Brasil y su fetiche por los uniformes
Sin haber superado los traumas de la dictadura, una parte de las instituciones y de la prensa se comporta como si fuera reh¨¦n de un gobierno militar liderado por Bolsonaro, demostrando servilismo y desconexi¨®n de los hechos
El bolsonarismo ha revelado, en todo su estupor, un fen¨®meno cuyos s¨ªntomas pod¨ªan percibirse durante la democracia, pero que solo se diagnosticaron t¨ªmidamente. Lo llamar¨¦ fetiche por los uniformes. Es una construcci¨®n mental sin conexi¨®n con la realidad que hace que algo se convierta en su opuesto en el funcionamiento individual o colectivo de una persona, un grupo o incluso un pueblo. El mecanismo psicol¨®gico es similar al llamado ¡°s¨ªndrome de Estocolmo¡±, cuando la v¨ªctima se al¨ªa a su secuestrador para resistir la terrible presi¨®n de estar sometido a alguien que es claramente perverso, frecuentemente impredecible y de quien depende su vida como reh¨¦n. El fetiche por los uniformes se ha mostrado en toda su gravedad desde el inicio del Gobierno de Jair Bolsonaro y, durante el mes de mayo, se ha vuelto aterrador: incluso la izquierda y el centro describen a los militares como algo que los hechos demuestran que no son ¡ªni lo han sido en las ¨²ltimas d¨¦cadas¡ª y los tratan con una solemnidad que sus acciones ¡ªy sus omisiones¡ª no justifican.
El fetiche por los uniformes no es una curiosidad m¨¢s en la cr¨®nica pol¨ªtica de Brasil, llena de rarezas. El fen¨®meno moldea la propia democracia y est¨¢ determinando el presente del pa¨ªs. Se ha creado la narrativa fantasiosa de que, en el Gobierno de Bolsonaro, los militares son una ¡°reserva moral¡±, una ¡°fuente de equilibrio¡± en medio del ¡°descontrol¡± de Bolsonaro. El debate se produce en torno a si los generales podr¨ªan contener o no al man¨ªaco al que ayudaron ¡ªy mucho¡ª a llegar al poder.
El Gobierno se ha clasificado en ¡°alas¡±, entre las que habr¨ªa la ¡°ideol¨®gica¡±, compuesta por el ministro de Relaciones Exteriores Ernesto Ara¨²jo y otros alumnos del gur¨² Olavo de Carvalho, y el ¡°ala militar¡±, creando as¨ª la fantasmagor¨ªa de que los militares en el Gobierno no tienen ideolog¨ªa y que la palabra ¡°militar¡± ya se califica en s¨ª misma y por s¨ª misma. En cada flatulencia del antipresidente, la prensa espera ansiosamente la manifestaci¨®n del ¡°ala militar¡±. No por lo que efectivamente son y representan los militares, sino porque ser¨ªan una especie de ¡°or¨¢culo¡± del presente y el futuro.
Algunos columnistas por los que tengo un gran respeto, cuando se refieren a las Fuerzas Armadas, les cuelgan adjetivos como ¡°honorables¡± y ¡°respetables¡±. Cuando alguno de los generales dice algo m¨¢s truculento de lo habitual, afirman que ¡°desentona de la tropa¡±, porque se supone que las Fuerzas Armadas se gu¨ªan por el ¡°honor¡± y la ¡°verdad¡±. A lo largo del Gobierno de Bolsonaro, se ha ido dibujando una imagen de los militares pr¨®xima a los ¡°padres de la naci¨®n¡± o ¡°guardianes del orden¡±, mezclada con la idea de que tambi¨¦n ser¨ªan una especie de padres del incorregible ni?o Bolsonaro.
?C¨®mo es posible? ?Cu¨¢l es el mecanismo psicol¨®gico que produce esta mistificaci¨®n en tiempos tan intensos? El fen¨®meno ser¨ªa fascinante, si no nos empujara a un nivel todav¨ªa m¨¢s profundo del pozo sin fondo.
