No somos ¨¢rboles frutales
Una idea sustancial de Emilia Pardo Baz¨¢n, que revela valent¨ªa y audacia, se basa en no suponer la maternidad como el acontecimiento que vertebra la vida de una mujer
Para que luego digan que lo esencial es la obra y que la vida no importa. En el caso de Emilia Pardo Baz¨¢n, no puede entenderse una cosa sin otra porque su voluntad empecinada por vivir a su aire y la entrega a la literatura fueron fruto del mismo car¨¢cter apasionado. Lo que m¨¢s me admira de esta grand¨ªsima intelectual fue la magnanimidad con la que trat¨® sus propias contradicciones. No parec¨ªa sufrir por ellas, se las permit¨ªa. Su bi¨®grafa Isabel Burdiel suele contar que para escribir la vida de una mujer tan intensa hubo de enfrentarse al hecho de que estaba retratando a una escritora progresista y conservadora a un tiempo. Esa complejidad es la que convierte a do?a Emilia en una mujer fascinante. Cat¨®lica sin ser beata, carlista airada en su juventud, escandalosa para los reaccionarios, feminista que no soportaba el romanticismo o el costumbrismo pedag¨®gico al que se ve¨ªan abocadas las plumas femeninas. Amante de sus amantes. Qu¨¦ maravilla esa relaci¨®n cambiante que mantuvo con Gald¨®s. ?l la defender¨ªa siempre en los ambientes progresistas y ella en los c¨ªrculos conservadores. Lo que nos cautiva ante todo en esta revitalizaci¨®n de su figura que suponen los actos de su centenario es la bravura con la que siempre defendi¨® la igualdad de las mujeres. Fue ella el producto de una educaci¨®n inusitadamente liberal en la que, sobre todo su padre, la anim¨® a perseguir sus ambiciones y a no dejarse amedrentar por quienes reservaban para las mujeres un papel subordinado. Una idea sustancial de nuestra escritora, que revela valent¨ªa y audacia, se basa en no suponer la maternidad como el acontecimiento que vertebra la vida de una mujer: ¡°Todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un ¨¢rbol frutal que s¨®lo se cultive por la cosecha¡±. Como es f¨¢cil deducir, fue habitual tacharla de mala madre, por ser tambi¨¦n poco ternurista en los textos que dedic¨® a sus hijos.
Se me vienen a la cabeza los valerosos pensamientos de do?a Emilia leyendo estos d¨ªas la alarma que provoca la ca¨ªda en picado de la natalidad en Espa?a. En 2020 han nacido 21.411 criaturas menos que en el anterior. Puedo entender esta falta de entusiasmo colectiva para traer hijos al mundo. Solo hace falta recordar el estado de estupefacci¨®n en el que nos quedamos tantos el d¨ªa en que se paraliz¨® la actividad social y nos vimos encerrados en nuestras madrigueras. Pero el descenso de la natalidad ven¨ªa de lejos. Es curioso observar que seremos un pa¨ªs envejecido en un planeta en el que sobra gente y faltan recursos. Al hilo de esta circunstancia surge el debate. Por un lado, la idea de que si no tiene descendencia una mujer est¨¢ incompleta, a pesar de que lo retr¨®grado que esto suena expresado por escrito, mantiene su vigencia; por otro, el temor a convertirnos en un pa¨ªs de jubilados sin jovenzuelos que produzcan riqueza obliga a incluir el asunto en los programas pol¨ªticos, algunos con un tufillo rancio que apesta a los viejos premios de natalidad. Est¨¢ claro que las condiciones econ¨®micas no animan a tener hijos y que nuestro sistema de ayuda a la crianza es raqu¨ªtico comparado con pa¨ªses como Alemania, donde se favorece la conciliaci¨®n. El Estado ha de poner su parte, arropar a quien quiera procrear, pero tambi¨¦n hay que entender que las mujeres no repoblamos espacios vac¨ªos. Una joven sin hijos no tiene por qu¨¦ considerarse disminuida o sentirse frustrada. Y eso no tiene nada que ver con el ego¨ªsmo o con la banalidad. Volvemos a Pardo Baz¨¢n: no somos ¨¢rboles frutales. Lo dec¨ªa do?a Emilia que era feminista y cat¨®lica, compleja, como somos muchas, porque, se?ora Ayuso, no abortan solo las de izquierdas, no ayudan a una muerte digna solo los hijos de izquierdas. No deshumanice usted al adversario llam¨¢ndolo insensible o incluso asesino, como as¨ª hizo su asesor Miguel ?ngel Rodr¨ªguez con el doctor Montes, y le sali¨® caro.
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