Casa abierta de puertas cerradas
Portugal no crece, corre el riesgo de quedarse atr¨¢s entre sus socios europeos. Y ¡®el idiota¡¯ en forma de coronavirus est¨¢ provocando un enfrentamiento ideol¨®gico que no se daba desde hace mucho entre los portugueses
Mi vida es el mar abril la calle
Mi interior es una atenci¨®n vuelta hacia afuera
Sophia de Mello Breyner Andresen
Cualquiera que est¨¦ familiarizado con la literatura conoce el poder magn¨¦tico que ejerce la figura del necio en el curso de la acci¨®n. Basta recordar el poder abrumador del pr¨ªncipe Mishkin. El comportamiento inusual y la bondad del protagonista de El idiota, concebido por Dostoievski, obliga a sus familiares, a la mujer que ama y a sus amigos a revelar caracteres y comportamientos que de otro modo habr¨ªan quedado desva¨ªdos bajo el efecto alisador de la normalidad. En cierto modo, el coronavirus de los ¨²ltimos dieciocho meses ha funcionado como el idiota universal y malvado que obliga a cada uno de nosotros, a cada naci¨®n y a cada pa¨ªs, a mirarse al espejo y a revelarse como ninguna de las crisis recientes lo hab¨ªa hecho hasta ahora.
Como es bien sabido, ha habido de todo, empezando por enfrentamientos entre pa¨ªses, que acaparaban lo que pod¨ªan, en un admirable juego de intereses, afirmando como principio dominante el ego¨ªsmo sagrado de las naciones. Y muchas m¨¢s cosas. Robos de mascarillas, desv¨ªo de respiradores, rid¨ªculas carreras por ser los primeros en ¨ªndices de vacunaci¨®n, dificultades para compartir conocimientos, espionaje, fanfarronadas sobre m¨¦todos para lograr la inmunidad de grupo, negacionismos absurdos de algunos jefes de Estado. En ¨²ltima instancia, el coronavirus, en su papel de idiota, transform¨® el planeta en un enorme escenario donde cada uno se exhib¨ªa para revelar su car¨¢cter ¨ªntimo a trav¨¦s de la actuaci¨®n p¨²blica.
Afortunadamente, la Europa comunitaria, acusada de ingenuidad, incapacidad y lentitud, ha llegado al momento actual con las cuentas en regla. Y pensar que, en los ¨²ltimos d¨ªas de 2019, cuando sospech¨¢bamos que las vacunas solo ser¨ªan para unos pocos y que cada ciudadano tendr¨ªa que pag¨¢rselas, dejando de lado a los m¨¢s pobres, muchos firmamos documentos reivindicando que fueran gratuitas y universales. Era como si firm¨¢ramos un manifiesto contra una desigualdad que nos parec¨ªa inevitable. Al final, no fue necesario. La ciencia, la tecnolog¨ªa, la medicina y la conciencia de que somos un solo pueblo sobre la Tierra, hicieron lo que deb¨ªa hacerse. Ahora que todas las heridas siguen abiertas, no hay sem¨¢ntica posible para el elogio, pero sin duda, en un d¨ªa no muy lejano, la forma en la que se ha universalizado la lucha y en la que est¨¢n avanzando los pa¨ªses hacia la solidaridad con regiones sin recursos, si llega a concretarse, ser¨¢ saludada como uno de los logros que recordaremos de este dif¨ªcil presente nuestro. Y en ese ¨¢mbito, el de compartir y el del entendimiento fronterizo, Espa?a y Portugal, salvo algunos sobresaltos, hasta ahora se han entendido bien.
Nosotros, aqu¨ª de este lado del Atl¨¢ntico, obligados por el idiota universal, tambi¨¦n hemos subido al escenario para representar nuestro momento de singular relevancia. Hay rasgos particulares que definen estos d¨ªas portugueses en los que registramos, una vez m¨¢s, la segunda tasa de contagios m¨¢s alta de Europa. La explicaci¨®n de tanta monta?a rusa no resulta convincente. Fuentes oficiales aseguran que la presencia de la variante delta proviene de contagios tra¨ªdos por emigrantes del Este. Dicen que es una explicaci¨®n cient¨ªfica, pero suena a diplom¨¢tica. Como muchos predijeron, los turistas del Reino Unido, en parte asociados a lamentables episodios vinculados al f¨²tbol, hacen que la poblaci¨®n se?ale con el dedo a las Islas Brit¨¢nicas.