Bolsonaro no es una anomal¨ªa de las Fuerzas Armadas, sino su fiel producto
Desde el comienzo de su Gobierno, e incluso antes, escribo que Bolsonaro no es una anomal¨ªa de las Fuerzas Armadas, algo que sali¨® mal y que niega su origen. Al contrario. Desde su g¨¦nesis, ha sido tanto el producto como la expresi¨®n de lo que los militares han representado en Brasil las ¨²ltimas d¨¦cadas, o posiblemente a lo largo de la historia republicana del pa¨ªs. Bolsonaro contiene toda la deformaci¨®n que ha ocurrido en Brasil del papel y del lugar de los militares en una democracia (lea ¡°Mour?o, el moderado¡±).
Bolsonaro es el chico de clase media baja que adoraba los uniformes y vio en el Ej¨¦rcito la posibilidad de conseguir posici¨®n e importancia. Como ha demostrado la historia, lo entendi¨® todo correctamente. Su trayectoria est¨¢ muy bien contada en el libro O cadete e o capit?o: a vida de Jair Bolsonaro no quartel (El cadete y el capit¨¢n: la vida de Jair Bolsonaro en el Ej¨¦rcito), del periodista Luiz Maklouf Carvalho, que muri¨® de c¨¢ncer el pasado 16 de mayo. El autor muestra, a partir de una investigaci¨®n rigurosa de los autos, como el juicio a Bolsonaro por planear poner bombas en cuarteles ignor¨®, vergonzosamente, pruebas inequ¨ªvocas. El Superior Tribunal Militar lo absolvi¨®, con la condici¨®n de que abandonara la corporaci¨®n. Bolsonaro as¨ª lo hizo, una vez elegido concejal de R¨ªo de Janeiro con el voto de sus colegas, que luego lo reelegir¨ªan como diputado federal durante los casi 30 a?os que se pas¨® en el Congreso (lea ¡°Por qu¨¦ Bolsonaro tiene problemas con los agujeros¡±).
Bolsonaro existe pol¨ªticamente y est¨¢ en el poder porque la c¨²pula militar absolvi¨® a un miembro de su corporaci¨®n que planeaba una acci¨®n terrorista para llamar la atenci¨®n sobre una reivindicaci¨®n salarial. Si lo hubieran condenado por lo que fue e hizo, la historia ser¨ªa diferente. Fue la impunidad que a los militares se les permiti¨® cultivar, debido a sus intereses corporativos, incluso despu¨¦s de la redemocratizaci¨®n, lo que gest¨® el personaje de Bolsonaro.
?l, que tanto habla de impunidad, es producto de la impunidad que supuestamente critica. Ahora est¨¢ m¨¢s que claro que, para Bolsonaro, sus hijos y sus amigos, la impunidad es la raz¨®n de estar en el poder. Eso de responsabilizarse es para los dem¨¢s. No tengo informaci¨®n para afirmar que aprendi¨® esta lecci¨®n de sus padres, pero hay informaci¨®n suficiente para afirmar que la perfeccion¨® con sus superiores. Si un plan terrorista no es raz¨®n suficiente para condenar a alguien, entonces nada lo es.
Durante todos sus a?os como diputado, Bolsonaro siempre defendi¨® la dictadura (1964-1985), no solo normalizando el secuestro, la tortura y la muerte de civiles, sino defendiendo que los militares deber¨ªan haber matado a ¡°al menos unos 30.000¡±. Vot¨® a favor de la destituci¨®n de Dilma Rousseff rindiendo homenaje al ¨²nico torturador reconocido por la Justicia como torturador, el coronel facineroso Carlos Alberto Brilhante Ustra. Y, en ese momento, present¨® simb¨®licamente su candidatura. Y, una vez m¨¢s, se benefici¨® de la impunidad que le garantizaron tanto sus colegas como el Poder Judicial brasile?o.
La candidatura de Bolsonaro tuvo como vicepresidente a un general, Hamilton Mour?o, que en varias ocasiones ha expresado su vocaci¨®n de golpista, incluso durante la campa?a. No se puede afirmar o desmentir que Bolsonaro fuera elegido gracias al apoyo que una parte de estrellados militares dio a su campa?a, pero se puede afirmar que ese apoyo fue importante y legitim¨® a Bolsonaro. A cambio, ¨¦l militariz¨® el Gobierno, que hoy cuenta con nueve ministros provenientes de las Fuerzas Armadas y casi 3.000 militares en el segundo nivel. Y los n¨²meros van en aumento. Bolsonaro ha hecho posible que los militares regresen al poder en un pa¨ªs donde todav¨ªa hay m¨¢s de doscientos cuerpos de personas desaparecidas por la acci¨®n criminal del Gobierno de los generales durante el r¨¦gimen de excepci¨®n.
