Maria, tengo que hablarte de Bolsonaro, el hacedor de hu¨¦rfanos
El hombre que gobierna Brasil ha condenado a una generaci¨®n a crecer y a vivir sin padre o madre
Maria, solo tienes dos a?os. Uno, dos. Y solo estos dos a?os separan tu nacimiento de la muerte de tu padre. Lilo Clareto muri¨® el 21 de abril. La causa oficial que consta en el certificado de defunci¨®n es: ¡°sepsis grave, neumon¨ªa asociada a la ventilaci¨®n y covid (tard¨ªa)¡±. Pero es solo parte de la verdad sobre la muerte de tu padre. Te miro, Maria, y me preparo para la conversaci¨®n que tendremos un d¨ªa, aquella en la que tendr¨¦ que contarte la verdad entera.
Maria, tu padre ha sido v¨ªctima de un exterminio. Tu padre es uno de los m¨¢s de 410.000 brasile?os que han fallecido por un crimen de lesa humanidad entre 2020 y 2021. Mientras te escribo esta carta, los asesinatos siguen produci¨¦ndose a una media de casi 2.400 cad¨¢veres por d¨ªa. Te miro, Maria, y todav¨ªa dices, con los ojos como platos por la expectaci¨®n, cuando alguien hace ruido en la puerta de entrada: ¡°?pa!¡±. Y luego, decepcionada: ¡°?pa?¡±.
No, Maria, tu padre no volver¨¢ a entrar por la puerta de casa cantando y con las manos extendidas para cogerte en brazos. Mientras te escribo esta carta, Maria, tu padre se ha convertido en cenizas. Estas cenizas se esparcir¨¢n un d¨ªa en la desembocadura del Riozinho, donde este r¨ªo, peque?o solo de nombre, se une al Iriri, en la Tierra Media, en la Amazonia.
Maria, s¨¦ que, aunque espere a que seas mucho mayor, no ser¨¢s capaz de entenderlo del todo. Podr¨¢s entender el pensamiento de Davi Kopenawa, Sueli Carneiro y Paul Preciado, pero no podr¨¢s entender el pensamiento de un hombre que, durante la mayor crisis sanitaria de la historia de Brasil, trabaj¨® para diseminar un virus que puede matar. Y mata.
No importa la edad que tengas ni los diplomas que acumules, Maria. No habr¨¢ manera de entender a un hombre que estimul¨® aglomeraciones cuando los m¨¦dicos ped¨ªan a la poblaci¨®n que se quedara en casa. Un hombre que vet¨® la obligatoriedad de llevar mascarillas cuando la poblaci¨®n de la mayor¨ªa de los pa¨ªses del mundo las llevaba para protegerse del contagio. Un hombre que ha despilfarrado dinero p¨²blico con f¨¢rmacos de probada ineficacia contra una enfermedad mortal y ha mentido a la poblaci¨®n diciendo que eran eficaces. Un hombre que denomin¨® ¡°gripecita¡± a lo que ha matado a tu padre y a casi medio mill¨®n de brasile?os (hasta ahora). Un hombre que rechaz¨® las vacunas contra esta enfermedad que te ha convertido en hu¨¦rfana. No, Maria, no podr¨¢s entender a este hombre bajo ninguna circunstancia.
Me mirar¨¢s con tus ojos oscuros, tus pupilas negras, buscando una explicaci¨®n. Te mirar¨¦ y te prometo que har¨¦ lo posible por no bajar la mirada. Porque no tengo la respuesta, Maria. Se han creado muchas teor¨ªas sobre genocidas como Adolf Hitler, Pol Pot y Slobodan Milosevic. He le¨ªdo algunas. Y muchas se har¨¢n sobre Jair Bolsonaro, estoy segura. Y tambi¨¦n se escribir¨¢ mucho sobre los brasile?os y brasile?as que lo mantuvieron en el poder. Primero con su voto, luego con su creencia. Como tantas pel¨ªculas y tantos libros hablan de los alemanes medios que, con su acci¨®n u omisi¨®n, apoyaron el exterminio de seis millones de jud¨ªos, homosexuales, gitanos y personas con deficiencias en la Alemania de los a?os 40. Personas que caminaban entre nosotros, que charlaban sobre trivialidades en la cola del pan y, de repente, las miramos y descubrimos que salivan con la muerte. No ped¨ªan m¨¢s pan, sino m¨¢s armas.
?Qu¨¦ es el mal, Maria? Lo hemos debatido desde siempre. Cuando experimentaba horrores como este solo a trav¨¦s de los libros, ten¨ªa muchas dudas sobre c¨®mo nombrar el mal. Me parec¨ªa demasiado sencillo, demasiado f¨¢cil. Pero hoy, Maria, despu¨¦s de lo que he presenciado con mi propio cuerpo, tengo que decir que el mal existe. Bolsonaro es el mal, Maria. Y Bolsonaro fue engendrado en este mundo, en esta ¨¦poca hist¨®rica, por esta sociedad, por esta conjunci¨®n de genes y azar, por estas circunstancias.
