?Por qu¨¦ se cree que los dioses de los ind¨ªgenas son inferiores al de los cristianos?
La pol¨ªtica devastadora del Gobierno de Bolsonaro sobre la Amazonia escandaliza al mundo y conduce a la expropiaci¨®n no solo de sus riquezas naturales sino tambi¨¦n de sus creencias religiosas
Muchos se han sentido ofendidos y hasta escandalizados en Brasil con la decisi¨®n tomada por el magistrado del Supremo Tribunal Federal, Luis Barroso, de impedir a las Iglesias entrar en las comunidades ind¨ªgenas que a¨²n no han tenido contacto con la llamada civilizaci¨®n occidental. Y no solo por razones higi¨¦nicas pues podr¨ªan transmitirles enfermedades que ellos no conocen, sino tambi¨¦n porque nadie tiene el derecho a imponerles, a veces a la fuerza, nuestra fe cristiana ni cualquier otra.
La decisi¨®n del magistrado fue duramente criticada, por ejemplo, en algunas iglesias evang¨¦licas que desde hace un tiempo se muestran muy activas en su catequesis con los pueblos ind¨ªgenas. Ello significa en la pr¨¢ctica que estamos convencidos de que nuestras creencias religiosas son superiores a las suyas lo que conduce a algunos evang¨¦licos a la persecuci¨®n de los cultos africanos o cat¨®licos.
Nada m¨¢s lejano, sin embargo, a la esencia de las ense?anzas de Jes¨²s como lo revela el pasaje de la mujer samaritana que intentaba convencer al profeta de que su templo era mejor que el de los jud¨ªos. Jes¨²s le dio una lecci¨®n cuando le dijo que llegar¨ªa un d¨ªa en que nadie necesitar¨ªa de un templo para dar culto a Dios sino que lo invocar¨ªa ¡°en esp¨ªritu y en verdad¡±.
Sus seguidores no le escucharon y nacieron as¨ª las guerras de la religi¨®n algo que suena a blasfemia ya que no existen dioses mejor que otros. Ello significa querer imponer por la fuerza su propio dios considerado superior al de los otros, lo que lleva hasta a la persecuci¨®n de quienes cultivan otros credos.
La persecuci¨®n a los de una fe distinta de la nuestra es palpable hoy en Brasil con las comunidades ind¨ªgenas a las que cat¨®licos y evang¨¦licos est¨¢n siendo muy activos en imponerles su fe. Ello se arrastra desde los tiempos de la colonizaci¨®n europea cuando adem¨¢s de despojarles de sus riquezas naturales les impon¨ªan a la fuerza su fe cristiana. Basta darse una vuelta por la iglesias cat¨®licas europeas para ver como est¨¢n repletas del oro que les arrancaban a los ind¨ªgenas a cambio de la fe que les ofrec¨ªan.
Al parecer hoy vuelve a repetirse con las pocas comunidades ind¨ªgenas que a¨²n siguen practicando su propia fe y sus costumbres ancladas en el amor y la defensa de la naturaleza. Una naturaleza devastada por quienes siempre nos hemos considerado superiores a esas culturas y tradiciones. Esa furia cristiana de querer eliminar las creencias y culturas de otras comunidades se debe solo a nuestra convicci¨®n de que nuestro dios y nuestro credo son superiores a los que tratamos de ¡°salvajes¡± ignorando que sin esas culturas nacidas desde el respeto y el cuidado de la naturaleza quiz¨¢s el mundo ya no existir¨ªa.
Se trata del conocimiento y de la experiencia de su contacto con los dioses de la tierra que se revelan hoy mas eficaces para entender los secretos que encierra nuestro peque?o planeta.
Una joven ind¨ªgena brasile?a me cont¨® con orgullo que ellos consiguen distinguir en sus florestas hasta 60 tonalidades de verde. ?Y nosotros? Ante la agudeza para descubrir los misterios de la tierra nosotros con toda nuestra cultura parecemos unos simples aprendices. S¨ª, el ministro Barroso acert¨® al prohibir entrar a esas comunidades, ya que con la excusa de llevarles la fe cristiana que consideramos superior, entran tambi¨¦n intereses bien lejanos de la fe como lo son los econ¨®micos y comerciales.
La tierra donde habitan esos ind¨ªgenas esconde infinidad de tesoros naturales que hoy los llamados civilizados y tecnologizados pretendemos expropiarles. El presidente brasile?o para justificar la explotaci¨®n y hasta el genocidio de los ind¨ªgenas ha llegado a afirmar que ellos lo que quieren es ¡°vivir como nosotros¡±. Quizas se refer¨ªa a que esos ind¨ªgenas prefieren vivir en el cemento y pobreza de las favelas que en el para¨ªso natural en el que nacieron y quieren morir.
Brasil vive hoy dos genocidios que escandalizan al mundo: el de la pandemia de la covid y el de la extinci¨®n de las comunidades ind¨ªgenas por el deseo de querer ocupar aquel pedazo de para¨ªso y apoderarse de sus tesoros naturales bajo la excusa de llevarles nuestra fe.
El verdadero Dios, si existe, actuar¨ªa hoy como Jes¨²s con los mercaderes del templo de Jerusal¨¦n, expuls¨¢ndolos a latigazos por profanar la casa de Dios. Eso es lo que las religiones cristianas pretenden hacer hoy convirtiendo la fe y la adoraci¨®n a Dios en un vil mercado que ofende la fe de los sencillos y humilla y saquea a los pocos ind¨ªgenas que luchan por mantener su cultura y sus dioses. Es esa su resistencia para proteger lo poco que la avaricia de los llamados culturizados les hemos dejado e intentamos arrancarles con violencia o con la excusa de imponerles nuestra fe y nuestra lengua.
La pol¨ªtica devastadora del Gobierno de Bolsonaro de la Amazonia que asusta y escandaliza al mundo no solo conduce a la expropiaci¨®n de sus riquezas naturales sino tambi¨¦n de sus creencias religiosas y de su sabidur¨ªa por medio de un capitalismo cada d¨ªa m¨¢s sofisticado y devorador. Un capitalismo que hoy intenta adue?arse tambi¨¦n de los restos de la sabidur¨ªa de nuestros ancestrales, verdaderos defensores de los ¨²ltimos retales de naturaleza virgen a¨²n no devorada por el cemento que nos condena cada d¨ªa al infierno de la soledad.
El ser humano recupera su esencia de estar ¨ªntimamente relacionado en la naturaleza, como lo est¨¢n los ind¨ªgenas que nosotros despreciamos y luchamos para exterminarles, o nos veremos asfixiados por el monstruo de la depresi¨®n y de la p¨¦rdida de nuestra identidad.
Seg¨²n la Biblia el ser humano fue formado del barro de la tierra y no del cemento. La tierra evoca nuestras or¨ªgenes m¨¢s genuinos y el cemento es el s¨ªmbolo del abandono de la verdadera cultura. ?Y si los verdaderos ¡°salvajes¡± fu¨¦semos nosotros hacinados en ciudades donde los ni?os nunca han visto una gallina o un ¨¢rbol de fruta o el abrirse de una flor?
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