Bolsonaro y los generales que lo apoyan no est¨¢n hechos de materiales diferentes. No son dos cosas separadas. Es lo mismo y el mismo proyecto de poder. Por qu¨¦ se ha hecho esta disociaci¨®n mental es un tema para historiadores y soci¨®logos. Quiz¨¢s a¨²n m¨¢s para la psiquiatr¨ªa y el psicoan¨¢lisis. Bolsonaro es una criatura del militarismo brasile?o. Y no como el monstruo de Frankenstein, que en la obra de ficci¨®n de Mary Shelley fue repudiado por su creador. No. Bolsonaro es el reto?o exitoso al que alentaron y apoyaron para que se convirtiera en presidente de Brasil y, as¨ª, redimiera a sus padres inconformes, que quer¨ªan no solo volver al poder, sino tambi¨¦n borrar la mancha hist¨®rica de asesinos y dictadores.
La peligrosa operaci¨®n mental que disocia la imagen de los militares de sus actos
Sin embargo, m¨¢s grave que la disociaci¨®n entre Bolsonaro y los generales de su s¨¦quito es la disociaci¨®n entre lo que los militares realmente hicieron y hacen en el poder y la manera como esta acci¨®n se describe y se convierte en imagen p¨²blica. No es necesario analizar todo el per¨ªodo republicano, desde 1889, solo las ¨²ltimas d¨¦cadas. En 1964 los militares dieron un golpe a la democracia. Quitaron del poder a un presidente elegido democr¨¢ticamente. Jo?o Goulart fue vicepresidente hasta 1961. Hab¨ªa asumido la presidencia tras la renuncia de J?nio Quadros. Y entonces lleg¨® el golpe. Jango, como lo llamaban, vivi¨® en el exilio hasta su controvertida muerte.
Los militares tomaron el poder por la fuerza, en un golpe de Estado cl¨¢sico, y permanecieron en ¨¦l por la fuerza durante 21 a?os, con el apoyo de parte del empresariado brasile?o. En diciembre de 1968, con el Acto Institucional n¨²mero 5, ahora ampliamente revivido como una amenaza expl¨ªcita en los discursos de los bolsonaristas, el Gobierno de excepci¨®n se endureci¨®. El AI-5 elimin¨® los instrumentos democr¨¢ticos que quedaban e inaugur¨® la era m¨¢s violenta del r¨¦gimen, convirtiendo el secuestro, la tortura y la muerte de opositores en instrumentos del Estado, ejecutados por agentes del Estado.
Hay abundantes pruebas y testimonios que demuestran que, durante ese per¨ªodo oscuro, adem¨¢s de miles de adultos ¡ªvarias eran mujeres embarazadas¡ª, al menos 44 ni?os fueron torturados (lea ¡°A los que defienden la vuelta de la dictadura¡±). Uno de ellos, Carlos Alexandre Azevedo, Cac¨¢, torturado cuando ten¨ªa 1 a?o y 8 meses, no soport¨® las marcas psicol¨®gicas y se suicid¨® en 2013, despu¨¦s de una existencia muy penosa. Hay familias de brasile?os que a¨²n no han logrado encontrar los cad¨¢veres de los m¨¢s de 200 desaparecidos por la dictadura. Son padres, madres, hermanos e hijos que buscan, desde hace d¨¦cadas, un cuerpo que enterrar. ¡°La punta de la playa¡±, adonde Bolsonaro amenaz¨® con enviar a los opositores en un discurso durante la campa?a de 2018, era uno de esos lugares para torturar y deshacerse de civiles en R¨ªo de Janeiro.
