Beatona
Pertenecer a la iglesia algor¨ªtmica nos ayudar¨¢, con sus tutoriales, a construir la casa cuando surquemos el oc¨¦ano para fundar un nuevo mundo tecnol¨®gicamente confesional
¡°El m¨®vil es un instrumento de dominaci¨®n. Act¨²a como un rosario.¡± Con su razonamiento, Byung Chul-Han enfoca hacia la consagraci¨®n de lo ausente frente a lo presente, de lo lejano frente a lo pr¨®ximo. Tecnolog¨ªa y algoritmo son ojo de Dios. Damos importancia a lo que no se puede tocar y, en ese camino de telecomunicaci¨®n asc¨¦tica que enriquece a las empresas del sector, olvidamos el cl¨ªmax m¨ªstico: el orgasmo se halla en el proceso, en la dilataci¨®n del no estar, en lo inmaterial que, sin paradoja, cristaliza en incremento positivo de la factura. El afecto por quienes no est¨¢n aqu¨ª ¨Dda igual que sea en el cielo o en Pernambuco, y esa indiferencia entra?a una pregunta sobre el significado de morirse¨D se traduce en capitales. La l¨®gica econ¨®mica de las iglesias se vincula con este g¨¦nero de publicidad filantr¨®pica. El amor y la confianza en que no est¨¢s sola, aunque est¨¦s m¨¢s sola que la una, hija m¨ªa, descansan en la explotaci¨®n del colt¨¢n en el Congo. Ahora los rosarios no son de n¨¢car.
Que el smartphone sea un rosario tiene implicaciones m¨¢s all¨¢ del solapamiento entre lo invisible que se invoca en la oraci¨®n y el poder de un rostro pixelado, aunque todo el mundo conozca raza, sexo y tendencia pol¨ªtica del hechicero que se encierra en el garaje. Se llama Algoritmo Smith. La fuerza del smartphone responde a la necesidad de tener en la mano algo que relaja, ahora que ya casi nadie fuma, y provoca el mismo efecto adictivo que el tabaco y las opi¨¢ceas religiones: la realidad se difumina entre botafumeiro y humo. La reconcentraci¨®n en un mundo interior, conectado al cosmos intangible de las redes, nos salva de sentirnos a solas en una sala de espera o de mirar en un vag¨®n a la durmiente que vuelve a casa despu¨¦s del trabajo. La gente pr¨®xima es una amenaza. No me toques. Acariciamos nuestro m¨®vil y nos vamos de all¨ª. Los ni?os de La bruja novata frotaban el boliche de su camita y se marchaban volando. Los genios salen de la l¨¢mpara, despu¨¦s de sacarle brillo, y nos salvan la vida, buscan un taxi, recuerdan el nombre de la capital de Eslovenia. Nos guardan secretos a voces, contados en registro autobiogr¨¢fico, por los que expiaremos una culpa. Somos elegidos y elegidas, pero no hay que equivocarse con las teclas pulsadas, los tres deseos y la aceptaci¨®n de las cookies. Si yerras, las voces de un limbo comercial deslocalizado colapsar¨¢n tus receptores cerebrales: ¡°Piiii, ?Es usted la titular de la l¨ªnea?¡±. En el deslizamiento del dedo sobre la pantalla experimentamos calma: la repetici¨®n de estribillos del Candy Crush ¨DDios te salve¨D, la euforia por la eliminaci¨®n de toda la gelatina, conducen a la ataraxia; pero, de noche, bajo los p¨¢rpados, brilla el verde fl¨²or del caramelo. Nuestros tel¨¦fonos inteligentes son br¨²jula trucada que nos dirige hacia el lugar patrocinado. Necesitamos la inmortalidad del otro lado del espejo, la invulnerabilidad del avatar a los accidentes, la parafinada belleza de los filtros. Un sistema de defensa que, como se?ala Byung, vigila y reprime. Pertenecer a esta iglesia algor¨ªtmica nos ayudar¨¢, con sus tutoriales, a construir la casa cuando surquemos el oc¨¦ano para fundar un nuevo mundo tecnol¨®gicamente confesional. El ate¨ªsmo es una ideolog¨ªa en extinci¨®n. Beatas y fieles hacemos cola para adquirir el obsolescente fetiche de cuentas l¨ªquidas.
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