consolidaci¨®n del empleo de los interinos se ha convertido en la causa laboral por antonomasia en las administraciones, en la que sindicatos y gobiernos acostumbran a coincidir. Es una causa que colisiona con los principios constitucionales de igualdad, m¨¦rito y capacidad en el acceso a funciones p¨²blicas. Por ello, los procesos de ¡°aplantillamiento¡± se han visto m¨¢s o menos dificultados por la acci¨®n de los tribunales y se han desarrollado en muchos casos en fraude de ley, lesionando las expectativas de muchos ciudadanos que han concurrido a una oposici¨®n supuestamente libre y se han encontrado con que las plazas, de hecho, estaban ocupadas.
Ese tipo de procesos cierran el c¨ªrculo. Lo que naci¨® como excepcional y transitorio se transform¨®, por diversas razones, en un atajo de uso ordinario, y las presiones de los afectados y sus valedores consolidaron la pr¨¢ctica como integrante estructural del modelo de empleo. Para que se nos entienda, en la actualidad hay administraciones, como la catalana, donde el modo ordinario de acceso no es la oposici¨®n libre, sino el nombramiento interino. La oposici¨®n sirve despu¨¦s ¡ªnormalmente transcurridos varios a?os¡ª como un modo de consolidar la relaci¨®n de empleo previamente creada.
De lo dicho se desprende que, para resolver el desaguisado, se deber¨ªa actuar sobre sus causas. De entrada, habr¨ªa que flexibilizar el modelo de empleo p¨²blico y hacerlo menos uniforme y m¨¢s ¨¢gil. Tambi¨¦n, poner coto a la interferencia pol¨ªtica y la colonizaci¨®n del empleo p¨²blico por los partidos. Y, por ¨²ltimo, reequilibrar las relaciones laborales, evitando la extralimitaci¨®n sindical en la fijaci¨®n de las pol¨ªticas de recursos humanos del sector p¨²blico. Una agenda reformadora tan exigente como urgente.
Francisco Longo es profesor de ESADEgov, centro de Gobernanza P¨²blica de Esade.
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