Durante la dictadura militar, se censur¨® a la prensa; se prohibieron pel¨ªculas, libros y obras de teatro; se intervinieron las universidades; miles de brasile?os fueron obligados a vivir en el exilio para no ser asesinados por el Estado. Durante la dictadura, la corrupci¨®n en las licitaciones de obras p¨²blicas fue abundante, como demuestra una amplia bibliograf¨ªa. Tambi¨¦n fue durante la dictadura que los grandes contratistas, que m¨¢s tarde ocupar¨ªan los titulares por el sistema de corrupci¨®n conocido como mensal?o, crecieron, se multiplicaron y se enriquecieron con las obras megal¨®manas del ¡°Brasil Grande¡± y sus chanchullos en los gobiernos militares.
La dictadura tortur¨® y mat¨® a miles de ind¨ªgenas. Las ¡°grandes obras¡± en la Amazonia, que luego se conocer¨ªan como los ¡°elefantes blancos¡± del r¨¦gimen, fueron construidas por estos contratistas sobre cad¨¢veres de la selva y sangre de seres humanos. La dictadura militar inaugur¨® la deforestaci¨®n como un proyecto de Estado y convirti¨® el exterminio de los pueblos ind¨ªgenas en una pol¨ªtica al ignorar su existencia en la propaganda oficial de la Amazonia, como en el eslogan ¡°tierra sin hombres para hombres sin tierra¡±. El Ej¨¦rcito ha promovido algunas de las masacres m¨¢s crueles de la historia, como la de los Waimiri Atroari, que casi fueron aniquilados en los a?os 1970.
?C¨®mo es posible que alguien que vivi¨® o estudi¨® ese per¨ªodo pueda tratar la creciente ocupaci¨®n militar del Gobierno de Bolsonaro como algo remotamente similar a una ¡°reserva moral¡± o una ¡°fuente de equilibrio¡± o un ¡°ejemplo de honradez¡±? ?En serio? Adem¨¢s del fetiche por los uniformes, debemos investigar el posible estr¨¦s postraum¨¢tico en este fen¨®meno. O quiz¨¢s una parte de los brasile?os tiene tanto miedo de que el horror se repita que distorsiona lo que ve porque la realidad ha alcanzado un nivel insoportable.
Algunos afirmar¨¢n, como han afirmado, que los militares que est¨¢n hoy en el poder, a diferencia de sus predecesores y maestros, son amantes de la democracia. ?En qu¨¦ hechos se basan para hacer tal afirmaci¨®n? Hay innumerables ejemplos de comportamientos golpistas de varios de los personajes del militarismo, empezando con el general Eduardo Villas B?as, una mezcla de consejero y garante del Gobierno actual, y terminando con el villano de c¨®mic llamado Augusto Heleno, que, si hay justicia, alg¨²n d¨ªa responder¨¢ por lo que las tropas brasile?as a su mando hicieron en Hait¨ª. Cit¨¦ Soleil, el barrio marginal m¨¢s grande de Puerto Pr¨ªncipe, es un nombre que causa temblores cuando se pronuncia en algunos c¨ªrculos. Mour?o, a su vez, antes de convertirse en vicepresidente, ya era una ametralladora rotativa de declaraciones golpistas.
?En qu¨¦ momento del Gobierno de Bolsonaro los militares han sido un ejemplo de respeto a la democracia? Basta analizar un episodio tras otro. La relaci¨®n entre el crecimiento de los militares y el aumento de las manifestaciones golpistas es directamente proporcional. El n¨²mero de personal militar solo aumenta y el Gobierno solo empeora su nivel de imbecilidad, autoritarismo y tambi¨¦n incompetencia. Todo esto culmina en el momento actual, cuando Jair Bolsonaro se ha convertido en el villano n¨²mero uno de la pandemia y los brasile?os han empezado a ser rechazados incluso en los Estados Unidos de Donald Trump.
?Y qu¨¦ tenemos hoy? La militarizaci¨®n de la sanidad. Dos ministros civiles, m¨¦dicos, se negaron a ceder ante la presi¨®n de Bolsonaro para que se utilizara cloroquina, un medicamento sin eficacia cient¨ªfica probada para tratar la covid-19. Dejaron el Gobierno. Entonces Bolsonaro design¨® a un militar como ministro de Sanidad y logr¨® meter la cloroquina, jugando con la salud de 210 millones de personas. En lugar de designar a t¨¦cnicos, con experiencia en el ¨¢rea, en la crisis sanitaria m¨¢s grave del ¨²ltimo siglo, Brasil convierte el Ministerio de Sanidad en un cuartel del Ej¨¦rcito.
