Contar la verdad
Colombia ha asistido a varios intentos de maquillar el pasado de la guerra que vivi¨®, algo muy significativo porque las mentiras y las preguntas sin respuesta tambi¨¦n forman parte del legado del conflicto
Hace un a?o, los colombianos asist¨ªamos ¡ªcon fascinaci¨®n y tambi¨¦n con disgusto¡ª a varios intentos por maquillar el pasado de nuestra guerra. Mientras la nueva encarnaci¨®n de las FARC negaba una de sus pr¨¢cticas m¨¢s obscenas, el reclutamiento de menores, la derecha pol¨ªtica m¨¢s poderosa les quitaba importancia a los cr¨ªmenes del ej¨¦rcito, los llamados falsos positivos, responsabilizando a algunas manzanas podridas de lo que se revelar¨ªa poco despu¨¦s como una pr¨¢ctica sistem¨¢tica y nos arrojar¨ªa a la cara la cifra atroz de 6.402 v¨ªctimas. No hab¨ªa en aquello nada nuevo, por supuesto. En octubre de 2008, enfrent¨¢ndose a las revelaciones todav¨ªa frescas de aquellos asesinatos, el Gobierno del presidente Uribe se quit¨® de encima a los j¨®venes muertos con una insinuaci¨®n infame: ¡°No estar¨ªan recogiendo caf¨¦¡±.
?Por qu¨¦ importa esto? La persistencia de las mentiras y la proliferaci¨®n de las preguntas sin respuesta forman parte del legado de la guerra tanto como los mismos cr¨ªmenes, y muchas veces representan una herida psicol¨®gica capaz de causar sufrimientos sin cuento. Cualquiera que haya entrado en contacto con los testimonios de las v¨ªctimas conoce el efecto reparador que tiene el hecho simple de contar las heridas, ver su relato recogido por una instituci¨®n leg¨ªtima y sentir que, gracias al relato recogido, su dolor recibe el reconocimiento de la comunidad. Las sociedades en posconflicto tienen que enfrentarse siempre a varias contradicciones, pero una de las m¨¢s dif¨ªciles es sin duda esta: recordar el pasado, y hacerlo con precisi¨®n y sin censura, es la ¨²nica forma eficaz de comenzar el olvido. Es una de las paradojas de la violencia: para olvidar el da?o, nuestra primera tarea es recordarlo correctamente.
Pero esto es a¨²n m¨¢s dif¨ªcil de lo que parece. Las evasiones y la negaci¨®n, la ofuscaci¨®n o el franco ocultamiento, y sobre todo el olvido deliberado ¡ªes decir, todos los mecanismos con los cuales una sociedad, por boca de quien sea, desconoce el sufrimiento de un ser humano¡ª, le roban a quien lo ha padecido una parte importante de lo que necesita para comenzar una sanaci¨®n posible. Y, puesto que un conflicto civil es tambi¨¦n el enfrentamiento de varias maneras de contar el mundo, establecer una verdad en la que todos puedan reconocerse se convierte en un requisito indispensable de cualquier promesa de avenencia, por imperfecta que sea. Es aqu¨ª donde cobran importancia las comisiones investigativas que han surgido con frecuencia despu¨¦s de conflictos como el colombiano, tan antiguos y degradados que toda violencia parece ser la respuesta a una violencia previa.
Nuestros acuerdos de paz, por supuesto, han producido una de esas instituciones: la Comisi¨®n de la Verdad. La encabeza el padre Francisco de Roux: un fil¨®sofo y sacerdote jesuita que, como tantas de las personas m¨¢s valiosas de mi pa¨ªs, recibe con frecuencia las calumnias y los ataques de los miembros m¨¢s radicales del partido de gobierno. La Comisi¨®n tiene desde 2016 la misi¨®n ardua de averiguar, hasta donde lo permite nuestra capacidad limitada de escudri?ar en el pasado, la verdad sobre la guerra, y pronto tendr¨¢ la tarea ingrata de contarnos a los colombianos los resultados de sus averiguaciones. Digo que su tarea es ingrata porque el relato que produzcan, previsiblemente, no dejar¨¢ contento a nadie. Pero justamente por eso sabremos que han hecho bien su trabajo. Igual que ning¨²n acuerdo de paz, ning¨²n relato de la guerra satisface a todos; si lo hiciera, ser¨ªa un mal relato de la guerra, un mal acuerdo de paz. Seg¨²n una encuesta de 1998 en Sud¨¢frica, dos terceras partes de los sudafricanos cre¨ªan que la Comisi¨®n para la Verdad y la Reconciliaci¨®n hab¨ªa empeorado las relaciones raciales. Tampoco creo posible que la comisi¨®n colombiana, actuando en medio de la polarizaci¨®n y la discordia, enfrentada a poderosas campa?as de desprestigio que no distan mucho del asesinato moral, provoque nada parecido a la unanimidad. En la vida pol¨ªtica colombiana es m¨¢s cierto que nunca el viejo mantra del pesimismo: ninguna buena acci¨®n queda impune.
