Bailarina
Nos golpean los rigores de estar en el lado chungo de las brechas de desigualdad y echamos el bofe para suturarlas. Menos mal que no somos negras
En estas columnas salom¨®nicas ¡ªpor su condici¨®n curvil¨ªnea y sus significados retru¨¦cano¡ª hemos comentado los cuentos de Andersen. Un, dos tres, responda otra vez, La sirenita, La reina de las nieves, Pulgarcita, m¨¢s aventurera huyendo de los sapos, pero que termina cas¨¢ndose con un pr¨ªncipe. Historias que colocan a las mujeres en situaciones tan terribles que a veces se experimenta la tentaci¨®n de leerlas como contraejemplo y denuncia de la alienaci¨®n sentimental; la crueldad aprendida; el arte como tab¨² para mujeres que, por querer volar o bailar o amar, son brutalmente penalizadas. Hans Christian nunca habr¨ªa sospechado que Las zapatillas rojas pudiera interpretarse como profec¨ªa de los golpes asestados a las mujeres por el capitalismo. Alkibla public¨® una bella r¨¦plica revolucionaria del relato firmada por Bel¨¦n Gopegui. Yo quiero contar el cuento de otra forma porque el texto de Andersen se cruza con otros textos y otras realidades.
El destiempo es un modo de acci¨®n pol¨ªtica. Estas declaraciones, que la compositora Clara Peya realiz¨® para El Pa¨ªs Semanal hace semanas, describen su relaci¨®n patol¨®gica con el trabajo: ¡°No me veo bajando el ritmo de producci¨®n, porque estoy en crisis de edad y pienso que, si ahora lo bajo, luego ser¨¦ mayor y no me querr¨¢n en los escenarios. Adem¨¢s, cuando no tengo el ritmo alto me siento vac¨ªa. En el fondo, soy una r¨¦plica del sistema¡±. Ritmo de producci¨®n, crisis de edad, imposibilidad de decir no. Miedo contra el sistema desde muy dentro del sistema. Recreamos la validez de la met¨¢fora de los caballos de Troya, pero somos yeguas. Engordamos a la bestia y hacemos autocr¨ªtica. Peya tiene 35 a?os. A los 50 sentir¨¢ lo mismo con m¨¢s temblor: me identifico con esa voracidad por la ocupaci¨®n del espacio que genera fatiga y ansiedad, y a la vez, cuando el movimiento cese, hace que vuelva el hambre. El movimiento perpetuo que te mata da sentido a tu vida. No sabemos ser asc¨¦ticas: el calambre se justifica por el miedo a la invisibilidad y la consiguiente precariedad vital y econ¨®mica. Yo tambi¨¦n me siento una r¨¦plica del sistema en mis conatos de disidencia. Me salen ampollas en los pies y la hiperactividad se multiplica porque, al igual que Peya, no soy hombre blanco ni jefe de la tribu. Mi feminidad es normativa, la de Peya no, pero nos golpean los rigores de estar en el lado chungo de las brechas de desigualdad y echamos el bofe para suturarlas. Menos mal que no somos negras y nos hemos desclasado a trav¨¦s de la cultura y tenemos garantizado cierto nivel de subsistencia que, da?inamente, nos tapa la boca a la hora de quejarnos. Por m¨ª y por todas mis compa?eras. No podemos perder comba. Nunca seremos lo suficientemente mayores y pronto seremos demasiado viejas. Los relojes funcionan vertiginosamente y el olvido, no ya de los rostros ¡ªtodos son el rostro de mi amo¡ª, depositar¨¢ una capa de polvo sobre lo que fuimos capaces de construir: es necesario satisfacer la glotoner¨ªa de la maquinaria de producci¨®n y consumo que reduce a moda cualquier pretensi¨®n cultural. Simone Biles est¨¢ ah¨ª ¡ªen el modo ultraacelerado de la alta competici¨®n¡ª y est¨¢ ah¨ª, pero peor, la camarera temporal con sus 500 euros y su darse de alta en aut¨®nomos. Est¨¢n ah¨ª igual y de una forma diferente a nosotras que seguiremos danzando, malditas y en puntas, con las zapatillas rojas apret¨¢ndonos los pies.
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