Antes de la pandemia, el Gobierno militar de Bolsonaro horrorizaba al mundo con la destrucci¨®n acelerada de la Amazonia. Con la covid-19, las alertas indican que la deforestaci¨®n se ha disparado. Es visible que los grileiros (ladrones de tierras p¨²blicas) aprovechan el aislamiento necesario de quienes siempre han luchado contra sus acciones, sus sicarios y sus motosierras poniendo sus cuerpos en primera l¨ªnea.
?Y qu¨¦ tenemos hoy? La militarizaci¨®n de las acciones de inspecci¨®n ambiental en la Amazonia. El Instituto Brasile?o del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama) y el Instituto Chico Mendes para la Conservaci¨®n de la Biodiversidad (ICMBio) han pasado a ser subordinados del Ej¨¦rcito, como en una dictadura cl¨¢sica. En el primer ataque, seg¨²n un informe obtenido por el peri¨®dico Folha de S. Paulo, m¨¢s de 90 agentes en dos helic¨®pteros y varios veh¨ªculos realizaron una operaci¨®n en el estado de Mato Grosso contra madereros y aserraderos, que termin¨® sin multas, arrestos o incautaciones. El Ibama hab¨ªa sugerido otro objetivo en la regi¨®n y, seg¨²n los inspectores, ten¨ªan pruebas s¨®lidas de que comet¨ªa ilegalidades. Lo ignoraron. El recientemente creado Consejo Nacional de la Amazonia, comandado por el general Mour?o, tiene 19 miembros: todos son militares.
La realidad muestra que los grileiros ¡ªtodos ellos entusiastas partidarios de Bolsonaro y de los militares en el poder¡ª act¨²an con una desenvoltura que solo se ve¨ªa en la dictadura. Invaden, destruyen y presionan para que se legalice el robo de ¨¢reas forestales p¨²blicas, legalizaci¨®n anunciada a finales de 2019 mediante la denominada Medida Provisional de Grilagem de Bolsonaro, y ahora mediante el Proyecto de Ley de Grilagem, que se discute en el Congreso. El proyecto de los militares para la Amazonia es el mismo de la dictadura y todos sabemos c¨®mo termina. O, en este caso, c¨®mo sigue.
Si alguien a¨²n tuviera alguna duda sobre el car¨¢cter de los militares en el Gobierno, el espect¨¢culo de terror expuesto en la reuni¨®n ministerial del 22 de abril evidenci¨® el nivel del generalato que est¨¢ all¨ª. El magistrado Celso de Mello, del Supremo Tribunal Federal, levant¨® el secreto del v¨ªdeo de la reuni¨®n, presentado por el exministro de Justicia Sergio Moro como prueba de que Bolsonaro hab¨ªa intentado interferir en la Polic¨ªa Federal. Solo ser c¨®mplice de aquella atm¨®sfera y aquellas declaraciones ya ser¨ªa una sobredosis de deshonra capaz de hacer que una persona con niveles medios de honestidad personal vomitara durante d¨ªas. Pero no. Los militares patrocinan esa bazofia de un nivel intelectual baj¨ªsimo y una moralidad inferior a cero. La reuni¨®n ministerial expone una cotidianidad de falta de respeto a la democracia a ritmo de imbecilidad m¨¢xima. No se podr¨ªa soportar el nivel de estupidez de esos tipos ni en el bar m¨¢s s¨®rdido.
La distorsi¨®n de la democracia de las ¨²ltimas tres d¨¦cadas tiene las huellas de los militares
La calidad de la democracia que Brasil obtuvo entre el final de la d¨¦cada de 1980 y la destituci¨®n de la expresidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), en 2016, es el resultado de las negociaciones que tejieron el fin de la dictadura y la redemocratizaci¨®n del pa¨ªs. A diferencia de otros pa¨ªses que padecieron dictaduras militares, como Argentina, Brasil no juzg¨® los cr¨ªmenes del r¨¦gimen de excepci¨®n. As¨ª, los asesinos, torturadores y secuestradores al servicio del Estado quedaron impunes, ocuparon funciones p¨²blicas y obtuvieron salarios p¨²blicos. Sus v¨ªctimas pod¨ªan encontr¨¢rselos tanto en el ascensor como en la panader¨ªa de la esquina o en la escuela de sus hijos, y este tipo de encuentros macabros ocurrieron m¨¢s de una vez.