Hace unas semanas habl¨¦ con Luc¨ªa Gonz¨¢lez, una de las integrantes de la Comisi¨®n de la Verdad. Quer¨ªa saber qu¨¦ hab¨ªa descubierto ella en estos cuatro a?os de investigaciones en el relato colectivo de un pa¨ªs tan roto como el nuestro. Lo primero que hizo Luc¨ªa fue hablarme de nuestra dif¨ªcil relaci¨®n con la memoria. ¡°Es una tarea muy importante¡±, me dijo. ¡°Y no me refiero a los esfuerzos de memoria que hacen las instituciones p¨²blicas, los organismos que hemos creado para eso; me refiero a lo que ha pasado en los barrios y en las comunidades. Ahora, cinco a?os despu¨¦s de la firma de los acuerdos, es muy raro encontrar una comunidad que no haya hecho un ejercicio de memoria. El problema es que m¨¢s arriba, entre quienes toman las decisiones, no hay nada parecido. No hay intentos por reconocer la historia entre quienes nos gobiernan. La dificultad de di¨¢logo que tenemos ahora viene tambi¨¦n de eso: es muy dif¨ªcil dialogar con quien no conoce la historia¡±.
Mientras tanto, la Comisi¨®n se ha convertido en un espacio donde otros di¨¢logos son posibles, donde salen a la luz revelaciones importantes y donde verdades inc¨®modas pasan a formar parte de nuestro conocimiento colectivo. Solo los m¨¢s c¨ªnicos ¡ªaunque cierto cinismo, viejo mecanismo de defensa contra dolores extremos, siempre me ha parecido comprensible¡ª niegan hoy el valor que tiene para una sociedad desgarrada ver a los victimarios pedir perd¨®n, y a las v¨ªctimas, concederlo o negarlo o incluso refugiarse en un silencio soberano. Los l¨ªderes de la antigua guerrilla, que durante a?os justificaron el injustificable crimen del secuestro, han pasado por la Comisi¨®n para reconocer el horror y pedir perd¨®n; los paramilitares han pasado por la Comisi¨®n para reconocer su responsabilidad en asesinatos oscuros y enfrentar a los familiares de las v¨ªctimas. ¡°Todo eso va sumando¡±, me dijo Luc¨ªa Gonz¨¢lez.
Creo que tiene raz¨®n. En ausencia de las reparaciones m¨¢s satisfactorias que habr¨¢n de venir despu¨¦s, lo m¨ªnimo que tienen derecho a esperar las v¨ªctimas de la violencia es la verg¨¹enza de los perpetradores; y eso solo comienza a ser posible cuando los cr¨ªmenes quedan a la vista de todos, cuando se hacen p¨²blicos y entran a ser parte del relato que todos aceptamos. De eso se trata, finalmente. En un viejo ensayo sobre justicia transicional, Wole Soyinka dec¨ªa, hablando (nuevamente) del conflicto sudafricano, que las f¨®rmulas adoptadas para lograr la pacificaci¨®n de un territorio no pueden nunca destruir ese pilar de la vida social que es la responsabilidad; dec¨ªa tambi¨¦n que la mitigaci¨®n de la venganza tiene una sola raz¨®n de ser: animar a los actores a que digan la verdad. ?Ser¨¢ esto posible en el caso colombiano? No lo s¨¦. Pero esto creo saberlo: todos los que intentan que as¨ª sea merecen nuestro apoyo.
Juan Gabriel V¨¢squez es escritor. Su ¨²ltima novela se titula Volver la vista atr¨¢s (Alfaguara).
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