El mal sigue gobernando Brasil
Bolsonaro intenta hacer el mal desde que Brasil sabe de la existencia de Bolsonaro. Era militar del Ej¨¦rcito y ya planeaba poner bombas en los cuarteles. Por intereses de un grupo y de otro, quienes deb¨ªan detenerlo no lo hicieron. Y, de impunidad en impunidad, el mal tom¨® el poder. Y, por eso, tu padre ha perdido la vida y t¨² te has quedado sin padre. T¨², Maria, y decenas de miles de otros ni?os y ni?as. Cuando por fin pueda tener esta conversaci¨®n contigo, puede que haya cientos de miles de hijas e hijos sin padre o madre. Porque hoy, mientras te escribo esta carta, Maria, el mal sigue gobernando Brasil.
Interrumpir¨¦ el mal para hablar de tu padre. Si no, yo tampoco lo soportar¨¦, Maria. Algunas personas, con la mejor de las intenciones, lo s¨¦, me dicen que a tu padre le hab¨ªa llegado la hora, que ya hab¨ªa cumplido su misi¨®n en este plano. Yo afirmo con toda convicci¨®n: a Lilo no le hab¨ªa llegado la hora de morir. Al contrario, segu¨ªa siendo hora de que viviera. Tu padre me contaba, apenas unas semanas antes, que, a pesar de todas las dificultades de enfrentar una pandemia, estaba experimentando uno de los mejores momentos de su vida. Porque estaba enamorado de tu madre y porque te ten¨ªa a ti, Maria. Y so?aba con ense?arte todo lo que sab¨ªa.
Tu padre ni siquiera lo supo, Maria, pero mientras estaba en coma inducido en el hospital, entr¨® en la carrera de Letras de la Universidad Federal de Par¨¢. En realidad, quer¨ªa hacer Arqueolog¨ªa, porque se hab¨ªa enamorado del trabajo de los arque¨®logos en una expedici¨®n que hicimos juntos a la Estaci¨®n Ecol¨®gica, en la Tierra Media. Pero en Altamira, la ciudad amaz¨®nica donde vivimos, no hab¨ªa esa opci¨®n. Como tu padre era poeta, de la luz y tambi¨¦n de la palabra, eligi¨® estudiar Letras. Tu padre sab¨ªa recitar entero La m¨¢quina del mundo, un poema de su compatriota Carlos Drummond de Andrade. Y, cada vez que lo recitaba, sus ojos flotaban en agua salada. Para tu padre, la m¨¢quina del mundo se abr¨ªa siempre como el diafragma de la c¨¢mara con la que captaba la realidad tal y como la ve¨ªa. Desde que naciste, Maria, tu realidad era la que convert¨ªa en imagen. T¨² y tu madre eran, para ¨¦l, un mundo solo bueno.
No, Maria, no creas ni por un segundo que a tu padre la hab¨ªa llegado la hora. No. Tu padre, al igual que cientos de miles de brasile?os, ha muerto porque Jair Bolsonaro y su Gobierno ejecutaron un plan para diseminar el coronavirus para, supuestamente, lograr lo que llaman ¡°inmunidad de reba?o¡±. S¨ª, Maria, como el ganado. ¡°Algunos morir¨¢n, lo siento, as¨ª es la vida¡±, eso dijo el presidente de Brasil.
Todo el mundo y todos los epidemi¨®logos reputados dec¨ªan lo contrario. Afirmaban que era una locura, adem¨¢s de inmoral. Dos ministros de Sanidad, m¨¦dicos, dejaron el Gobierno porque no soportaban la idea de ser c¨®mplices de este crimen. Pero Bolsonaro prefiri¨® creer en s¨ª mismo, con su experiencia de casi 30 a?os reeligi¨¦ndose en el parlamento sin proponer nada ¨²til, porque supuestamente no quer¨ªa que la ¡°econom¨ªa¡± se viera perjudicada y, con ello, su proyecto para reelegirse.
As¨ª lo demostr¨® el an¨¢lisis de m¨¢s de 3.000 normas federales, realizado por un grupo de reconocidos juristas de la Facultad de Salud P¨²blica de la Universidad de S?o Paulo. Enseguida, otros estudios que concluyen que una parte significativa de las muertes por covid-19 se habr¨ªan evitado si Bolsonaro hubiera combatido la enfermedad se dieron a conocer en algunas de las publicaciones cient¨ªficas m¨¢s importantes del mundo. Estudios internacionales han demostrado que Brasil es el pa¨ªs que peor ha gestionado la pandemia en el planeta.
Mientras te escribo esta carta, Maria, las acciones deliberadas y las omisiones deliberadas de Bolsonaro y su Gobierno han causado y siguen causando decenas de miles de muertes evitables. Como la de tu padre, Maria. Mientras te escribo esta carta, las acciones deliberadas y las omisiones deliberadas de Bolsonaro y su Gobierno han gestado decenas de miles de ni?as y ni?os hu¨¦rfanos, peque?as y peque?os brasile?os que tendr¨¢n que crecer y vivir sin padre o madre. Como t¨², Maria.
Miro tu carita mofletuda de beb¨¦ y pienso: ?c¨®mo voy a explicarte por qu¨¦ has crecido sin padre? Te miro, Maria, con solo dos a?os, y pienso: ?c¨®mo voy a explicarte que tu vida, tambi¨¦n materialmente, se ver¨¢ enormemente perjudicada porque ahora tu madre tendr¨¢ que mantenerte sola? Te miro, Maria, con solo dos a?os, y pienso: ?qui¨¦n te va a pagar, Maria, lo que no tiene precio, la p¨¦rdida de un padre? ?Qui¨¦n pagar¨¢ a todas las Marias y Clarices y Sthephanhys? ?Qui¨¦n pagar¨¢ a todos los Jos¨¦s y Pedros y Neymares? ?Qui¨¦n, Maria?