Incluso despu¨¦s de la redemocratizaci¨®n, Brasil continu¨® tolerando la anomal¨ªa que es tener una polic¨ªa militar. Hoy, una parte se ha convertido en milicia, que controla y explota barrios pobres en las afueras de las ciudades. En R¨ªo de Janeiro, donde las milicias y el Estado se confunden, Bolsonaro y su familia ya han demostrado que mantienen relaciones ¨ªntimas con algunos milicianos famosos, una de las razones por las que el presidente quiere tanto controlar la Polic¨ªa Federal. El asesinato de Marielle Franco, concejala del Partido Socialismo y Libertad (PSOL) en R¨ªo de Janeiro, sigue sin resolverse desde hace m¨¢s de 800 d¨ªas, habiendo indicios de la implicaci¨®n de milicias cercanas a Bolsonaro y sus hijos.
Otra parte de la Polic¨ªa Militar se ha vuelto cada vez m¨¢s aut¨®noma, y solo rinde cuentas a s¨ª misma. La reciente huelga del cuerpo en el estado de Cear¨¢ revel¨® la gravedad de este fen¨®meno. En 2017, el escenario ya se hab¨ªa evidenciado en la huelga en Esp¨ªrito Santo, cuando la poblaci¨®n se convirti¨® en reh¨¦n de las fuerzas de seguridad de ese estado.
El ADN de la Polic¨ªa Militar est¨¢ incrustado en el genocidio de j¨®venes negros y pobres de las favelas, en masacres de presos, como el de Carandiru, en 1992, y de campesinos, como el de Eldorado dos Caraj¨¢s, en 1996. En las protestas de junio de 2013, la acci¨®n violenta de la Polic¨ªa Militar contra los manifestantes tambi¨¦n se hizo visible para una parte de la clase media brasile?a.
Por supuesto, hay polic¨ªas militares honestos, competentes y con buenas intenciones. Pero no se trata solo de la calidad de las personas, sino de la incompatibilidad entre un r¨¦gimen democr¨¢tico y una polic¨ªa militarizada que trabaja junto a los ciudadanos.
La democracia brasile?a siempre ha tolerado tanto los abusos de las polic¨ªas ¡ªtambi¨¦n la civil¡ª como el genocidio de negros e ind¨ªgenas, incluso durante los Gobiernos de centroizquierda de Lula y Dilma Rousseff (PT). Esa misma democracia posdictadura coexiste con las torturas en las c¨¢rceles y las condiciones torturadoras de las prisiones superpobladas de j¨®venes negros, que hoy tambi¨¦n mueren por covid-19.
En parte, la democracia brasile?a est¨¢ deformada porque no ha sido capaz de juzgar los cr¨ªmenes de la dictadura y eliminar sus excrecencias, manteniendo una relaci¨®n de temeroso servilismo con los militares. La misma que hoy hace que todo el pa¨ªs espere a que estos generales en el poder se manifiesten, como si dependiera de su estado de ¨¢nimo que cumplan o no la ley, que apoyen o no el golpismo, que mantengan o no la democracia. Claramente, las ¨¦lites, incluida una parte de la prensa, se comportan como si fuera normal que los militares tuvieran la ¨²ltima palabra sobre el destino de la democracia en Brasil, como si fuera natural que hubiera titulares que resalten el estado de ¨¢nimo verde oliva como si fuera el or¨¢culo de Delfos.
Es servilismo envuelto en liturgia y travestido de respeto. No son los militares los que deben ¡°poner firme¡± a Bolsonaro, algo que ya se ha demostrado que no pueden y no quieren hacer. Quienes tienen que poner firmes a los militares y ponerlos en su lugar son las instituciones democr¨¢ticas. Y todas las instancias de poder, incluida la prensa, deben dejar de doblegarse como si les fueran a patear la frente con las botas en cualquier momento. Veo a campesinos pobres y desamparados en la Amazonia que se enfrentan a los uniformados con mucha m¨¢s firmeza. A finales del a?o pasado, presenci¨¦ como un l¨ªder comunitario se enfrent¨® abiertamente a un coronel armado con un rifle que quer¨ªa censurar sus carteles durante una audiencia p¨²blica en Altamira. Dijo que no admit¨ªa una escena como esa porque Brasil todav¨ªa era una democracia. Y no la admiti¨®. Eso es dignidad.
