Socialismo y libertad
De nuevo hoy el PSOE se asoma hacia el abismo. Prisionero de la pol¨ªtica err¨¢tica y oportunista del Gobierno, cualquiera podr¨ªa darle un empuj¨®n si se descuida: los dem¨®cratas conservadores o el emergente partido verde
?Libertad para qu¨¦? Esta pregunta se la o¨ª a un joven diputado del PSOE en el ¨²nico debate pol¨ªtico digno de tal nombre que he visto en las televisiones espa?olas en tiempos recientes. Hab¨ªan convocado a representantes de las juventudes de los diversos partidos a fin de demostrar que eran menos broncos, mejor educados, y m¨¢s tolerantes que sus empoderados jefes. Efectivamente esa es la impresi¨®n que dieron, restaurando a su modo el buen nombre de la pol¨ªtica y hasta el del periodismo, tan enfangados por mitineros, tertulianos y sus est¨²pidas vociferaciones. Por lo dem¨¢s, la reflexi¨®n sobre la libertad se hac¨ªa al hilo de la victoria abrumadora de Isabel D¨ªaz Ayuso en las elecciones madrile?as a las que hab¨ªa concurrido con dicho eslogan, el mismo que utiliz¨® el PSOE en los primeros comicios de la Transici¨®n espa?ola (¡°Socialismo es Libertad¡±).
?Libertad para qu¨¦? Quien as¨ª se expresaba conoc¨ªa sin duda que esta fue la interrogante planteada por Lenin hace un siglo al diputado socialista y eximio intelectual Fernando de los R¨ªos. No s¨¦ si recordaba en cambio la respuesta de este: ¡°Libertad para ser libres¡±. La libertad de ser libres es de igual modo el t¨ªtulo de un op¨²sculo de Hannah Arendt, en cuyo texto se pone de relieve que la libertad ha sido la bandera de todas las revoluciones, victoriosas o fracasadas. Pero pese a tan noble ense?a las revoluciones que ella llama distorsionadas acaban, las m¨¢s de las veces, convertidas en reg¨ªmenes desp¨®ticos. La Uni¨®n Sovi¨¦tica y sus sat¨¦lites en el pasado, Nicaragua, Cuba o Venezuela en el presente, son buen ejemplo de ello. La lucha por la libertad constituye no obstante el m¨¢s poderoso incentivo para quienes aspiran a promover cambios sustanciales en la vida de las gentes. Es un ensue?o noble cuya definici¨®n no depende del para qu¨¦ sino del por qu¨¦: la confrontaci¨®n contra un poder establecido que se considera injusto.
Viene esto a cuento de la resaca de los comicios madrile?os y la reacci¨®n de los dirigentes del PSOE y el Gobierno de S¨¢nchez tras su monumental derrota. En vez de intentar un an¨¢lisis de las causas de la misma y procurar una reflexi¨®n, se han dedicado a insultar a los electores, ridiculizar a los elegidos, y hurtarse a debatir sobre si el 5 de mayo marca o no un punto de inflexi¨®n en el devenir de la socialdemocracia espa?ola, pilar esencial hasta hace solo un par de a?os de nuestra estabilidad democr¨¢tica.
La alegaci¨®n de que lo sucedido en Madrid no es extrapolable revela el miedo y la inseguridad que permea hoy el aparato del partido, sometido hasta la irrisi¨®n a las consignas de Moncloa. Sus dirigentes parecen cada vez m¨¢s alejados de lo que en tiempos del franquismo defin¨ªamos ir¨®nicamente como la funesta man¨ªa de pensar, tan funesta que entonces te conduc¨ªa a las tinieblas exteriores. Lo mismo que ahora, pues precisamente por pensar quieren expulsar del PSOE a Joaqu¨ªn Leguina, luchador hist¨®rico contra la dictadura, con un pedigr¨ª democr¨¢tico que para s¨ª quisieran muchos en el banco azul; o a Nicol¨¢s Redondo, portador de un apellido m¨ªtico en el movimiento sindical socialista, cuyo l¨ªder no fue expulsado, que se sepa, cuando se opuso con estruendo a la reconversi¨®n industrial del Gobierno Gonz¨¢lez.
Naturalmente que lo sucedido en Madrid puede ser extrapolable al resto de Espa?a. Aunque en realidad sucede al rev¨¦s: m¨¢s bien parece la consecuencia, y no la causa, de la deriva hacia la nada de las bases del movimiento socialdem¨®crata, tanto aqu¨ª como en Europa. En nuestro caso, fue contenida t¨ªmidamente en las ¨²ltimas elecciones generales, pero de nuevo hoy el PSOE se asoma hacia el abismo. Prisionero de la pol¨ªtica err¨¢tica y oportunista del Gobierno, cualquiera podr¨ªa darle un empuj¨®n si se descuida: los dem¨®cratas conservadores o el emergente partido verde, que pugna por apartarse de comportamientos sectarios a medida que la direcci¨®n socialista se atrinchera en ellos.
