Cosmopolitismo: un proyecto irrenunciable
Hay nuevas razones para reconocer la interdependencia como la mejor opci¨®n para enfocar los problemas desde la defensa de los derechos humanos y la afirmaci¨®n de la libertad, ¨¦tica y pol¨ªtica
La entrada de los talibanes en Afganist¨¢n, la retirada de las tropas occidentales y los atentados en el aeropuerto de Kabul han conformado por el momento el m¨¢s reciente episodio de una historia que tiene terribles consecuencias para el pueblo afgano, muy especialmente para los colaboradores con pa¨ªses extranjeros y para las mujeres. Es un reto urgente para la comunidad internacional intentar evitar ese sufrimiento, crear un pasillo humanitario, continuar con las evacuaciones, acoger a los refugiados, entrar en interlocuci¨®n con los talibanes y ayudar desde dentro del pa¨ªs a una posible democratizaci¨®n.
Por si faltara poco, esta situaci¨®n, que es la cr¨®nica de una muerte anunciada, tiene unas repercusiones geopol¨ªticas que se ven¨ªan perfilando desde hace d¨¦cadas. Si en los a?os setenta del siglo XX se fue produciendo lo que Huntington llam¨® la ¡°tercera ola de la democratizaci¨®n¡±, en la que Espa?a se incluy¨®, y que dio a luz nuevas democracias y consolid¨® las existentes, en los noventa se inici¨® un proceso de recesi¨®n democr¨¢tica que se acelera vertiginosamente. En el actual orden mundial se van imponiendo potencias autocr¨¢ticas, como China, Rusia o Turqu¨ªa, y van perdiendo fuerza las democr¨¢ticas, como Estados Unidos y la Uni¨®n Europea.
Es inevitable preguntar qu¨¦ debemos hacer en este marco, si queremos que los valores ¨¦ticos con los que dice comprometerse Occidente y que tiene en com¨²n con buena parte de la humanidad, tengan fecundidad y eficacia en el presente y en el futuro y se incorporen en instituciones jur¨ªdicas y pol¨ªticas. Si queremos que sean efectivos. Una opci¨®n es recurrir a esa tradici¨®n secular, que naci¨® en Grecia, con los estoicos y los c¨ªnicos, permaneci¨® a lo largo de la historia con distintos ropajes y desde los a?os noventa del siglo XX cobr¨® de nuevo un especial vigor. Es la tradici¨®n cosmopolita, que no es s¨®lo occidental.
El cosmopolitismo entiende con acierto que todos los seres humanos pertenecen a dos comunidades, una en la que han nacido contingentemente y que forma parte de su identidad pol¨ªtica; otra, a la que pertenecen como ciudadanos del mundo por estar dotados de raz¨®n y emoci¨®n. La primera se construye sobre la discriminaci¨®n entre los de dentro y los de fuera; la segunda no establece distinciones, es radicalmente inclusiva.
En el siglo XVIII cobr¨® un especial vigor precisamente por las razones que ahora reclaman proponerla una vez m¨¢s como hoja de ruta. Poner fin a las guerras s¨®lo es posible erradicando sus causas, y construir una sociedad de ciudadanos del mundo posibilita resolver los conflictos a trav¨¦s del derecho, la ¨¦tica y la pol¨ªtica. Yendo m¨¢s all¨¢ del derecho internacional, es preciso proteger a las personas concretas y no s¨®lo ocuparse de los pueblos. Y en este contexto la hospitalidad, la acogida de cuantos lo necesitan es una exigencia ¨¦tica, legal y pol¨ªtica. Por otra parte, esto no era un sue?o. La experiencia de que ya se estaban creando entre las naciones lazos amistosos y jur¨ªdicos era una prueba de que esa comunidad mundial es posible. Ir democratizando los distintos pa¨ªses y construyendo una comunidad mundial ser¨ªa el empe?o.
Hoy esas mismas razones, junto a otras nuevas, hacen del proyecto cosmopolita la mejor opci¨®n para enfocar los problemas desde la defensa de los derechos humanos y la afirmaci¨®n de la libertad, ¨¦tica y pol¨ªtica, y desacreditan los nacionalismos y los populismos miopes, encerrados sobre s¨ª mismos, que han cobrado una fuerza renovada. Cuando lo cierto es que la interdependencia constituye a las personas y a los pa¨ªses.