Antes de que vuelvas a levantar tus ojos perforantes hacia m¨ª, tengo que volver a hablar de tu padre. Cuando lo conoc¨ª, Maria, ya era un reportero gr¨¢fico experimentado. Hab¨ªa trabajado durante muchos a?os en el peri¨®dico Estad?o y acababa de aterrizar en la revista ?poca, donde yo trabajaba. Entre sus muchas fotos notables est¨¢ la de un ni?o que viv¨ªa en las calles de S?o Paulo, un ni?o condenado por nuestra incapacidad de ver. La imagen que capt¨® tu padre muestra a un ni?o peque?o, solo un poco m¨¢s grande que t¨², que se quita el chupete de la boca para dar una calada a un cigarrillo. Es brutal. El chupete y el cigarrillo, uno al lado del otro en esa boca con dientes de leche. La infancia que resiste pidiendo cuidados, la infancia destruida que, sin cuidados, se incinera con un cigarrillo.
Creo que solo Lilo podr¨ªa haber captado ese instante. Y ¡ªtambi¨¦n esa vez¡ª Lilo sufri¨® con lo que sufrir¨ªa para siempre. Lo que tu padre denunciaba provoc¨® conmoci¨®n social, discursos, pero la sociedad y el Estado pronto lo olvidaron. Y los ni?os de Brasil continuaron muriendo antes de crecer.
Y ahora, Maria, ahora t¨² eres la ni?a que ha perdido a su padre. T¨² y decenas de miles de peque?as brasile?as y brasile?os. Necesito respirar profundamente, yo, que a¨²n tengo aire. ?Me quedar¨¢ ox¨ªgeno, Maria, cuando llegue el momento de nuestra conversaci¨®n, o ser¨¦ una v¨ªctima m¨¢s del exterminio? Mientras te escribo esta carta, ninguna mujer brasile?a, ning¨²n hombre brasile?o est¨¢ seguro de lo que suceder¨¢ al d¨ªa siguiente. Y no lo estar¨¢n hasta que se le impida a Bolsonaro llevar a cabo su plan de muerte.
Pero, s¨ª, necesito respirar el aire que a¨²n queda en Brasil y seguir habl¨¢ndote del hombre que ha matado a tu padre. El an¨¢lisis de los documentos firmados por el presidente, al que prefiero llamar antipresidente, as¨ª como sus declaraciones p¨²blicas y tambi¨¦n los documentos y las declaraciones p¨²blicas de miembros de su Gobierno, al menos uno de ellos un general en activo, muestran que se ha ejecutado un plan para diseminar el virus para promover la inmunidad por contagio. Es cierto, eso ha ocurrido, los hechos est¨¢n documentados. Pero aun as¨ª, Maria, tengo que decirte que me parece que falta al menos una pieza.
Nunca he conocido a nadie como Bolsonaro. Alguien que parece, todo ¨¦l, lo que el psicoan¨¢lisis llama la ¡°pulsi¨®n de muerte¡±. Mi experiencia de m¨¢s de 30 a?os entrevistando a personas de todo tipo, incluidos asesinos, violadores y maltratadores, y cubriendo todo tipo de eventos, me demuestra que los grandes acontecimientos los producen subjetividades tanto o m¨¢s que objetividades. Las objetividades son las que permiten a la subjetividad realizarse como acto. Pero la fuerza, la pulsi¨®n, viene de un lugar menos aparente, menos asumido y menos pronunciado.
Mi hip¨®tesis, Maria, es que a Bolsonaro le gusta matar. Tambi¨¦n disfruta viendo sufrir a todos los dem¨¢s, excepto a sus hijos, a los que ha moldeado a su imagen y semejanza para que den continuidad a su legado de destrucci¨®n. Un d¨ªa, si tienes est¨®mago, Maria, puedo mostrarte una serie de escenas y declaraciones del hombre que ahora gobierna Brasil en las que deja expl¨ªcito su goce con el dolor ajeno. A veces, incluso se r¨ªe al referirse a los muertos de la pandemia.
Lo m¨¢s f¨¢cil, Maria, es pensar que se trata de locura, como si la locura pudiera explicar este gusto por la muerte. No lo es, Maria. A Bolsonaro le gusta matar, le gusta infligir sufrimiento y ver sufrir, le gusta ver correr la sangre de los otros. Le gusta. Y, por desgracia, Maria, no es el ¨²nico que tiene ese gusto. Sus seguidores en la Amazonia, Maria, donde ambas vivimos, tienen ese mismo anhelo. Del mismo modo que Bolsonaro plane¨® hacer estallar bombas en los cuarteles, planearon el ¡°d¨ªa del fuego¡± en 2019 y prendieron fuego a vastas porciones de la selva tropical m¨¢s grande del mundo.