Los socialdem¨®cratas europeos tienen motivos para preocuparse. En Francia, en Italia, en Grecia, sus partidos se han disuelto sin que ni siquiera nadie haya querido guardarles el luto. En Alemania su supervivencia ha sido apuntalada por la colaboraci¨®n con la democracia cristiana, pero se enfrenta ahora a la amenaza de los verdes. Hasta el labour brit¨¢nico parece desnortado frente al histrionismo de Boris Johnson. Pedro S¨¢nchez acostumbra a presumir de que el socialismo ib¨¦rico es el ¨²ltimo basti¨®n socialdem¨®crata del continente, pero debiera ser m¨¢s cauto en sus declaraciones dada la fren¨¦tica sangr¨ªa de votos que en las recientes elecciones auton¨®micas (Galicia, Euskadi, Madrid) ha experimentado; y convendr¨ªa no sobrevalorar su p¨ªrrica victoria en Catalu?a, toda vez que el partido m¨¢s votado en esos comicios fue la abstenci¨®n.
Al margen las an¨¦cdotas, tan repetidas, que ponen de relieve el apartamiento de Moncloa respecto a las preocupaciones y anhelos de los ciudadanos, conviene preguntarse sobre qu¨¦ deber¨ªa hacer ese partido para intentar recuperar su antiguo fuste. La respuesta es f¨¢cil de encontrar en su propia memoria hist¨®rica. Felipe Gonz¨¢lez anunci¨® la renuncia al marxismo del PSOE veinte a?os despu¨¦s de que lo hubiera hecho el SPD alem¨¢n. Se inauguraba as¨ª una etapa de relevancia socialdem¨®crata en la construcci¨®n de la democracia espa?ola. Aunque algunos no lo entiendan, este fue un movimiento verdaderamente revolucionario en la medida en que construy¨® un orden nuevo que encarnaba, parafraseando a Arendt, ¡°la experiencia sin igual de ser libres para emprender un nuevo comienzo¡±. Pocos a?os despu¨¦s en una revista del partido, dirigida por Jos¨¦ F¨¦lix Tezanos cuando era todav¨ªa un soci¨®logo prestigioso y no un mercenario del poder, Willy Brandt defin¨ªa con precisi¨®n y acierto la misi¨®n del socialismo democr¨¢tico: proteger los derechos humanos mediante la construcci¨®n de una sociedad abierta que combinara el ejercicio de tres derechos fundamentales: la concepci¨®n liberal de la libertad, incluida la individual; la participaci¨®n democr¨¢tica; y los derechos sociales que garanticen la igualdad (de manera urgente y prioritaria la total equiparaci¨®n social de hombres y mujeres). Sobre estos principios se construy¨® el consenso constitucional de 1978, amenazado ahora por el cainismo, la polarizaci¨®n y la incompetencia de las clases dominantes. Un desastre sanitario, econ¨®mico y social como el que venimos padeciendo representa, queramos verlo o no, una aut¨¦ntica emergencia humanitaria, tambi¨¦n en los pa¨ªses desarrollados. Por eso es tan lamentable el aberrante comportamiento que el Gobierno y el principal partido de la oposici¨®n contin¨²an protagonizando, con una cortedad de miras y un aferramiento a sus privilegios tan evidente como detestable.
El partido socialista ha sido, al menos hasta la llegada al poder de su actual equipo, un elemento esencial para la estabilidad pol¨ªtica, el progreso y la justicia social en nuestro pa¨ªs. Su debilitamiento amenaza no solo su futuro, sino el de todo el sistema y el de la izquierda pol¨ªtica en general. Sus dirigentes deben atreverse a mirarse al espejo y comprender que en realidad Madrid no ha votado tanto a favor de la derecha, como contra el autismo y la incompetencia del poder central. Frente a lo que cre¨ªa Gabilondo, el problema no era tanto este Podemos, como este PSOE, del que ¨¦l mismo ha acabado siendo v¨ªctima. Un problema de liderazgo y de convicciones morales. Para tratar de recuperar ambas cosas, y de paso el favor del electorado, deber¨ªan sus militantes escuchar a los intelectuales en vez de acusar de revisionistas a quienes no piensen como ellos. Aprender¨ªan as¨ª los m¨¢s j¨®venes el obvio significado de la libertad que hoy disfrutan gracias a gentes como Leguina, y huir¨ªan de folcl¨®ricas alusiones al libertinaje. No vayan a incurrir en id¨¦ntica concepci¨®n a la de la dictadura franquista y el integrismo cat¨®lico, cuando sus ide¨®logos reclamaban ¡°libertad, s¨ª, pero libertad para el bien¡±. El bien, claro est¨¢, definido como tal por el poder constituido.
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