En un art¨ªculo de Folha de S. Paulo del 24 de mayo, el polit¨®logo Jorge Zaverucha muestra como ¡°la fuerte presencia militar en el Estado refleja la fragilidad de la democracia en Brasil¡±. Hasta la Constituci¨®n de 1988, la carta magna que marc¨® la reanudaci¨®n del proceso democr¨¢tico tras la dictadura, fue socavada por la sumisi¨®n al Ej¨¦rcito, porque l¨ªderes constituyentes como Ulysses Guimar?es entend¨ªan que no ser¨ªa posible retomar la democracia sin esas concesiones. Aunque sea posible entender las dificultades del momento, ha habido m¨¢s de tres d¨¦cadas para eliminar los autoritarismos supervivientes, como se hizo en pa¨ªses vecinos. Pero nada de eso se llev¨® a cabo en Brasil. En ese sentido, en algunos momentos parece que la democracia haya sido una concesi¨®n de los generales y no una conquista de la sociedad civil, lo cual es p¨¦simo para la ciudadan¨ªa.
El art¨ªculo 142 de la Constituci¨®n determina que las Fuerzas Armadas ¡°son instituciones nacionales permanentes y regulares, organizadas sobre la base de la jerarqu¨ªa y la disciplina, bajo la autoridad suprema del presidente de la Rep¨²blica, y est¨¢n destinadas a la defensa de la patria, a la garant¨ªa de los poderes constitucionales y, por iniciativa de cualquiera de estos, de la ley y el orden¡±. ?C¨®mo es posible, pregunta el investigador Jorge Zaverucha, someterse y garantizar algo simult¨¢neamente? Y, citando al fil¨®sofo italiano Giorgio Agamben: ¡°el soberano, que tiene el poder legal de suspender la ley, se pone legalmente fuera de la ley¡±.
Para los investigadores de la ¨¦poca, como Jorge Zaverucha, la ¨¦lite brasile?a ¡°no tiene un ethos democr¨¢tico¡±. Apuesta, desde el principio, por un gobierno democr¨¢tico electoral, pero no por un r¨¦gimen democr¨¢tico. ¡°En Brasil, las Fuerzas Armadas dejaron el Gobierno, pero no el poder¡±, afirma el polit¨®logo. Y hoy, como cualquiera puede constatar, tambi¨¦n han vuelto al Gobierno.
?Y ahora?
La ambig¨¹edad del art¨ªculo 142 de la Constituci¨®n no es nada ambigua estos d¨ªas. Claramente, demasiadas personas se comportan en Brasil como si los militares no solo estuvieran fuera de la ley, sino como si tuvieran derecho a estarlo. La ambig¨¹edad de la Constituci¨®n, con respecto al papel de las Fuerzas Armadas, se ha deshecho en la pr¨¢ctica de los d¨ªas. Sin contar las excepciones, la cotidianidad muestra que en todas las instituciones y tambi¨¦n en una parte de la prensa predominan los lamebotas de generales, como si la dictadura nunca hubiera terminado. La pregunta se vuelve obligatoria: ?ha empezado realmente la democracia? ?Es suficiente votar en cada elecci¨®n para que un pa¨ªs sea considerado democr¨¢tico?
El fetiche por los uniformes puede llevarnos a muchas v¨ªas de investigaci¨®n. Tambi¨¦n hay algo m¨¢s prosaico, de hombrecitos a quienes les gusta la m¨ªstica de la masculinidad: la est¨¦tica de la testosterona por el uso de armas y por el monopolio del uso de la fuerza suele ponerse de moda en tiempos de gran inseguridad. Cuando leo la carta de los militares en pantuflas en solidaridad con Augusto Heleno, el amenazador en jefe de la Rep¨²blica, parece que realmente se creen que son, como alardean, los ¡°guardianes del honor¡±. Que se pongan en su lugar. ¡°?Basta!¡±, decimos nosotros.
