La piruleta
La autovigilancia ejercida a trav¨¦s de la filmaci¨®n acaramelada de nosotros mismos se ha transformado en un mecanismo de envilecimiento colectivo
Para los ni?os que crecimos en ese par¨¦ntesis antol¨®gico de libertad que signific¨® el final del franquismo antes del asentamiento de lo que vendr¨ªa detr¨¢s, los tiempos actuales son un poco confusos. Cifr¨¢bamos nuestra felicidad en que aquellos que hab¨ªan disfrutado de una autoridad incontestable luchaban por hacerse pasar por tolerantes y permisivos, as¨ª que se absten¨ªan de airear su l¨¢tigo. Y los que despu¨¦s vendr¨ªan a imponer las nuevas reglas de comportamiento a¨²n no se hab¨ªan hecho con las varas de mando. Por lo tanto en ese oasis, aunque precario, crecimos convencidos de que no hay nada mejor que vivir y dejar vivir. Sin embargo, en las ¨²ltimas d¨¦cadas, las sensibilidades se desarrollan m¨¢s hacia la invasi¨®n del espacio ajeno en lugar de hacia la expansi¨®n de los m¨¢rgenes de aceptaci¨®n. Quiz¨¢ los cient¨ªficos logren detectar la neurona censora que empieza a hacerse fuerte en la condici¨®n humana. Mientras llegan esos estudios que nos ayuden a refrenar nuestra ansia inquisitorial, es recomendable pararse a analizar c¨®mo el nuevo modelo de comunicaci¨®n social participa de esta regresi¨®n. A ratos parece que el progreso tuviera algo de reaccionario, lo cual ser¨ªa preocupante.
En las pasadas elecciones alemanas, el candidato conservador ha sido fuertemente penalizado por aparecer en unas im¨¢genes bromeando con quienes le rodeaban mientras visitaban las zonas catastr¨®ficas tras unas inundaciones. Tuvo el efecto de un tipo echando carcajadas en un entierro. Ni siquiera la ayuda en la recta final de campa?a de una Merkel en retirada, logr¨® que invirtiera las encuestas que le eran desfavorables desde aquel resbal¨®n. La pol¨ªtica televisada juega estas malas pasadas. Un gesto equivocado cuesta una carrera. De la misma manera, un acertado gui?o, por barato y superficial que sea, puede seducir a las masas. Realmente es preocupante que un lenguaje de poses se vaya a hacer con la arminhegemon¨ªa de la comunicaci¨®n, pero si sucede as¨ª es porque no hemos sabido encontrar los filtros de lectura adecuados. La nueva conversaci¨®n global se resuelve en r¨¢fagas muy cortas que despiertan sentimientos instant¨¢neos, de gran emotividad pero de poco calado. Ahora mismo una persona que se toma las cosas con calma aparenta ser un bicho raro. Sin embargo, esa actitud de parsimonia es la ¨²nica forma de protecci¨®n ante unos procesos inquisitoriales hiperventilados.
La autovigilancia, ejercida a trav¨¦s de la filmaci¨®n acaramelada de nosotros mismos, se ha transformado en un mecanismo de envilecimiento colectivo. Un ejemplo de esta deriva es la an¨¦cdota de la presidenta de La Rioja, Concha Andreu, en su viaje a Valencia para participar en la convenci¨®n socialista. Al apreciar un amanecer espectacular tuvo a bien compartirlo con la humanidad a trav¨¦s de su red social. Pero al enviar la fotograf¨ªa no cay¨® en la cuenta de que en una esquina de la imagen se ve¨ªa el panel de velocidad del coche que la transportaba. Y nada menos que circulaba a 156 kil¨®metros por hora, lo que desat¨® inmediatamente la tormenta contraria. Este vaiv¨¦n de chorradas, que ahora se considera una obligaci¨®n profesional para la que se destinan fondos y personal especializado en comunicaci¨®n pol¨ªtica, ejemplifica la sensaci¨®n de gulag angelical. Nos hemos entregado a una voluntaria videovigilancia aut¨®mata y p¨¢nfila en la que parecemos ni?os con piruletas explosivas que estallaran al tercer lametazo.
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