Ciertamente, reconocer esa interdependencia ha llevado una vez m¨¢s con la pandemia a comprender que ning¨²n pa¨ªs lleva adelante su vida en solitario. El cambio clim¨¢tico, el desaf¨ªo de las sindemias, la sostenibilidad de la naturaleza instan a proponer como m¨¢xima de la acci¨®n el apoyo mutuo de los viejos anarquistas. Como dir¨ªa Kant, hasta un pueblo de demonios, de seres sin sensibilidad moral, comprender¨ªa que es preciso optar por la cooperaci¨®n, y no por el conflicto, con tal de que tengan inteligencia.
Sin embargo, tragedias cotidianas como la de Afganist¨¢n y el posicionamiento estrat¨¦gico de las grandes potencias parecen desmentir rotundamente la viabilidad del cosmopolitismo, incluso el progreso de la democracia liberal-social, porque es evidente que la interdependencia es asim¨¦trica. ?No es entonces el cosmopolitismo una enso?aci¨®n de fil¨®sofos ingenuos y de activistas de la paz, falsado por la implacable realidad un d¨ªa tras otro? ?No es un utopismo?
No, no lo es en absoluto, afortunadamente, sino la mejor respuesta a la pregunta decisiva: ?hacia d¨®nde queremos ir quienes estamos convencidos de que todos los seres humanos, sin exclusi¨®n, pertenecen a la vez a una comunidad pol¨ªtica determinada y a una comunidad humana, que trasciende todas las barreras ¨¦tnicas, ling¨¹¨ªsticas, de orientaci¨®n sexual, religiosas y nacionales, y que no se construye prescindiendo de esas peculiaridades, sino desde ellas?
Esa comunidad ya se va gestando, entre otras razones, porque, a pesar de los pesares, no es un proyecto s¨®lo de Occidente.
En el impactante libro de 2007 Mil soles espl¨¦ndidos el escritor de origen afgano Khaled Hosseini contaba una espl¨¦ndida par¨¢bola de su pa¨ªs natal, que hoy vuelve inevitablemente a la memoria. Es la historia tr¨¢gica y a la vez esperanzada de dos mujeres de extracci¨®n social muy diferente, Mariam y Laila, obligadas por la entrada de los talibanes en 1996 a casarse con un hombre cruel y arbitrario. La enemistad inicial entre ellas se convierte en apoyo mutuo y complicidad frente al var¨®n por salvar a la hija de Laila. Es una historia de compasi¨®n y conquista solidaria de la libertad, esos valores que compartimos todos los seres humanos y por los que merece la pena luchar.
Desde un lugar bien diferente, en 2020 Xu Zhangrun, que fue profesor de derecho en la Universidad de Tsinghua, public¨® un art¨ªculo titulado Viral Alarm: when Fury overcomes Fear, criticando al partido comunista chino y a Xi Jinping. Seg¨²n el autor, el miedo puede ser superado por lo que en Occidente se llama ¡°justa indignaci¨®n¡± y los pensadores chinos consideran como una ¡°humanidad combinada con un sentido de la justicia¡±. Esto, asegura, es lo que Mencio llamaba ¡°el verdadero camino del coraz¨®n humano¡±; se trata de la libertad, de esa sensibilidad innata que nos hace humanos, la inefable quiddity, la inefable esencia que los chinos compartimos con todos los dem¨¢s.
Dos argumentos m¨¢s a favor del cosmopolitismo, a mi juicio, contundentes.
El primero consiste en reforzar la afirmaci¨®n de Ulrich Beck: ¡°Lo que hace tan interesante el cosmopolitismo es que es una tradici¨®n antiqu¨ªsima, pero tambi¨¦n que fue demonizada por el Holocausto y el gulag estalinista¡±. Apoyando este texto, me gustar¨ªa a?adir por mi cuenta que algo bueno tendr¨¢ el agua cuando algunos la maldicen.
El segundo argumento viene de Kant y dice as¨ª: ¡°Pensarse en derecho a la vez como ciudadano de una naci¨®n y como miembro de la sociedad de ciudadanos del mundo es la idea m¨¢s sublime que el hombre pueda concebir de su destino y que no puede pensarse sin entusiasmo¡±. Podr¨ªamos decir que el entusiasmo ante una idea sublime, que ya se va encarnando en la realidad, es una motivaci¨®n ¨¦tica realmente intensa, que importa cultivar porque une raz¨®n y coraz¨®n.
Adela Cortina es catedr¨¢tica em¨¦rita de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia y autora de ?tica cosmopolita. Una apuesta por la cordura en tiempos de pandemia (Paid¨®s, 2021).
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