Nuestro dinero paga sus pensiones, que la reforma de la Seguridad Social trat¨® de forma especial y menos rigurosa. ?Qui¨¦nes se creen que son estos hombres para amenazar al Supremo Tribunal Federal, la instituci¨®n? Son funcionarios jubilados y no fueron ungidos por ning¨²n dios para decidir el destino de nadie, y menos a¨²n el de un pa¨ªs. Tampoco se formaron en ninguna ¡°SAGRADA CASA¡±, como ostentan en may¨²sculas, confundiendo conceptos b¨¢sicos. Si tras m¨¢s de 30 a?os de democracia tenemos que soportar este tipo de declaraci¨®n golpista por parte de quienes deber¨ªan servir a la democracia, es porque la democracia que Brasil ha logrado construir se derrite.
Al apoyar a Bolsonaro, los generales quer¨ªan adulterar la historia del golpe de Estado de 1964, garantizar que la ley de amnist¨ªa de 1979 nunca se reformara y asegurarse de que los cr¨ªmenes cometidos durante la dictadura continuaran impunes. Cuando Bolsonaro intent¨® celebrar el 31 de marzo, la fecha del golpe militar, como efem¨¦ride patri¨®tica en el primer a?o de su mandato, hubo protestas de diferentes ¨¢reas de la sociedad. El problema, sin embargo, era mucho m¨¢s grave. Y el riesgo, mucho mayor.
La adulteraci¨®n de la historia tiene lugar en la pr¨¢ctica, en la subjetividad que constituye cada uno, en la naturalizaci¨®n de que los militares determinen destinos, pronuncien amenazas y se sit¨²en por encima de la ley. Esa es la peor adulteraci¨®n, porque se infiltra en las mentes, altera comportamientos y se convierte en verdad. Cada vez es m¨¢s evidente que la dictadura nunca nos abandon¨®, porque al dejar a los asesinos impunes, seguimos siendo rehenes de los criminales que nos sometieron durante 21 a?os.
No veo que haya en el mundo un pa¨ªs m¨¢s desafiado que Brasil. Tiene que luchar contra una pandemia con un perverso en el poder que va en contra de todas las leyes sanitarias, lo que est¨¢ llevando al pa¨ªs al podio de casos y muertes por covid-19; que est¨¢ destruyendo la Amazonia, de la que depende el futuro de todo el planeta, como si realmente no hubiera un ma?ana; y que est¨¢ convirtiendo a los brasile?os en parias globales. A la vez, Brasil tiene que restaurar una democracia que nunca se complet¨® y, en plena crisis, ponerles las pantuflas a los generales que se infectaron con la fiebre mesi¨¢nica del poder y del autoritarismo.
La pen¨²ltima vez que los generales estuvieron en el poder, dejaron un rastro de desaparecidos, torturados y asesinados. Sin mencionar una inflaci¨®n por las nubes y una corrupci¨®n vigorosa. Esta vez, dejar¨¢n un rastro de decenas de miles de muertos por covid-19, un n¨²mero que podr¨ªa ser considerablemente menor si el Gobierno hubiera seguido las normas sanitarias de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, mantuviera en el Ministerio de Sanidad un equipo t¨¦cnico compuesto por profesionales con experiencia en salud p¨²blica y epidemiolog¨ªa y estuviera concentrando todos sus mejores esfuerzos en construir un plan consistente para enfrentar la pandemia. Tambi¨¦n podr¨ªan llevar la selva amaz¨®nica al punto sin retorno, si se mantiene el ritmo actual de destrucci¨®n. Abrazados, claro, con los mercaderes del Centr?o, un grupo de diputados que subasta su apoyo a cambio de cargos y dinero p¨²blico, y que ya se les empieza a denominar Centr?o Verde Oliva.
Lo siento. Pero o nos erguimos ahora o pidan disculpas a sus hijos, porque sus padres son, como dir¨ªa Bolsonaro con su elegancia habitual, unos mierdas.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de Brasil, construtor de ru¨ªnas: um olhar sobre o pa¨ªs, de Lula a Bolsonaro.
Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.
Traducci¨®n de Meritxell Almarza
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.