Tambi¨¦n tengo que decirte, Maria, que Bolsonaro nunca ocult¨® sus gustos y pulsiones. Ya declar¨® que ¡°la dictadura deber¨ªa haber matado al menos a unos 30.000¡±, que prefiere que un hijo suyo ¡°muera en un accidente de tr¨¢fico a que sea gay¡±, que los que no est¨¦n de acuerdo con ¨¦l deben ir ¡°a la punta de la playa¡±. ?Qu¨¦ es ¡°la punta de la playa¡±?, sin duda me preguntar¨¢s. Y tendr¨¦ que explicarte, Maria, que era un lugar donde se deshac¨ªan de los cuerpos de los opositores, torturados hasta la muerte durante el r¨¦gimen militar que oprimi¨® a Brasil de 1964 a 1985, cuando tu padre y yo ¨¦ramos ni?os y luego adolescentes.
La triste historia de Brasil
Conocer¨¢s entonces, Maria, otro momento triste de la historia de tu pa¨ªs. Maria, Bolsonaro es un producto de este oscuro cap¨ªtulo de Brasil. Es un hijo leg¨ªtimo, principalmente, de la impunidad de quienes torturaron y mataron a instancias y a sueldo del Estado. Fue entonces cuando Bolsonaro aprendi¨® que, al servicio del Estado, es posible liberar todas las pulsiones de muerte, todas las ganas de destruir los cuerpos ajenos, sin ser nunca responsabilizado y castigado por ello. Al contrario. Como le sucedi¨® a Bolsonaro, el funcionario planea volar cuarteles y lo ascienden a capit¨¢n, luego se convierte en diputado y un d¨ªa llega a ser presidente del pa¨ªs.
Nadie declara que su h¨¦roe es uno de los torturadores m¨¢s s¨¢dicos de Brasil por casualidad. S¨ª, Maria, sufro por decirte esto, pero es necesario. El h¨¦roe del presidente de Brasil es Carlos Alberto Brilhante Ustra, un hombre que torturaba incluso a mujeres embarazadas y a ni?os de tu tama?o, Maria. Y, debo repet¨ªrtelo, porque tienes derecho a la verdad: Bolsonaro nunca lo ha escondido. Al contrario. Alardeaba p¨²blicamente de su h¨¦roe como si fuera un trofeo y, en la campa?a electoral que lo convertir¨ªa en presidente, la figura del torturador aparec¨ªa estampada en una camiseta. Y, aun as¨ª, este hombre ¡ªeste hombre¡ª fue elegido.
Bolsonaro es el mal, Maria. Y, antes de que levantes tus ojos inquisidores hacia m¨ª, tengo que volver a hablar de tu padre, si no, no tendr¨¦ fuerzas para llegar al final de esta carta. Y debo hacerlo.
Creo que tu padre aprendi¨® a ver con do?a Geraldinha, la madre que aprendi¨® a leer a los 92 a?os porque no quer¨ªa morir ciega de las letras, la mujer de palabra cantada que dio a luz a 16 hijos en el campo de Passos, en el estado de Minas Gerais. Ning¨²n sufrimiento, y fueron muchos, dej¨® huella en los ojos de tu abuela, Maria. Me gustar¨ªa tanto que la hubieras conocido, porque do?a Geraldinha, al igual que tu padre, ten¨ªa la pureza de quien a cada momento ¡°renace ante la eterna novedad del mundo¡±. Maria, do?a Geraldinha le dio a tu padre ojos de primera vez.
Y con esos ojos, Maria, tu padre se convirti¨® en un fot¨®grafo capaz de documentar la brutalidad, el extenso historial de violaciones de derechos en los tantos Brasiles, sin dejar nunca de captar la belleza incluso en los momentos m¨¢s brutales. En eso tu padre era imbatible. Lilo aprehend¨ªa de un vistazo d¨®nde estaba la resistencia a trav¨¦s de la alegr¨ªa, la risa y las delicadezas de la vida cotidiana. De esa mirada surgieron sus mejores fotos. Y con esa mirada sus im¨¢genes recorrieron el mundo, estampadas en p¨¢ginas impresas o digitales de publicaciones como El Pa¨ªs, The Guardian, Folha de S. Paulo, Amaz?nia Real, Rep¨®rter Brasil y muchas otras.
Mi camino se cruz¨® con el de tu padre, Maria, en 2001, cuando ambos trabaj¨¢bamos en la revista ?poca. Viajamos juntos por primera vez al territorio yanomami. Nunca hab¨ªamos intercambiado una palabra antes de ese encargo y nos mir¨¢bamos con desconfianza. Despu¨¦s de viajar en avi¨®n, helic¨®ptero y barca, finalmente llegamos a la aldea ind¨ªgena de noche, empapados por la lluvia amaz¨®nica. Nos ofrecieron gusanos a la brasa de la hoguera y un espacio fuera de la hermosa casa colectiva. Solo cab¨ªa una hamaca, y tu padre y yo dormimos con los pies de uno en la cara del otro.
Nos llovi¨® encima toda la noche y pasamos la madrugada temblando de fr¨ªo. Al amanecer, nos despertamos con los gritos del equipo sanitario al que acompa?¨¢bamos: ¡°?En el suelo no! ?Espere, por favor! Escupa aqu¨ª¡±. Los profesionales de la ONG Urihi necesitaban recoger las primeras flemas de la ma?ana para hacer pruebas de tuberculosis, la enfermedad que hab¨ªan tra¨ªdo los mineros que diezmaba ¡ªy sigue diezmando¡ª a los ind¨ªgenas. Nunca hemos visto tanta flema en la vida. Con un debut de esa magnitud, o nos am¨¢bamos para siempre o nos odi¨¢bamos para siempre. Tu padre y yo no nos separamos nunca m¨¢s. Nos convertimos en hermanos de alma en la vida y en un d¨²o de reporteros, y nunca separamos una dimensi¨®n de la otra. Por eso, cuando naciste, Maria, tuve el honor de ser tu madrina.