Por su geograf¨ªa, Portugal es un pa¨ªs atl¨¢ntico, abierto a amplios espacios, a m¨²ltiples culturas, con una intensa transacci¨®n cultural con los continentes de ultramar, y en eso tiene evidentes paralelismos con el Reino Unido. Pero en este actual juego de ego¨ªsmos nacionales y complejos de supremac¨ªa, Boris Johnson ha tratado a Portugal de forma incomprensible. Ello, como una de las muestras del malestar portugu¨¦s en estos d¨ªas, nos recuerda que, a lo largo de la historia, nuestro aliado m¨¢s antiguo, siempre que ha podido, ha tratado a menudo a Portugal como su mozo de cuadra. De este lado no s¨¦ si hay resentimiento, pero yo dir¨ªa que al menos hay resquemor. Oficialmente est¨¢ oculto, pero entre la poblaci¨®n, que convive a diario con brit¨¢nicos, turistas y residentes, apenas se disimula. Con todo, es un problema menor para los portugueses que se enfrentan a la covid en estos d¨ªas. El pa¨ªs que se defini¨® a s¨ª mismo como la costa oeste de Europa tiene las puertas cerradas.
El principal problema que se vislumbra en el horizonte para el pr¨®ximo oto?o tiene perfiles inc¨®modos. Es el fantasma del endeudamiento, asociado a la mala evoluci¨®n de la econom¨ªa. Portugal no crece, corre el riesgo de quedarse atr¨¢s entre sus socios europeos. Y el idiota en forma de coronavirus est¨¢ provocando un enfrentamiento ideol¨®gico que no se daba desde hace mucho entre los portugueses. Por un lado, nuestro atraso todav¨ªa se interpreta como una herencia de la ¨¦poca del Estado Novo, que fue derrocado hace m¨¢s de 47 a?os, lo cual es incomprensible. Para otros, en cambio, las dificultades est¨¢n ligadas con la deriva socialista de los gobiernos de izquierda, e invocan a su favor el crecimiento puntual que se produjo en alg¨²n momento de la ¨¦poca de Salazar. El enfrentamiento ha sido esclarecedor. Pero la discusi¨®n no esconde que, si bien hay algo de verdad respecto a algunos avances de la dictadura, sobre esta ret¨®rica pesa un fuerte deseo de blanquear las acciones del dictador. Por encima de todo, coincide con la necesidad de la nueva derecha de aproximarse a la extrema derecha, que hace tres a?os se revel¨® en bloque, sorprendiendo a muchos.
No hab¨ªa razones para la sorpresa. Esta siempre ha estado oculta en las tripas de la democracia portuguesa, simplemente no hab¨ªa encontrado la forma de revelarse. Ahora la ha hallado y ah¨ª est¨¢ con todos los condimentos t¨ªpicos de los partidos de extrema derecha europeos. Con toques de trumpismo resiliente. Y el problema es que la covid proporciona le?a seca para esta hoguera. El lenguaje se descompone. Las palabras llegan cargadas de odio, como si entre la agresi¨®n verbal y la agresi¨®n f¨ªsica solo hubiera una cerilla. ¡°Abajo la derecha blandita¡±, grita la derecha dura. Recientemente, durante una manifestaci¨®n extremista, se colgaron sogas con nudos en la puerta del Tribunal Constitucional de Lisboa, en una r¨¦plica de la horca erigida el 6 de enero alrededor del cuello de Mike Pence, frente al Capitolio. ?Que estos activistas son solo unos pocos cientos de personas? Es cierto. Pero ocupan un espl¨¦ndido espacio medi¨¢tico. Y, por encima de todo, contaminan el discurso de los partidos conservadores y liberales moderados. Leer lo que escriben los extremistas en las redes sociales es como pedir permiso para entrar en una carnicer¨ªa.
Pero esto es solo el ruido de los d¨ªas.
Porque el gran idiota planetario est¨¢ acelerando un cambio que solo puede conducir a un mundo m¨¢s justo. Al margen de tanta algazara, la presidencia portuguesa del Consejo de Europa, que acaba de finalizar, ha de considerarse un ¨¦xito. Y hay espacios serenos para hacer prevalecer, junto a los j¨®venes, la importancia de la cohesi¨®n social y el significado de la econom¨ªa verde. E incluso en materia de transici¨®n digital, existen foros y p¨¢ginas de peri¨®dicos que llaman la atenci¨®n sobre el valor de la cultura, la lectura, la literatura, el arte y la po¨¦tica para que podamos sobrevivir en el futuro como hermanos. Si esto prevalece de aqu¨ª en adelante, ninguna puerta seguir¨¢ cerrada.
L¨ªdia Jorge es escritora portuguesa, premio FIL de Guadalajara (M¨¦xico).
Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.