La identidad nacional
La identidad a la que se refieren los identitarios no es otra cosa que la infancia. Pero los grupos humanos cambian
Medio mundo se ha re¨ªdo o abochornado con la frase que solt¨® el presidente de Argentina, Alberto Fern¨¢ndez, ante el espa?ol Pedro S¨¢nchez. Eso de que los mexicanos vienen de los indios; los brasile?os, de la selva, y los argentinos, de los barcos procedentes de Europa. Una iron¨ªa del mexicano Octavio Paz fue simplificada en una canci¨®n por Litto Nebbia y de ah¨ª lleg¨®, en cita textual, a los labios presidenciales. El pobre Fern¨¢ndez no deja de pedir disculpas desde el mi¨¦rcoles, e incluso ha presentado un texto de descargo ante el Instituto Nacional contra la Discriminaci¨®n, la Xenofobia y el Racismo.
En suma, un episodio bastante rid¨ªculo. Suele terminar as¨ª cualquier incursi¨®n en el jard¨ªn proceloso de las procedencias e identidades colectivas, en especial cuando se habla de las ajenas. ?Qu¨¦ pasar¨ªa si yo dijera ahora que los argentinos muestran cierta propensi¨®n a meterse en esos jardines? No lo digo, por supuesto.
Si ya es dif¨ªcil delimitar el concepto de ¡°identidad¡± en una persona, imag¨ªnense en una sociedad entera. La pulsi¨®n identitaria es uno de los efectos secundarios de las construcciones nacionales, porque en ellas se requiere definir de alguna forma c¨®mo somos ¡°nosotros¡± para distinguirnos de ¡°ellos¡±, los de otras naciones. Cuanto m¨¢s reciente es una naci¨®n, m¨¢s severos los efectos secundarios. Cuanto m¨¢s nacionalista es quien se adentra en el terreno pantanoso del ¡°nosotros¡± y ¡°ellos¡±, m¨¢s absurdos suenan sus argumentos.
Ese es un problema con el que deben manejarse los hoy pujantes movimientos pol¨ªticos identitarios. ?C¨®mo autodefinirse colectivamente? Para evitar sonrojos, la nueva derecha de la ¡°identidad¡± tiende a cargar el peso de la prueba sobre ¡°ellos¡±, ¡°los otros¡±, los extranjeros, los inmigrantes, los que no son ¡°nosotros¡±, los que amenazan nuestra supuesta esencia. La xenofobia constituye el recurso f¨¢cil. El asunto resulta m¨¢s complejo cuando un r¨¦gimen nacionalista e identitario asume el poder.
En Espa?a tenemos un buen ejemplo con la dictadura de Francisco Franco. Su argumento de base consist¨ªa en que la Espa?a franquista era lo contrario de la ¡°anti-Espa?a¡±, fuera lo que fuera eso. A partir de ah¨ª, hab¨ªa que entrar en lo abstracto. En las monedas pon¨ªa que Espa?a era ¡°una, grande y libre¡±. Bueno. Pero en cuanto se lanzaba, el franquismo alcanzaba deliciosos niveles de abstracci¨®n conceptual. Espa?a era ¡°una unidad de destino en lo universal¡±. Desentra?en eso.
La identidad a la que se refieren los identitarios no es otra cosa, en el fondo, que los recuerdos de infancia. Como casi todo. El paisaje geogr¨¢fico y humano con el que se familiarizaron. Por m¨¢s que se desee que ese paisaje no cambie jam¨¢s, cambia. Los grupos humanos cambian continuamente. Quienes se empe?an en que Espa?a (o Francia, o Argentina, o Brasil, o cualquier otro pa¨ªs) es blanca, cat¨®lica y heredera directa de yo qu¨¦ s¨¦ qui¨¦n, s¨®lo tienen que salir a la calle y mirar.
En la extensa explicaci¨®n con la que el pobre Fern¨¢ndez intent¨® salvar la cara y dar por resuelta la metedura de pata, acab¨® diciendo que Argentina es ¡°resultado de un di¨¢logo entre culturas¡±. Eso equivale a no decir gran cosa y es lo correcto: cuanto menos se diga sobre un asunto tan inefable, mejor.
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