Han pasado dos d¨¦cadas desde el primer reportaje e hicimos decenas m¨¢s. En 2017, su padre y yo decidimos documentar Brasil y el mundo desde la Amazonia y nos trasladamos a Altamira. Aterrizamos en la ciudad la noche del 16 de agosto y, en una t¨ªpica lilada, esa misma noche tu padre besaba a tu madre (o tu madre besaba a tu padre) en el almac¨¦n del muelle, a orillas del r¨ªo Xing¨². Tu madre, Maria, ya era una de las mujeres m¨¢s bellas de la regi¨®n, pero, sobre todo, una activista por la Amazonia y por los derechos de las mujeres negras. Naciste de ese amor m¨¢s grande del mundo, Maria, y te alimentaste de leche materna y de manifestaciones contra la central hidroel¨¦ctrica de Belo Monte y todo lo malo, donde pasabas de regazo en regazo, amparada por manos marcadas por el trabajo duro.
Y por todo lo malo, Maria, tu padre fue asesinado. Posiblemente se contagi¨® de covid-19 cuando document¨® en v¨ªdeo el ecocidio producido por Belo Monte, en la Vuelta Grande del Xing¨². La Fiscal¨ªa ya ha denunciado el crimen, pero se sigue perpetrando con la connivencia del Gobierno de Bolsonaro. Cuando puedas leer esta carta, Maria, ya te habr¨¢s enterado. Aun as¨ª, debo dec¨ªrtelo. T¨², Maria, naciste y crecer¨¢s en una ciudad transfigurada por una obra corrupta y corruptora. Maria, Altamira se ha convertido en la ciudad m¨¢s violenta de la Amazonia. En este escenario de cataclismo clim¨¢tico provocado por la acci¨®n humana, los adolescentes comenzaron a suicidarse en serie a principios de 2020. Maria, vamos a acordar desde ahora que aprender¨¢s de tu madre a resistir toda forma de muerte.
Enfermo desde los primeros d¨ªas de marzo, tu padre enfrent¨® todo el colapso de la sanidad p¨²blica en una ciudad amaz¨®nica. Sobre este cap¨ªtulo, Maria, tendr¨¦ que pedirte permiso para entrar en m¨¢s detalles en una segunda carta, porque hay muchas cosas que a¨²n deben aclararse. Por ahora, solo mencionar¨¦ que tu padre muri¨® esperando una cama en una UCI p¨²blica de S?o Paulo.
Tu padre solo no muri¨® en la calle, Maria, como le ha sucedido ¡ªy sigue sucediendo¡ª a miles de brasile?os, porque una red de amigas y amigos dedic¨® sus d¨ªas a conseguir donaciones que permitieron ingresarlo en la UCI de un hospital privado. Aun as¨ª, tu padre muri¨® con una deuda impagable que ni todas las colectas y ventas de fotos y camisetas pudieron cubrir. Tu padre so?aba tanto con tener su propia casa, que nunca consigui¨® construir con su sueldo de periodista mientras vivi¨®, y su muerte cost¨® una cantidad con la que se podr¨ªan construir varias casas. Brasil es as¨ª, Maria.
Para no perder el hilo, es necesario que siga habl¨¢ndote de todo lo malo. Habr¨¢s notado, Maria, que prolongo cada vez m¨¢s los p¨¢rrafos sobre tu padre porque mi coraz¨®n se rebela ante la ineludible pregunta. Esta vez, te lo prometo, me enfrentar¨¦ a tus ojos y dejar¨¦ que me atraviesen.
Me preguntar¨¢s, Maria, con los ojos sangrantes, por qu¨¦ no se detuvo a Bolsonaro. Me preguntar¨¢s, Maria, por qu¨¦ las instituciones, en todos los ¨¢mbitos, no impidieron que Bolsonaro siguiera propagando el virus y matando a brasile?as y brasile?os. Y tendr¨¦ que decirte que los que dirigen las instituciones se dividen entre los cobardes y los corruptos. Ambos son c¨®mplices, ya que la omisi¨®n es un tipo de acci¨®n.
Para que no te sientas tan herida por la sociedad brasile?a, es justo que te diga que ya hay muchas m¨¢s de 100 solicitudes de impeachment de Bolsonaro hibernando en el caj¨®n del presidente del Congreso. Primero fue Rodrigo Maia quien los mantuvo all¨ª, hoy es Arthur Lira, representante de una facci¨®n del parlamento formada por diputados de alquiler apodada Centr?o. El que paga m¨¢s, se lleva el gato al agua. Y Bolsonaro desembols¨® 500 millones de d¨®lares p¨²blicos para partidas extraordinarias para alquilar la lealtad de excelent¨ªsimas excrecencias. Para que comiencen a investigar el papel del Gobierno de Bolsonaro en la pandemia a trav¨¦s de una comisi¨®n parlamentaria de investigaci¨®n fue necesaria una orden del Supremo Tribunal Federal.
