La raz¨®n al servicio de la identidad
Hoy, en el debate p¨²blico, parece ir primero la adhesi¨®n identitaria a cualquier argumento
Vivimos en una ¨¦poca de exacerbaci¨®n de las identidades, las cuales se oponen, por no verse representadas, al universalismo propuesto por la Ilustraci¨®n. Suele arg¨¹irse que los postmodernos tienen la culpa de este esencialismo de nuevo cu?o, aunque lo cierto es que se trata de un viejo problema. Joseph de Maistre, te¨®rico pol¨ªtico y m¨¢ximo representante del pensamiento contrarrevolucionario, dec¨ªa con sorna en sus Consideraciones sobre Francia: ¡°Durante mi vida, he visto franceses, italianos, rusos, etc¨¦tera; s¨¦ incluso, gracias a Montesquieu, que se puede ser persa: pero, en cuanto al hombre, declaro no haberlo encontrado en mi vida; si existe, es en mi total ignorancia¡±.
Cuando De Maistre declara no conocer a ning¨²n hombre, est¨¢ criticando ese universalismo por el que todos los seres humanos compartimos algo al margen de nuestra identidad: la raz¨®n. Es tambi¨¦n, y en consecuencia, una cr¨ªtica a que las sociedades y sus leyes deban tener fundamentos racionales, sin apoyarse en ning¨²n particularismo. Y es que, como ense?a el fil¨®sofo Carlos Fern¨¢ndez Liria, hacer una legislaci¨®n desde la raz¨®n significa crearla desde un sitio donde todos estamos de acuerdo, valga la redundancia, por raz¨®n, por absoluta necesidad. Desde esta concepci¨®n, la raz¨®n es una ley muy especial, porque no se debe a la autoridad de alguien sino, y por su propia autolegitimaci¨®n, a la autoridad de nadie.
Sin embargo, lo que en la teor¨ªa resulta tan claro como un teorema, en la pr¨¢ctica desemboca en el desastre. La atribuci¨®n de superpoderes a la facultad racional nace con muchos problemas. No son s¨®lo los antiilustrados quienes los se?alan, sino tambi¨¦n los propios padres de la Modernidad. La obra fundamental de Immanuel Kant se llama, precisamente, Cr¨ªtica de la raz¨®n pura, y en ella se nos dice que la raz¨®n es limitada y que adem¨¢s sirve a cualquier amo. Con ella, es posible argumentar una tesis y su contraria, y las posibilidades de que desemboque en despotismo y dogmatismo son muy altas. El gran pensador de K?nigsberg no tiene m¨¢s remedio que postular a Dios, es decir, a un autor del mundo sabio, santo y justo como horizonte moral en su Cr¨ªtica de la raz¨®n pr¨¢ctica.
El descr¨¦dito fundamental de esta cosmovisi¨®n que, con ra¨ªces en el idealismo plat¨®nico, se inaugura con la toma de la Bastilla un 14 de julio de 1789, viene por el uso espurio del universalismo. S¨®lo hubo un universal: el hombre blanco occidental, y los derechos humanos funcionaron sobre todo cuando se era un ciudadano norteamericano, o europeo, con el color de piel adecuado. O con el dinero suficiente.
Los lodos de aquellos barros se hacen notar ahora muy especialmente en Francia, que es tambi¨¦n la cuna de la Postmodernidad. El pa¨ªs de la Libert¨¦, ?galit¨¦, Fraternit¨¦ tiene a Le Pen a punto de gobernar. Tambi¨¦n unos guetos mundialmente conocidos y demonizados, las banlieue, donde no hay igualdad, ni fraternidad ni libertad, sino pobreza y problemas sociales end¨¦micos aderezados con vigilancia policial y cacheos arbitrarios debido a la amenaza islamista. En las banlieue viven, sobre todo, franceses con or¨ªgenes en las excolonias, que en su mayor¨ªa no son blancos.
Tambi¨¦n la militancia se hace desde trincheras identitarias y con discursos no universalistas, como el de Houria Bouteldja, representante de un partido llamado, muy combativa y significativamente, el Partido de los Ind¨ªgenas de la Rep¨²blica, descendiente de un movimiento del mismo nombre que lucha contra la islamofobia y la invisibilizada discriminaci¨®n racial de los suburbios franceses. Bouteldja est¨¢ incluso en contra de principios que el feminismo occidental considera indiscutibles. ¡°Mi cuerpo no me pertenece¡±, afirma en su manifiesto decolonial Los blancos, los jud¨ªos y nosotros. ¡°Ning¨²n magisterio moral me har¨¢ asumir una consigna para y por feministas blancas. Yo pertenezco a mi familia, a mi clan, a mi barrio, a mi raza, a Argelia, al islam.¡± A este respecto, y en un sentido radicalmente contrario, la escritora espa?ola de origen marroqu¨ª Najat el Hachmi denuncia en otro manifiesto, Siempre han hablado por nosotras, que tras vencer al racismo biologicista, el activismo anticolonial niega la aplicaci¨®n del discurso feminista a cualquier realidad: ¡°Si eres negra, para aqu¨ª; si eres musulmana, para all¨¢; si eres blanca, m¨¢s vale que te calles porque eres una privilegiada que somete a las dem¨¢s mujeres¡±.
En el debate p¨²blico, parece ir primero la adhesi¨®n identitaria a cualquier argumento para que nuestra tribu nos identifique, y la Modernidad y Postmodernidad se presentan como perspectivas contrarias e irreconciliables cuando, en verdad, son interdependientes y, en su interminable dial¨¦ctica, corrigen sus excesos.
?Qu¨¦ es la Ilustraci¨®n?, se pregunt¨® Michel Foucault en un libro hom¨®nimo que es toda una declaraci¨®n de intenciones. Para este pensador, la Ilustraci¨®n ser¨ªa el examen permanente de lo que somos, rechazando el chantaje intelectual o pol¨ªtico de estar a favor o en contra de la raz¨®n (de la Modernidad). Y es que s¨®lo desde ah¨ª puede volver a ser viable un proyecto com¨²n genuinamente fraterno, igualitario y libre.
Elvira Navarro es escritora. Su ¨²ltimo libro es La isla de los conejos (Random House).
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