Lo s¨¦, Maria, yo tambi¨¦n estoy asqueada. Y el v¨®mito cruza mi garganta cuando me obligo a decirte que todav¨ªa existe una entidad metaf¨ªsica a la que llaman ¡°mercado¡±. Esta entidad apoy¨® y respald¨® a Bolsonaro y al miniministro de Econom¨ªa, Paulo Guedes, porque crey¨® que podr¨ªa beneficiarse con Bolsonaro en el poder. Hay que decir que, aunque se pronuncie como si fuera un ente por encima del bien y del mal, que se mueve por fuerzas superiores, el tal ¡°mercado¡± es solo un club muy selecto de humanos hechos con el mismo n¨²mero de cromosomas que t¨² y que yo, pero que se apropian de la mayor parte de la riqueza del planeta. Una parte de este club tan selecto ya ha hecho cuentas y ha desistido, pero hay quienes creen que Bolsonaro todav¨ªa puede ser de alguna utilidad. Este club se resume a un pu?ado de multimillonarios y un n¨²mero menos insignificante de ejecutivos a sueldo.
Tengo que decirte, Maria, que una parte de la prensa brasile?a se enjuaga la boca con antis¨¦ptico antes de pronunciar o escribir la palabra ¡°mercado¡±, como si se refiriera a una especie de Or¨¢culo de Delfos. Y, para referirse a los generales y a las Fuerzas Armadas que apoyaron (y apoyan) a Bolsonaro, duplica la dosis de enjuague, tal como hacen los amantes para prepararse para el primer beso. Un d¨ªa, quiz¨¢s en una tercera carta, tendr¨¦ que hablarte, Maria, del fetiche por los uniformes que aflige a Brasil. Cualquier general en zapatillas hace temblar a esta gente. Todav¨ªa no s¨¦ decirte si es por miedo o por pulsi¨®n er¨®tica.
Lo s¨¦, Maria, s¨¦ que sigo huyendo del tema m¨¢s dif¨ªcil. Lo siento, pero todav¨ªa no estar¨¢ en ese apartado. Tendr¨¦ que contarte un poco m¨¢s sobre tu padre para volver a llenar mis pulmones de aire despu¨¦s de esta r¨¢pida incursi¨®n en las cloacas.
Quiero contarte que tu padre se hab¨ªa vuelto un verbo. La definici¨®n del verbo ¡°lilar¡± se ha convertido incluso en una camiseta, a la venta en la tienda online creada para recaudar donaciones para pagar el tratamiento de tu padre y tambi¨¦n para sustentarte a ti y a tu madre. ?C¨®mo est¨¢ Lilo, me preguntaba la gente? Lilando. Y todos ya entend¨ªan que se mov¨ªa por las calles como si el mundo fuera bueno y no tuviera prisa, par¨¢ndose para recoger un esqueje de flor all¨ª donde estuviera sin darse cuenta de que un 4X4 pas¨® roz¨¢ndolo, poetizando en las esquinas, cantando su asombroso repertorio de m¨²sica popular brasile?a o la colecci¨®n completa de Pink Floyd con la seguridad inquebrantable del amor del p¨²blico.
Tu padre era as¨ª, Maria. Incluso cuando pisaba en campos de minas, cantaba o poetizaba, como si intuyera que era necesario mantener la ligereza al pisar las bombas para no explotar con ellas. Desarmaba a cualquiera, a veces literalmente, con su certeza de que nadie tendr¨ªa motivos para hacerle da?o. Tu padre cre¨ªa que, al final, siempre habr¨ªa alguien dispuesto a lanzarle una cuerda para que saliera del pozo a ritmo de samba. Y as¨ª segu¨ªa lilando por todos los Brasiles.
Una vez m¨¢s, rezo en silencio para que tu padre no haya descubierto que esta vez el agujero era demasiado profundo y ni siquiera todas las cuerdas que lanzaron los m¨¦dicos y enfermeros, su familia y sus amigos fueron suficientes para enfrentar un exterminio promovido con la m¨¢quina del Estado.
No, Maria, todav¨ªa no voy a volver a ese camino de oscuridad. Todav¨ªa tengo que contarte que, poco a poco, fui descubriendo que hab¨ªa algo para lo que tu padre ten¨ªa a¨²n m¨¢s talento que para la fotograf¨ªa. Lilo era un genio del amor. La red que se teji¨® en un solo d¨ªa para cuidarlo, y ahora para cuidarte a ti y a tu madre, es una prueba de la capacidad de tu padre para ser amado. Y ¨¦l correspond¨ªa. Antes de que lo intubaran, incluso en la UCI, tu padre se las arreglaba para responder los mensajes que recib¨ªa de variadas geograf¨ªas. Como ya no ten¨ªa aire ni fuerzas para escribir o hablar, distribu¨ªa emojis a mansalva. El ¨²ltimo mensaje que tengo de ¨¦l en mi WhatsApp tiene un coraz¨®n, nueve ¨¢rboles frondosos, tres cocoteros y tres plantitas. Y entonces tu padre se sumergi¨® en el coma inducido.
Nunca habr¨ªa imaginado, Maria, que nuestras ¨²ltimas palabras intercambiadas ser¨ªan emojis. Hac¨ªa veinte a?os que tu padre y yo est¨¢bamos juntos, contando los Brasiles, yo como reportera de texto, ¨¦l como reportero gr¨¢fico. Siempre cre¨ª que, cuando escrib¨ªa, a?ad¨ªa los ojos de Lilo a los m¨ªos. Y cuando ¨¦l fotografiaba, a?ad¨ªa mis ojos a los suyos. Nos mov¨ªamos por el mundo de forma casi simbi¨®tica, entendi¨¦ndonos solo con la mirada. Tengo que contarte, Maria, que cuando le cerraron los ojos a tu padre, empec¨¦ a caminar por los mundos, los exteriores y los interiores, medio ciega, tambale¨¢ndome, desacostumbrada a tener solo un par de ojos para contar las historias de esta ¨¦poca. Y cuando supe que Lilo no volver¨ªa a abrirlos, sent¨ª que me hab¨ªan amputado sus ojos.
S¨ª, lo s¨¦ Maria, es el momento de afrontar tus ojos bien abiertos. Y clavados en m¨ª. Lo que he pospuesto hasta ahora es la pregunta ineludible. ?Por qu¨¦ no detenemos a Bolsonaro?
Podr¨ªa empezar esta respuesta cont¨¢ndote que Brasil es un pa¨ªs fundado sobre cuerpos humanos, los de los ind¨ªgenas y luego los de los negros que llegaron al pa¨ªs esclavizados. Maria, t¨² tienes esta historia grabada en el cuerpo, es tu historia. Brasil siempre ha convivido con la muerte violenta, creyendo que era ¡°normal¡± que existieran los matables ¡ªgente de tu color, Maria¡ª y los no matables. Tu pueblo, Maria, solo dej¨® de ser formalmente esclavizado hace poco m¨¢s de un siglo y sigue siendo carne de las peores estad¨ªsticas de vida y muerte. Es un pa¨ªs brutal, Maria, e incluso el alma de los mejores entre nosotros est¨¢ deformada por el racismo estructural.
Aun as¨ª, no ser¨ªa la historia completa. Mi generaci¨®n es d¨¦bil, Maria, debo dec¨ªrtelo. Grita mucho, pero se arriesga poco a enfrentarse a los opresores. Siempre prefiere arriesgar los cuerpos de los otros, y a estas alturas ya conoces el color del cuerpo de los llamados a sacrificarse. Cuando tu generaci¨®n mire a la m¨ªa, como t¨² haces ahora, estoy segura de que tendremos una verg¨¹enza mayor que la vida, porque este es el tipo de verg¨¹enza que mancha una vida. Dependiendo del tama?o de la omisi¨®n, mancha incluso un nombre, mucho m¨¢s all¨¢ de las primeras generaciones.
S¨ª, vosotras, las v¨ªctimas de ese hacedor de hu¨¦rfanos llamado Bolsonaro, nos clavar¨¦is la mirada y nos preguntar¨¦is: ¡°?Por qu¨¦ no evitasteis que matara a nuestros padres y madres? ?D¨®nde estabais? ?Qu¨¦ hac¨ªais?¡±. Y, por ¨²ltimo, la pregunta m¨¢s dura: ¡°?Qui¨¦nes sois?¡±.
Te digo, Maria, que hoy ya estamos marcados por la guerra. Ning¨²n pueblo pierde casi medio mill¨®n de personas sin quedar marcado. Y nos se?alar¨¢n por esta verg¨¹enza, por esta afrenta, por este ultraje de presenciar el exterminio y de descubrirnos acostumbrados a morir o a ver matar. Ya he repetido esta pregunta unas cuantas veces y la vuelvo a repetir: ?c¨®mo puede un pueblo que se ha acostumbrado a morir detener su propio genocidio?
Ya est¨¢ dado, Maria, ya ha sucedido. M¨¢s de 410.000 muertes marcan una sociedad para siempre. Lo que no est¨¢ dado es si vamos a permitir que mueran 410.000 m¨¢s. Ahora mismo, en el Congreso hay una comisi¨®n de investigaci¨®n para inquirir los delitos del Gobierno de Bolsonaro relacionados con la covid-19. Cr¨¦eme, Maria, solo ahora, por primera vez, la responsabilidad de Bolsonaro en las muertes por covid-19 se ha convertido en el tema principal en Brasil.
Para cuando leas esta carta, Maria, ya se habr¨¢ decidido y contado en los libros de historia si Bolsonaro sigui¨® matando a su pueblo o si finalmente, con una demora criminal para siempre, se le responsabiliz¨® y se le detuvo. Espero, Maria, lo espero tanto, que t¨² y todos los hu¨¦rfanos teng¨¢is alguna raz¨®n no para perdonarnos, porque es imperdonable, pero al menos para avergonzarme menos de mi generaci¨®n. Que podamos decir, aunque sea tard¨ªamente, que hemos obligado a las instituciones a cumplir con su deber constitucional.
Al menos una cosa te prometo, Maria, y tambi¨¦n a todos los ni?os sin madre y sin padre. Se contar¨¢ lo que ha sucedido, se documentar¨¢, se grabar¨¢ en piedra si es necesario. Los hijos y nietos de todas las autoridades que se desentendieron conocer¨¢n la historia que manchar¨¢ su apellido. Y mientras encuentre aire para respirar luchar¨¦ para que Bolsonaro responda por sus cr¨ªmenes ante la justicia, la de Brasil y la del mundo. No lo hago por ti, Maria, no soy una mentirosa. Lo hago por m¨ª. La mirada que m¨¢s temo es la m¨ªa en el espejo del ba?o.
Recordar ser¨¢ nuestra resistencia
Recordar ser¨¢ nuestra resistencia. Recordar es siempre nuestra resistencia. Y recordaremos, Maria. Y transmitiremos este recuerdo generaci¨®n tras generaci¨®n.
Hab¨ªa planeado terminar esta carta hablando de las mariposas. Pero no ser¨¢ como lo hab¨ªa planeado. Para no decir que no he hablado de mariposas, te contar¨¦ algo, Maria. El viaje m¨¢s importante que hicimos tu padre y yo fue en 2004. Fuimos los primeros periodistas en llegar a la Tierra Media, en el estado de Par¨¢, en la Amazonia profunda. Las fotos de tu padre y mi texto fueron decisivos para la creaci¨®n de la Reserva Extractiva Riozinho do Anfr¨ªsio. Por eso tu padre puso una foto a¨¦rea de Riozinho en la portada de su perfil de Facebook y escribi¨®: ¡°Entierren mi coraz¨®n en un recodo del Riozinho do Anfr¨ªsio¡±.
Cuando llegamos a Riozinho, Maria, nos envolvi¨® una bandada de mariposas. No docenas o cientos, sino miles. Eran amarillas, de varios tonos, y para siempre tu padre y yo sentir¨ªamos que hab¨ªamos cruzado un portal. Un portal de la selva, s¨ª, pero tambi¨¦n un portal dentro de nosotros mismos. A partir de ese momento, ambos empezamos a amazonizarnos. Maria, Riozinho se convirti¨® para nosotros en la tierra de las mariposas amarillas.
Aprendimos, tu padre y yo, a volvernos naturaleza o a volver a la naturaleza. Por eso tambi¨¦n te digo, Maria, con toda convicci¨®n, que no le hab¨ªa llegado la hora a tu padre. Bolsonaro destruye la selva a una velocidad solo vista en el per¨ªodo de la dictadura c¨ªvico-militar. Miles y miles de kil¨®metros cuadrados de mundos complejos poblados por seres de todas las especies, humanas y no humanas, han sido borrados del mapa. Bolsonaro tambi¨¦n ha destruido la vida de m¨¢s de 410.000 familias, incluida la tuya.
Con esta masacre, Bolsonaro y su Gobierno han provocado un profundo desequilibrio en el planeta. No se borra casi medio mill¨®n de vidas sin provocar un cataclismo. S¨¦ que en la sociedad que ve a las personas solo como individuos y no como seres en constante intercambio con otros seres, esta idea es dif¨ªcil de captar. Pero t¨², Maria, eres capaz de comprenderlo. Ya podemos sentir este desequilibrio en el aire que nos falta. Cada muerto que deber¨ªa estar vivo deshilacha el tejido de la Tierra. Lo que ocurre en este momento es una cat¨¢strofe de grandes proporciones, mucho, pero mucho m¨¢s all¨¢ de una lista de v¨ªctimas.
En el momento en que tu padre muri¨®, tuve un sue?o despierta. Vi un jaguar que se mov¨ªa perfilado de blanco. No era un jaguar como los que vemos en la selva, sino que parec¨ªa un fantasma de jaguar. Y estaba furioso. El dolor que sent¨ª por la muerte de tu padre fue el dolor de que me arrancaran las tripas a dentelladas. Entend¨ª entonces que tu padre era el jaguar. Y entend¨ª que ten¨ªa que dejarlo ir. El jaguar se adentr¨® entonces en la selva. Te doy este sue?o, para que tu padre, reconvertido en jaguar, camine a tu lado por todas las selvas.
El coraz¨®n de tu padre no estar¨¢ enterrado en un recodo del Riozinho. Pero sus cenizas s¨ª que se arrojar¨¢n donde este r¨ªo, peque?o solo de nombre, se encuentra con el Iriri. Y espero que el portal de las mariposas amarillas se abra para recibirlo. Parece sencillo, porque las mariposas siempre han estado ah¨ª, pero hace unos d¨ªas me enter¨¦ de que Bolsonaro y todos los destructores de la Amazonia antes que ¨¦l y con ¨¦l tambi¨¦n est¨¢n robando los colores de las mariposas. Cient¨ªficos de Brasil y del Reino Unido han descubierto que las mariposas se est¨¢n volviendo grises y marrones para mimetizarse con la naturaleza muerta que ha tomado el color de los incendios y la tala. S¨ª, Maria, hombres como Bolsonaro y su estirpe de asesinos tambi¨¦n est¨¢n robando literalmente el color del mundo.
No te voy a enga?ar, Maria, con historias de esperanza. No soy ese tipo de madrina. T¨² y todos los hu¨¦rfanos y hu¨¦rfanas hab¨¦is nacido en un tiempo en que el luto es lucha. Y tendr¨¦is que luchar ¡ªy mucho¡ª para que el mundo en el que vives siga teniendo color. Yo estar¨¦ a tu lado, con mis palabras y mis dientes.
Traducci¨®n de Meritxell Almarza
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